Los expertos lo tienen claro: Polonia afronta el domingo sus elecciones más importantes desde 1989. En juego están dos modelos completamente antagónicos. Los comicios no dan lugar a dudas. O los polacos apuestan por la opción europeísta, abanderada por Donald Tusk, o ratifican y consolidan la deriva iliberal que el ultranacionalista Partido Ley y Justicia (PiS) promueve desde su llegada al poder en 2015. Las elecciones polacas tienen mucho de elecciones europeas.
El analista en política polaca Jakub Jaraczewski anticipa que serán elecciones libres, pero no justas. El partido en el Gobierno está utilizando los recursos y fondos públicos para ganar apoyos, anunciando incentivos económicos muy importantes para las pensiones o familias con hijos. Además de monopolizar con su presencia y discursos las televisiones nacionales.
A pesar de ello, los comicios, llamados a elegir a los 460 miembros de la Sejm y los 100 del Senado durante los próximos cuatro años, se anticipan los más ajustados de los últimos tiempos.
Los sondeos otorgan al PiS entre el 32% y el 37% de los votos, muy por debajo del histórico 43% que consiguió en 2019
La complicada coyuntura económica, la inflación récord, las preocupaciones del mundo rural y los escándalos de corrupción y sobornos de visados por miembros del Gobierno pronostican que el apoyo al PiS va a desinflarse. Los sondeos le otorgan entre el 32% y el 37% de los votos, muy por debajo del histórico 43% que consiguió en 2019.
Difícilmente los aliados de Vox podrán revalidar su Gobierno en solitario, y es aquí donde entra en juego el partido Confederación. La formación, que se sitúa todavía más a la extrema derecha, se perfila como tercera fuerza tras hacer una campaña centrada en la oposición a la ayuda a Ucrania y en un liberalismo salvaje.
Una de las incógnitas es si la plataforma de centro derecha, Coalición Cívica, que lidera el antiguo presidente del Consejo Europeo Donald Tusk, será capaz de consumar una mayoría suficiente que impida el tercer mandato consecutivo de un Gobierno ultranacionalista y en choque constante con Bruselas.
Tusk se haría con la plata, pero está por ver si aglutinará una ventaja suficiente junto a otros grupos minoritarios como la izquierda de Lewica. Con Tusk a los mandos es más probable que la Comisión desbloquee los 36.000 millones congelados en fondos europeos.
Las elecciones en Polonia también se juegan en Bruselas. La extrema derecha está en auge. Giorgia Meloni se consolida en Italia. Alternativa por Alemania (AfD) se proyecta como la segunda fuerza en la locomotora germana. En Eslovenia, el populista Robert Fico, expulsado por los socialdemócratas europeos, ultima la formación de Gobierno. Y todo ello en la antesala de las elecciones europeas, en la que la tradicional alianza de populares y socialdemócratas está por primera vez en peligro.
Consolidar o romper a la pareja iliberal
Con el aterrizaje del PiS en el poder, comenzó la confrontación directa con Bruselas, que se prolonga hasta hoy. Una de las primeras medidas del nuevo Gobierno polaco fue iniciar una reforma muy controvertida sobre su poder judicial. La obsesión de los políticos del PiS es que sus juzgados estaban llenos de magistrados y jueces de la era comunista. Y emprendió una ofensiva de jubilaciones forzosas.
En paralelo, dotó de grandes poderes al Ministerio de Justicia. Bruselas ha reconocido abiertamente, y en no pocas ocasiones, que estaba socavando la separación de poderes y el respeto del Estado de Derecho.
Unos temores confirmados por varias sentencias del Tribunal de Justicia de la UE (TJUE), que ha obligado a Varsovia a dar marcha atrás en muchos de estos proyectos de ley. El Gobierno polaco llegó a declarar la supremacía de su Constitución sobre el acervo comunitario, un movimiento sin parangón.
Durante los ocho años del PiS en el poder, Polonia ha retrocedido a pasos agigantados en derechos sociales y democráticos. Varias localidades llegaron a declararse espacios 'libres de colectivo LGTBi'. Y el país ha visto nacer una de las leyes más restrictivas de toda la UE en aborto. De facto es casi imposible a día de hoy para una mujer polaca interrumpir el embarazo.
Polonia ha ido forjando este régimen iliberal junto a su pareja de baile: la Hungría de Víktor Orbán. Las elecciones polacas serán claves para romper este tándem y mandar un mensaje pro-europeo ante los comicios al Parlamento Europeo, que se celebran entre el 6 y el 9 de junio. O servirán para todo lo contrario y ahondar en la crisis por los valores fundamentales entre Bruselas y la pareja del Este.
Los refugiados, diana de la extrema derecha
No es casualidad que el domingo los ciudadanos polacos acudan a las urnas, no solo para elegir un nuevo Gobierno, sino para votar de paso su postura sobre la migración. El PiS, aliado de Vox en la Eurocámara, ha convertido estas elecciones en un plebiscito europeo. Los de Mateusz Morawiecki han hecho coincidir las urnas con la celebración de un referéndum consultativo sobre el pacto migratorio cerrado recientemente en la UE.
El pacto migratorio en la UE salió adelante con el voto en contra de Hungría y Polonia
El acuerdo, que obliga a los 27 Estados miembros a acoger a refugiados o a pagar una compensación de 22.000 euros por persona rechazada, salió adelante con el voto en contra de Hungría y Polonia. Pero no era necesario, ya que la política migratoria, a diferencia de otras como la fiscal, se establece por mayoría cualificada y no por unanimidad.
Los refugiados y migrantes han estado de nuevo en el centro de la diana de la campaña de los ultraconservadores. La oficina nacional de correos difundió imágenes de barcazas en el Mediterráneo con la palabra "invasión". Se trata de una estrategia de miedo y odio que al PiS ya le funcionó en 2015, en el marco de la crisis de refugiados.
Desde entonces, la ha ido adaptando, poniendo el foco en el discurso identitario. Las cifras no tienen nada que ver. El verano de 2015 llegó a las fronteras europeas un millón de personas. En lo que va de 2023 poco más de 160.000, pero el mensaje y las políticas que más han calado durante la última década se decantan por caminar hacia una Europa cada vez más fortificada que endurece los procedimientos de asilo, externaliza la migración con nuevos acuerdos con países terceros, como Túnez o Egipto, y con más controles en frontera.
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