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China se ha instalado cómodamente en América Latina. Aterrizó con cheques al portador allá por 2006, casi sin dejar rastro, como una mano invisible, llegó a decirse desde el Departamento de Desarrollo de la OCDE, la división de esta institución multilateral para mercados emergentes, para establecer alianzas geoestratégicas con países del Hemisferio Sur americano, a las que les concederían líneas de financiación preferentes para sus planes de modernización económica y un programa de inversiones preferentes, cambio de acceso a sus materias primas, esenciales para garantizar el abastecimiento de la segunda economía del planeta. Cuyo PIB ha navegado alrededor de los dobles dígitos durante dos decenios. Hasta que el escenario post-crisis propició el cambio de su patrón de crecimiento, ahora dirigido hacia la demanda interna -consumo de las familias más inversión empresarial-, la digitalización y la diversificación energética.
Más de diez años después, el despliegue geoestratégico de Pekín en la región ofrece números asombrosos. Uno de ellos es el que dejó la Comisión Nacional para la Reforma y el Desarrollo (NDRC), el banco chino de inversiones en el exterior, a finales del pasado año: las empresas del gigante asiático llevan desplegados, con los pertinentes avales del Gobierno, más de 192.000 millones de dólares en proyectos de construcción de infraestructuras, desde puertos, aeropuertos, carreteras, líneas ferroviarias, oleoductos y gaseoductos o instalaciones eléctricas o de otros servicios públicos, entre otros. El equivalente al tamaño de la economía portuguesa o vietnamita.
El dato, revelado en un foro de inversiones en el exterior, centrado en América Latina por uno de los responsables de la NDRC, Li Xiaoyan, nombró la lista corta de socios que recibirán mayores inyecciones de capital chino en los próximos ejercicios: Brasil, Perú, Ecuador, Jamaica, Panamá y Ecuador. Además de los 31.000 millones de dólares de inversiones directas no financieras -las que realizan las empresas, sin acuerdos bilaterales con entidades bancarias- en 2016, último año contabilizado.
Impulso de China a la creación de empleo
Por si fuera poco, otra organización mundial, la del Trabajo (OIT), ha puesto cifra también a los empleos que las inversiones chinas han generado desde 1990 hasta 2016. Al menos, 1,8 millones de empleos netos; es decir, directos. Como resultado de su estrategia de comercio, inversión y planes de infraestructuras. El estudio, según el director regional para América Latina de la OIT, José Manuel Salazar, supone el 4% del total de nuevos puestos de trabajo creados durante ese periodo. “Las oportunidades que ha abierto China en la región no sólo son económicas, sino que se trasladan al ámbito socio-laboral”, lo que pone “en perspectiva la profundidad y solidez de las relaciones políticas y comerciales de Pekín”. La presencia de sus empresas “ha sido muy activa en los últimos ejercicios”. Y tiene visos de que “seguirá siendo así en los años venideros”, afirma Salazar.
El informe, firmado por los investigadores Enrique Dussel Peters y Ariel Armony, refleja que los lazos “han ido dinamizándose” con el paso del tiempo y que los flujos comerciales y de capital “han ganado en complejidad y sofisticación”. América Latina ha pasado de representar menos del 1% del comercio chino en 1992 a convertir a la segunda economía del planeta en el segundo socio comercial de la región. Y lo que resulta más sorprendente, América Latina no ha dejado pasar la oportunidad de exigir reciprocidad y se ha erigido en el cuarto suministrador de bienes y servicios en China.
Las oportunidades abiertas por China en la región se trasladan al ámbito socio-laboral, lo que añade “fortaleza” a sus relaciones
De forma desglosada, la OIT asegura que, entre 1995 y 2011, el comercio generó 1,15 millones de empleos (especialmente en Argentina, Brasil, Chile y México); entre 2003 y 2016, los flujos de inversiones, que totalizaron más de 120.000 millones de dólares en 271 grandes operaciones, lograron otros 260.000 puestos de trabajo, mientras que entre 2005 y 2016, los proyectos de infraestructuras con la imagen de marca China creó otros 350.000 aumentos de plantillas.
