zaragoza
Quizás el término adecuado para definir la situación de España en términos macroeconómicos sea, más que la manida incertidumbre, el desconcierto. ¿O acaso no resulta desconcertante observar unos indicadores que continúan mostrando de manera generalizada un crecimiento robusto mientras la mayoría de los factores coyunturales apuntan a un parón recesivo cuya magnitud, intensidad, fecha de inicio y duración siguen, por otra parte, resultando imprevisibles a fecha de hoy?
El INE (Instituto Nacional de Estadística) ha certificado este viernes un crecimiento interanual del PIB del 6,8% al cierre del segundo semestre que sitúa el volumen de negocio del país por encima del récord registrado al cierre de 2019, en vísperas de la pandemia: 1,24 billones de euros entonces y 1,27 en los cuatro últimos trimestres en términos de demanda, con un ritmo de crecimiento prácticamente desconocido en los últimos 40 años (solo lo superan el 7,8% de 1973 y el 8,1% de 1972) apenas dos años después del mayor pinchazo desde la guerra civil.
Eso ocurre mientras, a escala global, los precios de las fuentes energéticas siguen disparados y en vísperas de una intensificación de la escasez en el suministro de alguna de ellas como el gas y el diésel, un cuadro que amenaza con gripar motores económicos como el de Alemania por su mayor dependencia de Rusia; con una inflación desbocada en Occidente que las autoridades monetarias tratan de reconducir con unas subidas de los tipos de interés que impactan directamente en las finanzas empresariales y las economías familiares y, entre otros aspectos, con el mantenimiento de algunas distorsiones en las cadenas de suministro que alteran la actividad industrial.
Y mientras esos nubarrones se van oscureciendo, a escala local el empleo y la recaudación tributaria se mantienen en niveles de récord y las empresas hacen acopio de créditos, lo que serían indicios de una fase de intensa actividad con visos de prolongarse, y el resto de indicadores 'menores' siguen sin dar señales de parón y muestran mayoritariamente alzas o estabilizaciones, pero no caídas; o, cuando menos, no todavía.
Así, las ventas del comercio minorista y la producción industrial seguían creciendo en julio, aunque con menor intensidad que en los meses previos y el consumo de cemento se encontraba en máximos históricos en el año móvil (de septiembre del 21 a agosto del 22), mientras la demanda de electricidad comenzaba a caer levemente y la matriculación de vehículos aceleraba su descenso, en ambos casos con los precios claramente al alza.
"Puede que el crecimiento se haya ralentizado durante el verano, aunque el turismo se ha seguido normalizando y la industria no refleja el impacto de la crisis energética. La verdad es que los indicadores que tenemos, que llegan a julio y agosto, no están dando ninguna señal negativa", señala María Jesús Fernández, economista senior de Funcas, para quien, no obstante, "parece claro que se acerca una recesión, aunque desconocemos su magnitud", cuyas claves estarán en "la reacción del consumo, la situación de la industria y la evolución de la crisis energética y la guerra de Ucrania".
Su análisis coincide a grandes rasgos con el del economista Manuel Garí, quien anota que "en sentido estricto no ha habido una recuperación económica potente, lo que ha habido es un regreso a los niveles previos a la pandemia. Los datos son decentes, pero estamos justo en la bisagra de la coyuntura, en un punto en el que cualquier desequilibrio en los países centrales puede tener consecuencias graves".
Y ambos sintonizan con Ángel del Castillo, vicecoordinador de Attac España, cuando asegura que "hace falta una bola de cristal para hacer pronósticos con la volatilidad y la incertidumbre que hay", a lo que añade que "en macroeconomía se depende mucho del entorno, y más en un país tan abierto como es España por el peso de las exportaciones y del turismo".
Es decir, que la cosa no va mal pero puede empezar a irlo, ya sea poco o mucho, aunque la sensación generalizada entre la ciudadanía es que, con independencia de lo que digan los indicadores y de cómo le vaya a uno mismo, ese pinchazo ya ha llegado: el último barómetro del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) recoge cómo en un país en el que dos tercios de la población (63%) asegura atravesar una situación económica buena o muy buena y un 25,5% admite encontrarse una mala o muy mala, casi siete de cada diez (69,6%) muestran una percepción negativa de "la situación económica general de España" y apenas uno de cada cinco (20,6%) tienen una positiva.
