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"La injusticia duele mucho, pero hay que aceptarla"

Las tradiciones como las de Pantic siempre vuelven al Calderón. Hoy, es un entrenador reñido con el paro que se alegra más por el Atlético que por Simeone cuando el Atlético gana. “ A mí nunca me hizo falta besar al escudo ni hacer la pelota a nadie”, recuerda.

Milinko Pantic, exjugador del Atlético de Madrid y entrenador de fútbol. EUROPA PRESS.

ALFREDO VARONA

MADRID.- Hay tradiciones que no se pierden como la de recordar a Milinko Pantic (Loznika, Serbia, 1966) en el Atlético. Su recuerdo nunca será indiscreto. Al contrario: merece toda la poesía del mundo, espejo de un tiempo que nos hizo mejores. A los 49 años, Pantic es un hombre en lista de espera.

Un entrenador en paro con toda la rabia que eso implica. “Me muero si no trabajo”. Pero eso también es parte de su ideología, incapaz de derribar la esperanza. Lleva ya 21 años en Madrid, donde fijó su residencia. El tiempo no cambió su manera de ser, partidaria de las buenas conversaciones. Tampoco se rindió su pasión por los idiomas.

Hoy, le acompaña un diccionario de ruso que delata al hombre capaz de reinventarse y con la corazonada de que volverá pronto. “Un entrenador, en estos tiempos, debe hablar un mínimo de tres idiomas”, explica Pantic que, pese a todo, nunca dejará de ser uno de esos héroes del Calderón, una de sus leyes no escritas como tantos días de la década de los noventa. “Pero un mito no”, discrepa, “esos son otros, Kiko, Luis, Simeone…, pero yo no”

P. Usted era el jefe del Atlético de Antic y Simeone uno de sus lugartenientes y, sin embargo, ahora anda usted perdido por algún lugar.

R: ¿Jefe? Yo no era el jefe de nadie. Era un empleado más de aquel Atlético. Un hombre que hacia su trabajo. Pero jefe no, nada, no soy jefe ni en mi casa.

P. ¿Y si no vale para jefe cómo va a encontrar trabajo de entrenador?

R. No, no, eso es totalmente diferente. Entonces sí. Uno tiene que hacer valer su nivel de exigencia, no hay otra posibilidad si eres entrenador. Pero de jugador es distinto, no mandas a nadie; yo, en todo caso, era el líder humilde. Un hombre al que no le hacia falta besar el escudo ni hacer la pelota a nadie.

P. Quizá por eso ahora podría estar en paro.

R. Son cosas de la vida que uno tiene que aceptar. La injusticia duele mucho, pero siempre hay gente que progresa más rápido que tú. Ante eso, la única alternativa que veo es la de no perder la esperanza.

P. Todavía está en edad de aprender a venderse.

R. No sé. Me pasó como jugador y me pasa ahora. Quizá sea mi manera de ser. Ante eso no se puede luchar. Soy muy familiar, muy fiel, casi siempre cumplidor, no dejo nada a la improvisación, pero me falta ese punto de suerte, ese punto definitivo para ganar el partido. Me muero si no trabajo.

P. Y ahora no trabaja…

R. Los dirigentes miran mi currículum y dicen ‘este no ha entrenado en Primera’ y se olvidan de que estuve tres veces a punto de coger el primer equipo del Atlético o de que la experiencia es muy relativa, ¿qué es la experiencia?

P. La prueba está en Zidane.

R. La experiencia es una tontería. ¿Quién va a saber mejor que Zidane lo que va a pasar dentro de un vestuario? ¿Quién lo va a saber mejor que yo? Eso es una ventaja enorme, pero ahora vivimos la época del ‘show business’, vale más verte con un traje de Armani que con chandal… Hay mucho juego sucio y por eso yo me alegro tanto de los éxitos de Zidane.

P. ¿Y de los de Simeone?

R. Bueno, esta es una pregunta con mucho peligro; prefiero ser diplomático, reconocer que a mí lo que realmente me alegran son los éxitos del Atlético.

Milinko Pantic, exjugador del Atlético de Madrid y entrenador de fútbol. EUROPA PRESS.

P. ¿Qué fue de su amistad con Simeone?

R. Ser amigo es una palabra muy fuerte, compleja. He utilizado poco esa palabra en mi vida. Siempre pensé que tener amigos es difícil y a mi edad creo que mis principales amigos son estos tres que le voy a decir: mi mujer y mis dos hijas.

P. ¿De futbolista hablaba así?

R. Sí. Siempre prioricé la vida, la cultura. No me aparté nunca de ella. Yo no estudié por el fútbol, pero cuando lo hice fui un buen alumno. No cerraba los ojos delante de un libro. Ni siquiera en mis mejores años de fútbol. Había más cosas que el balón.

P. “Para marcar un gol de córner directo, lo único que es necesario es que el portero sea malo”, dijo usted una vez.

R. Sí, y lo sigo pensando. Nunca vi un gol olímpico en el que no fallase el portero. Por eso ahora me parece imposible que le hagan uno a Bravo, a Keylor, a Oblak… Es más, ya no veo ni a jugadores que se atrevan, porque los entrenadores se enfadan si lo hacen, les gustan más las jugadas ensayadas. En mi época también pasaba.

