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¿Se imaginan una serie española que reflejase las palizas de los falangistas y demás hijos de cristo rey; el ¡se sienten, coño! de Tejero, el teléfono roto del rey Juan Carlos, el pacto del capó; la España del pelotazo, la bodeguilla de Felipe, la cal viva de los GAL, Roldán en gayumbos, Filesa y la turbia financiación del PSOE; el grotesco animalario de los ochenta, de Mario Conde a Jesús Gil, del Nani a Rafi Escobedo, de Francisco Paesa a Juan Guerra, el hermano de aquel país al que no iba a conocer ni la madre que lo parió?
Podrían imaginársela, pero no existe. En Italia, sí.
Michele Placido tuvo a bien trasladar al cine Romanzo criminale, una novela sobre la banda de la Magliana escrita por el juez Giancarlo de Cataldo. El éxito del cóctel —drogas, prostitución y juego en manos de unos delincuentes de barrio que terminan transformando Roma en una taifa del crimen organizado— propició una versión homónima para la pequeña pantalla. Dirigida por Stefano Sollima, Roma Criminal también muestra las amistades peligrosas que entablan unos macarras venidos a más con la Camorra y los servicios secretos.
“A los italianos les apasiona explicar su pasado, al contrario de lo que sucede en España, donde mirar hacia atrás —ya sea la guerra civil o la dictadura— es un tabú. Aquí, lo más parecido que se ha hecho es Cuéntame, una serie con ciertos ribetes políticos pero de carácter más social”, explica Íñigo Domínguez, quien escribió algunas de las mejores crónicas de todo aquello cuando ejercía de corresponsal de El Correo y el grupo Vocento. “Ellos, en cambio, tratan de comprender lo que ha sucedido en su historia reciente y tanto Roma Criminal como 1992 lo demuestran”, añade el periodista bilbaíno, hoy enrolado en El País.
La fecha del título alude al proceso judicial Manos Limpias, también conocido como Tangentopoli, en referencia a los sobornos que recibían los políticos de los empresarios. Conducida por el fiscal Antonio Di Pietro, la causa puso patas arriba los partidos tradicionales y allanó el camino a un magnate de la comunicación que entonces presidía el Milan de las Copas de Europa y los scudetti. Si yo he hecho esto con mis empresas y mi equipo de fútbol, vendría a decir Silvio Berlusconi dos años después, también puedo llevar Italia a lo más alto.
“Tras la investigación se derrumba todo el sistema, porque la Democracia Cristiana (DC) y el Partido Socialista Italiano (PSI) se hunden por culpa de la corrupción y fracasan en las urnas. Un vacío rellenado por la Liga Norte y Forza Italia, que logra ganar las elecciones en sólo tres meses”, recuerda el autor de Crónicas de la mafia (Libros del K.O.). “Un caso increíble”, pues la formación se había fundado en diciembre de 1993 y se impuso en los comicios celebrados en marzo de 1994. Si no hay ninguna serie análoga en España, tampoco ha existido una fuerza política que emulase a la liderada por el Cavaliere. Es más, ¿alguien concibe llamar a un partido Viva España o, casi peor, Arriba España? Pues eso: ¡Forza Italia!
El protagonista de 1992 es Stefano Accorsi, quien interpreta al ejecutivo agresivo Leonardo Notte. Un publicista sin escrúpulos con un pasado rojo —de bandera, pero también de sangre— que ejemplifica al alumno aventajado de los Berlusconi Boys, la nómina de empleados del empresario milanés que luego engrosarían sus listas electorales. Si el Milan de Sacchi contaba con tres holandeses de campanillas —Gullit, Rijkaard y Van Basten— y una plantilla solvente —Baresi, Costacurta, Maldini, Ancelotti...—, el Cavaliere recurrió para armar Forza Italia a su equipo de publicistas, pronto elegidos parlamentarios. Un partido-empresa o, si lo prefieren, las artes y los engaños de la publicidad y el marketing traducidos a la política. Cuenta algún romano que vivió su ascenso hasta el Palacio Chigi que el candidato lucía traje en los carteles electorales encolados en el centro de la ciudad y chándal o ropa sport en los de la periferia, aunque habría que haberlo visto.
Si bien la segunda parte de la serie, titulada 1993, ahonda en su figura, la primera presta atención al proceso judicial que le despejó un paseo a la postre triunfal. Pero, más allá del tronco de la investigación y de las ramas empresariales —con sus respectivas subtramas: bien relaciones de amor imposibles o interesadas, bien carreras televisivas meteóricas o emponzoñadas—, la producción de Sky permite entrever una hojarasca que va más allá del argumento principal, ilustrando a cuentagotas la historia de Italia: la penetración de la mafia en la vida pública y privada, así como las consecuencias de plantarle cara; o la guerra sucia y el terrorismo de Estado como instrumentos para, valga la paradoja, salvaguardarlo.
