Madrid
Actualizado:La filósofa y escritora Elizabeth Duval (Alcalá de Henares, 20 años) disecciona cada semana en sus columnas en Público los pormenores de nuestra agitada actualidad política. Lo hace sin miramientos, echando mano del bisturí, con precisión y entusiasmo. En esta entrevista nos habla de encrucijadas ideológicas, "conservadurismos progresistas" y transfobia.
Parece que la izquierda no está sabiendo hacer frente a las extravagancias liberticidas de Ayuso. ¿Qué cree que falla?
Sí, y es algo que parece darle banda ancha a la derecha. Creo que hay cierto miedo desde la izquierda a decir barbaridades porque tememos que la reacción va a ser siempre mucho más prejuiciosa. Por eso estamos siempre tan modositos y recatados, orgullosos de analizarlo todo en profundidad, pero esto no deja de ser un complejo. La política, entre otras cosas, se fundamenta no tanto por grandes ideas vehiculadas, sino por absolutas banalidades, cosas que pueden parecer muy poco importantes o aleatorias.
¿Cree que la izquierda se piensa demasiado?
Creo que la izquierda ha creado esta especie de cultura del enfrentamiento por cuadrillas, en la cual un montón de pequeñas organizaciones distintas se enfrentan entre ellas. Esto es algo que habría de cambiar. Luego están esos supuestos todólogos que tienen la solución para todos los problemas de la izquierda y que saben bien qué es lo que necesita. Creo que habría que guardarse un poco y dejar de pensar que se tiene razón todo el tiempo o que por tener razón se va a resultar victorioso.
Tener la razón moral no conlleva tener la razón política… ¿Debe la izquierda bajar al barro?
Creo que hay gente que estaría dispuesta a bajar al barro de lo moral. Hay corrientes dentro de la izquierda que al declararse antiliberal no sólo quieren impugnar el sistema económico del liberalismo, sino también deshacerse de un cierto liberalismo cultural, de una multitud de derechos civiles que van ligados a esta doctrina. Me parece que la respuesta no es tanto bajar en lo moral como ser más inteligentes.
¿En qué sentido?
A veces parece que la izquierda para ser moralmente digna ha de mantener el mismo discurso en todas y cada una de las plazas a las que concurre. Creo que puede ser más inteligente, no creo que sea una traición a sus principios que en discursos puramente instrumentales, como pueden ser los mítines, eluda determinados temas. La izquierda, para ganar, no tiene por qué retorcerse o bajar a ese barro del que hablamos, tampoco volverse homófoba o racista como algunos creen, bastaría con un poco de astucia.
Es obvio que se quiere otra vida... ¿Cómo puede la izquierda conjugar todos esos deseos y aspiraciones individuales con conceptos como la solidaridad o la responsabilidad social?
Mark Fisher dice que la izquierda tiene que hacerse cargo de los deseos que el capitalismo ha creado y que no es capaz de satisfacer. Creo que esto es clave, la sociedad no es lo suficientemente igualitaria ni meritrocrática como para que alguien pueda aspirar a habitar esos modelos de vida con los que el capitalismo nos seduce. La izquierda tiene que ocuparse de eso y vender un modelo de vida que sea deseable, un modelo que sea bueno y al que queramos aspirar. El problema es que ese modelo alternativo de vida tiene que ir ligado a la propuesta de otro modelo socioeconómico, es decir, no se trata exclusivamente de vender esos deseos, eso ya lo hace el capitalismo, sino de ofrecer el camino para satisfacerlos.
¿Qué se puede hacer frente a la provocación ultra?, ¿de qué forma puede la izquierda confrontar estrategias como la de Vallecas?
Aquí creo que es interesante tener en cuenta que no todos los movimientos son articulables por los partidos políticos. Más allá de que sumarte a los que reaccionaron ante las provocaciones puede conseguirte votos en Vallecas, a un nivel de lógica electoral tampoco es realmente lo más interesante. Creo que no está mal la reacción que tomaron en un primer momento tanto el PSOE, como Más Madrid y Unidas Podemos, consistente en no caer en la provocación, en no darles la atención que buscan.
Usted defiende en 'Después de lo trans' el derecho a que un fascista le llame "travelo de mierda" en un espacio virtual de libertad de expresión. ¿Se habría levantado de la mesa de haber estado en el debate de la Ser?
Creo que hizo bien Iglesias. También pienso que es compatible la defensa en un espacio como las redes sociales de la libertad de expresión, con la indignación o la crítica a los excesos que se puedan dar por esa misma libertad. Por otra parte, el hecho de que existan ese tipo de expresiones permite revelarse contra ellas y señalarlas como algo que no es deseable. En todo caso son el síntoma, no el origen de la enfermedad. Lo que es aceptable dentro un debate político y lo que es aceptable que se profiera en espacios como las redes sociales no tiene por qué coincidir.
¿Cómo explica la dificultad de la izquierda a la hora de interpelar a la clase obrera?
Yo creo que aquí hay una cuestión sociológica que es que buena parte de la izquierda actúa como si su base electoral mayoritaria fuera esa presunta clase obrera de la que hablan. En España, el voto de los obreros no especializados va mayoritariamente al PSOE, que no es que apele precisamente a la clase trabajadora con sus medidas económicas. Resulta que la clase trabajadora no cumple ese retrato robot preestablecido por la izquierda, lo cual no quiere decir que esta deba plegarse a lo que la clase trabajadora estaría aparentemente deseando, ni siquiera que aquello que desea fuera algo que ya está configurado, dado de antemano o que es rígido e inflexible a cualquier estímulo externo. La clase trabajadora no vota puramente por sus intereses de clase, si lo hiciera, tal y como algunos desean, el resultado de las elecciones sería bien diferente.
En el epílogo de 'Después de lo trans' hace referencia a un "conservadurismo progresista".
Es una reflexión que va en la línea de esa idea de Alba Rico que dice que hay que ser revolucionario en lo económico, reformista en lo institucional y conservador en lo antropológico. El gran proyecto neoliberal es la fragmentación y la disgregación de las estructuras sociales, debemos ser capaces de combatir esa constante disolución, y para ello hay que conservar, e incluso restaurar y refundar esos lazos sociales que se están perdiendo. Es en ese sentido en el que la izquierda ha de ser conservadora.
¿Qué ha pasado para que en cuestión de un par de años cierta izquierda pase a rechazar a las personas trans?
Yo creo que se debe, entre otras cuestiones, a una lucha de poder entre el PSOE y Unidas Podemos. Cuando Unidas Podemos llega al Ministerio de Igualdad y se hace con organismos como el Instituto de la Mujer, esto no cae bien en el PSOE. A fin de cuentas es un partido que ha hecho de la igualdad su gran bandera, lo que les distinguía. Se ha producido, además, un ciclo de movilizaciones feministas muy fuertes y las encuestas dicen que ocho de cada diez mujeres jóvenes se sienten identificadas con los valores del feminismo. Todo esto ha sido percibido en el PSOE como una amenaza para el poder que sostienen muchas personas vinculadas a este partido desde el ámbito académico.
Esta pérdida de hegemonía, el hecho de que toda esta gente se vea desplazada de espacios de poder, parece haber legitimado determinadas posiciones tránsfobas. Por otra parte, y a un nivel más general, hay una izquierda reaccionaria que con tal de alcanzar mayor nivel de redistribución económica estaría dispuesta a prescindir de determinados derechos civiles. Esto se explica por la relativa caída o desintegración del espacio político de Unidas Podemos, lo que ha generado una desilusión que hace que surja una especie de rebelión o reacción contra lo que representó este partido.
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