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Paco Elvira: diez años sin el fotógrafo que retrató al Vaquilla

La muerte le alcanzó sin avisar hace diez años en el Garraf, Catalunya. Para sus compañeros es uno de los grandes fotógrafos documentales de Barcelona, aunque estiman que el reconocimiento de su obra llegará a cuentagotas.

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Autorretrato de Paco Elvira en Hong Kong, 1979. CEDIDA POR ANDREA ELVIRA (USO EXCLUSIVO)

Lo encontraron un primero de abril. Cayó desde lo alto de una roca de las costas del Garraf. Había llovido, hacía viento. No se sabe con precisión cómo fue, quizás resbalase. Resultó muerto en el acto.

Paco Elvira era fotógrafo y murió haciendo fotos. Este mes se cumple una década de su muerte. Tenía, entonces, 64 años.

Su hija, Andrea Elvira, abre la puerta de su piso de Barcelona. Da a la Gran Vía. Parece hecho para él: luce un frontal de grandes ventanales, de esos que ya no se pagan. Aquí surgió uno de sus últimos inventos, Desde mi ventana. En él, Paco Elvira se asomaba a la vida de los otros, con unas ansias que no desgastaron los años que pasó rastreando las calles, que fueron casi todos los suyos. "Aquí pasan muchas cosas", sugiere Andrea. Hoy, guarda en esta casa hasta la última esquinita del trabajo de su padre.

Paco Elvira tenía una mirada rasa, serena. La mirada del que quiere estar dónde está. Cumple los sesenta en las últimas fotos a la vista, aunque su semblante, apenas sin cuartear, insinúa algunos menos. Quien lo conoció dice que se movía con ligereza y sabiendo qué suelo pisaba.

Así lo asegura Manel Úbeda, director de la Escola de Fotografia IDEP: "Paco era extremadamente discreto trabajando, y tenía cara de niño bueno, lo que le facilitaba el trabajo" [ríe].  "Era muy fácil estar con él. Era como un niño cuando juega con algo. Siempre admiré eso. Tenía hambre, hambre de conocer cosas. Además, nunca estaba de vuelta de nada. Si había pasado por algún sitio, le gustaba volver a pasar y descubrir algo nuevo. Y te lo contaba", dice Clemente Bernad, también fotógrafo.

Paco Elvira nació en Barcelona en 1948. A punto de estrenar la veintena, comenzó a estudiar la carrera de Económicas. Por aquel entonces, ya hacía fotos con una cámara de su padre, imágenes que revelaba en un cuarto de su casa, y no tardó en desertar de los estudios.

"Uno de sus hermanos iba los veranos a Irlanda, a trabajar en los campos de fresas y aprender inglés, y él aprovechó un verano de esos y empezó a hacer contactos. Tenía un coche, su primer coche, creo que era un 600, y lo vendió. Con ese dinero se pagó un equipo y una estancia. Se fue como freelance y, como hacía antes el periodismo de guerra, empezó a dormir en casas de católicos y de protestantes. Cuando volvió a Barcelona, comenzó a tener un nombre y a ser enviado especial", relata Andrea.

Su padre viajó media decena de veces a Irlanda del Norte. "Le marcó mucho, fue uno de los grandes proyectos de su vida. Las últimas fotos de Derry ya son en color, con el conflicto acabado", detalla. Estuvo en la Revolución de los Claveles en Portugal, y fue uno de los primeros fotoperiodistas occidentales en dirigir la mirada a los entresijos del Sudeste Asiático. Se deslizó por las movilizaciones de los últimos años del franquismo, las casas de las familias que sufrieron los destrozos del aceite de colza, o el barraquismo del Campo de la Bota.

"Hacía reportaje de autor. En aquella época había pocos o no tenían difusión, y él era un referente. Era un fotógrafo de revista, pensaba las fotos. Sus fotografías son duras, pero tienen dignidad", valora el fotógrafo Pepe Encinas, uno de sus camaradas más cercanos.

"Paco pertenecía a una generación de fotógrafos que miraba la foto como un servicio social, y que eran claramente antifranquistas, comparados con la generación de los Pérez de Rozas", señala Úbeda. "Creo que le influyó mucho Carlos Bosch, que fue el primer jefe de fotografía de El Periódico. Venía ya rodado, había estado en los Montoneros en Argentina, y le influyó en desarrollar una mirada que se fijaba mucho en lo que pasaba fuera. Y su otro pilar fue el periodista Xavier Vinader".

