madrid
Actualizado:Antes de sacarle una muestra de sangre para medir la concentración del antígeno prostático específico (PSA, en sus siglas en inglés), la enfermera le preguntó si sabía lo que era aquello. "Pero cómo no voy a saber qué es el PSA… ¡si lo fundé yo!", respondió con sorna José Antonio Labordeta Subías (Zaragoza, 1935 - 2010), quien afrontó la enfermedad con optimismo y humor hasta sus últimos días. Fue la última lección del maestro: evitar durante cuatro años que el cáncer le secuestrara su vida, pese a la evidencia de que la muerte se lo llevaría pronto.
Se refería, claro, al Partido Socialista de Aragón, creado por él y otros intelectuales en 1976 para denunciar el abandono de su tierra desde las instituciones. Nada que ver con el PSOE, futuro enemigo a batir del turolense Federico Jiménez Losantos, quien militó en la formación regionalista y, tras intentar ser su candidato en las elecciones catalanas de 1980, finalmente se presentó en las listas del Partido Socialista de Andalucía con el objetivo de captar el voto emigrante. Integrado en la Federación de Partidos Socialistas, el PSA obtuvo un escaño en las generales de 1977, aunque muchos cuadros terminarían siendo fagocitados por la formación de Felipe González y la formación acordaría su disolución en 1983.
Labordeta, ariete de la Chunta Aragonesista, también ocuparía un escaño en el Congreso entre 2000 y 2008, si bien antes fue poeta, profesor, cantautor, escritor y niño. Un chaval que no llevó muy bien que su padre, Miguel Labordeta Palacios, mantuviese un perfil bajo durante el franquismo. Director del colegio laico Santo Tomás de Aquino, cuando los republicanos se quisieron llevar a los hijos de dos falangistas, él se enfrentó a ellos diciéndoles que solo los sacarían de la escuela por encima de su cadáver, aunque la escena se volvería a repetir cuando Franco ganó la guerra.
En este caso, los vencedores fueron a por él, pero aquellos jóvenes flechas salieron en defensa del director al grito de "a don Miguel no lo toca nadie". Y allí siguió, al frente del centro educativo, hasta su muerte en 1953. "Volvió a casa tocado y ese suceso lo marcó, porque José Antonio Labordeta en aquel momento no entendió la reacción de su padre. Esperaba que fuese un héroe de la guerra y, en cambio, lo matriculó en un colegio nazi para que no dijesen que era de la cáscara amarga", recuerda Paula Labordeta, coautora del documental Labordeta, un hombre sin más, dirigido a cuatro manos con Gaizka Urresti y que se estrena este viernes.
Sara Subías le dio cuatro hermanos, aunque el que más lo influye es Miguel, poeta y motor de la tertulia del café Niké, oasis cultural y foco de resistencia frente a "la Zaragoza gusanera", en palabras del autor del poemario Violento idílico. José Antonio estudia Derecho por deseo de su padre. Sin embargo, tras su fallecimiento se matricula en Filosofía. No tarda en casarse con Juana de Grandes, sobrina del capitán general falangista Agustín Muñoz Grandes, con quien tendría tres hijas: Ana, Ángela y Paula, responsable ahora de descubrir la cara más íntima de su padre, alejada del tópico.
En 1964 aprueba las oposiciones y es destinado al instituto Ibáñez Martín de Teruel, donde da clases a Federico Trillo y a Jiménez Losantos. Allí viviría seis años, amenizados por la presencia de José Sanchis Sinisterra, quien le inocula las dosis políticas de Raimon y Paco Ibáñez, un acicate para que empiece a cantarle a la tierra y a la emigración tras observar que su región se está quedando "vacía y desolada". Junto al dramaturgo monta el cineclub Luis Buñuel, que tuvo que cambiar de nombre por recomendación gubernativa. Cantar i callar, su primer elepé, desaparece misteriosamente del mercado tras su publicación. O, dicho de otro modo, es un éxito de ventas pese a su deficiente distribución. Ya estaba en el punto de mira de la dictadura, aunque entonces no sabía que las fuerzas del orden abrían sus desordenadas cartas en la oficina de Correos.
"Todavía me fascina ese progresivo crecimiento de José Antonio. En principio, fue un líder político a través de la canción, porque su poesía era conocida, pero era más intimista", explica en el documental Sanchis Sinisterra, quien reconoce la emoción que le provocó ver "cómo de pronto se convertía en un carismático líder de un sentimiento que en Aragón no existía, esa especie de, digamos, nacionalismo". El matiz no es baladí: en realidad, plantea un aragonesismo solidario, porque entiende que la tierra trasciende sus propias fronteras, lo que lo lleva a defender aquella España vaciada que todavía no se llamaba vacía. Un movimiento de raíz cultural tamizado por su personalidad y por la idiosincrasia aragonesa, lo que lo convertía en un nacionalismo sentimental y melancólico.
