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Actualizado:Los mercados son excesivamente cortoplacistas. Pero, a veces, sus exuberancias irracionales, como las calificó el expresidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, en la primera década de este siglo, revelan un estado de ansiedad tal que alumbran tensiones con elevados componentes de realpolitik. Justo lo que parece reinar en estos instantes dentro del tumultuoso e imprevisible ciclo de negocios post covid. Porque si desde mediados de otoño, cuando la escalada del precio de la energía, especialmente del gas, llevaba semanas en ebullición, su preocupación persistente era la formación de una espiral inflacionista que los bancos centrales de las potencias de rentas altas calificaron entonces, al unísono, de transitoria, ahora, cuando el Banco de Inglaterra acaba de situar los tipos de interés en el 1% tras certificar el cuarto movimiento alcista desde diciembre y la Reserva Federal, en el segundo toque del año, le sigue la estela y ha encarecido el precio del dinero hasta el 0,75% con un repunte de medio punto, la incertidumbre inversora se dirige hacia la persistente pérdida de vigor de las economías.
Las políticas monetarias tienen ese dilema; o elevar tipos para contener los precios en fases con presiones inflacionistas o reducirlos para espolear el crecimiento. Es su doble alma, que vaga en pena mientras desvela las vicisitudes de cada tesitura coyuntural. Y la de ahora, parece elevar esta tesitura a la categoría de asunto sin resolver. Al menos, de momento.
The Economist se ha hecho eco de ello. "La Fed causa un giro en los mercados financieros", titulaba una de sus noticias de esta pasada semana en la que incidía en las "trampas" del horizonte económico en EEUU, en el que destaca una "inflación con prima de riesgo", en su nivel más alto desde 1994, pese a que, en abril, su IPC se redujo dos décimas respecto al mes precedente, un retoque que no impidió un registro del 8,3%. Con retrocesos de liquidez en sus mercados de bonos, la reversión del ratio de rentabilidad de las emisiones a diez y dos años –amenaza de recesión en otros tiempos más ortodoxos– con beneficios corporativos históricos –signo, en cambio, de bonanza que parece en esta ocasión ficticia– y dificultades admitidas desde el seno de la Reserva Federal para vender sus activos hipotecarios adquiridos a la banca durante la Gran Pandemia tras dar por finiquitado su programa de compra de deuda corporativa y soberana para sanear sus cuentas de resultados.
Si el panorama financiero parece complejo, el macroeconómico no le va a la zaga y refleja ciertos episodios de alto voltaje. El principal, que el PIB se sumergió entre enero y marzo. A pesar de la buena dinámica con la que empezó el año, hasta el inicio de las hostilidades bélicas desatadas desde el Kremlin, el PIB americano se contrajo, en tasas anuales, en un 1,4% según la estimación inicial de la Oficina de Análisis Económico del Gobierno (BEA, bajo sus siglas en inglés), después de retroceder cuatro décimas respecto al último tramo de 2021. El dato, además de inesperado, supone los primeros números rojos de la mayor economía mundial desde que la pandemia del Covid-19 golpeó al país y provocó, en la primavera de 2020, una breve pero acusada recesión, y que terminó con la fase más prolongada de prosperidad –129 meses de alzas ininterrumpidas, desde junio de 2009– de la historia reciente de EEUU. Y confirma que la espiral inflacionista ha colisionado de lleno y en plena ruta con una aeronave que evidenciaba signos de haber entrado en una velocidad de crucero envidiable tras las vacunaciones masivas.
Entretanto, los precios de la energía, alimentos, vehículos, y de los recibos de suministro de los hogares siguen su escalada, al igual que en un mercado de la vivienda en constante rebote que da alas al encarecimiento de la vida, de la cesta de la compra y a una merma de la capacidad de ahorro de los hogares y de inversión de las empresas.
Ante la complejidad de la ecuación, numerosas voces de expertos se han sumado al debate, que parece girar en torno a las maniobras que realizará la Reserva Federal y si no se pisará demasiado a fondo el acelerador de las subidas de tipos ante su ya declarada prioridad de devolver el IPC a sus niveles previos a la epidemia. Porque ese parece el quid de la cuestión: cómo contener unos precios desbocados con una economía que emite señales de anemia y que tendrá que salir de su convalecencia sin estímulos monetarios ni tipos próximos a cero para conservar abierta la espita crediticia.
