A CORUÑA
Actualizado:El Ayuntamiento de A Coruña no informa sobre las personas a las que sanciona o deja de sancionar por no recoger las deposiciones que sus animales de compañía puedan ir dejando por la calle. “Facilitarlos va contra la Ley de Protección de Datos”, alegan los responsables de comunicación de la Alcaldía, “y hacerlo sería un poquito ilegal”. Así que no hay manera oficial de que un periodista sepa si Amancio Ortega, propietario y presidente de honor de Inditex, ha sido multado alguna vez por no cumplir con esa elemental obligación ciudadana.
¿Y a quién podría importarle eso?, se preguntará el lector. Pues en principio a nadie. Pero lo cierto es que la figura de Ortega se ha convertido en semejante icono en su ciudad de acogida -nació en la localidad loenesa de Busdongo de Arbas- que el más mínimo detalle sobre su vida privada se convierte en material noticiable. Como el que asegura que hace dos días fue visto recogiendo las cacas de su mascota mientras la paseaba por el casco histórico. En Inditex ni confirman ni desmienten la veracidad del suceso, respondiendo como otro argumento tan razonable como el del Ayuntamiento: “Sólo damos información sobre nuestra actividad empresarial, no sobre la vida privada de los empleados, los directivos o los dueños de la compañía”.
Ortega jamás ha concedido una entrevista y lleva años protegiendo su intimidad y la de su familia, manteniéndose alejado del ruido mediático que provoca su condición de hombre más rico del mundo un par de veces al año –su situación en el podio de las fortunas planetarias depende de que la cotización de las acciones de sus empresas supere a las de otros adinerados como Jeff Bezos y Carlos Slim -. Posee una fortuna calculada en torno a los 70.000 millones de euros y vive en una casa de varias plantas con hermosas vistas sobre la dársena coruñesa. Cualquiera la envidiaría, pero el inmueble es sobrio y nada ostentoso. Aunque el trato que le da la ciudad a la zona y a sus vecinos sí es de lujo.
Ortega se mudó hace unos años a esa casa en el Paseo do Parrote, que rodea la zona vieja por la fachada marítima coruñesa y por la que se accedía al Hospital Abente y Lago, donde el Servicio Galego de Saúde presta parte de la atención médica del Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña. Poco después de que el empresario se trasladara allí, se cerró la calle al tráfico permitiendo sólo el paso de autobuses urbanos y de los vehículos de los residentes. Desde entonces, una cámara vigila la zona para multar con 100 euros a quien osa circular por allí con su coche, aunque venga del hospital y dé media vuelta tras darse cuenta del despiste.
Probablemente sea casualidad, pero si no lo fuera, también es probable que a buena parte de la ciudadanía coruñesa ese privilegio a su prócer empresarial le parecería más que justificado.
Como muchos otros multimillonarios, Ortega mantiene una costosa actividad filantrópica que su entorno se cuida de hacer pública con regularidad. Pero él jamás se ha posicionado en torno a ninguna polémica ni sobre ningún un asunto político ni sobre ninguna injusticia social, ni siquiera a nivel local o regional. Y son contadas las veces en las que se ha dejado fotografiar junto a un político, aunque lo ha hecho con los de casi todo el espectro ideológico.
Gracias a eso quizá puede seguir paseando a su perro por su barrio como un ciudadano más, pero a costa de alimentar desde hace lustros un mito que se nutre de noticias que, siendo ciertas, rayan en lo ridículo: que si se ha comido un bocata de calamares en un bar de la zona vieja, que si se ha comprado unas camisas con su mujer en un Zara del centro, que si se chupado en el Porsche Cayenne el atasco de la rotonda de Sabón, a la entrada del polígono industrial de Arteixo donde está la sede de Inditex; que si una de sus nietas estudiaba en un colegio público de Oleiros, un municipio gobernado por un comunista...