China es, según la Unctad, la agencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo, la tercera mayor potencia inversora mundial. Sólo por detrás de EEUU y Japón. Sus inversiones en América Latina han permanecido estables desde 2010, ejercicio del gran desembarco de firmas chinas en la zona, lo cual es altamente positivo teniendo en cuenta la contracción de capitales que se ha producido tras la crisis financiera de 2008, señala la Cepal, su institución hermana para el análisis económico en América Latina, que también anticipa que la entrada inicial en sectores como el energético y el de materias primas “sea diversificado” hasta expandir su alianza a otras industrias y servicios. La gran señal de alarma para el futuro es el excesivo endeudamiento del sector privado chino de los últimos años, circunstancia que está paliando el régimen de Pekín a través de la adquisición de activos de conglomerados empresariales e industriales que deriva a compañías a las que concede preferencia en concursos públicos nacionales. Aunque, entretanto, las naciones latinas han convertido a China en su gran destino exportador. En 2017, las ventas al gigante asiático crecieron un 23%, trece puntos por encima del repunte de las exportaciones de la región en todo el mundo, anuncia la Cepal.
Aislamiento de EEUU en la región
La paulatina presencia de China en América Latina contrasta con la firme decisión del Gobierno de Donald Trump de sacar a sus vecinos del sur del radar diplomático de Washington. No sólo por la persistencia en construir el muro de separación con México (aun a costa de comerciar con un asunto tan sensible como la inmigración) para lo que ha ofrecido legalizar a 1,8 millones de indocumentados (mayoritariamente latinos) como contrapartida con la que convencer al legislativo para que dé luz verde a su compromiso electoral y acabe con la parálisis de la Administración que se vive desde mediados de enero. También, porque su táctica hacia su llamado Patio Trasero interrumpe los pactos comerciales bilaterales que mantiene con otros países del Hemisferio Sur y concede una senda directa al presidente chino Xi Jinping en su declarado deseo de duplicar el comercio bilateral con la región, en 2025, hasta alcanzar el medio billón de dólares (casi la mitad del PIB español), e incrementar desde los 85.000 millones de dólares actuales, hasta los 250.000 millones, los flujos de inversiones chinas.
Washington debería estar preocupado porque el gigante asiático ha tenido éxito en su táctica
De hecho, sus dos principales brazos armados financieros -el Banco de Desarrollo de China y el Banco de Exportaciones e Importaciones- ya conceden más créditos a la región que el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Corporación Andina de Desarrollo (CAF) juntos. Por si fuera poco, además de los acuerdos bilaterales, Pekín tiene formalizados con países latinoamericanos fondos de inversión multilaterales y empresas como JAC Motors, acaban de redoblar su capital en México con 212 millones de dólares (para su planta de Hidalgo), con la que esperan crear 5.500 puestos de trabajo. Muchos de los que el presidente de EEUU trata de destruir con la amenaza a sus multinacionales de la automoción para que salgan de México y vuelvan a reconstruir Detroit.
Pekín, además, ofrece una perita en dulce a sus socios latinoamericanos. No por casualidad, les cita en un lugar preferente, dentro de su recién publicada estrategia estatal, para subirse al carro comercial e inversor de la Nueva Ruta de la Seda, que pone en liza 110.000 millones de dólares de las arcas estatales chinas para que el Belt and Road, su nomenclatura, desarrolle billonarios planes de infraestructuras rodadas, ferroviarias y marítimas e incentive los flujos inversores y comerciales. En la raíz de este proyecto, que tiene la firma personal de Jinping, está en juego la pretendida renovación de la imagen de Pekín como actor global y detractor del proteccionismo que auspicia en actual inquilino de la Casa Blanca.
Después de meses de retórica sobre este plan, el Gobierno chino ha puesto negro sobre blanco la “conveniencia” de que inversores de América Latina “puedan beneficiarse de este colosal proyecto”. Eso sí, dejando claro varios borrones en su reciente despliegue inversor en la región. Porque también advierte de los riesgos de sus intereses en Venezuela, de la incertidumbre de algunos proyectos en Perú y de varias reformas que perjudican al retorno de sus beneficios en ciertos países del Caribe. Aunque manifestando, por un lado, “la clara intención” de Pekín de “seguir consolidando sus inversiones” en sus socios americanos y constatando, por otro, que ya ha emprendido su prometido despliegue de fondos para inversiones exteriores, que pasará de los 6,4 billones de dólares actuales, a los 20 billones en 2020.