De igual modo que en Europa, el salto en la prima de riesgo entre los bonos alemán e italiano por las expectativas de endurecimiento de la política monetaria del BCE eleva la amenaza sobre la gestión de la deuda en la zona del euro. Y en EEUU -explica el semanario británico- el 60% de sus carteras de inversión se dirigen a las acciones bursátiles y el 40% a los bonos de Tesoro, lo que les ha reportado a sus propietarios un 11% de retornos de beneficios entre 2008 y 2021. Este año, sin embargo, están perdiendo el 10% de su capital. El epitafio de los tipos próximos a cero empieza a hacer cundir la certeza de que este ejercicio puede ser un punto de decadencia y de sufrimiento inversor. Los designios del mercado hablan de tres movimientos de medio punto en los próximos encuentros del Comité de Mercados Abiertos de la Fed.
Recesión o estanflación, esa es la cuestión
Trasladado a la economía, este ambiente financiero, que también se propaga en la órbita global, puede precipitar al PIB de EEUU a una recesión en los próximos dos años, avisa Goldman Sachs. Hecho al que concede hasta un 35% de probabilidades Jan Hatzius, su economista jefe. En una reciente nota a inversores duda de las predicciones del World Economic Outlook (WEO) del FMI, en el que deja entrever un escenario próximo a la estanflación este ejercicio. Al menos, entre las potencias industrializadas. En el banco de inversión americano se acude a la historia, desde donde se sugiere que la Reserva Federal tendrá, una vez más, "serias dificultades en endurecer la política de tipos lo suficiente como para enfriar la inflación sin causar una recesión" advierte Hatzius, igual que siempre la ha tenido a la hora de suturar la brecha entre oferta y demanda en el mercado de trabajo, donde los empleados registran un incremento salarial del 2%, muy por debajo del 8,3% que marcó el IPC americano en abril.
El error histórico de la Fed del que también habla Mohamed El-Erian. El asesor económico en Allianz y antiguo responsable de inversión en Pimco, se refiere la "ceguera cognitiva" de Jerome Powell que le llevó a retrasar "la jubilación" de una transitoriedad inflacionista que le tentó a la hora de prorrogar un ciclo monetario ya superado, el de los tipos próximos a cero y que, ahora, está impidiendo que la economía americana afronte un aterrizaje suave. Como lo refleja el que el IPC haya mostrado el primer y ligero retroceso en ocho meses en abril, aunque se mantenga todavía en cotas de hace cuatro décadas. El-Erian traslada a los gobiernos la responsabilidad de restablecer el control de una economía con motores en ralentización por la escalada de precios en las potencias industrializadas. Porque la reparación de la Fed –hablando en concreto de EEUU– con subidas drásticas de los tipos de interés podría precipitar en el mejor de los casos al mercado más grande del mundo a una delicada estanflación.
En una tribuna en Financial Times El-Erian da un 10% de opciones a la Fed de elevar tipos sin que produzca daños a la economía, un 40% a que la perjudique por incrementar de forma desaforada el precio del dinero, un 30% a un periodo de aceleraciones y frenos en la política monetaria que sirva para reparar las cadenas de valor en EEUU y el resto del mundo, deterioradas por la guerra de Ucrania, y un 20% final a que falle en ambos propósito y la mayor potencia económica caiga en un episodio de estanflación.
Una preocupación similar es la revela el ex economista jefe del FMI, Kenneth Rogoff, ahora en tareas académicas en Harvard, para quien si la Fed, como acaban de expresar sus autoridades, pretende reducir la inflación a los niveles previos a la pandemia tendrá que elevar tipos hasta el 5% lo cual supone una "seria advertencia, casi un obstáculo insalvable" para eludir la recesión. A su juicio, el PIB americano ya se asomará al abismo con un precio del dinero en el entorno del 3% y se pregunta si no sería conveniente que, durante un año o dos, la inflación pudiera estar anclada entre el 3% y el 3,5%. Algo por encima del límite no reconocido a la Reserva Federal pero que oscila entre el 2% y el 2,5%, ligeramente más benévolo que el tope del BCE, que ya ha flexibilizado durante el mandato de Christine Lagarde, pero que traería un dinamismo modesto. En su opinión, es preferible intentar un aterrizaje suave que conduzca a una estanflación, en vez de una recesión significativa con la inflación a raya. Rogoff otorga un 50% de opciones a cada una de ambas alternativas, si bien admite que en caso de que la Fed se pase de frenada con unas subidas desaforadas de tipos, los mercados de capitales se resentirán; en especial, los activos tecnológicos.
