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JERUSALÉN.- El Estado Islámico celebra su primer aniversario dominando amplias zonas de Siria e Irak en las que viven aproximadamente diez millones de personas, con unas fuerzas armadas muy activas en esos dos países despedazados y en continua expansión pese a sufrir bombardeos de la aviación de Estados Unidos y sus aliados.
En el primer comunicado del Estado Islámico, el 29 de junio de 2014, se anunció la proclamación del Califato y se suprimió la segunda parte del nombre de la organización que hacía referencia a Irak y el Levante con el fin de no circunscribir el Califato a ningún territorio específico y hacerlo extensivo a todo el orbe.
Estos días se habla con expectación del próximo lanzamiento de una moneda de curso oficial en las áreas dominadas por el EI, donde reina una economía que permite la subsistencia de la población gracias principalmente a la venta de petróleo y gas, pero también gracias a otras actividades, como el tráfico de heroína procedente de Afganistán, del que según algunos expertos obtiene cientos de millones de dólares anuales.
En la actualidad el Califato controla el 80% del petróleo y el gas que se extrae de los pozos sirios, y lo comercia principalmente con el gobierno de Damasco y con otras milicias que operan en ese país, incluido el Ejército Sirio Libre que financia la CIA, de manera que el Califato obtiene gran parte del dinero que precisa para su funcionamiento de sus propios rivales.
La diversificación de los recursos le permite tener una economía saneada y sostenible que según Patrick Johnston, de la Rand Corporation, un centro de estudios estratégicos, le permite manejar un presupuesto de unos 2 millones de dólares semanales, aunque otros expertos elevan sustancialmente ese presupuesto. Se ha dicho que el EI es “la organización terrorista más rica del mundo”.
Los salarios en el Estado Islámico son ligeramente inferiores a los que había en Siria antes de 2011. Un médico puede ganar hasta 1.300 euros, lo que no está nada mal para el nivel de vida de la zona, y un ingeniero puede embolsarse hasta 2.200 euros mensuales.
En una ocasión Henry Kissinger manifestó que un grupo insurgente “gana cuando no pierde” mientras que unas fuerzas regulares “pierden cuando no ganan”. Si esto es así puede decirse que el EI está ganando la guerra mientras que Irak y Siria la están perdiendo, como también la están perdiendo los Estados Unidos y sus aliados, cuyos bombardeos no han conseguido frenar la influencia del Califato.
El Califato posee una estructura proteica que le fuerza a desaparecer de un sitio cuando la hostilidad enemiga es insufrible pero que al mismo tiempo resurge en otro sitio, como recientemente ha demostrado con la ocupación de Palmira en el centro de Siria. No existe ninguna indicación de que el EI vaya a desaparecer definitivamente en un futuro próximo, al menos si no se produce un cataclismo imprevisible.
El califa Ibrahim, alias Abu Bakr al Bagdadi, ha realizado el sueño de Osama bin Laden. A sus 43 años se ha convertido en referente de numerosos musulmanes de todo el mundo que ven en él un personaje histórico que ha sido capaz de restablecer el Califato que se extinguió en 1924, cuando terminó de colapsarse el imperio otomano.
Sus seguidores lo ven como un hombre providencial dispuesto a purificar el islam, corrompido por unos dirigentes que se tienen por musulmanes y que no lo son, que han engañado a los musulmanes imitando la corrupción de Occidente y actuando como vasallos del capital y de intereses foráneos y ajenos al islam.
El Califato es una consecuencia natural de la evolución del EI, que ha sabido sacar ventaja que le proporcionó el sectarismo y el vacío de poder que creó la invasión americana de Irak en 2003 que acabó con el gobierno de Saddam Hussein y destrozó el país. Esta evolución se expandió a Siria a partir de 2011 gracias también al sectarismo y al vacío de poder que se creó con el apoyo exterior a las revueltas iniciales.
El EI ha sabido aprovechar el descontento generalizado que ha suscitado el caos en Irak y Siria para gobernar con rigor y bajo la amenaza de una violencia que se aplica rigurosamente en sus más diversos grados contra todos aquellos que combaten lo que representa el Califato de Abu Bakr al Bagdadi.
La población del Estado Islámico colabora con el Califato voluntariamente o por temor al castigo y las represalias, y los disidentes, espías y pecadores son juzgados severamente y sin misericordia, y ejecutados mediante los métodos más diversos que son grabados y difundidos inmediatamente a todo el mundo.
Un informe del Economist de septiembre de 2014 señalaba que el sistema judicial del Califato está a las órdenes de doce magistrados islamistas que tienen su sede en Raqqa, la capital del EI en Siria.
Esos doce magistrados son saudíes de nacimiento, una circunstancia que ilustra el carácter transnacional del Califato. La presencia de yihadistas llegados de todos los lugares del planeta confirma su condición de fenómeno transnacional, y lo corroboran los vástagos del EI en todo el mundo.
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