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Alemania La nueva vida del último emblema de un Berlín ya desaparecido

Tras el cambio de rumbo impuesto por la nueva dirección, un grupo de activistas quiere mantener viva el alma reivindicativa del simbólico teatro Volksbühne y pelear contra la gentrificación.

Decenas de personas frente a la puerta del emblemático teatro berlinés Volksbühne.

“Esto no es el final, es el principio”, dice una joven detrás del micrófono del improvisado escenario compuesto por la parte trasera de una furgoneta y dos grandes altavoces. Unas doscientas personas aplauden. A pesar de la fría tarde y la incipiente lluvia nadie abandona el césped situado frente al imponente edificio del teatro Volksbühne. Allí un grupo de activistas celebra la “representación” realizada una semana antes: la ocupación del teatro.

“Es importante estar aquí, defendiendo el verdadero Volksbühne”, dice uno de los asistentes poco antes de que el viento se lleve por el aire la pancarta con la inscripción “Doch Kunst” (algo así como ‘arte a pesar de todo’). Esa misma pancarta presidió la fachada del teatro a lo largo de los seis días durante los que el colectivo VB 61-12, formado por personas procedentes diferentes ámbitos profesionales y sin relación con el Volksbühne, tomó el control del edificio, hasta que la policía los desahució.

“Esta casa se construyó para facilitar el acceso a la cultura y para permitir que artistas crecieran aquí durante mucho tiempo”, explica Hendrik Sodenkamp. Él es uno de las cerca de 50 personas que planearon la ocupación bajo el nombre de "Staub zu Glitter" (del polvo al brillo), así como uno de los que aguantó hasta el final, cuando hasta 200 agentes hicieron acto de presencia. ”Pero ahora el concepto [del teatro] es comprar a artistas que ya son exitosos en otras ciudades. Así que solo se ofrece lo que se puede ver en cualquier otra parte del mundo. El Volksbühne, por tanto, ya no es un plataforma para la producción, sino un lugar para el arte de clase alta”.

Un símbolo de Berlín

El “Escenario del pueblo” o Volksbühne es para Berlín mucho más que un simple teatro. Se construyó en 1908 y su nombre era una declaración de principios: conseguir llevar el arte a las clases trabajadoras. Con la partición de Berlín tras la Segunda Guerra Mundial, el teatro quedó en la zona soviética, y allí siguió sirviendo el mismo cometido.

Al caer el muro, el Volksbühne vio cómo los muchos edificios vacíos del barrio de Mitte primero se llenaron de artistas y de vida contracultural para luego ser absorbidos y/o expulsados por los artes especulativas del mercado inmobiliario. Tras casi 30 años de Berlín unificada, el Volksbühne era una rareza dentro de uno de los barrios más gentrificados de la ciudad. Su director desde 1992, Frank Castorf, había conseguido mantener ese espíritu.

Acto de celebración de unos activistas en la puerta del teatro berlinés Volksbühne.

Acto de celebración de unos activistas en la puerta del teatro berlinés Volksbühne.

“Este era un lugar que, desde que la gente del Este derribó el muro, siempre representó una utopía, pero una utopía concreta. Una muestra de que se pueden cambiar las cosas”, explica a Público Christophe Knoch, portavoz de la Coalición por las Artes Independientes, quien a título individual apoyó desde el primer momento la ocupación del Volksbühne. “Por ejemplo, Carstof siempre decía que tienes que odiar a tu público; no amarlo, tienes que odiarlo. De esta manera presentaba sus obras. Nada era cómodo, nada era placentero. Las obras eran exageradamente largas, incluso mandó quitar las sillas un día y poner otros asientos en los que te dolía la espalda y deseabas que llegara el final”, añade.

Cambio polémico en la dirección

Todo eso ha cambiado con la llegada de Chris Dercon. El belga, antiguo responsable del museo londinense Tate Modern y con poca experiencia en dirección de teatros, ha cambiado por completo la idea del Volksbühne. Artistas internacionales, obras multidisciplinares y llenar el aforo como objetivo “más importante”, según una entrevista del propio Dercon a la prensa local.

Su nombramiento desató una oleada de críticas entre el mundo artístico e intelectual. Primero fue un grupo de trabajadores del Volksbühne el que publicó una carta denunciando “un derribo histórico de la identidad” y la implantación de un “consenso globalizado de cultura”, a lo que posteriormente se sumó una petición online en su contra que ha llegado a sumar más de 40.000 firmas. Algunos han ido mucho más lejos y han llegado a dejar excrementos en la puerta de su oficina.

El teatro ha contestado a las preguntas enviadas por este diario remitiendo a comunicados previos de Dercon en los que aseguraba que la ocupación “dificultó y puso en peligro” el funcionamiento del Volksbühne. El director belga, que ha recibido el apoyo de importantes nombres de la escena artística alemana, siempre se ha defendido de todas las críticas recibidas tildándolas de “prejuicios”, ya que las protestas comenzaron antes de que presentara su programa.

La importancia del Volksbühne para Berlín va mucho más allá de su carácter simbólico, pues se trata de una institución financiada con dinero público. El actual alcalde socialdemócrata Michael Müller fue el que tomó la iniciativa para la contratación de Dercon, pero desde finales de 2016 el responsable de Cultura de la ciudad-estado es Klaus Lederer, de Die Linke (La Izquierda), quien hizo campaña en contra del nuevo director.

La polémica en torno a este teatro trasciende el mundo artístico y cultural y se asienta sobre la idea de qué tipo de ciudad quieren los berlineses. “¿A quién pertenece la ciudad?”, era otra de las consignas lanzadas desde el improvisado escenario frente a la fachada del Volksbühne.

“Durante la ocupación, nos ofrecieron quedarnos en dos salas del teatro, pero no podíamos aceptar pues la idea de esa representación era demostrar que hay mucho espacio para todos nosotros, y además queríamos que más y más gente viniera. Y cuando estábamos a punto de dar nuestra oferta, las negociaciones se cortaron por la llegada de la policía”, recuerda Sodenkamp. “Ahora seguimos demostrando que queremos negociar. Pero si ellos no quieren, nosotros todavía estamos aquí. Esta ciudad tiene muchos espacios y vamos a continuar con nuestra representación de una manera u otra”, concluye.

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