Con Vinader, de quien no se despegaba, Paco Elvira entrevistó a ETA en un zulo. Luego vino Nicaragua, Kabul, Kosovo. Nada le quedó grande, y siempre transitó lo pequeño. "Se iba de infiltrado al Riviera, un puticlub famosísimo, con la leica escondida en la americana. Me lo contaba y yo pensaba que lo iban a matar unos traficantes o proxenetas [ríe Andrea]. También iba a los Encants cuando había tráfico de arte, por ejemplo. Tenía mucho en cuenta cómo acercarse a la gente, sabía estar", relata.

Participó en una veintena de libros. Fue profesor. Publicó en Primera Plana, Cover, Interviú. Tuvo un blog que no desechó. Viajó por todo lo alto gracias a los encargos dominicales. Como tantos otros de aquella prole, Paco Elvira cazó la época dorada del reportaje social, el reportaje que lucía y del que se podía vivir, y también llegó a ver cómo se iba a pique.

La foto del Vaquilla

El 30 de agosto de 1979, la revista Interviú publicaba una entrevista de Xavier Vinader y Pedro Costa Musté a un Vaquilla que no cumplía los dieciocho. Paco Elvira hizo las fotos. De toda la serie, hay una imagen que sería extraño que no sonase a nadie: el Vaquilla, sin camisa, con los brazos extendidos y los puños cerrados, mostrando sus abundantes tajos, seña carcelaria de la época, y luciendo un tatuaje bien conocido, una leyenda grabada, probablemente, con punzón: "En mis años hera el rey del volante. Vaquilla".

La foto lleva fecha del 14 de agosto de aquel año, cuando el Vaquilla consumaba tres años y medio bajo techo. Ahora ha sido recuperada por la editorial Ojos de Buey, un proyecto que apuesta por celebrar la memoria fotográfica del país y que ha editado un libro de aquellos retratos al más jaleado de los quinquis.

"Siempre busco temas para recuperar, pequeñas historias. Y me encontré con la entrevista en Interviú, donde solo habían publicado un par de fotos, como pasa siempre, que no se publica todo un carrete. A mí me interesaba la historia completa y contacté con Andrea, y republicamos la entrevista y las fotos. Es muy interesante porque cuenta al Vaquilla más allá del personaje", explica Gabriel Alberti, impulsor de Ojos de Buey.

Pero esta no es la única editorial que últimamente ha decidido echar un vistazo al retrato de Paco Elvira. El verano pasado, Andrea tropezó con un libro con la foto del Vaquilla como portada, y le sobrevino una duda incómoda: "Hay gente que ya me ha pedido esta foto, ya ha ilustrado otras portadas, y no recordaba haberla cedido esta vez ni que me hubiesen pagado por ella. Contacté a Akal, la editorial, que me dio largas durante dos meses. Cuando insistí me dijeron que esa foto está considerada una mera fotografía y no una obra fotográfica, y que la ley les permite usarla".

La Ley de propiedad intelectual determina que las fotografías se distinguen en dos tipos: mera fotografía y obra fotográfica, a saber, una foto con intervención creativa del autor. La primera puede ser usada sin pago de derechos a los veinticinco años de hacerse, mientras que la segunda no es libre hasta los setenta desde el fallecimiento. "Y aún así tendrían que hablar con los herederos", anota Andrea.

La ambigüedad de la ley sobre lo que se considera una obra fotográfica juega en contra de los autores. "Es una carencia que no tiene la ley francesa, que no hace esa distinción aberrante. A mí me gustaría conocer el motivo para hacer esa diferenciación", lanza Bernad.

Alberti aventura que la tentativa de Akal es un precedente espinoso: "Es muy fuerte porque está diciendo que cualquier fotografía documental o fotoperiodística no tiene ninguna creatividad, y así se está negando el archivo entero de miles de fotógrafos". "No tiene ningún sentido lo que dicen sobre la foto: se ve perfectamente el encuadre y la pose, es evidente que el autor interviene, que es una obra", añade.

