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Actualizado:Ni los Globos de Oro ni los Emmy han tenido en cuenta a The Leftovers en sus dos temporadas anteriores. La novela de la que parte, Ascensión, de Tom Perrotta, no es nada sobresaliente. Su primera temporada fue irregular. Entonces, ¿por qué tanto revuelo con el regreso y adiós de la serie creada por Damon Lindelof y el propio Perrotta? Responde a que en realidad nada de eso importa.
Se lo debe todo, su gloria, a la calidad de su segunda temporada, a ese halo de serie de culto que le rodea y a una propuesta arriesgada que no tiene parangón en el poblado panorama televisivo. The Leftovers es imprevisible –a veces también incomprensible–, intensa y paladeable. Su valor reside en su capacidad para sorprender sin pirotecnia ni artificios hurgando en sentimientos como la pena y la pérdida y generando un desasosiego continuo. Nada es sencillo en The Leftovers, sino todo lo contrario. Lindelof y Perrotta entretejen un complicado universo narrativo en el que todo parece estar conectado, tenga sentido o no.
La primera temporada fue algo así como una especie de peaje que el espectador tuvo que pagar para llegar al destino sobresaliente que fue una segunda que rozó la excelencia. Muchos, como era de esperar en un panorama con overbooking de series, se quedaron en el camino. ¿Por qué ver diez capítulos que parece que no van a ningún lado con la cantidad de títulos que hay para elegir? La única respuesta posible, que no convencerá a todos, es porque merece la pena pagar ese precio por llegar a la segunda temporada. Aún así, The Leftovers no es, ni nunca ha pretendido serlo, una serie de masas, mainstream, que llaman los americanos. Es un ejercicio de paciencia y de resignación. No tiene sentido esperar respuestas ni explicaciones, no es su propósito. Nunca lo ha sido. Si lo que se quiere es llegar al final con todas las respuestas sobre la mesa, mejor dejarlo en el piloto y buscarse otra serie.
La premisa de la que partía, que comparte con la novela de Perrotta de la que, por suerte, se distancia rápidamente, es un evento que entra dentro de la ciencia ficción. El 2% de la población mundial ha desaparecido. Se ha desvanecido. ¿A dónde ha ido? ¿Por qué se ha ido? Nadie lo sabe y, en realidad, pronto deja de importar. The Leftovers no intenta dar respuesta a esas preguntas, sino plantear otras. Lejos de buscar una explicación, se queda con quienes vieron desaparecer a sus familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo y conocidos sin más. Se centra en cómo cada uno afronta esa pérdida incomprensible e inexplicable.
Unos buscan consuelo en algún tipo de adicción o autodestrucción. Algunos se regodean en el alcohol. Otros se sumergen en una suerte de secta adicta a la nicotina, que prohíbe hablar y cuya vestimenta se limita al blanco. O se unen a otra con sede en un rancho y con un líder mesiánico que acaba perseguido por la ley. Muchos se refugian en la fe, porque consideran que todo es un plan divino trazado por el de ahí arriba y a ese no se le cuestiona.
La tercera temporada llega este lunes a HBO España a razón de un capítulo por semana y con el nivel de calidad de la segunda. En la edad dorada de los maratones seriéfilos, The Leftovers, como señalaba Damon Lindelof en la carta enviada a los medios estadounidenses junto con el acceso a los siete primeros capítulos, es una serie no apta para atracones.
Cada capítulo requiere de un tiempo de asimilación, de poso y de paladeo. Hay que verlo, pensarlo, digerirlo, cuestionarlo, teorizarlo… En cada episodio hay ciertas pistas que indican hacia dónde van los personajes, como un reguero de migas para seguir el camino de Kevin, Nora y el resto hacia donde sea que les esté llevando Lindelof. Algunas de esas pistas no son nada o lo son todo, ‘rarezas’ del mundo de The Leftovers que nunca llegarán a cobrar sentido para el espectador y que son susceptibles de ser interpretadas desde múltiples ángulos. En Perdidos, salvando las distancias, había mucho de eso. Y Lindelof, implicado en la creación de ambas series, lo maneja con maestría.
