EL CAIRO
Abandonando El Cairo por una de las carreteras que conducen hacia la ciudad costera de Ain Sokhna, en el Mar Rojo, un puesto de control despunta en solitario a medio camino. Enfrente, un aburrido grupo de jóvenes uniformados custodia lo que parece ser solo el vasto y vacío desierto que se abre paso detrás de ellos.
A escasos kilómetros de la caserna, algunos edificios monumentales se empiezan a erigir en el páramo sin aparente coherencia. A simple vista podrían parecer un espejismo, pero los carteles que se alzan junto al asfalto les delatan. Las obras son parte del proyecto más avaricioso del régimen del ex jefe del Ejército y actual presidente de Egipto, Abdel Fatah Al Sisi: una nueva capital de 714 kilómetros cuadrados construida desde cero en el desierto, a unos 35 kilómetros al este de El Cairo y a unos 60 de la ciudad de Suez.
La futura capital de Egipto estará dividida en distritos temáticos que prometen convertirla en una urbe tan funcional como controlable
Fue durante una conferencia económica celebrada en Egipto a mediados de marzo de 2015 cuando saltó la noticia. Sin ningún tipo de consulta previa, el entonces ministro de Vivienda y actual primer ministro del país, Mostafá Madbuly, hizo pública la decisión del gobierno de construir una nueva ciudad que sustituiría El Cairo como capital del país.
Esquivando la espontaneidad que da forma y carácter a los barrios de ciudades como El Cairo, la futura capital de Egipto estará dividida en distritos temáticos que prometen convertirla en una urbe tan funcional como controlable. Haciendo las delicias del régimen, el espacio para la improvisación urbana, muy común en El Cairo, va a ser nulo.
Por si el proyecto base no fuese suficientemente ambicioso, las autoridades anticipan que la nueva capital será la primera ciudad 2.0 del país. El control inteligente del tráfico, las casas inteligentes o la gestión inteligente de recursos son algunas de las promesas de sus responsables, que aseguran que también habrá cámaras de vigilancia por toda la urbe.
Debido a la gran superficie reservada para el proyecto, todos los esfuerzos se concentran ahora en la primera fase de un total de tres. Estos 168 kilómetros cuadrados iniciales, sin embargo, se convertirán en el corazón de la ciudad, albergando los grandes centros de poder político y económico, y tendrán un coste de entre 20.000 y 25.000 millones de dólares.
Será también en esta primera fase donde se encontrarán algunos de los sueños más megalómanos del régimen, como la mezquita con más capacidad de Egipto y la catedral más grande de Oriente Medio, ambas ya construidas. Y totalmente vacías. Asimismo, la futura capital debería contar con la mayor ópera de Oriente Medio, la torre más alta de África, o una zona verde dos veces más extensa que el Central Park de Nueva York, que atravesará el centro de la ciudad imitando el paso del río Nilo por El Cairo.
Debido a la gran superficie reservada para el proyecto, todos los esfuerzos se concentran ahora en la primera fase de un total de tres
Este multimillonario plan se está construyendo, según la versión oficial, con el dinero obtenido a través de la venta anticipada del terreno, y los responsables insisten en que no reciben fondos de las arcas del Estado y que el Ejército se limita a supervisar su ejecución. En la práctica, no obstante, ambas cuestiones resultan hasta cierto punto un enigma.
En este sentido, el Ministerio de Vivienda posee el 49% de la empresa encargada de desarrollar la urbe, y el Gobierno asume el coste de, al menos, el distrito gubernamental. Por otro lado, las filas castrenses ostentan el otro 51% de la compañía, son las promotoras de algunas partes de la ciudad y, aunque no construyen nada, es difícil pensar que su imperio económico no se beneficia indirectamente de unas obras tan gigantescas.
Lo que tampoco está claro a estas alturas es el calendario, puesto que en los últimos meses los responsables de las obras han pasado de señalar el año 2021 como fecha para finalizar la primera fase del proyecto a apuntar hacia 2024. Aun así, la presión que cargan sobre los hombros los cerca de 200.000 trabajadores que se desplazan cada día hasta el lugar es importante, puesto que las autoridades quieren trasladar allí cuanto antes el Parlamento, los ministerios y la Presidencia.
