MADRID
Actualizado:El estreno de Netflix de esta semana viene directamente de Argentina. Su primera producción propia allí ha sido creada y dirigida por Daniel Burman (El abrazo partido) y se estrena con la aspiración de captar la atención de todos aquellos que busquen un drama romántico con todo lo que puedan imaginar que tiene cabida dentro de él y el presupuesto de una producción que aspira a más.
Dentro de Edha hay un auténtico batiburrillo de emociones y subtramas. Las que atesoran unos personajes que, al menos en los tres primeros episodios facilitados por Netflix antes del estreno, parecen estar conteniéndose continuamente para no estallar. Esta es una historia de pasiones, rivalidades y venganzas ambientada en el mundo de la moda, donde las apariencias, por supuesto, lo son todo.
Ya lo avisa la protagonista nada más arrancar el piloto. Su voz en off, que será una constante de la que se abusa en los capítulos venideros, advierte de la falsedad que rodea al mundo del diseño y las pasarelas en el que se mueven tanto ella como el resto de personajes. Todos con dos caras o más. La falsedad es la tónica dominante. Lo que son, lo que aparentan ser y lo que les gustaría ser nunca van de la mano. Empezando por la propia Edha, a la que interpreta Juana Viale. Huérfana en los años previos a la adolescencia y madre a edad muy temprana, ella es el puntal sobre el que gira todo. Es fría, ambiciosa, antipática, estirada y una maniática del control. Por todo eso, y por su historia personal, es infeliz hasta el extremo no ser capaz de sonreír.
La acción arranca con ella poniendo en situación al espectador y en un ejercicio de poco esfuerzo narrativo es la encargada de explicar quién es quién en esta historia y cuál es su lugar en el universo de la serie. Está separada; ha criado sola a su hija Elena, ahora adolescente; su padre es quien se encarga de las cuentas; tiene un socio creativo gay y una archienemiga sobre la pasarela que triunfa más que ella, que se encuentra al borde de la quiebra y en busca de inversores que salven el negocio. Toda esa información se solventa en cuestión de unos minutos, con ella como narrador incorpóreo. Un mundo de lujo y ropa elegante que sirve como puerta de entrada a una serie que, en realidad y como sus personajes, tiene dos caras.
Por un lado está esa, la de los diseñadores de alta costura que viven en una mansión, mandan a sus hijos a un colegio privado (lo de que estos sean unos fiesteros y se droguen es un clásico) y visten según lo que ellos entienden por bien. Por otro, y quizá la parte más interesante de Edha como serie, ese barrio obrero y lleno de miseria donde los más pobres se ganan la vida como pueden, donde proliferan los talleres de corte y confección clandestinos de los que los de arriba se aprovechan. Los personajes que aquí pululan no visten de marca, si no todo lo contrario. Aunque llama la atención el hecho de que tanto el ambiente de lujo como el de miseria compartan un mismo estilo de fotografía e iluminación apagada que contribuyen junto a la música a ese ambiente depresivo generalizado que lo impregna todo.
El Buenos Aries que se retrata en Edha, salvo por esos planos aéreos que sirven para tomar distancia y dar un respiro entre tanta oscuridad moral y estética, es áspera, cruel, corrupta y poco cálida. Como la mayoría de sus personajes que, además, viven sumidos en la tristeza, la soledad y la amargura. En medio de esta ciudad dividida en dos, entre pobres y ricos, el nexo de unión entre ambos mundos tarda demasiado en hacer la conexión. Teniendo en cuenta que la primera temporada se compone de 10 episodios, parece contraproducente por parte de Burman arriesgarse a no establecer el nexo de unión entre unos y otros hasta justo el final del segundo episodio. Mientras parecen dos historias que circulan en paralelo, salvo por el hecho de que ese taller caído en desgracia está claramente anclado, aunque no se diga, a la marca Edha.
Sin embargo, el punto de intersección entre ambas dimensiones porteñas no llega hasta que en el camino de la modista se cruza Teo, al que da vida Andrés Velencoso. Al español lo afean con greñas, pendientes y un vestuario que no combina adrede para que luego, cuando sufra la metamorfosis a modelo y musa de Edha, llame más la atención su cambio físico como si fuese una Cenicienta. No funciona. En realidad son varias las cosas que no terminan de funcionar en Edha en sus primeros episodios.
El abuso de la voz en off y de la música de situación para marcar los momentos de mayor tensión no conjugan bien con el halo de misterio e intensidad que se le quiere dar. En los capítulos del uno al tres hay tantos frentes abiertos que se va de uno a otro sin tiempo para sacarle partido narrativo a casi ninguno de ellos. Escenas a veces demasiado cortas que dan la impresión de ser retales de un diseño que aún no tiene muy claro qué es ni hacia dónde va. Hasta que no acaba el tercer episodio no empiezan a esclarecerse las líneas de guion por las que caminará cada uno. Es entonces cuando se puede atisbar esta tensión sexual que se establece entre la fría modista y el recién ascendido a modelo y el resto de subtramas.
La historia de pasión y venganza que promete Edha no asoma demasiado en el primer tercio de la temporada. Lo que se ve en ese arranque es más el tejido de una trama de explotación de los de abajo, de resentimiento con los de arriba e indiferencia de estos sobre esos a los que pisotean por considerarles inferiores. Todo con personajes excesivamente fríos, contenidos y que compiten por una atención demasiado dispersa con la infelicidad por bandera. Quizá a partir del tercero, con los dos protagonistas empezando a compartir planos y todos los hilos argumentales extendidos sobre la mesa el patrón quede mucho más definido y empiece a dar sus puntadas más certeras en torno a la contraposición de mundos y la mezcla de ambos a través de Edha y Teo. Eso y el drama legal que se esconde debajo de la superficie y que tiene en el fiscal Andrés Pereyra (Daniel Hendler) un gran potencial.
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