madrid
"Este autobús está secuestrado". El 7 de mayo de 1978 Manolo Vital se subió al autobús que había conducido durante decenios, el 47, y lo llevó, saliéndose de su ruta, a lo alto de la colina de Torre Baró. Fue la manera de demostrar a los políticos locales que el transporte público, en contra de lo que ellos defendían, sí podía llegar a este barrio, que lo necesitaba. Ahora, Eduard Fernández recupera la figura de este hombre y la importancia de los movimientos vecinales y obreros en El 47, la nueva película de Marcel Barrena.
En pleno debate sobre la migración, con las voces de la ultraderecha de Vox y del PP resonando en su intolerancia, esta película recuerda que todos somos hijos de emigrantes, desplazados o refugiados, centrándose en la historia de extremeños y andaluces que llegaron al extrarradio de las grandes ciudades buscando una vida mejor. Construyeron sus casas con sus propias manos y lucharon como colectivo por la dignidad vecinal.
Tras Mediterráneo, donde se mostraba la travesía por mar de los refugiados y la labor que hace Open Arms, Barrena repite con Eduard Fernández y ambos con un cine social que aboga por la solidaridad, el humanismo y que reivindica la memoria de los asesinados y represaliados en la guerra civil.
¿Cómo conoció la historia de Manolo Vital?
El rodaje de Mediterráneo fue muy intenso. Estuvimos casi tres meses bloqueados en Grecia. Le detectaron una enfermedad a mi amigo y protagonista Dani Rovira. Fue muy duro todo, y sin ver a mis niños, así que cuando volví necesitaba estar en mi casa y empecé a buscar historias sobre mi ciudad. No sé muy bien cómo terminé en un blog de autobuseros, que pensé que yo era el primero que entraba ahí. Y encontré esta historia del secuestro del autobús. Investigué, di con Joana, la nieta de Manolo, tiré del hilo…
Con esta película vuelve otra vez a contar una historia de emigración, ¿cómo habla este relato de nuestros abuelos inmigrantes a la sociedad de hoy?
Todos somos hijos de eso, es que yo no conozco a nadie que no lo sea. Mis abuelos habían venido de Andalucía y yo nunca consideré que eso era algo excepcional, sin embargo, vas creciendo y ves que el concepto de inmigrante crispa a algunos. A mí me choca mucho porque todos venimos de ahí, también los que lo critican. Y no es solo nuestro país, es toda la humanidad, somos viajeros del mundo. Parto de la base de que nadie se va de su casa queriendo, te vas porque en tu ciudad, en tu pueblo, no puedes conseguir lo que quieres. O sea, quien se va es porque lo necesita. El miedo o el rechazo a la inmigración es algo que no concibo, como no concibo el machismo o…
La película pone el acento en la importancia del colectivo. ¿Hay que volver a las asambleas de barrio, de trabajadores…?
Creo que todas las épocas tienen sus adaptaciones. Ahora mismo es una época de la inmediatez, de las redes y de los discursos fugaces que generan muchísima información. Hay una sobreexplotación de la información. Por un lado, es algo positivo, porque podemos empatizar o conocer lo que está pasando al otro lado del mundo, pero a su vez nos vuelve ciegos por sobresaturación. Hay tanta información que, de alguna forma, te inmunizas. Y esto hace también que se esté perdiendo el tejido de los colectivos pequeños, las asambleas de barrio… Antes nuestro mundo era más pequeño, era nuestro edificio o nuestro barrio, la gente luchaba por el bus y se unía por ello, o luchaba por el agua; ahora conocemos los problemas del mundo, pero perdemos el vínculo con lo que está cerca.
En la película este hombre, hablando de su hija, dice: "Sueños, muchos; ideales, pocos". Es lo que han dicho siempre unas generaciones de otras, ¿usted lo diría de los jóvenes de hoy?
No. Yo creo que el problema es la idiosincrasia de esta generación, esa sobreexplotación de la información. Nuestro trabajo va a ser enseñar a filtrarla. Escribí esta escena porque me impactó mucho una frase que leí hace mucho tiempo, que decía: "Los jóvenes de hoy no escuchan a sus padres, no obedecen a sus profesores y no les importa su comunidad". Es una frase que dijo Sócrates hace 2.000 años. En la antigua Grecia, entonces las preocupaciones hacia las siguientes generaciones eran exactamente las mismas que ahora tenemos nosotros. Nuestros rivales a vencer son la inmediatez de la información, el discurso corto y el clickbait, pero lo vamos a vencer porque vamos a mejor.
Aún así, hay problemas gravísimos que no se solucionan, ¿cree que todavía podemos intentar solucionarlos por la vía burocrática o ya tenemos que secuestrar el autobús?