La capital de la élite
La principal razón argüida por las autoridades para justificar la nueva ciudad es que El Cairo es un caso perdido y que una nueva capital permitiría evitar los errores cometidos allí y al mismo tiempo ayudaría a descongestionarla. “Necesitamos urgentemente la nueva capital”, asegura El Husseiny, portavoz de la Nueva Capital Administrativa para el Desarrollo Urbano (ACUD), la empresa a cargo del proyecto. “El Cairo está superpoblada, hay mucho tráfico y la infraestructura ya no es útil para sus ciudadanos”, agrega el militar, en un intento de justificar las obras.
Para lograrlo, los planes de la nueva ciudad pasan por albergar, cuando se haya terminado, un total de seis millones y medio de habitantes y 1.750.000 empleos. La viabilidad de estas cifras, no obstante, resulta muy cuestionable, y en cualquier caso insuficientes.
Egipto cuenta con un largo historial de nuevas ciudades que han acabado fracasando estrepitosamente
Egipto cuenta con un largo historial de nuevas ciudades, especialmente diseñadas en la órbita de El Cairo, que se han ideado para descongestionar la capital y han acabado no solo fracasando estrepitosamente en el intento sino centralizando aún más el país. En este sentido, las ocho nuevas urbes ideadas alrededor de El Cairo desde los años setenta aspiraban acoger 16 millones de habitantes y ahora apenas alojan un 8% de ese objetivo.
La nueva capital no parece que vaya a ser una excepción, ya que por ahora no se sabe ni cuándo se construirán sus dos siguientes fases, donde está previsto que se concentren la mayoría de los barrios residenciales, y hay quien teme que esas obras nunca arrancarán. Además, en la primera fase del proyecto no habrá vivienda social, lo que reduce el espectro de potenciales residentes a las clases altas del país.
Incluso en un escenario en el que se cumplen los números prometidos inicialmente para la nueva ciudad, ésta sería incapaz de aliviar la presión sobre El Cairo. Así, en los próximos diez años, está previsto que el Gran Cairo crezca en cinco millones de habitantes y que 1.680.000 jóvenes entren en la edad de trabajar, de modo que la nueva urbe apenas sería capaz de absorber ese incremento cuando aún le faltarían muchos años para terminar completamente las obras.
“Necesitamos otra ciudad importante, sea o no capital, pero ya existen ciudades que tienen la infraestructura y el potencial para convertirse en un centro importante, alejado de El Cairo y que permita descentralizar, disminuir su población y empezar a tener cierta migración hacia [allí]”, observa un arquitecto de El Cairo en condición de anonimato.
“La nueva capital solo se construye con la lógica de asegurar el nuevo régimen”, considera la antropóloga urbana Omnia Khalil
Por estos motivos, muchos egipcios consideran que el principal objetivo del régimen con la nueva capital es alejarse de Gran Cairo, donde viven unas 24 millones de personas, y recluirse en una ciudad diseñada bajo una lógica securitaria que permita evitar que el colapso sufrido durante la Revolución de 2011 vuelva a repetirse. “La nueva capital va a ser una ciudad militar, a la que el régimen va a llevarse a sus seguidores mientras hace que físicamente sea muy difícil llegar hasta ellos”, prevé el reputado urbanista David Sims. “Es un sueño para un gobierno autoritario”, agrega.
En esta línea, los actuales progresos de la nueva capital están teniendo lugar mientras el Parlamento egipcio está inmerso en un proceso de enmiendas constitucionales. Cuando éstas se aprueben en un referéndum popular previsto dentro de pocos meses, se establecerá en el país un nuevo orden político que cimentará aún más en el poder a Al Sisi y al Ejército. Cuando llegue el momento, un búnker les estará esperando. “La nueva capital solo se construye con la lógica de asegurar el nuevo régimen”, considera la antropóloga urbana Omnia Khalil, que concluye: “No quieren que un enero como el de 2011 vuelva a suceder”.
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