Más madera militar... Hacia el armamento atómico
Ante la debilidad económica, y con un conflicto armado en territorio europeo, con amenaza de una posible tentación nuclear y en plena carrera armamentística, intensificada a lo largo de este último lustro, la Casa Blanca, que ya había activado el botón del gasto militar muy por encima del de sus rivales geoestratégicos, ha decidido da un viraje en el destino de sus 773.000 millones de dólares de presupuesto en manos del Pentágono. Si la justificación de los últimos ejercicios se dirigió a la modernización barcos, aviones y material de artillería y tanques en cada uno de los tres Ejércitos, ahora, con la contienda bélica desatada por el Kremlin en Ucrania a punto de entrar en el tercer mes, la consigna que ha asumido el Congreso es focalizar los desembolsos en el armamento nuclear y la I+D+i militar. Con recortes en nuevos buques y cazas, además de en nuevas ofertas de ingreso en las Fuerzas Armadas.
La facción demócrata del legislativo ha encendido la mecha con iniciativas para activar a partir del 1 de octubre, cuando empieza el año fiscal, una dotación colosal después de la subida del 4,2% nominal –el 1,5% descontando la inflación– de los 742.000 millones de dólares del programa en curso. El secretario de Defensa, Lloyd Austin, se mostró "encantado" con la nueva capacidad de compra del Pentágono, según declaró una fuente próxima que prefirió guardar su anonimato a Bloomberg, una "de las inversiones más importantes de la historia de la seguridad nacional de EEUU", matizaba. En la que el Ejército del Aire aparece como el gran beneficiario de los servicios y de la industria militar, con sus 194.000 millones, un aumento del 8% en términos reales, según admitió el general James Peccia, su director presupuestario.
Pero estas tres cuartas partes del billón de dólares en Defensa forman parte de una partida aún superior, de 813.300 millones con las que se ha dotado a la coraza de la seguridad nacional, que incluye el arsenal nuclear que mantiene el Departamento de Energía y el FBI en una división de funciones perfectamente estructurada y sobre los que los demócratas buscan el respaldo de sus rivales republicanos en el Congreso aduciendo el incremento del presupuesto militar de China y las ínfulas imperialistas de Putin en Rusia. A propósito de la guerra de Ucrania. Y, por lo visto en algunas voces de la oposición, la doctrina ha calado e, incluso, les parece corta. "La propuesta del presidente Joe Biden, desafortunadamente, resulta inadecuada desde la perspectiva de los recursos", advertía Mike Rogers, representante republicano por Alabama en la Cámara Baja, que insiste en que "mis colegas y yo consideramos que nuestras Fuerzas Armadas necesitan un alza de fondos que esté un 5% por encima de la tasa de inflación".
Una de las recepciones estelares de recursos irá para el bombardero nuclear B-21 que fabrica la multinacional Northrop Grumman, que obtendría 5.000 millones para investigación y puesta en liza de sus prototipos frente a los 2.000 millones actuales. Los submarinos clase Columbia para la Armada que construyen General Dynamics y Huntington Ingalls sumarán otros 1.300 millones hasta los 6.300 para elevar su capacidad atómica. Además, recibirán financiación adicional a los incrementos decretados por la Administración Trump los misiles de crucero que forman parte de la nueva Estrategia de Defensa Nacional. En total, los gastos en armamento nuclear llegarían a los 34.400 millones de dólares en el próximo ejercicio fiscal, desde los 27.700 actuales.
También resurgen las partidas de I+D+i que se disparan hasta los 130.100 millones de dólares y que incluyen 16.500 millones para ciencia y tecnología; 4.700 para armas hipersónicas, 3.300 en material de microelectrónica e iniciativas 5G; 3.200 para innovación de los cazabombarderos B-21 y otros 1.000 adicionales para gestionar los sistemas de misiles, defensivos y ofensivos. Todos ellos, recursos directos. El resto, se conciben como inversiones garantizadas entre los tres ejércitos y las entidades ligadas a la Seguridad Nacional.
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