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Con la salida de su último militar en Kabul, EEUU pone fin a una presencia de casi dos décadas en Afganistán dejando un mal sabor de boca a todos los que creyeron que la máxima potencia mundial podría, con el armamento más sofisticado del planeta, acabar con unos yihadistas tribales armados con poco más que fusiles kalashnikov.
Lo ocurrido en los últimos días ha tenido gran repercusión mediática porque nadie esperaba una caída tan vertical de Kabul. El ejército afgano, que con tantos mimos había levantado y armado EEUU, decidió no plantar cara a los talibanes, algo que salvó al país de una cruenta guerra que habría sido más desastrosa y solo habría alargado la agonía durante algún tiempo.
La victoria talibán ha puesto sobre la mesa un debate acerca de la decadencia del imperio americano. Analistas de la izquierda y la derecha coinciden en que la derrota evidencia el colapso de la era de dominación mundial de EEUU y ya señalan a China como relevo, algo que se apoya en el enorme y constante crecimiento económico de la potencia asiática.
Es curioso que sectores importantes de la extrema derecha norteamericana se identifiquen con los talibanes y destaquen los puntos en común que comparten con el islam radical. Son áreas de la derecha que incluyen a republicanos que consideran que los talibanes defienden sus intereses mejor que el partido demócrata, y así lo han expresado en las redes sociales y en los medios afines.
Muchos republicanos y derechistas, en general supremacistas, han confesado que envidian la defensa sin complejos del radical carácter patriarcal de la sociedad talibán, así como de la "cultura de los varones" que está siendo tan criticada y atacada en EEUU y en Occidente por las ideas en boga, incluido el feminismo.
El concepto vertical de autoridad que hace unos pocos años socavaron los pensadores posmodernos, ha entrado en Occidente en una declive contra la que se rebelan las corrientes más conservadoras que ahora ven con esperanza a los talibanes, es decir al islamismo radical.
Desde la perspectiva de hoy se observa que la guerra que George Bush declaró a los talibanes tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 ha servido de muy poco. Los americanos han completado la retirada con cierto deshonor y con el rabo entre las piernas ante las amenazas de ataques de los yihadistas.
Si Bush proclamó que quería acabar con las organizaciones terroristas asentadas en Afganistán, veinte años después puede comprobarse que el objetivo no se ha cumplido. Es más, los americanos están condenados a entenderse con los talibanes para frenar a grupos mucho más radicales que únicamente persiguen crear el caos, incluso en el Afganistán talibán.
La muerte de millares de soldados y el gasto astronómico de la campaña no han servido de mucho. Lo más notable es que el Afganistán de ahora es bastante distinto al de 1996, cuando los talibanes conquistaron el país por primera vez. Los mismos talibanes han dado muestras de que aquella primera experiencia no se va a repetir, al menos al pie de la letra, lo que significa que nos encontramos ante un panorama inédito.
Han expresado su intención de mantener buenas relaciones con todo el mundo, incluidos los EEUU. Aunque Washington va a gestionar la diplomacia con Afganistán desde Doha, la capital de Qatar, es obvio que los americanos tienen demasiados intereses de seguridad y humanitarios para no dar la espalda a los talibanes.
Los talibanes han celebrado con fuegos artificiales y disparos al aire la retirada del ejército invasor, pero eso no significa que Afganistán sea un país libre. Al contrario, las minorías y las mujeres sufrirán las consecuencias la victoria talibán, y lo mismo vale para los hombres que no comulguen con el ideario fundamentalista, que no son pocos.
Las dos opciones que tiene Occidente son condenar la nueva realidad y evitar todo contacto con los talibanes, o bien establecer vías de comunicación con ellos. Sin duda esta segunda opción es la que mejores resultados puede dar, y todo indica que Washington la considera un mal menor que puede servir a sus intereses mejor que una ruptura total.
En cuanto a EEUU, el desastre afgano ha acorralado al presidente Joe Biden. La evacuación ha sido precipitada, pero tampoco se podía hacer de otra manera teniendo en cuenta la ausencia de voluntad del ejército afgano para combatir a los talibanes. En cualquier caso, se han cometido algunos errores de bulto que los republicanos no perdonan.
Es pronto para conocer el alcance que tendrán los acontecimientos en el futuro político de Biden, pero es seguro que los republicanos no dejarán pasar ninguna oportunidad de perseguirlo. Ya han denunciado la “humillante” retirada de Kabul y seguramente continuarán disparando contra el presidente todos los proyectiles que tienen en la recámara.
En la escena internacional, EEUU ve debilitada su posición, si bien sigue siendo la mayor potencia del mundo. Es posible que China utilice lo ocurrido para meter otro pie en Asia Central, y que poco a poco vaya consolidando la red económica que está tendiendo por todo el continente, red a la que Washington se opone pero que difícilmente podrá evitar.
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