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Sentado en las frías gradas de cemento del madrileño polideportivo de Las Cruces, observando a vista de pájaro aquellas melés, la amalgama de cascos, rodilleras o coderas y las idas y venidas en patines, uno no sabía a ciencia cierta qué demonios era lo que estaba viendo. La primera de las dos mitades la pasé tratando de escudriñar qué sucedía sobre la pista, mientras el resto de los cerca de dos centenares de personas parecía bastante enterado del asunto. "Tranquilo que yo empecé como tú; no me enteraba absolutamente de nada". Adrián se solidariza conmigo durante un entrenamiento unos días después. Él fue primero un mero espectador y ahora es uno de los árbitros de roller derby, un deporte predominantemente femenino sobre patines con mucho de estrategia y contacto.
Este deporte, que nació a comienzos del siglo XX en EEUU, es mixto desde sus orígenes, aunque son las chicas las que más lo practican. En España, casi las únicas. En Norteamérica es todo un espectáculo, como sólo ellos saben concebirlo, igual que hacen con la NBA, la NFL o la NHL. En nuestro país, aunque a mucha distancia de EEUU, también hay un poco de show en todo esto. Las pinturas de guerra en la cara, la vestimenta, los decorados, los apodos, o los gritos forman parte de ello. También otras cuestiones. Por ejemplo, en su último duelo, ante las Freaky Monster Derby Ladies de Bélgica, una jugadora rival cayó lesionada y al instante todas las demás se arrodillaron a su alrededor, “en señal de respeto”. Después ocuparon su lugar los árbitros, que se mantuvieron ahí sin apenas moverse hasta que una camilla se llevó a la belga accidentada minutos después. “Lo hacen para que los curiosos no hagan fotos”, explican.
De EEUU son la mitad de los equipos de todo el mundo y allí es donde se rodó el film germen de buena parte de Roller Derby Madrid. "Mi mejor amiga está enganchada a todas las pelis frikis. Yo ya estaba metida en el mundo de los patines y un día me vino y me dijo: 'Tía, esto es lo tuyo'. Ella investigó por mí". "Vi la película y me dije: '¡Oh Dios! ¡¿Y esto?! ¡Quiero patinar así!'. Se empezó a formar un equipo y una amiga me comentó: 'Esto te pega un montón'". "Una compañera me habló de la película y me puse a buscar información".
La cinta es Whip it (Drew Barrymore, 2009) y quienes hablan son Adela Nieto, Eva Frugoni y Clara Martínez, respectivamente. Aunque se las conoce mejor por sus nombres de guerra: Adelita Terrores, Evita Problemas y Clara DesPISTES. “Al cabo de un rato, lo pillas; es fácil", me dicen. Veamos: dos equipos de cinco sobre patines en una pista ovalada. Una jugadora (llamada jammer) de uno de los conjuntos tiene que superar la barrera de cuatro bloqueadoras del combinado contrario. Sus cuatro compañeras tratan de ayudarla a pasar, al tiempo que impiden que la jammer del contrario las rebase. Cada vez que la jammer adelanta a las rivales, a partir de la segunda vuelta, consigue un punto. Todo dividido en dos tiempos de treinta minutos. No es tan fácil de coger a la primera, ¿verdad?
Más complicado aún parece compatibilizar las dos horas de entrenamiento durante tres días a la semana y los partidos con el trabajo, la pareja, la familia o la vida social. "Es muy difícil, pero sacamos tiempo de donde no lo hay. Cuando es algo que te gusta...", defiende Eva. Y tanto que le gusta. Dejó su Las Palmas natal por el madrileño barrio de La Latina sólo por este deporte. Allí era camarera y aquí es profesora: se ocupa de las actividades extraescolares de niños de cuatro a doce años en un colegio de Diego de León. Aunque todavía no les ha contado nada de su pasión secreta. "Me da miedo que empiecen a golpearse. ¡Es que son muy brutos!", confiesa entre risas. "Pero tenemos una vida aparte, ¿eh? Tampoco hay que dedicarle un millón de horas", advierte. A sus 30 años, ha competido profesionalmente en natación sincronizada y los fines de semana los estruja al máximo para pasarlos con su novio. E incluso también saca tiempo para viajar cuando no hay partido.