Quizás tengan algo que ver con esa distorsión entre lo vivido y lo percibido el "efecto anunciador" al que hace referencia Del Castillo o "la contaminación por el debate político" a la que se refiere Garí. En cualquier caso, la coyuntura proyecta sombras sobre varios sectores y ámbitos entre los que destacan la industria a escala local y la actividad en Alemania en la global.
"En Alemania se avecina una recesión, pero no sabemos de qué magnitud porque desconocemos cómo va a ser su escasez de energía", señala Fernández, que da por hecho que al mismo tiempo en España "vamos hacia una crisis industrial" provocada por el "inasumible" precio del gas para sectores como el químico, el metal, el de los fertilizantes o las papeleras, entre otros, cuyos procesos productivos dependen de esa fuente energética.
A eso se le suma la preocupación de esos sectores industriales por el hecho de que sus competidores de EEUU y China, con una presión energética de menor magnitud, puedan comenzar a arrebatarles clientes por sus menores precios.
¿Y a dónde pueden llegar la intensidad y las consecuencias de ese pinchazo en Alemania? No se puede predecir de manera fiable a fecha de hoy, aunque los economistas consultados coinciden en que una recesión el Alemania tendría consecuencias para otros países, entre ellos España.
"Tendrán mayores dificultades los países con mayor dependencia de la energía de otros, como Alemania, que es el motor de Europa; y eso tendrá consecuencias", apunta Del Castillo, mientras Garí destaca que "en el análisis hay mucho condicional y mucho condicionante, pero si Alemania entra en una situación de crisis puede tener consecuencias en muchos países dependientes, tanto por los insumos para su industria como por el gasto de sus trabajadores como turistas en otros como España".
El factor de la energía pesa menos en países como EEUU, que al contrario que Europa no se enfrenta a un riesgo de recesión por ese motivo, aunque no se puede descartar que esta acabe llegando por las restricciones a la financiación de la actividad productiva que están conllevando las subidas de los tipos de interés de la Reserva Federal, que ya se encuentran en el 3,25% sin que esa presión se esté traduciendo en un descenso de la inflación.
"Las causas de la inflación no están claras, porque las materias primas, los alimentos, la energía y los componentes ya estaban subiendo antes", destaca Garí, que advierte del riesgo que entrañan esas políticas monetarias ortodoxas ante un alza de precios de origen heterodoxo: "Todavía no disponemos de modelos que expliquen cómo funciona esta inflación, y eso hace que desconozcamos si las recetas tradicionales pueden ser efectivas. No podemos descartar que las subidas de tipos provoquen una recesión".
"La política monetaria va a ser una de las claves", señala Fernández, que vislumbra para los próximos meses "una situación similar a la de la covid pero cambiando los sectores. Quizás vayamos a llegar a una situación en la que sean los sectores más dependientes de la energía los que necesiten ayudas como las que necesitó la hostelería".
"También hay quien plantea que el problema real del gas puede no llegar este invierno sino el próximo si las temperaturas son suaves y se puede administrar las reservas", anota, algo que daría un poco más de margen para buscar suministradores y/o fuentes alternativas de energía.
Lo que viene sería, según apuntan los analistas, una crisis con notables diferencias frente a la iniciada en 2008 y también a la provocada por el coronavirus y las medidas adoptadas para afrontar la crisis sanitaria, en las que también resultó diametralmente opuesta la respuesta de las autoridades administrativas y monetarias.
De sus decisiones dependerá, en buena medida, el impacto que la evolución de la macroeconomía pueda acabar teniendo a escala microeconómica en los próximos meses.
"La riqueza que se ha creado en los últimos años tiene elevados componentes de desigualdad", recuerda Garí, que advierte de que "si puede haber una situación complicada para la gente es la de una estanflación, es decir, un estancamiento de la actividad mientras los precios siguen subiendo".
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