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La UE se juega mucho de su estabilidad económica en el estrecho de Formosa. La polémica visita de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, se vivió en Bruselas con un inquietante silencio. A excepción de Lituania, ninguna capital europea entró a valorar un viaje que ha desembocado en las mayores maniobras militares de China sobre la isla.
Los europeos mantienen con el gigante asiático un equilibrio muy complicado, que se ha vuelto todavía más difícil a merced de la guerra en Ucrania y de su postura ambigua. Y siempre bajo la presión y atenta mirada de su aliado transatlántico para que adoptase una postura más asertiva. La Administración Obama supuso el cambio de brújula definitivo de Washington en el tablero internacional. La prioridad estratégica norteamericana ya no pasaba por Europa u Oriente Próximo, sino por Asia y, especialmente, por China. Desde entonces, la Casa Blanca ha intentado arrastrar a los europeos a su línea dura con este país. Y la batalla por la hegemonía global entre Estados Unidos y China se perfila ya como el choque más desestabilizador de los próximos años y décadas.
Durante estos años, Bruselas ha cabalgado por una línea muy delgada. En 2019, catalogó a China como "socio estratégico" y "rival sistémico" en paralelo. Y, un año después, ambos firmaron un acuerdo de inversiones histórico que se ha quedado empantanado a su paso por el Parlamento Europeo.
Las relaciones entre Bruselas y Pekín se han enrarecido en los últimos meses
Las relaciones entre Bruselas y Pekín se han enrarecido en los últimos meses debido a la desconfianza del 5G promovido por Huawei en las redes europeas, al deterioro de la situación de derechos humanos con la minoría uigur y al acecho sobre Hong Kong. A las resoluciones de condena de la Eurocámara le han seguido un intercambio de sanciones en ambas direcciones. Y la falta posicionamiento de los de Xi Jinping sobre la guerra de Ucrania ha terminado de irritar a los comunitarios. "Nos acordaremos de quienes no estén de nuestro lado", señala con frecuencia Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, en clara referencia a los chinos.
Las tensiones militares en torno a la isla sobre la que China reclama su soberanía mantienen en vilo a medio mundo y posicionan a la UE en una situación difícil. La Comisión Europea ha evitado en todo momento valorar el viaje de Pelosi en sí, considerado como temerario en muchas latitudes. La visita ha levantado polvareda en las propias filas demócratas y ha cuestionado el liderazgo del propio Biden en su partido. El estrecho de Taiwán ya se perfilaba el año pasado como uno de los escenarios de confrontación más temidos para la estabilidad global. El Consejo de Relaciones Exteriores incluyó el riesgo de un choque entre EEUU y China a merced de Taiwán por primera vez en 2021 como una crisis severa para la seguridad global.
Así, el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, se ha limitado a hacer llamamientos a la "calma" y a la "contención". La postura europea se mantiene intacta: aboga por mantener el status quo de Taiwán así como la política de "una sola China". Pero los efectos colaterales ya están golpeando. China ha convocado a los embajadores europeos por las declaraciones de Borrell y por el comunicado conjunto en el que los ministros de Exteriores del G7 le pedían que se abstuviese de instrumentalizar la visita de Pelosi para llevar a cabo "acciones militares agresivas" en el mar de China meridional. Para Pekín se trata de una intrusión en asuntos internos inaceptable.
Huracán de inestabilidad
Es en esta coyuntura donde la UE se encuentra atrapada. Desde hace años quiere evitar verse arrastrada al inevitable choque entre Pekín y Washington por el dominio de poder global. Pero los europeos tienen muchos más intereses que su aliado transatlántico en mantener una relación cordial, pragmática y eficaz con China. Por una mera cuestión de base, con Taiwán la UE pone en juego la marca de la casa que más le ha definido desde su fundación: la apuesta por el diálogo como base de la diplomacia del soft power.
Pero dejando de lado los buenismos, el bloque comunitario se juega parte de su estabilidad económica y climática en China. Como medida de represalia, el presidente Xi Jinping ha cortado la cooperación con Estados Unidos en materias de seguridad, intercambios judiciales y de cambio climático. Una noticia que añade más incertidumbre y tensión a un orden global cambiante y crecientemente volátil, como ha demostrado la guerra en Ucrania.
Confrontar a China de forma directa es acercarla un poco más a su ya aliada Rusia
Los europeos siempre han defendido que para hacer frente a los desafíos medioambientales, uno de los retos más inmediatos para el planeta, es necesario tener a China en el barco. Además, en plena afrenta con Rusia por la invasión a su vecino ucraniano, alejar a Pekín –otro sillón permanente del Consejo de Seguridad de la ONU– llega en el peor momento para la estabilidad global y en cuestiones tan trascendentales como el acuerdo nuclear iraní, conocido formalmente como JCPOA, que se renegocia estos días en Viena. En el reequilibrio de alianzas global que está generando la guerra en Ucrania, confrontar a China de forma directa es acercarla un poco más a su ya aliada Rusia.
En el interés europeo emana la necesidad de mantener buenas relaciones con Pekín y Taipéi. Ya en 2016, la UE se comprometió a utilizar todos los canales para impulsar "el diálogo, la cooperación y la confianza" a ambos lados del estrecho. Pekín se convirtió a mediados de 2021 en el principal socio comercial de la UE, adelantando por primera vez a EEUU. Y Taipéi, por su parte, cuenta con una industria clave para proporcionar semiconductores y productos tecnológicos a los europeos.
"Un conflicto militar entre China y Estados Unidos en el Estrecho de Taiwán probablemente causaría estragos económicos de la magnitud de la crisis financiera de 2008, que infligió un gran daño a la Unión Europea. Interrumpiría el comercio y las cadenas de suministro con China", señala en un análisis el Atlantic Council.
Si la crisis continúa escalando, EEUU podría imponer sanciones a China y, como ha hecho hasta la fecha, presionaría a la UE para que siguiese su camino. En un momento de inflación récord, de crisis energética y de problemas en la cadena suministros, las tensiones de este calibre añadirían incertidumbre a los mercados y agudizarían el daño económico que ya deja la guerra en Ucrania en suelo europeo. Poco antes de la escalada actual, Bruselas ya reconocía en su estrategia para el Indo-Pacífico que la demostración de fuerza en el estrecho de Taiwán amenazaba con tener "un impacto directo en la seguridad y la prosperidad europeas". Por lo pronto, un despliegue militar chino sin precedentes ya acecha a Taiwán. La UE suma meses queriendo ser un actor global fuerte y con voz propia. Y la tensión en el conflicto con más carga explosiva que se libra en Asia puede poner a prueba esas pretensiones.
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