Tampoco Clara, de 32 años y profesora de Teoría de la Literatura en la UNED, se ha atrevido a confesárselo a sus alumnos invisibles. "Ni me conocen, es lo que tiene la educación a distancia". Pone una cara como de nervios, de sudor frío, como de estos emoticonos que tienen una gota enorme en la frente. "No creo que lo escondiera, pero tampoco les diría: 'Venid a verme al partido'. Más que nada porque cambiarían los roles, y en clase necesitas un rol de respeto que, de esta manera, se eliminaría". Vive en Arganzuela, luce un arete en la nariz y unos labios pintados de un rojo intenso. Sus compañeras reconocen que su apodo, Clara DesPISTES, le hace todos los honores, porque no hay manera de que llegue a la hora de los entrenamientos o de los partidos, o de lo que se dé.
"Es que, en realidad, somos súper héroes". Quizás exagera algo Adela, de 34 años, que reside en Vallecas y es responsable de imagen de una firma de relojería. "Nos quitamos horas de todo. Las parejas se rompen; o dejas de tener o se acaban uniendo a nosotras", afirma. Justo lo que le ocurrió a Jessica DeCamp (AKA Madame Psychosis), de 24 años, malasañera de pro, y empleada en una editorial de libros de arte. Su mujer -desde hace poco- no le hizo mucho caso a su idilio con los patines hasta que vio un partido hace unos meses y sólo tardó un día en decir: "¡Por favor! ¡Me quiero dedicar a esto ya!". "Yo estoy intentando que mi novio entre de árbitro", confiesa Eva. "¿Patina?", le pregunta DeCamp. "Naah, pero le enseñamos rápido". Todas ríen.
No se circunscribe ese buen rollo únicamente a este grupo. Es algo generalizado y lo comprobamos cuando abren las puertas de la pista del barrio de Aluche en la que van a entrenar duro un par de horas, hasta las 23.00. Comparten confidencias sobre su vida y cómo les ha ido el día mientras se cambian de ropa y se ponen las protecciones haciendo piruetas con una sola pierna, sentadas o en cuclillas. De pronto, entre los cuchicheos, se escucha a lo lejos a alguien que está montando un buen alboroto. “¡¡¡TÍAAAAA!!!”, es lo más repetido entre gritos, risas y abrazos. La protagonista del follón es Almudena, que acaba de regresar de Londres para pasar las vacaciones de Semana Santa y ha aprovechado para volver a reunirse con sus excompañeras. Hace unos meses que, igual que muchos otros jóvenes, dejó España en busca del empleo que nuestro país le negaba. En Reino Unido lo encontró. Trabaja de enfermera y allí, bajo el apodo de Rude Rider, continúa dándose porrazos y patinando. “El sobrenombre viene de la música jamaicana, que me encanta. De los rude boys y las rude girls”.
Soul, jazz y ska. Pero también heavy o reggaeton. O rock. En Roller Derby Madrid cabe casi todo. Un grupo formado por una treintena de profesoras, informáticas o diseñadoras, entre otros empleos, y cuya edad media ronda los 30 años. Un bloque que perfectamente puede ser ejemplo del papel de la mujer en la sociedad desde hace unas décadas, de su empoderamiento. Es una torre de Babel. Hay una peruana, una alemana, una polaca y una argentina. “Somos muy diferentes, pero aquí todas somos una gran familia”, se sincera Jessica. “Siempre he sido malísima en los deportes y siempre fui la última a la que escogían para jugar. Entonces, para mí, este es un deporte en el que encajan las personas que quizás no lo hacen en otros más mainstream”, agrega. La germana, Lisa, tiene una larga experiencia sobre los cuatro patines y es la única madre del equipo. Pero no juega, sino que ejerce de árbitro. Esta es, además, la única ocupación que pueden tener los chicos en Roller Derby Madrid. No hay aún equipos masculinos en la ciudad, pero uno está en formación. Sí lo hay en Tenerife, creado de hecho recientemente.