El principio del fin, siete años después de ‘La Partida’
Esta última temporada recoge a sus protagonistas siete años después de ‘La partida’. El primer episodio arranca tras dos prólogos, uno mucho tiempo antes y otro solo tres años atrás, soltando al espectador dos semanas antes del séptimo aniversario de aquel 14 de octubre en el que millones de personas se volatilizaron. Desde entonces Nora (Carrie Coon), Kevin (Justin Theroux), Matt (Christopher Eccleston) y quienes les rodean han recorrido el camino de la pena, el desconcierto y el vacío con sus más y sus menos en su relación. Cada uno con sus traumas, con sus miedos, sus trastornos y sus reacciones irracionales. De Mapelton se fueron a Miracle en busca de una felicidad forzada que no encontraron y que ahora perseguirán, o eso intentarán, en Australia.
En The Book of Kevin, capítulo que desde hoy puede verse en HBO España tras el milagro de Kevin sobreviviendo a un disparo en el pecho al final de la segunda temporada, los Garvey parecen haber recuperado la felicidad y la unidad perdidas. Es pura fachada y pronto saltará todo por los aires de nuevo. Es lo que se espera de The Leftovers. La felicidad no está en su menú. El desasosiego, sí. Se alimenta de la tristeza, de la pena, del dolor de cada personaje, que intenta afrontarlo como mejor puede. En su mayoría, divididos en dos bandos. Los agnósticos y los creyentes. La religión y la fe juegan un papel primordial, sobre todo con el personaje de Matt Jamison como el predicador que habla del cercano fin del mundo y que está empeñado en ver señales en todo hasta el punto de haber marcado a Kevin como el próximo mesías. Se cuenta en el tráiler, no es un spoiler. Es uno de los mayores miedos expresados por Lindelof en su carta a los críticos, los spoilers. No le falta razón.
Resulta complicado escribir o hablar de esta ficción televisiva sin dar demasiados detalles. Lo que se puede decir, sin correr el riesgo de privar de la experiencia plena y de la sorpresa al espectador, es que la tercera temporada camina de la mano de la segunda, que cada capítulo es una pequeña historia en sí mismo, una incursión más en este tratado sobre la pérdida que es la serie y que cuenta con todo eso que enganchaba en su segunda tanda de episodios en un ambiente cada vez más crispado y tenso que camina hacia el apocalipsis.
The Leftovers se ha convertido en una olla a presión a punto de estallar. Cada entrega semanal, a la que los medios han tenido acceso por adelantado, ahonda un poco más en la capacidad del ser humano para el autoengaño de la fe ciega, en la credulidad, el inconformismo, la negación, la penitencia autoinfligida, el dolor físico y mental… Todo un caleidoscopio de sentimientos y sufrimientos con un detonador común: la pérdida inexplicable.
En esta tercera temporada la religión, siempre presente, cobra aún más protagonismo con la profecía del apocalipsis y la figura del mesías. Lindelof y Perrotta siembran cada capítulo de semillas visuales pero también sonoras –la música, como siempre, está cargada de ironía en muchos casos y no ha sido elegida al azar–. Todas orientadas hacia un final impredecible.
Dos prólogos y un epílogo sirven en el primer capítulo para situar al espectador en el punto en el que se encuentra cada uno de los personajes principales, con los Garvey y Nora a la cabeza cediendo el protagonismo, como ocurría en temporadas anteriores, cuando hace falta. Cuál es el destino de The Leftovers, solo los implicados lo saben. Lo único que se puede esperar es que haya más preguntas que respuestas y que sea tan desconcertante como la serie en sí. Por delante, ocho capítulos para decir adiós con nueva canción para los títulos de crédito, nuevos personajes y nueva ubicación. El resto, el sentido de The Leftovers y su autenticidad siguen intactos.
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