Gabriel Alberti, sobre la foto usada por Akal: "Se ve el encuadre y la pose, es evidente que el autor interviene, que es una obra"

"Su argumento es imposible de entender porque, además, esos días yo estaba haciendo la inauguración del libro de Ojos de Buey con esa foto en una de las galerías más importantes de Barcelona", señala Andrea. Un retrato que ya fue expuesto en 2009 en el CCCB.

Ante el envite de la editorial, el escrito No son meras fotografías, impulsado por Bernad, manifiesta: "Exigimos el respeto al trabajo fotoperiodístico y documental, porque no trata la realidad de forma objetiva y despersonalizada, como a menudo se quiere hacer creer, sino que lo hace a través de un punto de vista personal y creativo que no excluye la información sino que la refuerza".

A día de hoy, el texto cuenta con más de dos mil quinientas firmas. "Están hiriendo la memoria y el legado de Paco Elvira y poniéndose en contra de todo el colectivo", sentencia el fotógrafo. Akal, hasta la fecha, se ha limitado a reafirmar su primera postura. Denuncia, además, "una presión inaceptable". Desde Público se ha contactado a la editorial, pero en el momento de publicar este artículo no se ha obtenido respuesta.

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Fotografía sobre el aceite de Colza, en Extremadura, en 1981. - PACO ELVIRA // CEDIDA POR ANDREA ELVIRA (USO EXCLUSIVO)

La conservación del archivo

La casa de Paco Elvira, donde vive su hija, atesora su archivo, intacto, en el despacho de siempre. El fondo documental se conserva en incontables cajas de diapositivas y maletines de copias, además de un centenar de libros. Un conjunto que haría salivar a un atracador, si el fotoperiodismo fuese ambición del trapicheo de alto rango. Hay celuloides que nunca nadie ha visto, diapositivas que Andrea no ha sacado del embalaje.

"Intento ir escaneando los negativos, del total quizás hay un 25% escaneado", dice ella, que hace lo que puede, nunca suficiente. Porque el archivo de su padre no es un caudal fácil de manejar, ni hay instituciones competentes que se hagan cargo. Ni una.

"¿Qué pasa si a mí ahora me da por prenderle fuego? Esto es memoria colectiva del país. Me van pidiendo fotos, pero si no mueves el archivo, el archivo se queda aquí, se olvida. Y vender a colecciones privadas es complicado porque esto es fotoperiodismo, quizás no quieres tener a unos niños muriéndose de hambre en tu salón", razona sin aspereza.

Andrea Elvira, sobre la falta de conservación institucional: "¿Qué pasa si me da por prenderle fuego? Es memoria colectiva del país"

"Hay obras que acaban als Encants", asegura Úbeda. "El problema es que las condiciones para conservar los archivos implican mucho dinero. Todo no se puede conservar y cada fotógrafo tiene su pequeño agravio. La generación que cierra el franquismo, como Colita, Miserachs o Català Roca, de una manera u otra, ha ido colocando cosas. Pero nuestra generación no. Si no lo regalas, las instituciones no lo quieren, y si lo regalas se lo piensan mucho, porque la conservación y clasificación necesita recursos", señala.

El fotógrafo explica que un grupo de profesionales se juntaron hace unos años y de la presión "derivó el Plan Nacional de Fotografía, que ha servido para que la Generalitat dedique unos pocos recursos a comprar obra. Pero compra copias, un archivo con miles de negativos no lo quiere. Y son muy selectivos. También hay archivos que no están bien conservados, copias en papel de época que están contaminadas y que hay que tratarlas para que no contaminen todo el Mnac".

Hace siete años, el fotógrafo Manel Armengol fue desahuciado de su piso de Barcelona. Su obra se quedaba en la calle. El gremio denunció el desamparo y hoy el Archivo Nacional de Catalunya custodia el legado del fotógrafo. Más de un millón y medio de diapositivas que Armengol no podía llevarse a la cabaña en la que vive ahora.

Paco Elvira le advirtió a su hija que las fotos serían su herencia. Que hiciese un buen uso. "No tengo nada más". Y así fue. De hecho, Paco empezó a preparar el archivo poco antes de morir. El desenlace, sin embargo, golpeó sin avisar.