Entrenamiento a toda pastilla
Evita Problemas dirige hoy la práctica y no se apiada de sus compañeras. Las trata como soldados. Comienza el entrenamiento a todo trapo. Patinan en círculos a modo de calentamiento, pasando a toda velocidad a escasos centímetros de un pequeño banco de madera situado muy cerca de la cancha. “¡¡¡Tacones al culo!!!”, ordena la teniente. “¡¡¡Tocamos con la punta!!!”, insiste en un peliagudo ejercicio de funambulista que consiste en dar con la parte trasera del patín en su trasero, mientras con la otra pierna tienen que mantener el equilibrio al tiempo que patinan. De pronto, ¡pum! Una de las chicas se ha desestabilizado y cae a plomo contra el suelo del polideportivo. “¡Qué hostión!”, exclaman otras dos.
“El paralelismo con la vida es total: tienes que ser activo, no sumiso. Una actitud parada no te lleva a nada. Hay que tener el control, ser ágil y volver a levantarte”, sostiene Clara. “Esto es filosofía pura y dura. Es aprender a caerte para luego levantarte cada vez más fuerte. El roller derby es como la vida misma. Hay una frase que me gusta mucho decir, que es una jugada de este deporte: cuando la jammer se ofusca mucho en una zona, lo que tiene que hacer es dar un paso atrás, alzar la mirada y ver por dónde atacar de nuevo. Y esto lo tendríamos que hacer a diario en la vida. A mí, el roller derby me ha cambiado la manera de verla”, abunda Adela.
Sus familias apenas saben de lo suyo. Bien porque no se lo han contado, bien porque se lo han mostrado y no han captado muy bien el concepto. “Los míos me dijeron que estoy loca, pero como es algo que viene de hace muchos años no hubo grandes sobresaltos”, afirma Adelita Terrores con sorna. La madre de Jessica es igual que la de casi todos. Empieza poniendo mala cara, pasa por la fase recelosa, por la del perro del hortelano y acaba poniendo más interés que nadie. “Me dijo que no quería saber nada, que me iba a partir una pierna y ahora es súper fan”, cuenta DeCamp, a la que su apellido delata. Es de origen estadounidense, por lo que no necesitó beber de Whip it para conocer el Roller Derby.
“No saben lo que es. Mi madre siempre me pregunta si he metido muchos goles”, asegura Clara entre la carcajada general. No hace falta mucho esfuerzo para imaginarse a cualquier madre arqueando las cejas, entornando los ojos y poniendo cara rara al escuchar con más o menos acento inglés “Roller Derby”, al tiempo que fantasea con que su vástago mete goles con el pie de todos los colores y por la escuadra, tal que Messi o Cristiano Ronaldo. “Les he enseñado vídeos, ¿eh? Pero no entienden nada y no les interesa demasiado”, añade. “Mi madre hasta se viene con su club de lectura a los partidos y ahora quieren viajar a Francia con nosotras, como unas groupies, a vernos jugar”, confiesa Jessica.
El próximo 9 de mayo juegan contra el BMO Roller Girls de Brest, un partido importante para su posición en el ránking europeo y mundial. No hay ninguna liga en España, aunque son varios los equipos en ciudades de todo el país. En Barcelona, Tenerife y Madrid se encuentran los que más destacan. En Londres y en los países nórdicos están los más pujantes de Europa. Los que son capaces de plantar cierta batalla a las estadounidenses. Las auténticas reinas del cotarro. “Son lo más de lo más. Todo tías de 1,90 y súper atléticas. Es una pasada verlas jugar”, comenta casi embelesada Adela, que las vio en el Mundial que se celebró en Dallas el pasado diciembre. La Roja, nuestra selección, cayó apeada en la primera fase. “En nuestro país, este deporte aún está en pañales. Queda mucho por desarrollar, incluso a nivel mundial. Está aún en constante evolución”, explica Eva. De momento, ya están federadas en la Federación de Patinaje de Madrid.