“Su imagen es la de un santo en vida. Pero el servilismo de algunas personas hacia él por el dinero que tiene me parece repugnante”, señala Roberto Pérez, un veterano sindicalista de la Confederación Intersindical Galega (CIG). Advierte de que ese endiosamiento tiene mucho que ver con la dificultad para lograr mejoras laborales en las empresas de Ortega, donde las condiciones laborales no son ni de lejos lo que cabría esperar de una firma que obtiene miles de millones de euros de beneficios desde hace años –más de 6.500 millones limpios sólo en los dos últimos ejercicios fiscales- y que este año le proporcionarán a él personalmente otros .1386 millones más.
Inditex tiene unas 7.500 tiendas en todo el mundo y da trabajo a más de 170.000 personas. Pero según los sindicatos, muchas de ellas, sobre todo de las que trabajan en España, cobran salarios que no alcanzan el nivel de subsistencia, con contratos precarios, sin horarios fijos y con serias dificultades para conciliar su trabajo con su vida familiar.
Según Pérez, además, la situación empeora en las compañías auxiliares, algunas de las cuales trabajan en exclusiva o casi en exclusiva para el grupo de Ortega y que son “un submundo de condiciones laborales de verdadera explotación, tan atroces que rayan en la esclavitud”: sin convenio colectivo, con sueldos de miseria, jornada por encima del límite legal y horas extras estructurales que no se pagan, amenazas continuas de despido, discriminación de sexo, denuncias por acoso laboral y maternal... “En ese submundo están las cacas que Amancio Ortega no recoge”, resume.
La figura del empresario tapa todo eso. “Incluso a nivel sindical hay compañeros que lo amparan alegando que él no lo sabe, que los mandos intermedios lo tienen engañado y que desconoce las condiciones reales en algunos centros, sobre todo en auxiliares de textil, logística o tintado industrial. Pero él es el responsable, para lo bueno y para lo malo. Y además lo sabe, claro que lo sabe”, apunta Roberto Pérez. Entre otras cosas, explica, porque parte del mito de Ortega es cierto.
En esos centros es muy complicado hacer trabajo sindical porque las amenazas son constantes
Su esposa, Flora Pérez Marcote, suele acudir de compras a los comercios de Inditex en la Plaza de Lugo, en uno de los barrios nobles de A Coruña. Y las empleadas la temen. “En Zara Home le tienen pánico. Si una dependienta no le gusta y tiene contrato temporal, tiene los días contados. Y en Oysho hasta llegaron a trasladar a toda la plantilla, que eran dependientas con años en la empresa y que tenían un carácter más combativo, por gente afín y sumisa. En Stradivarius están más tranquilas porque por allí no suele ir”, narra el sindicalista.
Según Pérez, en esos centros es muy complicado hacer trabajo sindical porque las amenazas son constantes. Y pone de ejemplo a un compañero que renunció a ser delegado porque la directora de Zara Home –Eva Cárdenas, esposa del presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo y a quienes algunos apodan “la sargento de hierro” de Inditex- le advirtió en persona de que no se presentara por la CIG.
De las pocas fotos de Amancio Ortega con responsables políticos que han trascendido públicamente destaca precisamente la que se sacó el año pasado con Feijóo cuando ambos anunciaron que la Fundación del primero donaría 320 millones en equipos médicos para luchar contra el cáncer. El mito siguió alimentándose, y nadie se atrevió nunca a confirmar los rumores que insinuaban que detrás de esa operación, sin duda generosa y solidaria, podían estar los intereses de algunos fondos de inversión con participación en las empresas que fabricaban esos mismos equipos.
De hecho, en la intimidad, el empresario tampoco presume de ser un filántropo manirroto. Hace no muchos años, un grupo de profesionales e intelectuales del ámbito universitario y de la administración pública gallega, española y europea le propusieron que canalizara parte del dinero que destina a obras sociales a una fundación para la promoción de la investigación y la innovación empresarial, algo así como una Fundación Nobel que consolidara su legado como emprendedor y lo consolidara como motor del desarrollo económico en Galicia y en España.
La negativa de Ortega fue tajante y muy indicativa: “Yo no soy Bill Gates”. Puede ser. Al menos que se sepa, al expresidente de Microsoft, otro multimillonario convertido en icono de la campechanía, no se le ha visto paseando con su perro fuera de los muros de su mansión de Washington.
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