sevilla
La periodista María Iglesias (Sevilla, 1976) vivió en marzo de 2016 el drama humanitario que supuso la llegada de miles de refugiados a la isla de Lesbos en Grecia. Fue a grabar un documental, Contramarea, y acabó engullida por la información diaria de una catástrofe que dejó miles de personas huyendo de la guerra y la miseria deambulando por media Europa en busca de un mundo mejor. Luego, dos años después, volvió allí para cubrir para el diario Público el juicio a los bomberos andaluces que habían ido como voluntarios a ayudar en el rescate de aquellos refugiados y fueron acusados de traficar con personas.
Con todo ese material, María Iglesias ha escrito un libro, El Granado de Lesbos, publicado por la editorial Galaxia Gutemberg, que se presenta con este enunciado: la crónica del mayor éxodo del siglo XXI en Europa.
¿Cuántos refugiados se han quedado varados en Lesbos desde que estuviste en la isla en 2016?
En el campamento de Moria, que es el más grande de la isla, cuando fui en 2016 había 3.000 personas y dos años después eran 7.500. Y por los datos que he visto, se mantienen actualmente. Moria es una antigua cárcel y dentro del campamento hay distintas áreas: la mayor parte es un descampado con tiendas de campaña tipo igloo. El principal problema que tienen son las aguas fecales que corren libremente porque no hay capacidad para tratarlas. Y luego hay una parte especial, más vallada, alambrada, que es donde tienen que pedir el procedimiento de asilo y refugio. Y pueden pasar meses antes de que atiendan esa solicitud.
¿Quiere decir esto que Europa ha abandonado a los refugiados en Lesbos?
Totalmente. Ha abandonado a su suerte a los refugiados y a la población local, cuyas autoridades, además, deben gestionar todo esto con la precariedad de la economía griega tras la gran crisis financiera, y su condición insular. Hay que tener en cuenta que Lesbos tiene en total 90.000 habitantes y su capital, 30.000. Y el segundo municipio en número de residentes es el campamento de Moria, con 7.500 personas. Y hay más campamentos de refugiados.
¿Cuáles fueron tus emociones cuando cubriste como periodista la llegada de refugiados que recoges en el libro?
La primera, incredulidad. No te podías creer cómo llegaban los refugiados, por más que lo habías visto en imágenes. Eso me ha hecho reflexionar sobre lo que hace falta cuando tienes que transmitir una información, que permite que la experiencia vivida sea muy distinta. No sé si es el olor, el sonido, quizá también, ahora que lo estoy diciendo, las miradas de la gente, aunque no entiendas su idioma, lo que reflejan esas miradas. Nosotros, no con la frecuencia que debiéramos, los convertimos en sujetos para que sean ellos quienes te lo transmitan con su cara, con su voz. Forman parte de un grupo, de un contingente, pero la individualidad de alguien que te mira, que te está trasmitiendo algo con esa mirada, es un shock.
¿Y por qué ya no nos preocupan esas personas? Parece como si la sociedad española, europea, se moviese sólo por sacudidas catódicas, fotográficas, como aquella imagen del cadáver del niño sirio Aylan fotografiado en una playa que tanto nos conmovió.
Supone un reto profesional, que aquí, en el Estrecho, los compañeros que llevan treinta años cubriendo la llegada de pateras también lo viven: cómo seguir contando un drama que no cesa, de manera que mantenga el interés de la ciudadanía.
¿Cómo?
Ésa es la cuestión. Yo la apuesta que he hecho en este libro es convertir en protagonistas diferenciados a distintas personas, con nombres, nacionalidades, circunstancias. Y son ellos los que cuentan todo. Ellos se convierten así en nosotros. Nosotros puestos en determinadas circunstancias, de exterminio, de persecución, de falta de expectativas, somos eso. Lo hemos sido, cuando hemos huido de España, y podríamos volver a serlo.
¿Pero por qué el olvido?
