Madrid
Actualizado:Un nuevo ensayo se suma la creciente y necesaria reflexión pública acerca de nuestra dependencia digital cotidiana y a las contradicciones que ello conlleva: ¿estamos más seguros porque estamos más vigilados? ¿Somos más libres porque podemos comunicarnos potencialmente con cualquier otra persona en el mundo? ‘Error 400’, de la periodista Esther Paniagua, sobrevuela todas estas cuestiones de manera critica, pero positiva.
Contactar con Esther Paniagua para una entrevista es todo un periplo: la autora de 'Error 404, ¿Preparados para un mundo sin internet?' (Debate, 2021) responde a los privados en Twitter, a los mensajes en Signal y también a los SMS, pero coordinar las respuestas es una auténtica locura. Al final, encontramos un hueco para hablar con tranquilidad de su libro —por cierto, no es tan apocalíptico como su título indica— en el que muestra de forma metódica y fácil nuestra dependencia de las tecnologías de la información.
De hecho, Paniagua podría haber hablado perfectamente de un mundo sin electricidad —de hecho, existen ataques informáticos que pueden causar apagones— o sin agua. El panorama vendría a ser muy parecido.
Periodista todoterreno, la autora investiga y divulga desde hace unos años cómo nos afectan las tecnologías emergentes en nuestra vida y en nuestra sociedad. Por eso, el libro de Paniagua contiene la visión curiosa y crítica de la autora; que nadie espere un ataque a la digitalización de nuestras vidas, sino una guía para saber qué hay detrás de las pantallas que toqueteamos a diario. Se une así a una ola de autoras españolas, como Marta Peirano, Paloma Llaneza o Marta García Aller, que abordan de una manera excelente en el fascinante y ubicuo mundo de las sociedades conectadas, sus aportaciones, su capilaridad y sus riesgos.
El propio título del ensayo ya adelanta su apocalíptico punto de partida; un "error 404" es un mensaje que recibe un usuario de un servidor cuando éste indica que el navegador no ha podido conectarse a un sitio web porque no existe el recurso solicitado.
Por cierto, la idea investigar los cambios y los riesgos que estamos obligados a asumir por la irrupción de las redes —especialmente internet— surgió, según confiesa a Público, de una conversación con un colega frente a un vino (todo muy analógico) hace un tiempo. La pregunta clave, que es el motor de este ensayo, no podía ser otra que ésta: "¿Qué pasaría si de un día para otro nos quedamos 'desconectados'?".
¿Por qué este libro y porqué ahora?
En una conversación con mi amigo Toni García hablamos de Daniel Dennett, un filósofo de la ciencia experto en temas cognitivos. Él lo entrevistó en Vancouver acerca de la posibilidad de que internet se cayera y las reacciones de pánico que viviremos. Y Toni me dijo que podría escribir un libro parecido. Yo no quería, pero al final le di una vuelta y pensé en vincular esa idea con los temas que a mí me llaman la atención, alrededor del impacto social de la tecnología.
"El mundo virtual y el físico conforman nuestra realidad"
Creo que investigar las vulnerabilidades que tiene internet como infraestructura muestra también a la dependencia de las redes que tenemos todos, no sólo técnica sino emocionalmente. También creo que el momento es adecuado porque es urgente que reflexionemos acerca del mundo digital irreal en el que estamos viviendo. Digo que es irreal por el postureo, las visiones sesgadas, los fakes, las granjas de cliks que manipulan las tendencias, los contenidos creador sólo para generar tráfico... Pero vaya, quiero incidir en que internet no es un mundo separado, es muy real: lo que pasa ahí nos afecta de igual manera. El mundo virtual y el físico conforman nuestra realidad.
¿Qué es lo urgente?
Pues ser consciente de todo lo que está pasando, cómo se están vulnerando nuestros derechos fundamentales de manera sistemática en nuestra vida conectada, que es parte de la realidad cotidiana.
Hay una parte de este libro dedicada al cibercrimen, bastante amplia. ¿Más vigilancia implica más seguridad? ¿Y qué pasa con la privacidad?