La desaparición

Aquel sábado de finales de marzo de 2013, Paco tomó un tren rumbo al Garraf con una pequeña mochila y un solo objetivo. "Fue a fotografiar unos lugares que salen en su novela Un día de mayo", apunta su hija, que en esos días aún no sabía a dónde había ido el padre. Esa noche no volvió a casa. No respondía al teléfono. Un temor nuevo alcanzó a Andrea.

En la comisaría de Plaça España fueron firmes: hasta pasadas 48 horas no se le podía localizar. Lo típico que se dice, que quizás no aparecía porque él no quería. "Sabíamos que no era así y teníamos miedo de que estuviese herido y muriese congelado", recuerda Encinas. Los amigos de Paco -Úbeda, Encinas, Vinader, Pepe Baeza- también se movieron para ubicarlo. Su hija temía que se le acabase la batería, "porque todo el mundo lo estaría llamando". "Era Semana Santa, y nos fuimos a las dos de la mañana a la Ciutat de la Justicia a que un juez de guardia nos autorizase localizar el móvil, pero el tío nos devolvió a los Mossos".

"Finalmente, un contacto que trabajaba en la telefónica, en Madrid, me dijo que el localizador estaba en la zona del Garraf", señala Úbeda. "En paralelo, nosotros ya habíamos acotado que estaba en el Garraf e íbamos en un coche, yo y un grupo de fotoperiodistas. Nos enteramos por el camino", añade Andrea.

Las autoridades encontraron a Paco Elvira bajo la roca La Falconera, el lunes 1 de abril.

"De golpe nos quedamos muy solos", consigue decir Bernad.

Andrea no recuerda con detalle los días que siguieron a la pérdida, pero sí que una multitud la elevó sobre el dolor. Al entierro acudieron cientos de fotógrafos, y muchos otros que no lo eran.

"No entiendes nada, vas viviendo de alguna manera, pero los homenajes me ayudaron mucho. También tuve que encargarme de gestionar el archivo desde el primer día de su muerte. Al segundo día me estaban entrevistando y al cuarto estábamos organizando una exposición. Fue un trabajo que me sirvió de duelo. Además, no todo el mundo tiene la gran suerte de tener toda la vida de su padre, todo lo que ha vivido, en fotos. Algo que yo puedo revisar todo el rato", revela.

Andrea Elvira: "No todo el mundo tiene la gran suerte de tener toda la vida de su padre, todo lo que ha vivido, en fotos"

Los Mossos le entregaron la cámara que llevaba su padre cuando murió. "Estaba reventada, pero rescatamos la tarjeta. Tengo las últimas fotos que hizo".

Diez años más tarde, el nombre de Paco Elvira continúa invocando entusiasmo, aunque hay quien diría que su obra, lejos de los circuitos periodísticos, está poco reconocida. Alberti considera que no es algo que exclusivamente atraviese su figura: "Hay gente que conoce a más fotógrafos japoneses que españoles. Si Paco Elvira fuese americano quizás no podríamos haber hecho este libro porque ya estaría todo publicado. Ahora hemos editado un reportaje de las presas de la Trinidad de Pilar Aymerich de hace cincuenta años. De ese reportaje, hay una fotografía en el Reina Sofía y nada más. Parece que tengamos un eterno complejo de inferioridad sobre lo que tenemos aquí, aunque creo que eso está cambiando".

Ajustándose al caso, Encinas valora que "de treinta fotógrafos de esa época, Paco debería estar entre los primeros". "Andrea hace mucho y nosotros hacemos muy poco para ponerlo en valor. Debería hacerlo alguna institución. Ahora se ha reivindicado mucho a Maspons y a Català Roca, pero Paco Elvira es uno de los grandes desconocidos". Su trabajo de la Transición, en palabras de Bernad, "es importantísimo, poca gente lo abordó con esa mirada. No es un discurso amable de esos años". Úbeda remata: "No se puede hablar de esta época sin tener en cuenta a Paco Elvira".

Cuentan los que lo conocieron que fue un gran fotógrafo al que le faltó tiempo. Aseguran, también, que fue un hombre sin dobleces. "Su historia vive en mucha gente, aunque esa gente desaparecerá y algunas cosas se perderán", razona Andrea. Y, quizás, sin recrearse en uno mismo, el mejor motivo para estar aquí sea, justamente, vivir en los otros. Que alguien te piense y se diga: qué suerte tuve. Paco Elvira lo consiguió.

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