MADRID
En Cannes gritó a voz en cuello “¡que se joda el libro! ¡que se joda Cervantes!” En Madrid, carcajada tras carcajada, levanta el puño y clama ante un periodista: “¡Saquemos a los raperos de la cárcel!” Tiene los ochenta a la vuelta de la esquina. Tenía poco más de 53 cuando empezó a trabajar en ‘su’ Quijote. Lleva el pelo, poco y blanco, recogido en una coleta y una camiseta con una pintura de Goya donde se lee “El Quijote vive”. La imaginación y el entusiasmo de Terry Gilliam, como la de su admirado personaje, han vencido a las fuerzas de la razón.
“¡He hecho una cosa mejor que Orson Welles! Donde el fracasó, yo, no. No me gusta nada que me digan que no puedo hacer algo. Soy un poco perverso. Así que no me he rendido con el Quijote. Su hubiera atendido a los consejos que me han dado, hubiera renunciado hace mucho”. Y, como el ilustre caballero, al final, al ver por fin su película —El hombre que mató a Don Quijote— en pantalla grande, ha ‘sobrevivido’ tristemente a la locura y ha vuelto a la realidad.
"Estoy vacío"
“Y ahora, después de más de 25 años haciendo... y deshaciendo: un filme de Terry Gilliam". Es el anuncio del comienzo de la película y el punto final a una locura cinematográfica que ha luchado contra tantos gigantes y encantadores –“la simple idea de poder terminar de rodar esta película ‘clandestina’ es casi surrealista” – que Gilliam se ha quedado vacío. “No tengo ni una idea en la cabeza, estoy vacío. Así que seguiré leyendo para tratar de robar alguna idea”.
Hasta entonces, Terry Gilliam, soportará ‘desde lejos’ este mundo en el que vivimos, “un mundo tan loco, tan represivo, donde a la gente le da tanto miedo hablar honestamente, le da tanto miedo ofender… Vivimos en un mundo que es ridículo. Así que yo estoy ahora como Cándido, me refugiaré en mi jardín hasta que el mundo explote”.
Con la Guardia Civil en los talones
Esa sociedad cínica, corrupta y vendida al capital es la que rodea a los personajes de El hombre que mató a Don Quijote, una historia que ha gustado mucho más fuera de España que en tierra de Cervantes. Mientras los críticos españoles en Cannes ponían toda clase de pegas a la película, en el extranjero se celebraba el “amor por el arte y la valentía” del cineasta y su invitación a viajar “a un mundo donde las cosas son mejores”.
Empapada del espíritu del Quijote, muy especialmente de la segunda parte, la película comienza con Toby (Adam Driver), un superdotado del cinismo, un director de publicidad que no siempre fue así. De joven rodó una película independiente sobre el Quijote y ahora, cerca del pueblo donde vivió aquella aventura, vuelve para recordar. Allí sigue el zapatero que interpretó a Don Quijote (Jonathan Pryce), un viejo loco que se cree el auténtico caballero andante y que al verle, reconoce en él a su fiel escudero Sancho. Con la guardia civil en los talones, después de un incidente, Don Quijote aparecerá para salvar a Toby-Sancho.
"La publicidad es una mentira"
Un productor degenerado y poderoso (Stellan Skarsgard da miedo en este papel), un gitano muy vivo (Óscar Jaenada), unos musulmanes que tienen que vivir medio escondidos (Sergi López y Rossy de Palma), los habitantes del pueblo (Hovik Kaucherian, Jorge Calvo…), una Dulcinea fracasada (Joana Ribeiro), un mafioso ruso y su mujer (Jordi Mollá y Olga Kurylenko)… son los personajes que ayudan al director a decir lo que quiere de este mundo y del del Quijote. “Con mis películas trato siempre de decir algo sobre el mundo y siempre trato de que haya un loco o un niño porque tienen en el mismo grado de inocencia”.
“La película empieza con una mentira”, sentencia Gilliam que empieza su historia con el rodaje en España de un spot de publicidad con el Quijote como personaje y con el artero Toby entregado a sus caprichos y egoísmo. “Toby es el villano, no Malambruno. Empieza haciendo películas, que es una aportación a la sociedad, pero se corrompe con la publicidad, porque la publicidad es una mentira. La publicidad hace que la gente tenga sueños que son imposibles y falsos. Y ésta era mi forma de castigar a la publicidad”.
“En 2002 rodé un spot para Nike y en diez días cobré más dinero que haciendo cine dos años. Eso es corrupción. De alguna forma me dejé corromper. Me vi seducido por esa cantidad de dinero. La publicidad es la corrupción de la civilización y de la cultura —dice el cineasta—. La ficción es otra cosa, puede ser verdad o mentira, pero siempre trato de decir la verdad sobre las cosas con ella. Diría que el cine es más un artificio, un artificio con el que intento ser auténtico”.
Doña Quijota
Y hablando de verdades… ¿Es verdad que pensó que Don Quijote podía ser una mujer? “Doña Quijota. Se lo comenté a mi mujer. No, no es verdad, aunque no hay razón para que no pudiera hacer. Mis películas siempre tienen mujeres fuertes e importantes, muchas veces más importantes que los hombres. ¿Por qué no iba a haber una Don Quijota? Me gustan esas mujeres”.
“La verdad es que yo no soy capaz de escribir un Quijote que tenga la fuerza de las mujeres. La imaginación de las mujeres es sutilmente diferente. Creo que eso les corresponde a ellas, ¡que salgan de las cocinas y escriban su Quijota!”
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