"Puede haber seguridad sin vigilancia"
Esto es lo que "vende" China. Tienen seguridad, y ¿quién no quiere seguridad? Vigilancia es seguridad, pero ojo, no vigilancia no significa automáticamente no seguridad. Puede haber seguridad sin vigilancia, y eso me interesa especialmente. Sabemos que hay formas de desarrollar tecnologías que se beneficien de nuestros datos para proporcionarnos todas esas ventajas que nos dicen que la tecnología os trae de manera que no violen todo el rato nuestros derechos, y es lo que tenemos que exigir.
¿Tecnologías como el cifrado o las cadenas de bloques?
Y otras relacionadas con la inteligencia artificial, como la privacidad diferencial o sistemas de aprendizajes diferenciados, que se basan en el aprendizaje automático pero que distribuyen y separan los datos e introducen ruido para que no se pueda saber de quién es cada dato recogido, etc.
Desde hace décadas ha primado el crecimiento económico de la tecnología en internet, derivado de una especie de 'salvaje oeste': mínimas normas y libertad de actuación sin pensar demasiado en las consecuencias que vemos ahora: falta de privacidad, control de los individuos, manipulaciones más o menos evidentes...
Claro, es que además todo en internet parece tal etéreo y tan inocuo, damos tantas cosas por sentado... Además, la red de redes nació sin un modelo de negocio, y la gratuidad que lo hacía tan libre. Parece que todo eso ha derivado hacia que ciertas empresas recurran al modelo publicitario —que es el más fácil, lucrativo y escalable—, que es lo que nos ha conducido hasta aquí.
Hablando de cibervigilancia, ¿cómo queremos la biometría, que parece la siguiente frontera de nuestra privacidad?
No la queremos para nada si no hay salvaguardas y sin auditorías. La biometría puede ser útil, no digo que no lo sea, para ciertos usos, pero tenemos que asegurarnos de que nadie recopila nuestras caras, que no se van a usar para fines que no hemos permitido, que los sistemas biométricos se utilicen para fines muy, muy justificados y proporcionales... y que ademes funcionen. No olvidemos que las tecnologías de reconocimiento facial o biométrico que tenemos ahí fuera tienen unos niveles de precisión que pueden ser válidos para una estadística; sin embargo, si aciertan en nueve de cada diez personas, por ejemplo, esa persona que no ha sido bien identificada corre el riesgo de vivir un drama.
El libro denuncia de alguna manera el capitalismo de la vigilancia por problemas como ése, y además esta vigilancia termina privatizándose: la privatización de la gobernanza, una forma de romper los procesos democráticos. Y todo porque los gigantes tecnológicos lo hacen mejor y más eficiente que los gobiernos. El caso reciente del Reino Unido que va a subir a la nube de Amazon datos de su servicio de inteligencia es un buen ejemplo. ¿Cómo se puede evitar eso?
Pensemos en que nuestros datos están en EEUU y China, en miles de centros de datos. El hecho es que los sistemas que ofrecen estas compañías son eficientes y para las administraciones son muy convenientes y fáciles de usar; pero lo que podemos ver es que esas compañías están marcando las reglas del juego del funcionamiento de la vida online, algo que en nuestra vida física es totalmente implanteable: para algo tenemos votaciones cada cuatro años, y el sistema offline tiene al menos un cierto escrutinio público.
Me imagino, por ejemplo, qué pensaríamos si el Gobierno privatizase el Ministerio de Hacienda...
[Ríe] Sí, bueno, más o menos. Imaginemos que cada proceso en una administración estuviese en manos de una compañía que hace las cosas de una determinada manera, muy eficiente, pero de la que desconocemos cómo funciona internamente o por qué realiza algo de una manera y no de otra.
Por otro lado, ¿Podemos revertir esta tendencia? Yo lo veo complicado. Por ejemplo, yo no creo que la solución pase por trocear algunas de esas compañías gigantes, sino fomentar una competitividad rompiendo el beneficio del acceso a los datos, permitiendo la portabilidad de los datos personales de forma abierta, de los contactos… Ya sólo esto cambiaría bastante el panorama.
Pero llevamos años hablando de la portabilidad de los datos y los problemas siguen ahí...
Hay que trasladar esa idea no sólo a la protección de datos personales —de hecho, esta portabilidad ya la reconoce el Reglamento General de la UE sobre el tema (RGPD)— sino a todo lo demás. Y hay que invertir también en las alternativas más locales que permitan aumentar la oferta. En Europa hay alternativas de alojamiento en remoto (la 'nube') perfectamente competitivas que se pueden utilizar en lugar de Amazon Web Service (AWS).