Torre Baró ha mejorado mucho, obviamente, con los años, pero siguen como en otra época. No les llega Telepizza ni Amazon, están en la colina, siguen detrás de la montaña. La lucha sigue, pero se va adaptando a los años. Ahora el problema número 1 de las sociedades ricas es la vivienda…
La película rinde homenaje a los asesinados y represaliados de la guerra civil con el recuerdo de este hombre a su padre, a la carta que le dejó, una historia real. Desgraciadamente, hay miles de historias como esa. ¿Hasta dónde cree que es una obligación de la gente de la cultura, del arte, seguir contándolas?
No sé si es obligación nuestra, que cada uno haga con su trabajo lo que quiera. Es obligación de las autoridades. Creo que España debe de ser de los pocos países del mundo en el que pasa esto. Las fosas… es que a mí me cuesta mucho vivir con ello, no lo puedo entender. Es un tema de país. No puede ser que hayas vivido en una dictadura durante 40 años y nadie haya pedido perdón, no es concebible.
¿Hablar de ello desde el cine servirá para que se pida perdón y se reconozcan los crímenes…?
Ayuda mucho en cuanto a que hay nuevas generaciones para las que todo esto está muy lejos. Yo no viví una dictadura, nací en el 81, pero seis o siete años antes había un dictador aquí. Para mis hijos está mucho más lejos, pero es fundamental contárselo, ellos no entienden que se prohibiera el catalán. Entonces, si de repente tengo el megáfono para contárselo a miles de personas, pues ahí a mí sí me van a encontrar, esa es la fuerza del cine, es crear también memoria y sobre todo para los jóvenes.
Si no cuentas lo que ha ocurrido, de repente, te encuentras a un chaval de 18 o de 19 años que vota a ultraderecha, cuando a lo mejor esa misma ultraderecha asesinó a su abuelo. Y eso es porque no se ha contado la historia. Yo he vivido eso. Cuando estrené mi interior peli, Mediterráneo, iba por los colegios a mostrar la peli y hablar de Open Arms y siempre, siempre, incluso en barrios muy humildes, como Torre Baró, alguien levantaba la mano, chavales de 15 años, y decían que eso es el efecto llamada, que si viene uno, vendrán todos… Eso es un discurso aprendido en su casa. A estas generaciones hay que darles información.
El desconocimiento de nuestra propia historia, la ignorancia, la incultura, contribuyen al crecimiento de los fascismos…
Sí. Exacto. Mira la estadística de votos en los barrios más pobres de España: ¿a quién se vota? La gran mayoría no nacieron en esta tierra porque tuvieron que irse de la suya, porque estaban explotados por los señoritos y tuvieron que huir, y se instalaron en las afueras de Madrid, en las afueras de Bilbao, en las afueras de Barcelona, y ahora van a votar a los responsables de esa huida, a esos señoritos. ¿Por qué? Por ignorancia.
En una escena de 'El 47', los vecinos están viendo 'Esa voz es una mina', de Luis Lucia. ¿Por qué eligió esta película?
Porque cuando hablaba con la familia de Manolo Vital y con la gente de Torre Baró, con mis propios abuelos, todos me decían que lo que escuchaban entonces era a Juanito Valderrama, Antonio Molina… Y esa cultura de la ventana abierta y la música sonando del tocadiscos del vecino se mantiene y la música que se escucha todavía hoy sigue siendo ésa.
"Esto es lo que nos ha tocado a nosotros", dice un personaje en su película. ¿Seguimos atrapados en ese determinismo?
Yo creo que eso es de las cosas que van mejorando un pelín, pero obviamente la clase tira, tienes que luchar mucho contra las condiciones de clase. No son las mismas las de una persona que nace en Pedralbes o en La Moraleja que las de alguien que nace en Torre Baró. Pero es más fácil ahora. Yo tenía una idea clara, que era hacer cine y a mí eso me llevó a repartir millones de pizzas en Hospitalet, y con eso me pagué la carrera; pero hablo de España, en Siria hoy sería otra cosa. El origen influye, claro, aunque no tanto como en los 70.
Al mirar su filmografía queda claro que usted cree en la labor social del cine…
Rotundamente. Me podría tirar el rollo, pero la verdad es que yo me hice cinéfilo viendo las pelis de Spielberg, de Zemeckis, o sea, el gran cine americano es el que me enamoró. Pero en España la industria funciona distinto, no es posible hacer lo que hacen ellos. Aquí una película cuesta cuatro o cinco años si la quieres hacer más o menos bien. Y yo, que amo esto y que todavía siento mucho el síntoma del impostor, soy muy consciente de la suerte que tengo por dedicarme a esto. Dicho esto, también siento la responsabilidad de hacer algo que me importe, porque si me voy a pegar una hostia, que al menos haya sido haciendo algo con sentido.
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