P. ¿Y entonces por qué usted se saltaba esa regla?

R. A veces, se me ocurría e imagino que pensaría “que sea lo que Dios quiera” o que el fútbol son emociones, todo lo que sepas hacer merece la pena intentarse…, yo tenia ese golpeo, esa posibilidad...

P. ¿Y cuando vuelva a entrenar pensará así?

R. El problema es que ya no veo a nadie que tenga mi golpeo, pero puede que sí, que daría algún consejo de intentarlo o de cómo intentarlo al futbolista que vea que puede hacerlo…

P. Fue usted un mito para el Atlético.

R. No. Los mitos están en otra posición distinta a la mía; yo ya no pertenezco a esa categoría. Mi salida del Atlético B no fue elegante. Por eso considerarme ahora como un mito… Un mito es Simeone, Kiko, Luis Aragonés…, a ellos todavía les canta la afición, pero a mí no, ya no. Por eso prefiero ser un empleado del club al que Antic trajo en su momento para hacer un trabajo. Y lo hice. Pero ya pasó.

P. Hay un hombre dolido en esta conversación.

R. No, porque acepto el olvido como una de las leyes no escritas en el fútbol; se olvida y se olvida, ya está, no hay que torturarse. Pero dolor con el Atlético, dolor con la rojiblanca, no, nunca. Miré, le contaré una historia, yo siempre fui de Partizan de Belgrado, mis propias hijas son de Partizan, y jamás me vi con una camiseta rojiblanca, porque esos eran los colores de nuestro gran rival, el Estrella Roja.

De hecho, a los 12 años cuando fui a probar con un equipo de la ciudad y me dieron una camiseta rojiblanca dije que yo no me la ponía. Sin embargo, resulta que a los 29 años llegué al Atlético y me enamoré de esos colores. Por eso digo siempre que la vida se escribe con historias que parecen irreales.

P. En su vida todo ha llegado siempre muy tarde.

R. Sí!!! Y no sé por qué!!! Es más, me pregunto por qué tengo que pasar por este camino tan duro…

P. ¿El paro le está agotando?

R. No, porque intento aprovechar el tiempo. Ahora, aquí me tiene aprendiendo, acompañado con un diccionario ruso…, en mi colegio todo el mundo hablaba ruso. Los idiomas son mi perdición, hablo inglés, griego, castellano, me defiendo en francés y, además, pienso que un entrenador, como mínimo, debe hablar tres idiomas en estos tiempos. El jugador necesita tu mensaje, no el de un interprete. No te puedes arriesgar a eso. Debes hablar con todo el mundo.

P. ¿El gol se explica con palabras?

R. No lo sé. He marcado más de 100 oficiales que para un mediocampista me parecen muchos, pero no lo sé.

P. ¿Y cómo explica usted el gol?

R. El día que marqué cuatro goles en el Camp Nou me convencí de que es imprevisible, ¡yo no marcaba cuatro goles ni en los entrenamientos! Pero ya no sólo es eso, sino que cuando marqué el gol de la final de Copa frente al Barça me quité la camiseta y mis hijas todavía me preguntan, ‘¿por qué?’ y me dicen, ‘papa, no te das cuentas de que eso no quedaba bien’, y sólo se me ocurre decirles que el gol es una alegría tan total, tan inexplicable… Quizá porque no era mi trabajo, yo venía desde segunda línea. No sé.

P. Usted hizo los goles en el Atlético que nunca hará Jackson, muy extraña rareza.

R. No, no, pero en este Atlético no había lugar para Jackson. Simeone se ha echado muy atrás y Jackson siempre estaba en deuda de oxígeno, y a mí me gusta. Creo que conmigo hubiera jugado. Pero también entiendo a Simeone. Tiene una idea y no la cambia por nada ni por ningún nombre ni apellidos. Hay que ser así y en un negocio como el del fútbol ya no se puede esperar a nadie, es lo que pasó con Jackson, la cosa es así.

P. ¿Tiene usted dinero de sobra?

R. Ni mucho menos. En mi época no se ganaba tanto dinero. Mi primer fichaje en Grecia fue por 20.000 dólares anuales. Pero da igual. en realidad. Si tuviera todo el dinero del mundo, seguiría sintiendo la misma necesidad de trabajar…

P. Su padre trabajaba de chófer.

R. Por eso a veces pregunto en casa dónde estaba mi genética de futbolista y nadie me sabe responder. A lo sumo, mi tío tenía algo de talento, pero nunca pasó del pueblo. Por eso siempre digo que yo nací con ese talento que en mi familia no sabíamos como explicar...

P. El fútbol le alejó a usted de la guerra de Yugoslavia.

R. El 13 de julio de 1991, unos meses antes de empezar la guerra, me marché a Grecia y cuando volví dos años después en coche, unas vacaciones de verano, lo máximo que escuché fueron tiros al otro lado del río Drina, la frontera entre Bosnia y Serbia. Mi casa está justo a 100 metros del río que adoro y que me hizo pescador. Y no, no supe otra cosa de la guerra. Tuve esa fortuna, yo y mi familia. A nosotros nunca nos pasó nada.

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