Y, sin embargo, no se hace
Seguimos en el bucle, y a nivel individual también: utilizamos unas redes sociales y no otras porque es donde está todo el mundo. También hay que decir que a estas empresas les interesa tener un nivel de seguridad y garantías para los usuarios importante; no sabemos cómo funcionan, cierto, pero damos por sentado que al menos protegen nuestros datos de forma suficiente porque es el núcleo de su negocio. El principal problema que veo aquí es que si hay un ataque contra alguna de ellas, al ser tan pocas, nos podemos quedar digitalmente 'a oscuras' y apaga y vámonos...
O un simple fallo humano, como el reciente apagón de Facebook, WhatsApp e Instagram...
Exactamente. Además, un ataque puede ir dirigido a interrumpir tus servicios o, directamente, a secuestrar tus sistemas —como sucede con el 'ransomware'— o incluso cargarse todos tus datos y el contenido que albergas.
Algo paradójico que está sucediendo es que cuanto más se habla de estos gigantes y sus problemas que causan, más beneficio obtienen. Por si fuera poco, en muchos países esas redes son la puerta de internet para su población...
"Las redes sociales buscan la víscera, lo emocional, porque es lo que genera interacciones más intensas"
Al vivir de las interacciones, las redes sociales buscan la víscera, lo emocional, porque es lo que genera interacciones más intensas. Esto es lo que se busca, que constantemente estemos generando 'me gusta', comentarios fugaces, la viralidad... Se premia ese tipo de contenido porque es el perfecto para sus intereses comerciales, necesitan nuestra atención. El acceso a la desinformación más llamativa y visceral es más fácil que a los hechos verificados y la evidencia, que normalmente es menos atractiva o polarizante por sus matices.
¿Somos 'yonquis' de las redes sociales y demás plataformas de internet?
Yo creo que sí somos unos 'yonquis' de internet: el 61% de los españoles —yo entre ellos— se levanta por la mañana mirando el móvil. Suena triste, yo me justifico a mí misma porque me pongo a mirar noticias, recordatorio de cosas, mi móvil funciona como mi agenda y es parte de mi trabajo. Para mucha gente es una herramienta de trabajo; sin embargo, mientras estaba investigando para el libro, mucha gente con la que he contactado me ha confesado que les gustaría que se cayese internet porque están hartos de estar conectado todo el día. Somos 'yonquis' de internet porque el modelo de negocio es que estemos la mayor parte del tiempo conectados.
"Somos 'yonquis' de internet porque el modelo de negocio es que estemos la mayor parte del tiempo conectados"
No sólo las redes sociales, sino plataformas como YouTube, todas ellas están diseñadas de modo que constantemente generen bucles lúdicos que nos producen una liberación de dopamina en el cerebro, como cuando comemos algo muy rico o tenemos un orgasmo. Un 'me gusta' a algo que has puesto en una red social da placer. Y eso se une también al miedo de perderse algo (el llamado FOMO), a la necesidad de pertenencia a un grupo... Todo esto —qué nos importa, a qué tememos y qué nos mueve a hacer algo— lo saben estas empresas, son muy buenas haciéndolo. También lo son analizando nuestros metadatos, de los que se infiere muchísima información. Ni siquiera nosotros tenemos el acceso a tantos datos, y quizá sería bueno para conocernos a nosotros mismos.
¿Es usted optimista o pesimista?
Me defino como optimista crítica. Sin una visión crítica o vamos a ninguna parte, pero es diferente de ser una cínica o siempre escéptica en todo. Un poco de escepticismo está bien como marco para tener una visión crítica, pero no como filosofía de vida. No creo que sea bueno desconfiar de todo. Lo que pasa es que yo comencé mi carrera profesional haciendo periodismo de Ciencia y Tecnología porque me parecía una fuente de buenas noticias, pero profundizas en la realidad y ves que también hay sombras. Este libro es un reflejo de cómo la realidad te lleva a preguntarte qué pasaría si se cae internet de repente, pero también a darte cuenta de que estamos a tiempo de hacer las cosas mejor, que es como empieza el prólogo de mi libro. De hecho, lo he escrito también para aprender también yo.
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