Madrid
Un periodista preguntó a Marcello Mastroianni cuando éste llegaba al final de su vida qué era lo que le quedaba por conquistar al "hombre que lo tiene todo". El actor, tras unos segundos en silencio, contestó: "El respeto profundo de mí mismo. Eso no lo tengo. Ya ve, no es tanto lo que he conquistado". Uno de los dioses del cine exponía así su fragilidad humana ante el mundo, repitiendo la fórmula genial que aplicaba con sus personajes. Actor divino, Mastroianni no dejaba nunca atrás esa extraordinaria carga de humanidad.
"Cuando un hombre tiene la fortuna que tuve yo de ser exitoso haciendo lo que le gusta y estar rodeado de gente que le quiere, tiene la obligación de no conformarse e ir más allá. De tener el coraje de esforzarse por ser mejor. Y yo ese coraje lo tuve como actor, pero no como hombre", confesó en aquella ocasión.
Y con esta confidencia revelaba su vitalidad y su melancolía un actor que era al mismo tiempo impetuoso y mesurado, tierno y mordaz, inquieto y reflexivo… Un actor que siempre fue dos o más y al que se recuerda ahora, en el centenario de su nacimiento, con ciclos y actividades en distintos lugares del mundo y con el estreno de Marcello mio, una película de Christophe Honoré, protagonizada por Catherine Deneuve y la hija del actor, Chiara Mastroianni.
Chiara, actriz, decide un verano vivir como su padre. Se viste, camina, habla como él con tanta convicción que los demás comienzan a llamarla Marcello. Es el homenaje que le hace el cineasta francés, acompañado de la hija de Mastroianni, de Deneuve, y de colegas de profesión como Fabrice Luchini, Nicole García, Melvil Poupaud o Benjamin Biolay. Homenaje que le rindió también el Festival de Cannes donde se presentó la película.
"Es sobre todo un juego"
Escritor, director de cine, intelectual comunista, antiguo bailarín... burgués enamorado, hombre impotente, homosexual en la Italia fascista, barón sinvergüenza y mujeriego, arquitecto retirado y nostálgico… Marcello Matroianni fue también político y periodista, humilde secretario, rey y ladrón. Amigo íntimo de Federico Fellini, admirador de Visconti, alter ego de Manoel de Oliveira, cómplice de Ettore Scola… trabajó hasta el final, siempre "jugando".
"Lo nuestro, lo de los actores, es sobre todo un juego. Ya ve cómo se dice en otras lenguas: en francés se dice jouer; en inglés, play, juego, jugar. Eso es el teatro, sea comedia o tragedia, o bien el cine: siempre juego", decía en una legendaria entrevista que le hizo Eugenio Scalfaro, fundador y director del periódico La Repubblica, junto con su amigo Vittorio Gassman.
"Me estudio el guion un par de días, recito mi parte y se acabó", aseguraba, al tiempo que despreciaba el método de intérpretes como De Niro, "esa historia de vivir el personaje a fondo se ha convertido en un chanchullo y con ella ganan un montón de dinero. Yo no sé; a mí no me pasa".
Y llegó Felini
Lo que a él le pasaba nadie lo sabe, tal vez lo supo Fellini, pero no importa, lo interesante es hasta dónde llegaba. Marcello Mastroianni tocaba el cielo con sus personajes, y el público y el cine italiano se dieron cuenta muy pronto, cuando empezó a destacar en algunos papeles. Vieron la humanidad y el amor en el mediocre oficinista enamorado que construyó para Noches blancas, de Visconti, en 1957, y convenció y fascinó con el ratero inútil que fue en Rufufú, de Mario Monicelli, dos años después. Luego se ganó a la crítica con su trabajo en La noche, de Antonioni (1961). Y entonces llegó Fellini.
Y le eligió para que se convirtiera en el descarado Marcello Rubini, el cronista de los escándalos sociales de la Via Veneto romana, el tipo que se metía con Anita Ekberg en la Fontana di Trevi, el personaje que le consagró en todo el mundo. La dolce vita ganó la Palma de Oro en Cannes y el cine abrazó entusiasmado a Mastroianni.
En la piel de Guido Anselmi
Los mencionados Visconti, Antonioni, Monicelli, Scola, Oliveira y De Sica, Comencini, Louis Malle, Polanski, Tornatore, Nikita Mijalkov… y unos cuantos más trabajaron con él, pero entró en el reino de los mitos gracias a sus colaboraciones con Fellini y, sobre todo, gracias a su papel de Guido Anselmi.
Director en busca de la inspiración justo cuando prepara su nueva película, el protagonista de la inmensa Fellini 8 ½ es la imagen de Mastroianni que surge repentina al escuchar su nombre. Guido apagando un cigarrillo y bajando un poco sus gafas Oliver Peoples negras para contemplar la aparición de Claudia (Cardinale). "El cine soy yo, es mi vida".
Hace cien años nació el hombre, hace casi treinta murió el mito. Quizás el mejor retrato que se ha hecho de Mastroianni lo publicó en su día el diario La Stampa: "Actuaba con la misma naturalidad que un niño, a la vez que vivía con el mismo gusto de un acróbata, siempre listo a dar el salto mortal".
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