“Las bombas contra los jueces Falcone y Borsellino marcaron un hito en la crónica del país”, subraya Domínguez. “Y luego está la estrategia de la tensión, consistente en crear un caldo de cultivo de agitación para justificar, con las Brigadas Rojas de fondo, un golpe de Estado. Entonces se cometieron grandes atentados sin aclarar tras los que podrían haber estado los servicios secretos desviados, que se servían de la mafia y de terroristas negros o de extrema derecha”, explica el excorresponsal en Roma.
Basta recordar que el Partido Comunista Italiano (PCI) era el más importante de toda Europa y que, para evitar su llegada al poder, el maquiavélico democristiano Giulio Andreotti llegó a fomentar un pentapartito. O sea, que a la derecha no le importó que gobernara un socialista como Bettino Craxi, que terminaría dando con sus huesos en el exilio tunecino para escapar de las garras de la Justicia, con tal de evitar al demonio comunista y seguir controlando el país. Un ejemplo de su pujanza: el PCI logró el 34% de los votos en las legislativas de 1976 —apenas cuatro puntos menos que la Democracia Cristiana— y se impuso con el 33% en las elecciones al Parlamento Europeo de 1984, obteniendo un escaño más que la DC.
No tiene sentido destripar el paisaje sobre el que se proyecta el argumento de la serie, si bien se trata de la historia de Italia pasada por el cedazo de la ficción: hay personajes que no existieron, pero que son verosímiles, pues encarnan el estereotipo del tiburón publicitario, del político camaleónico o de la aspirante a actriz dispuesta a todo por ser una estrella de la pequeña pantalla. Un submundo de veline espoleado por el dueño de Mediaset antes de convertirlo en un producto de exportación, aunque ojo con el programa infantil de la televisión pública Non è la Rai, que da para una cruda y vomitiva anécdota en uno de los capítulos.
“La idea genial que tuvieron los responsables de Manos Limpias, copiada luego por Falcone y Borsellino, fue hacer un pool o grupo de jueces, de modo que la responsabilidad no caía sobre una sola persona. Así, entre varios magistrados, podían resistir mejor la presión política, mediática y de la opinión pública”, apunta el autor de Crónicas de la mafia, quien vuelve a poner un pie en la realidad de la época. “Un planteamiento decisivo para que tuviese éxito. No obstante, a Di Pietro le empezaron a sacar porquería por todos los lados y terminó dimitiendo de una manera muy teatral”, rememora Domínguez. Mucho más histriónicas fueron las intervenciones de algunos diputados de la emergente Liga Norte en la Cámara de los Diputados, soga incluida.
El periodista no incurre en ningún spoiler porque ni 1992 ni 1993 abordan el futuro del fiscal. “Dejó la carrera judicial porque lo pusieron en duda, aunque las posteriores investigaciones le dieron la razón o se fueron cerrando”, añade el periodista, merecedor del Premio de Periodismo Cirilo Rodríguez. Antonio Di Pietro, que se había marcado como objetivo máximo del proceso Manos Limpias al fugado Bettino Craxi, terminaría dando el salto a la política al frente del partido Italia de los Valores y siendo dos veces ministro con Romano Prodi. No hace falta hacer un gran ejercicio de memoria para recordar que en España hubo un señor X, así como un juez estrella que dio el salto a la política y después se afanó para desvelar quién se escondía tras la antepenúltima letra del diccionario.
¿Funciona esta idea original del actor Stefano Accorsi —escrita y dirigida a varias manos— como una serie de entretenimiento o el follaje histórico y documental puede despistar al espectador foráneo? “En términos de ficción funciona como un reloj”, afirma la guionista Isabel Vázquez. “Los estereotipos están logrados y es imposible que el público español se pierda, porque resulta muy fácil sentirse identificado con la trama. Me parece fantástica porque sabe tratar sin complejos los pasajes más sucios e intrincados de esa etapa, muy próxima y similar a la España de la época”, añade la autora del libro Me llamo Peggy Olson (Ediciones B), sobre la heroína de Mad Men, otro clásico sobrado de testosterona.
Salvando las distancias espaciales y temporales, los publicistas de 1992 fabrican una nueva Italia del mismo modo que los creativos de la producción de HBO construyeron [las necesidades de] unos nuevos Estados Unidos. Leonardo Notte, obviamente, no es Don Draper, aunque comparte un pasado oscuro y un horizonte fastuoso. Ambos, quizás, vendan sueños, si bien el personaje de Accorsi no quiere despachar un producto, sino un flamante líder. “La publicidad se basa en una cosa: la felicidad. ¿Y sabes qué es la felicidad? El olor de un coche nuevo”, decía Draper. El coche nuevo de Notte es Berlusconi. Hay otra frase del protagonista de Mad Men aplicable a 1993: “Las personas desean que les digan lo que tienen que hacer, por lo que escucharán a cualquiera”. El chiunque milanés llegó a ser primer ministro en tres ocasiones.
