San Sebastián
En plena eclosión cultural de 1968, dos jóvenes antifranquistas donostiarras abrieron Lagun, una pequeña librería que ha sido en sus casi 50 años de vida un ejemplo de coraje frente a los ataques de la extrema derecha primero y de los militantes de la izquierda abertzale después, que llegaron a quemar sus libros en una pira pública.
Seguramente quienes protagonizaron en 1996 ese episodio, que otorga a San Sebastián el dudoso honor de haber sido la única ciudad de Europa desde el nazismo en ser escenario de una hoguera de libros, desconocían que la mayoría de las publicaciones que ardía en la plaza de la Constitución eran ejemplares y enciclopedias en euskera.
Lo recuerda Ignacio Latierro, fundador de Lagun, junto con María Teresa Castells, que el pasado 11 de septiembre falleció a los 82 años, tan solo 14 meses después de la muerte de su marido, el político e intelectual socialista José Ramón Recalde, que sobrevivió a un atentado de ETA en 2001.
"En realidad fue idea de María Teresa" embarcarse en la aventura de abrir el negocio en un local situado en la plaza de la Constitución, en plena Parte Vieja donostiarra, asegura Ignacio Latierro en la sede actual de Lagun, en la calle Urdaneta, a la que se mudaron en 2001 tras el atentado contra Recalde.
De los primeros años, Latierro recuerda el lugar donde estaban los libros prohibidos. Una trastienda sobre la que "se ha mitificado un poco" porque en realidad las actividades clandestinas de este librero, entonces militante del PCE, se desarrollaban fuera del negocio.
Poco después, en 1970 Castells pasó un mes en la cárcel por cerrar la librería en protesta por el proceso de Burgos, en el que la defensa de alguno de los militantes de ETA corría a cargo de su hermano Miguel, que continuó como abogado habitual de la izquierda abertzale.
Solo tres comercios de la Parte Vieja bajaron la persiana por esa causa, los mismos que años después, en 1983, se negaron a secundar la convocatoria de la izquierda abertzale por la muerte de un miembro de ETA cuando manipulaba una bomba.
Un grupo de militantes fue a la librería para presionar y amenazar a Castells y Latierro, quien les espetó que su actitud era "igual a la del grupo de la extrema derecha Guerrilleros de Cristo Rey", que había puesto una bomba en la librería en 1976 . "Un cura que estaba en el grupo dijo algo al oído a la portavoz y se fueron", recuerda.
A partir de 1995, los ataques se intensificaron y solo en 1996 soportaron más de 20. "Pusimos cristales blindados, que resisten una o dos agresiones pero a la tercera también cedían", señala Latierro que reconoce que los seguros "se portaron muy bien" con ellos.
En la Nochebuena de 1996 los jóvenes de la kale borroka derribaron el escaparate, asaltaron la librería y rociaron los libros con pintura roja y amarilla. Días después, cuando Lagun volvió a abrir las puertas "había colas de gente que se acercó para comprar ejemplares manchados de pintura en señal de solidaridad", rememora Latierro, quien por aquel entonces era parlamentario vasco del PSE-EE.
En enero de 1997 volvieron a entrar en el local y quemaron los libros en plena plaza de la Constitución. "El escándalo llegó a los periódicos de Europa porque remitía a los nazis".
Sin embargo, Lagun siguió en la plaza de la Constitución hasta 2000 cuando ETA intentó matar a Recalde. Gracias a la ayuda de la Asociación de Libreros de España y de muchos amigos y clientes lograron la ayuda necesaria para comprar un local en el centro de la ciudad, más tranquilo, donde volvió a aparecer alguna pintada pero de forma puntual.
Tanto Castells como Latierro vivieron con escolta desde entonces, pero nunca se plantearon cerrar porque el de librero era el oficio que amaban y porque "los violentos no les iban a echar de su tierra mientras pudieran".
También su entorno más cercano les animó a seguir como insiste su María Josefa, cuñada de María Teresa Castells, que subraya que hubo más comercios, como el de moda infantil que ella misma regentó, que se enfrentaron al acoso del entorno de ETA.
En 2018 la Diputación de Gipuzkoa organizará una serie de actos en recuerdo de Lagun, pero algunos clientes y amigos se han adelantado al depositar en la tumba de María Teresa aquellos libros manchados de pintura que compraron las navidades de 1996 y que guardaban desde entonces para no olvidar el significado de lo que representan.
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