Las rivalidades, eso sí, no salen por la puerta del polideportivo. En pocos deportes se verá que las jugadoras del equipo contrario se quedan a dormir en las casas de las locales. Todo para reducir al máximo los costes. Cada una paga una cuota al mes, a la que suman la entrada –unos cinco euros– que cobran por asistir a sus encuentros. Apenas llega, sin embargo, para cubrir los más de mil euros que tienen que abonar cada mes por usar el polideportivo de Las Cruces para los entrenamientos y los partidos.
“No sé ni por dónde empezar… Nos hace falta financiación. Tener patrocinadores sería maravilloso. El único de todos los polideportivos de Madrid que nos ha aceptado es éste. Todos nos decían que les íbamos a rayar los suelos y que no nos querían”, se queja Jessica. “Aunque no sea dinero, sí que se echan de menos ayudas de otro tipo, como en las instalaciones. O que nos den más facilidades, como que haya luz por la noche en las pistas públicas de la calle. Hay muchos obstáculos”, lamenta Clara. Es en lo único que aseguran que se ven discriminadas. No han visto ni oído ningún tipo de machismo.
-¡Esa minina,
-Cómo mola,
-Se merece,
-Una ola!
“¡Ooooeeeehh!”, claman varias durante el entreno de este miércoles. Las mininas son las chicas que están en prácticas. Están aprendiendo y no pueden jugar partidos hasta que pasen unos meses. Entonces pasan a denominarse gatas, la forma en que los madrileños se hacen llamar. Lo que sí hacen es fajarse duro en los entrenamientos. Toca, a continuación, flexionar las rodillas y hacer una suerte de sentadilla al tiempo que continúan dando gigantescas vueltas. Una de ellas se sale de la rueda y se sienta a mi lado. Ha perdido una de las piezas de su patín derecho, que ha salido disparada contra mi pie. Es Almudena, la expatriada en Londres. Pero nadie va a venir apresuradamente a arreglárselo, como podríamos ver en cualquier equipo de fútbol. Ellas no tienen utilleros que les solucionen estos problemas. Lo hace ella con una llave que le ha facilitado uno de los árbitros, en una sencilla muestra de la autogestión que caracteriza a Roller Derby Madrid.
“Lo que lleva más trabajo no es esto. No es el entrenamiento o el partido”, avisa Clara. “Detrás de todo hay una organización con muchos comités y se curra mucho”. Preparan eventos y patrocinios, coordinan los temas de comunicación y prensa, se encargan de la seguridad, del bienestar, de las reglas o del merchandising. Amateur pero al mismo tiempo profesionalizado, aunque parezca una contradicción, puesto que muchas se ocupan de algo en lo que trabajan o que han estudiado. Jessica, por ejemplo, edita en su día a día y redacta textos para el equipo en su tiempo libre. Eva, que ha estudiado Educación Física, prepara los ejercicios y entrenamientos. Y Adela, que ha hecho cursos relacionados, se ocupa de la comunicación.
Para cuando en la práctica toca la hora de taconear con los patines, el ruido es ya ensordecedor. Y el eco del polideportivo hace que retumbe aún con más fuerza. Vendrá después el momento de tumbarse boca abajo en el suelo para levantarse y salir disparadas en segundos. Así entrenan la aceleración y la explosividad. La fuerza la practican algunas por su cuenta. En casa o en el gimnasio. Es el caso de Eva, que hace musculación para poder soportar tanto choque y porrazo. “Lo de los golpes es casi lo más secundario. Lo básico es estar preparado y saber cómo recibirlos”, opina Adela, que además del gimnasio practica surf cuando sus quehaceres le permiten una escapada a la playa. Esta noche en el pabellón de Aluche manda el despliegue físico y la mayoría de las chicas andan ya exhaustas y apuradas a la hora de hacer los ejercicios. Para el final, el partidillo de entrenamiento. Antes de que comience, me advierten de que me haga un poco a un lado: “Te tienes que quitar de aquí; es por tu bien”. Cuando acaba, creo que ya he terminado por entender cómo funciona.
FOTOGALERÍA: Las ‘gatas’ del Roller Derby Madrid
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