“Tiene de todo: políticos, jueces, empresarios, policías, velinas... Y, claro, publicistas que se mueven a sus anchas durante la eclosión del sector en el sur de Europa, con novedosas campañas que nos quitaron el pelo de la dehesa y el carácter latino más chusco. Eso también sucedió en España a principios de los noventa, lo que sumado a la corrupción y al ascenso de determinados personajes hace que nos sintamos identificados con la trama”, explica la colaboradora del programa Pool Fiction. ¿Por qué, entonces, no ha habido una producción similar que retrate la España de aquellos años? “Hay caldo para desarrollarla, sin embargo la gran serie de los noventa todavía no se ha hecho. Los casos policiales de Brigada Central eran más callejeros que en torno a mafias organizadas, mientras que Crematorio tiene un armazón muy sólido, aunque no puede compararse”, concluye Isabel Vázquez.
La mafia macarra
Eran unos delincuentes de poca monta y no les unían lazos familiares, pero el Negro (en la ficción, el Libanés), Crispino (el Freddo) y Renatino (el Dandi) lograron eliminar a la competencia, establecer alianzas con la mala vita romana, hacerse con la ciudad y convertirse en una suerte de mafia romana, que hasta finales de los setenta no existía como tal, sino que eran malhechores que controlaban sus barrios y se dedicaban a cometer delitos concretos. Un detalle para fans: el protagonista de 1992, Stefano Accorsi, también forma parte del reparto de Romanzo Criminale, la película que precedió a la serie homónima, traducida en España como Roma Criminal.
La banda de la Magliana dio un salto de altura: pasó de los robos a los secuestros, el juego ilegal, las apuestas hípicas, la prostitución y el tráfico de drogas, al tiempo que establecía contactos con la Cosa Nostra y la Camorra. Además de la mafia, aquí interesa su relación con las logias masónicas, la ultraderecha subversiva y los servicios secretos. O, lo que es lo mismo, con una estructura paralela del Estado cuyo objetivo era contrarrestar el avance comunista en plena guerra fría, aunque para ello fuese necesario liquidar a políticos aperturistas o cometer atentados de bandera falsa: sobre ellos planea la sombra de sonados casos como el asesinato del ex primer ministro Aldo Moro o la masacre de Bolonia, en la que estaría presuntamente involucrada la Logia P2, una de las protagonistas de la estrategia de la tensión en el marco de la Operación Gladio, la red secreta auspiciada por la CIA y la OTAN para enfrentarse a lo que venía de Moscú.
“Tras la caída del fascismo, siempre ha habido una conexión entre los servicios secretos y este tipo de organizaciones clandestinas para frenar al Partido Comunista: ahora suena a chino, pero entonces parecía que iba a gobernar. De hecho, tanto la inteligencia trasalpina como la estadounidense se desdoblaban, de modo que había una oficial y otra ilegal, que funcionaban de forma paralela”, analiza Íñigo Domínguez. “Durante la guerra fría, estratégicamente era un país clave, de modo que en esa Italia oscura confluían con la Logia P2 de Licio Gelli, que a su vez mangoneaba con la CIA, el Vaticano y la mafia. Las cloacas allí son muy poderosas”, concluye el periodista.
De hecho, uno de los protagonistas de Roma Criminal es Massimo Carminati (en la serie, el Negro), militante de los Núcleos Armados Revolucionarios, un grupo terrorista de extrema derecha al que se le atribuyen treinta y tres asesinatos, además de los ochenta y cinco muertos en el atentado de la estación de Bolonia. Carminati volvió a ser noticia hace cuatro años cuando fue detenido durante la operación Mafia Capital, acusado de dirigir una trama de corrupción infiltrada en el Ayuntamiento. El año pasado fue condenado a veinte años de cárcel por pertenencia a organización criminal.
“En los setenta, en Roma no había mafia. Era territorio de nadie, un puerto franco. Cada uno tenía sus negocios, sin embargo no había que pedir permiso para delinquir”, apunta Domínguez. “Entonces surgió la banda de la Magliana, integrada por delincuentes comunes que empezaron con pequeños golpes hasta que se revelaron ambiciosos y, de repente, se vieron en el tablero ante los grandes jugadores: la Cosa Nostra, la Camorra y el Estado, que empezaron a usarlos a su antojo. Pensaban que se iban a comer el mundo, pero comenzaron a involucrarse en casos rarísimos, desde el asesinato de Aldo Moro hasta los atentados ultras”.
Algunos de ellos murieron, pero mejor no desvelar sus nombres para no reventar el argumento a quien todavía no la haya visto. No obstante, al igual que sucedía con los hechos narrados en 1992 y 1993, es historia. Y, de alguna manera, la banda de la Magliana ha seguido dando coletazos décadas después, aunque para ello haya tenido que cambiar de piel o de nombre. Carminati, quien seguía en activo hasta su caída e ingreso en prisión, ha inspirado otro personaje de película y serie. En Suburra, ambientada en 2008, es Samurai, si bien la Roma corrupta del presente siglo da para otra entrega.
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