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MADRID.- A estas alturas de la vida, Carolina Marín aún no debería estar en las cabezas de los españoles, ni en las imágenes de los informativos de televisión, ni en las portadas de periódicos, ni en las búsquedas de Google, ni en el podio de los Juegos Olímpicos. A estas alturas, la onubense aún debía ser una chica cualquiera que pasea por Madrid con sus amigos, a seiscientos kilómetros de su familia, quizás aún con dudas y algo de temor por el paso que tomó cuando tenía catorce años.
-Lo que ocurre es que Carolina es excepcional y se ha adelantado seis años —explica su entrenador, Fernando Rivas.
Se adelantó porque lo que Rivas (Granada, 1977) había vendido a la Federación seis años antes se suponía que iba a tardar mucho más en llegar. Propuso en 2008 trabajar todos a una para lograr alguna medalla importante.
Le tacharon de loco.
Lo que más llama la atención una vez dejada atrás la pista de atletismo del Centro de Alto Rendimiento de Madrid (CAR) y atravesado el pasillo de cuatro metros escasos que conduce al pabellón donde entrenan el bádminton es que Carolina está ahí, en todo el batiburrillo. Ejercitándose como una desconocida más con sus once compañeros. Haciendo un tres contra uno en una pista, ayudando así al contrario a mejorar sus habilidades.
Está ahí, de morado, al otro lado de la red, junto con Clara Azurmendi y Carlos Piris, devolviendo el volante a Joan Monroy, que trata de defenderse de los sucesivos globos, mates y dejadas. “Es su responsabilidad. Es lo que han hecho con ella cuando tenía quince años. Si no quisiera, algo habría hecho yo mal a lo largo de su desarrollo. No le queda otra. Tiene que intentar que sus compañeros sigan su camino”, defiende Rivas, que interviene constantemente en el entrenamiento de todos los chavales: dos chicas –incluida Carolina- y diez chicos.
Clara, con una camiseta rosa, blanca y negra y un pantalón corto también negro, tiene sólo dieciocho años y ya apunta maneras. Si les parece poca edad, la media en el grupo suele rondar esa cifra, o quizás menos. Por ejemplo, los otros dos muchachos que se ejercitan con ella tienen quince y este es su primera temporada en el CAR.
El primero de Carolina (Huelva, 1993) fue en 2007. Rivas la conoció en un campeonato de España y quedó prendado de ella.
-Siempre dice que le cuesta expresar qué vio en ella.
Cuento lo que soy capaz de expresar. El resto forma parte de una intuición que no te sé explicar. Lo que vi entonces giraba sobre la intensidad del juego, cómo era capaz de moverse. Había algo que me llamaba la atención y yo en esa época no sabía muy bien qué era. Parecía una mini profesional.
Ese instinto llevó a Carolina a viajar a su suerte a Madrid, dejando atrás Huelva, su familia y sus amigos. Nueve años han pasado y ella sigue echando de menos a los suyos. “Hay momentos en que me apetece mucho bajar, pero desgraciadamente no puedo, entre las competiciones y los entrenamientos”, dice a Público. Hoy en día viaja allí entre cuatro y cinco ocasiones al año. Sigue siendo un mal trago, le cuesta hasta mirar a los ojos cuando habla de ello. Pero más duro fue en 2007. Entonces iba a visitarlos una vez al mes.
Sara Peñalver está sentada en una silla, tal que un juez durante un partido, en el fondo de la pista donde se ejercita Carolina. Hace un par de días que no puede ser parte del entrenamiento porque tiene problemas de espalda. Para ella, como para todos, es un lujo poder prepararse con la número uno mundial. “Imagínate… ¡buff! Quiero aprender todo de ella y ser como ella”, confiesa con una sonrisa nerviosa.
"Cuando le ha faltado algo, Carolina ha sido la primera en poner dinero"
Desde que en los Juegos de Londres fuera eliminada en las primeras rondas sin que nadie esperara nada de ella, han pasado cuatro años, en los que se ha convertido en la mejor del mundo. Poco tiempo. Aún menos si se tiene en cuenta la importancia que este deporte tiene en España y lo que representa en Asia, donde hay millones de jugadores y es una de las prácticas por antonomasia. Y parece un milagro con las ayudas que pueden recibir en nuestro país en comparación con, por ejemplo, China.
“Es verdad que las subvenciones han ido aumentando, aunque todavía son insuficientes, porque hay muchos otros deportistas que están obteniendo un buen nivel y que deberían tener mucha más ayuda para poder desarrollarse al más alto nivel que podamos alcanzar”, afirma Rivas en su pequeño despacho de apenas cuatro metros cuadrados, con una mesa que se alarga desde la puerta hasta el otro lado de la pared, una pizarra con los turnos de entrenamiento de cada uno de los chavales y varias fotos junto a Carolina.
Defiende, sin embargo, el granadino que a la onubense no le ha faltado casi de nada. “Y cuando ha ocurrido, ella ha sido la primera en apostar y en poner algo de dinero, una pequeña parte. Eso sí, de lo que nunca ha carecido es de todo el equipo que ha pasado por aquí, que ha estado a plena disposición de ella”.
