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La serie sobre superhéroes fascistas que les gustará a quienes detestan el género

'The Boys', una producción de Amazon Prime con más capas que las de los protagonistas, critica el neoliberalismo salvaje y la sociedad de consumo.

Unos superhéroes atípicos protagonizan la serie 'The Boys'.
Unos superhéroes atípicos protagonizan la serie 'The Boys'. Amazon Prime

Si le fascinan las producciones de superhéroes, apreciará cómo The Boys le da la vuelta a la tortilla. Si no le seduce el género, prepárese para reverenciar a este puñado de superhéroes turbios y despreciables abocados al postureo. Ahora que está a punto de estrenarse la cuarta temporada de la serie de Amazon Prime, conviene repasar la primera, sin incurrir en spoilers.

The Boys, basada en el cómic de Garth Ennis y Darick Robertson, es una comedia ácida protagonizada por Los Siete, la crema de los superhéroes estadounidenses, quienes en vez de dedicarse a salvar el mundo ejercen de figurines para vender todo tipo de artículos promocionales. Quien manda realmente es Vought International, una compañía con fines espurios que ejerce de una suerte de agencia de management que explota sus derechos.

Pese a que apenas se deja ver en la primera temporada, el patrón —o, mejor dicho, CEO— es Mr. Edgar (Giancarlo Esposito, el inolvidable Gustavo Fring de Breaking Bad), aunque su brazo ejecutor es Madelyne Stilwell. Interpretada por Elisabeth Shue, ejerce de madre de Patriota (Antony Starr), el superhéroe más poderoso del planeta, un trasunto de Superman que esconde una debilidad que haría las delicias de Freud.

Una carencia digna del más cómodo diván, en el que podría sentarse también la pacata Starlight (Erin Moriarty), cuya madre narcisista hipotecó el futuro de su hija para convertirla en una superheroína por la gracia de Dios. Para llegar hasta el top seven, la chiquilla ha tenido que superar un casting tras otro, un suplicio que remite a los concursos de belleza para niñas en Estados Unidos.

Como faltan cinco por bocetar y la descripción podría provocar confusiones, vayamos al asunto: The Boys es una serie sobre superhéroes fascistas en nómina del neoliberalismo más salvaje. Donde los ciudadanos ven altruismo y defensa del bien, los justicieros que dan título a la serie —y pretenden desmontar el retorcido tinglado de Vought International— perciben vileza e inmoralidad, todo sea por la pela.

O sea, un "viva el mal, viva el capital", la imperecedera frase de la Bruja Avería, acuñada por Santiago Alba Rico para Los Electroduendes de La Bola de Cristal, que tanto juego sigue dando, pues décadas después no ha perdido la vigencia de su mensaje. En esta sociedad —en la de la serie, pero también en la nuestra— manda el dinero, el consumismo, el postureo y la manipulación —también mediática—, por no citar otras calamidades.

La única diferencia es que aquí las celebrities visten capa —o el disfraz que se tercie— y poseen unas habilidades más deslumbrantes que nuestros famosetes, como hablar con delfines o correr a toda hostia. Frente a ellos, una panda de vengadores chapuceros que ven cómo sus relaciones sentimentales se van al traste, aunque nadie ha dicho que salvar el mundo de siete infames a sueldo del ultracapitalismo sea fácil. En realidad, nos pasa a todos, sin embarcarnos en tan noble misión.

The Boys no es tanto una parodia de las producciones de superhéroes, como una sátira sobre los superhéroes. O, si afinamos más, un reproche mordaz a esta sociedad neoliberal que rinde al culto a la imagen y se deja engañar por las apariencias y los bulos. O sea, una crítica a este pifostio superficial, interesado, frívolo y hueco en el que hemos tropezado nada más salir del paritorio.

Tampoco convendría cebarse tanto con los superhéroes —inspirados en los clásicos del género—, cuando no dejan de ser marionetas de una multinacional de la industria del entretenimiento que aspira a una subcontrata del Gobierno para encargarse de la defensa de Estados Unidos ante una amenaza que no es tal, como infelizmente sucede también en la vida real.

Una gran empresa desalmada, valga el oxímoron, que no solo exprime a sus superhéroes, sino que tampoco duda en mandarlos a provincias —que dirían los romanos— cuando pierden fuelle, para seguir haciendo payasadas en plazas de tercera. Es decir, la sociedad del usar y tirar aplicada también a sus productos estrella, desechados como clínex cuando ya no son capaces de absorber tanto moco.

Aunque la serie se burla de la cultura woke, también presenta a un popular personaje bajo cuyas branquias se oculta un depredador sexual, un guiño a las causas contemporáneas, como también lo es un reparto que apuesta por la diversidad racial, sexual, etcétera. Vamos, que es una serie de superhéroes patriotas y fascistas —con excepciones—, pero que denuncia los desmanes autoritarios de los poderosos, sin caer en el puritanismo progre.

Un exitazo, como demuestra su inminente cuarta temporada y Gen V, un spin-off ambientado en una universidad para superhéroes. Para no destriparla, omitimos detalles sobre el Compuesto V y otras mandangas, sin olvidarnos de los antihéroes: el duro Leche Materna (Laz Alonso), el desobediente Frenchie (Tomer Capone), el inocente Hughie (Jack Quaid, hijo de Dennis Quaid y Meg Ryan) y la silente Kimiko (Karen Fukuhara). Quizás falte alguno, siempre bajo el mando de William Carnicero.

Sin duda, suena mejor el nombre original, Billy Butcher, interpretado por Karl Urban, con un parecido más que razonable con Benicio del Toro. Un exagente de la CIA cegado por la sed de venganza que usa a sus hombres, al igual que Vought International a los superhéroes, aunque el fin sea noble. Cínico, descreído y egoísta, no deja de ser un producto de la ira contenida por los males causados por Patriota, un superhombre más malo que la quina.

Una serie aclamada por la crítica y el público, con ocho episodios de una hora, que nos recuerda con retranca cómo somos y en qué nos hemos convertido. Más allá de las virguerías de los superhéroes, detrás de tanta coña y fantasía subyace una certeza: que los Gobiernos dependen de las grandes empresas y que el presidente, sea rojo o azul, manda menos que un cabo, que diría Alfonso Guerra.

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