Bueno, habría que preguntarse qué es lo que ha pasado en todo este tiempo, qué han hecho las autoridades de la Unión Europea. En vez de acoger a los refugiados que se comprometieron, en vez de darles un tratamiento digno, han conseguido su verdadero, y no declarado, objetivo: contener el flujo de llegada pagándole a Turquía, a las milicias libias y a Marruecos para que hagan de poli malo. Así es como se ha pasado de un millón de refugiados que llegaron en 2015 y 2016 a 116.000 en 2018. El flujo lo han contenido. Eso no significa que no haya gente esperando para venir. Y también hay que decir que la sociedad, frente a lo que se le ha mostrado, tampoco ha actuado con contundencia. La sociedad ya sabe lo que hay, lo ha visto. Los periodistas tenemos una función, llevamos la información con la esperanza de que eso tenga también unas consecuencias, pero si luego se revalidan unas políticas migratorias e incluso crece la ultraderecha al calor de todo eso, pues es muy frustrante.
La estadística de la OIM revela que la ruta migratoria que acaba en España es en lo que va de año la segunda del mundo en número de muertes.
En el fondo, la causa de todos los movimientos migratorios es el modelo productivo ultraextractivo que esquilma los recursos del mundo, promoviendo guerras, pobreza. Y las consecuencias no sólo las pagan los habitantes de África, Oriente Medio y Próximo, también capas sociales de Europa expulsadas del mínimo bienestar. Eso causa los chalecos amarillos, los indignados, el auge de la ultraderecha. A corto plazo, habría que cambiar la política de cooperación con los terceros países, la política de subrogación, de externalización del control migratorio con Marruecos, con Turquía y con Libia. Y en España, los periodistas tenemos que poder entrar en los CIE para saber lo que está pasando. Yo en Grecia pude entrar en los campamentos y esto aquí no puede ser un objetivo inalcanzable. También hay que quitar las concertinas de las vallas.
Se ha juzgado a bomberos rescatadores en Grecia, a activistas como Helena Maleno… ¿Hay una criminalización de la solidaridad con la migración?
Sin duda. Eso está clarísimo. Y han conseguido obstruir el trabajo de los rescatadores en el Mediterráneo no dándoles permiso para navegar. También está el caso contra los tripulantes del Iuventa 10, que se ha conocido menos, acusados en Italia de tráfico de personas. Así que claro que se está atemorizando al voluntariado.
¿Llegará a España a impedir, como ha hecho el Gobierno de Italia, la entrada de barcos con migrantes?
El Gobierno de Pedro Sánchez ha sido más sutil, pero ha tenido una evolución evidente: de aceptar el Aquarius ha ido virando y ha negado los permisos de navegación a barcos como el de ProActive para que salgan al rescate. Pero lo que más preocupa es que partidos conservadores, liberales, incluso socialdemócratas como el PSOE, están naturalizando el discurso de la ultraderecha que hace de las personas migrantes una especie subhumana cuando dicen que los menores no acompañados deben ser deportados, cuando no defiende el artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que establece la libertad de movimiento de las personas. Cuando el Partido Socialista está normalizando las devoluciones en caliente y mantiene recurrida la condena del Tribunal de Derechos Humanos contra el gobierno anterior, cuando el presidente Sánchez va a Marruecos y dice que suscribe completamente la política migratoria marroquí. Esto es lo que me preocupa, que se normaliza un discurso equivalente al antisemita de los años 40.
En tu libro dices: "La ciudadanía de todo el mundo compartimos la misma patera. O nos salvamos todos o todos juntos nos hundiremos". ¿Qué quieres decir?
Cuando estás allí y ves llegar en una lancha hinchable como de juguete a lo que a ti te puede recordar la mesa de Navidad de tu casa, con los abuelos, niños, parejas jóvenes, pues todo ese discurso en el que nos hemos criado, sobre todo a partir del 11-S, del ellos y el nosotros, se te desmorona enseguida. Porque ellos no tenían ninguna hostilidad hacia nosotros, al contrario, todo agradecimiento, y viceversa.
Y el granado, ¿por qué?
Cerca de mi casa había en una casa abandonada un granado que seguía dando frutos aunque nadie lo regaba. Y esto me recordó la foto de José Palazón de los migrantes en la valla de Melilla queriendo saltar sobre un campo de golf donde eran ignorados. Y la casualidad, el misterio, fue que luego en el segundo viaje a Lesbos descubrí que la isla está llena de granados, porque allí tienen una tradición, basada en un mito clásico, que sigue muy vigente, parecida a las de las uvas de año nuevo de aquí, y que tiene que ver con ese empeño de la vida en abrirse camino y seguir adelante. Es una fruta que simboliza la esperanza.
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