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MADRID.— Hoy martes, a partir de las 20:45 de la noche, se citan en el Bernabéu viejos requisitos para regresar a esas remontadas de los ochenta. En el vestuario del Madrid tal vez faltará la voz de Camacho que entonces hizo ley —"¿Estamos o no estamos?"— con esa intensidad suya que era capaz de llegar hasta el barrio de Orcasitas. Tampoco estará la prosa de Valdano, que popularizó aquello del "miedo escénico" como si, en vez vez de Valdano, fuese García Márquez. Pero es que entonces la literatura hizo magníficos negocios con aquellas noches, en las que el Real Madrid remontó tantos partidos en la vieja Europa.
Una de las primeras veces, quizá la primera de la era moderna, sucedió ante el Anderlecht después del 3-0 de la ida. El entrenador de ese Madrid era Amancio Amaro, un gallego enigmático que hoy, a los 76 años, conserva esa pequeña sonrisa suya, su sonido ambiente, incapaz, sin embargo, de decorar de adjetivos lo que ya pasó.
"No eran días diferentes al resto. No tenían por qué serlo. No te ibas a agobiar desde por la mañana", insiste. "Ese día, el futbolista llevaba la misma vida. Comía lo que había en el plato, se echaba la siesta en la habitación y quizá una vez que se montaba en el autobús, de camino del hotel al estadio, sentía algo especial porque estaba ante una noche que se podía recordar toda la vida".
Y quizá por eso hoy volvemos a acordarnos del número '7' de Juanito o del '9' de Santillana, porque el periodismo también es volver a lo que un día pasó y que Valdano definió como "miedo escénico": "Un carnaval a destiempo, ruidoso y orgullosamente disfrazado de banco, con una confianza casi irresponsable en nuestras posibilidades". Toda una combinación de elementos que las nuevas generaciones ya ni se imaginan, con aquellos fondos, norte y sur, del Bernabéu repletos de gente que veía el partido de pie como si no fuese a haber mañana. Cristiano Ronaldo aún no había nacido siquiera.
"No eran días diferentes al resto. No tenían por qué serlo. No te ibas a agobiar desde por la mañana", explica Amancio, entrenador del Madrid en los 80
Por eso este relato de hoy es como un libro de historia en el que también tiene derecho a aparecer Isidoro Sanjosé, que fue uno de los defensas centrales de aquellas noches. El precio son sus recuerdos e infinitos problemas de cadera que hoy, a los 60 años, arrastra de su época de futbolista y que, sin embargo, analiza con más eficacia que emoción. "¿Que si nosotros estábamos nerviosos? No, hombre", desmiente. "Uno está nervioso cuando se va a examinar de Selectividad por primera vez. Pero un futbolista en el campo no hace más que repetir lo que está a acostumbrado a hacer. Va a desarrollar su profesión y quizá sea cierto que, al menos, entonces no sólo nos enfrentábamos a un resultado en contra. También a un rival igual o mejor que nosotros. Y eso sí lo admito, porque, en realidad, era así. Pero, por otra parte, no sé si eso sucede esta noche frente al Wolfburgo, yo juzgo demasiada la diferencia".
"Antes del minuto dos"
Siempre será imposible volver treinta años atrás, en cualquier caso. "Ni puede ni se debe. No vale la pena", explica Sanjosé, "porque estaríamos cambiando los tiempos de la vida". Amancio tampoco acepta ese trato. "Los partidos hay que jugarlos. El pasado no es una energía que te vaya a hacer correr más. Otra cosa es que nos guste recordar y aprovechemos oportunidades como éstas para hacerlo".
Quizá conviene recordar porque aquellas remontadas del Madrid fueron un símbolo necesario de los ochenta. Una marca registrada que el periodista Julio César Iglesias, que entonces hacía un magazine de seis de la mañana a una de la tarde en RNE y escribía un artículo de deportes semanal en El País, recuerda como "el fútbol que agitaban los jugadores, el fútbol que no dependía del jefe. Arrancaba con una exigencia de Camacho que era como un dogma, 'tenemos que tirar la puerta antes del minuto dos', decía".
"Un carnaval a destiempo, ruidoso y orgullosamente disfrazado de banco, con una confianza casi irresponsable en nuestras posibilidades", así definió Valdano el miedo escénico
Hoy, ya no se sabe si puede ser así. Ni siquiera si el Madrid necesita un sobreesfuerzo para eliminar a este Wolfsburgo como en su época hubo hacerlo frente al Anderlecht de Scifo, el Inter de Altobelli o el Borussia de Uwe Rahn.
Pero, en cualquier caso, siempre habrá algún paralelismo con "esa confianza ortopédica de 80.000 entusiasmados deseos en la grada". Así lo describió entonces Valdano, al que su juventud ni su facilidad para marcar goles impedían escribir en la reputada Revista de Occidente, donde llegó a añadir que aquel escenario "colgaba en cada jugador adversario una mochila cargada de inseguridad, timidez y miedo". Y eso no es otra cosa que las consecuencias del miedo escénico que hoy ocasiona memorias de fuego, literatura a mansalva en una noche como ésta en la que el Bernabéu estará hasta los topes. "Las facilidades nos las creábamos nosotros mismos siendo mejores que el rival", recuerda Sanjosé que en ningún caso es amigo de teatralizar, no hay manera.
Julio César Iglesias ya tampoco tiene el contacto que tenía entonces con los futbolistas a los que, incluso, iba a visitar por las mañanas al hotel y no le era extraño ver a Valdano apartado de los demás, acompañado por la lectura de algún libro. Un papel que ya no se sabe quién lo encarna en el Madrid. Los tiempos cambiaron tanto que se desconoce la identidad del heredero de Camacho, —"¿Estamos o no estamos?"—.
Las paredes del vestuario ya no retumban de adrenalina y tampoco se sabe si la rabia de este Madrid se iguala a la de los ochenta, no sólo era fútbol entonces. "Pero a poco que hoy el Madrid rindiese la eliminatoria no debe tener problemas", insiste Isidoro Sanjose, incapaz de separarse de sí mismo. "La diferencia entre los dos equipos, a pesar del 2-0, es enorme".
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