CIUDAD DE MÉXICO
Con los motores a medio gas, el proyecto político del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) sigue avanzando en México. Las elecciones legislativas y locales celebradas este domingo han refrendado al gobernante Movimiento Regeneración Nacional (Morena) como la primera fuerza política del país, aunque su posición hegemónica en el Congreso se haya debilitado.
Pese al retroceso electoral en la Cámara de Diputados, Morena mantendrá la mayoría absoluta con el apoyo de sus socios parlamentarios. El oficialismo compensa el atasco legislativo con la conquista de más poder territorial. Habría salido victorioso en 10 de los 15 estados donde se renovaban gobernadores, según datos preliminares.
La oposición no ha tardado en celebrar unos resultados que la sacan del letargo en el que se encontraba. Su euforia es la expresión del momento político que vive México.
Para hacer frente a Morena, los tres partidos tradicionales (PRI, PAN y PRD) se presentaron unidos en la coalición Va por México. Aunque han mejorado notablemente su representación en el Congreso, su peso legislativo es todavía insuficiente. Morena pierde medio centenar de diputados respecto a los comicios legislativos de 2018 pero el listón había quedado tan alto entonces (tenía 253 de los 500 diputados) que el descenso es asumible (ahora rondará los 200), teniendo en cuenta que sus dos aliados, el Partido Verde Ecologista de México (PVEM), que sale muy fortalecido, y el Partido del Trabajo (PT) sumarán en torno a 80 bancas.
La mayoría cualificada (dos tercios), necesaria para aprobar reformas constitucionales, queda más lejos ahora para el oficialismo. Morena se verá obligada a negociar esas reformas (como la del papel del Estado en el sector energético) con sectores de la oposición.
Las elecciones de ayer renovaban el poder local en buena parte del país. Los gobernadores son los hacedores del tejido político de los partidos en todo el territorio. Su influencia es decisiva. Ninguna fuerza política puede eludir esa presencia territorial. El Partido Revolucionario Institucional (PRI) gobernó México durante 71 años prácticamente sin rivales locales. Su escisión, el Partido de la Revolución Democrática (PRD), del que proviene López Obrador, y el derechista Partido de Acción Nacional (PAN) solo han llegado a ser primera fuerza en un puñado de estados.
Morena va camino de pintar medio México con el color granate de su formación. Ya controlaba seis entidades federativas y si no hay novedades en el recuento final de los votos, gobernará, junto a sus aliados, en la mitad de los 32 estados del país. Pero ha sufrido un batacazo importante en la capital, su bastión, donde ha perdido en varios distritos estratégicos.
López Obrador fue jefe de gobierno en Ciudad de México hace dos décadas. Allí emergió como figura política y allí cuenta con su mayor bolsa de votos desde entonces. El descalabro en la capital es una señal de alarma. Todavía es pronto para saber las causas de ese retroceso. El mandatario atribuye el resultado a la "guerra sucia" de algunos medios de comunicación muy visibles en Ciudad de México. Puede que la pandemia y la crisis económica hayan influido en el voto de una parte de la población capitalina.
El crecimiento meteórico de Morera
La hegemonía suele construirse poco a poco. Morena lo ha hecho hasta ahora de forma meteórica. Nació como movimiento político en 2011 y se registró como partido en 2014. Acapara hoy más poder que el del todopoderoso PRI en su día. Su retroceso en las elecciones legislativas de medio término se ha visto compensado con el poder territorial conquistado.
El partido de AMLO, Morera, acapara hoy más poder que el del todopoderoso PRI en su día
Cumplido ya casi el ecuador de su sexenio, López Obrador debe ahora repensar los pasos a seguir. El electorado no le ha dado un cheque en blanco pero sí ha expresado que sigue apostando por su proyecto transformador.
A día de hoy, Morena no tiene rival político. El PRI no es ni la sombra de lo que fue. El PAN todavía sufre los efectos retardados del nefasto sexenio de Felipe Calderón (y su guerra contra el narco), y el PRD es casi residual. Carismático y tremendamente popular, López Obrador tampoco tiene un antagonista político de altura. La oposición carece de liderazgos emergentes.
Para su fortuna, la Constitución no permite la reelección. AMLO deberá dejar el poder en 2024. En Morena, sin embargo, hay recambio por partida doble. Tanto el canciller Marcelo Ebrard como la jefa de gobierno de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, están en la rampa de salida.
La falta de una mayoría cualificada en el Congreso puede poner en riesgo la agenda que se había marcado López Obrador, esa Cuarta Transformación en la que el Estado vuelva a ser el eje vertebrador del desarrollo.
Pero la mayoría absoluta alcanzada por Morena y sus aliados debería impulsar la aprobación de leyes que potencien los programas sociales, la salud y la educación públicas, el ecologismo, las cuestiones de género y los derechos de las minorías como pilares de un proyecto político verdaderamente progresista.
Morena es un movimiento transversal al que se han unido actores políticos, económicos y sociales de muy distinta naturaleza. Así es como ha ido tejiendo AMLO esa nueva hegemonía.
Pero el presidente no debería perder de vista para quién gobierna en última instancia. Su cruzada anticorrupción sumó el apoyo de unos y otros. La paz social que prometió está todavía por llegar en un país extremadamente violento, como se ha puesto de manifiesto una vez más en esta larga campaña, donde 36 candidatos han sido asesinados.
Pero sin pasos decididos hacia una mayor justicia social, Morena podría difuminarse como movimiento hegemónico en cuanto su fundador, principal sostén del partido, tenga que dar un paso al costado por mandato constitucional.
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