Una parte substancial de este suculento pastel (dice su estrategia oficial) se destinará a mercados con los que tenga formalizados memorándums de entendimiento; es decir, tratados que preserven los intereses de China. Y cita el Programa de Alianza de Inversiones con Brasil, de coordinación de capitales financieros para el sector del transporte y las infraestructuras en la mayor economía latinoamericana; el suscrito con el presidente argentino Mauricio Macri para restaurar la confianza inversora tras años de aislacionismo del país sudamericano en las plazas internacionales a cuenta de los impagos de su servicio de deuda, o la apertura al capital foráneo de México en sectores como las telecomunicaciones o el energético, de especial predilección en las carteras de negocios de las empresas chinas.
EEUU pierde poder estratégico en la región
“Trump debería estar preocupado”, admiten analistas del mercado y observadores de la política internacional, con la “permisividad con la que China se ha instalado en América Latina”, advierte Margaret Myers, directora de Diálogo Interamericano y Programa Mundial, porque “China ha tenido éxito en su táctica de penetrar en las economías de la región y lo ha logrado en un relativamente corto espacio de tiempo”. Y el Gobierno chino “está listo” para expandir aún más su dominio en la zona. En mercados como el de México, donde el probable desmantelamiento del Nafta, podría trasvasar a China parte de los 303.000 millones de dólares que exportó hacia su vecino del norte; no en vano, al gigante asiática apenas exportó 5.400 millones de dólares en 2016. Aunque Pekín también se beneficiará, a buen seguro, de la vuelta a la vieja política de embargos hacia Cuba o de la salida estadounidense de los acuerdos sobre el cambio climático en una región, la latinoamericana, en la que calan, cada vez más, los acuerdos medioambientales en
David Dollar, investigador de Brookings, insiste en un dato elocuente: “No hay ningún mercado latinoamericano entre los diez primeros destinos de la inversión china en el exterior, pese a que, desde el estallido de la crisis, ha enviado más de 106.000 millones de dólares a la región”. Pero este panorama “podría cambiar en los próximos años”, por la retirada estratégica de EEUU y por el “crecimiento sostenible de las colocaciones bursátiles” por parte de inversores chinos en los últimos ejercicios. Por si fuera poco, Dollar menciona que las empresas chinas “permanecen en estado inmutable” antes los cambios de gobiernos en la región.
Una de los interrogantes que se plantean para este año. En palabras del Alejandro Werner, director para el llamado Hemisferio Occidental del Fondo Monetario Internacional (FMI), las elecciones previstas para 2018 pueden ser un foco de retracción de las inversiones. Precisamente cuando la región tiene previsto crecer al 1,7% este ejercicio y al 2,9% en 2019. Después de dejar atrás las recesiones en Brasil, Argentina o Ecuador. Y sólo deja a Venezuela en números rojos; eso sí, en su particular agonía, porque su PIB se contraerá otro 15%, que se suma al retroceso del 14% del pasado año y al 16,5% del 2016.
Pekín busca duplicar el comercio con la región e incrementar los 250.000 millones sus flujos de inversión
América Latina se enfrenta a un año trascendental en las urnas. Con convocatoria de elecciones en Brasil, en octubre, con un clima de tensión por la presencia o no de Luiz Inázio Lula da Silva en la terna presidencialista, la debilidad del actual jefe del Estado, Michel Temer, o la baja credibilidad social de Geraldo Alckmim, del centroderechista PSDB. En México, en julio, después del penumbroso sexenio de Enrique Peña Nieto; en Colombia, en mayo, las primeras sin las FARC en activo, o en Venezuela, en constante deriva económica, política, social e institucional.
Un clima donde la diplomacia del panda, como se conoce a la acción exterior de China, sosegada pero cada vez más proactiva (en especial en asuntos económicos y, de un tiempo a esta parte, coincidiendo con el mandato de Trump, en su desafío de convertirse en el poder hegemónico global que rivalice con EEUU), se mueve como pez en el agua. Inspirada en las proclamas de Xiaoping de “mantener un perfil bajo, nunca tomar la iniciativa, pero marcar las diferencias”, la política exterior china ha sido adaptada a los tiempos por Jinping y ya ha logrado capear afrentas al orden global de su homólogo estadounidense en asuntos como el control del tipo de cambio del rinminbi o su declarado acercamiento a Taiwán. Pero, sobre todo, en el terreno económico-comercial, como su alejamiento de las tesis proteccionistas, junto a países como Alemania o el propio Reino Unido, fiel aliado de EEUU, con los que también ha conciliado en asuntos candentes de la globalización como el combate contra el calentamiento del planeta. No sólo con prestigio exterior, sino también con unas cotas de influencia nunca vistos desde Xiaoping en China.
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