No le han faltado desde luego apoyos de Fernando, de Anders Thomsen –su segundo- y del resto del equipo. Pero ahora, como la más veterana con veintitrés años, es ella la que ejerce de líder sobre la pista azul teñida de líneas amarillas. A Clara, Carlos y Joan les grita instrucciones, consejos y felicitaciones: “¡Venga, va, rápido!”, “¡Buena, va, sigue!” o “¡Así, así!”. También les enseña movimientos, como el revés. “Es que ese es de los más difíciles”, explica Sara, para el que este es su segundo año en el CAR. Marín le muestra a Joan cómo tiene que mover las piernas para que la técnica tenga éxito.
Rivas, que viste un chándal con camiseta rosa de manga larga y pantalón negro, no hace distinciones en sus correcciones. Le da igual que sea cualquiera de los cuatro chavales recién llegados que la doble campeona de Europa y del mundo, y medalla de oro olímpica. “Es que no se va un poco, ¡se marcha por cuarenta centímetros!”, le dice a la onubense por un volante que ha acabado fuera.
“Tras ganar tantos títulos me esperaba un cambio brutal en cuanto a los patrocinadores"
Luis Enrique seguramente no le habla así a Messi. Ni Tyronn Lue a Lebron James. A una mujer que lo es todo en su deporte y dios en Asia. En China o en Indonesia, por ejemplo, apenas puede pasear sin que se agolpen en las aceras a pedirle autógrafos o selfis. “Allí soy mucho más reconocida. Me aprecian muchísimo, y yo a ellos por tratarme como una más”, asegura. En España ya no puede caminar sin que alguna mirada se cruce con la suya o sin que la detengan. “Pero, aunque tenga menos intimidad y ya no pase desapercibida, es un orgullo ser reconocida porque mi deporte también lo es”. Ese es el gran mérito de Carolina: que millones de españoles se pongan delante de un televisor a ver bádminton. Aparte de todos los títulos que ha ganado y los más que pueda conseguir, el gran logro de Marín será haber puesto al bádminton en boca de muchos.
Pero ni siquiera eso ha cambiado radicalmente la situación en España. Ella por fin se siente reconocida por los medios de comunicación, pero no en el tema económico. “Me esperaba un cambio brutal en cuanto a los patrocinadores, por ejemplo”, admite. Si fuera asiática, ahora mismo sería millonaria, pero en España todo lo que consigue sólo le da para vivir durante su carrera y quizás dos años más después de retirarse. “Luego, tendré que trabajar. Me gustaría ser fisioterapeuta”.
A las dos horas de ejercicio, rozando el mediodía, Fernando Rivas, que ya peina canas, los reúne a todos en la pista del centro. Hoy han practicado sobre tres, dado que hay obras en el inmenso pabellón, de al menos doce metros de alto. El granadino les corrige algunos aspectos técnicos y tácticos, con Carolina escorada a un lado. Una vez más, no se erige en protagonista, pese a que obviamente lo es. Aunque sólo sea por las excursiones de chavales que se quedan en la puerta viéndola asombrados desde lejos o por los carteles suyos e imágenes que decoran el lugar. Uno de ellos, pegado al asiento que ocupa la estrella que no va de ello, es una combinación de tres fotos habituales suyas. En una aparece con el puño derecho en alto, mirando hacia abajo, acompañada de una palabra en mayúsculas: “CALMA”. La otra, la muestra sonriente, con la mirada al frente y otro mensaje: “ALEGRÍA”. La última es una instantánea típica de la onubense. Ella con el puño izquierdo levantado, la mandíbula casi desencajada de un grito y la palabra “FUERZA”.
“¡Tiempo!”, vocifera desde el fondo Sara, que se ha encargado de cronometrar los últimos minutos de práctica. La chavalería se reúne para hidratarse con agua junto a una mesa y charlan. Hay muy buen rollo. Sara cuenta que aparte de la vida que hacen en la residencia Joaquín Blume, suelen salir al cine o a cenar cuando los entrenamientos y las clases les dejan algo de tiempo libre y de fuerzas. Igual que Carolina, que, aunque se ha mudado a un piso a las afueras de la capital, suele pasarse casi todo el día allí, con unas seis horas de entrenamiento y otra más de gimnasio y fisioterapia. Así es cómo se forja una número uno mundial. “Ella marca la diferencia por su fortaleza mental. Luego, dependiendo de contra quien juegue, va a ser mejor físicamente o tácticamente o técnicamente. O mejor en los cuatro aspectos”, razona Rivas.
De la niña que encendió la alerta roja en la cabeza del técnico granadino queda muy poco. Queda, por ejemplo, el flamenco, que corre por la sangre de toda su familia, y que ha dejado sólo para las reuniones familiares. Se ha convertido en una estrella, aunque ella dice que no ha cambiado su forma de ser: “La niña ha madurado muchísimo estando sola en Madrid. La niña se ha convertido en una mujer”.
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