Cuando regresa a Zaragoza, reconoce su sorpresa al encontrarse con "una tierra un tanto insolidaria, como es Aragón, intentando hacer un arte colectivo de pintores y poetas". La ciudad intenta sacudirse la caspa y él aglutina la actividad cultural. Canta en el Teatro Principal No cojas las acerollas, cuya lectura antifranquista es evidente: "De toda la tierra entera / un lugar en donde quepan / los que caminan y esperan, / los que vuelven y se quedan / y entre todos hay que levantar". El concierto trasciende lo musical y se transforma en un acto reivindicativo, como también lo será el celebrado en el colegio mayor La Salle en 1976, eclosión de la nueva canción autóctona, donde interpreta el himno oficioso aragonés, Canto a la libertad, incluido en el disco Tiempo de espera.
Mientras dentro se escucha "Habrá un día / en que todos / al levantar la vista / veremos una tierra / que ponga libertad", fuera cargan los antidisturbios. Cuando sale a la calle al finalizar la actuación, un policía de la social le pide la documentación y le comenta: "Vaya follón para nada que han montado". Labordeta, como plasmó en las memorias Regular, gracias a Dios, le responde: "En lo del follón, como siempre, ustedes nos han ganado". Aquella noche, escribió años después, "se había dado otro paso importante hacia la libertad, a costa de muchas bofetadas, moratones" y detenciones.
Labordeta recorre España en coche, con los bártulos a cuestas, para tocar en plazas de pueblo y ante multitudes: 40.000 lo escucharon en Madrid durante el concierto en homenaje a la Pasionaria. Coincide con María del Mar Bonet, también de gira, en una gasolinera. El músico Joaquín Carbonell, irónicamente, le comenta: "No sabía si era cantautor porque cantaba o porque iba en auto". Pero su eco alcanza al público de Suecia, Alemania, Francia o Italia, donde toca en un homenaje a Victor Jara organizado por el PCI. Ya ha fundado la revista Andalán, publicado cinco discos y escrito seis poemarios y un par de libros de relatos.
"En realidad, José Antonio era un poeta que se había puesto a cantar a los 35 años", comenta Paco Aguardo, productor musical. Esta y otras citas figuran en el documental dirigido por Gaizka Urresti y Paula Labordeta, convencida de que la cinta es diferente a otras anteriores. "Sin nosotras no se hubiera podido hacer. Yo conozco su realidad paralela, porque la veía en casa: esa fragilidad y ese cabreo con el mundo. Nadie había tirado por ahí. Ni mis hermanas ni mi madre se hubieran abierto con otro cineasta, aunque Gaizka entendió perfectamente lo que queríamos e hicimos un gran trabajo".
Sus nietas, Marta y Carmela, sienten curiosidad por saber cómo era su abuelo y tiran del hilo. "Las incluimos en Labordeta, un hombre sin más para enganchar al público joven y porque resultaba natural que preguntasen por episodios de la vida de José Antonio que ellas no vivieron", añade Urresti, quien destaca la labor de documentación y las dificultades para digitalizar todos los vídeos en VHS disponibles en la Fundación José Antonio Labordeta.
"No había muchas grabaciones de actuaciones, porque en aquella época solo existía TVE, pero descubrimos joyas como un concierto en las fiestas del Pilar de 1998. Acceder a ese material supuso un trabajo ímprobo, hasta el punto de que también rastreamos filmaciones amateur en super-8 y nos encontramos con el homenaje a Dolores Ibárruri que había grabado un señor ya jubilado", explica el director de Aute Retrato.
"Yo soy un señor calvo, profesor de Historia en un instituto"
Labordeta es un "imán" que une a las personas, "el padre de todos", si bien él se muestra humilde: "Yo soy un señor calvo, profesor de Historia en un instituto. Yo estoy ahí en este lío de la canción precisamente por poeta. Espero que un momento determinado, quizás dentro de un año o dos, pueda dejar la canción, la actuación en directo, y pueda volver otra vez a escribir poemas y novelas, que es lo que a mí me gusta".
Juana de Grandes, su mujer, comenta en el documental que su marido se debate entre "poder vivir de la literatura, e incluso dejar las clases, y asumir el éxito, porque sufría crisis solo, cuando podía haberlas aireado, al menos conmigo". Sabía que era ciclotímico, pero no se imagina los bajones que se callaba, porque sufría en silencio por la injusticia. Él sigue reivindicando una tierra que había sido abandonada, funda el PSA y mantiene las constantes vitales de la revista Andalán, que atraviesa problemas económicos y cuyo director es encarcelado cinco días.
Paula Labordeta y Gaizka Urresti se leen sus tres libros de memorias y, durante la labor de documentación, aparece el diario de Labordeta, cuya existencia desconocía hasta su propia esposa. Ahí se refleja la melancolía, la fragilidad y la nostalgia. "Ha muerto Pablo Neruda. ¡Pobre Chile!", escribe en un cuaderno trufado de reflexiones que van de 1964 a 1978. "Después de las últimas actuaciones como cantante, decido hoy, a las cuatro de la madrugada, abandonar definitivamente esta actividad. Es lamentable comprobar cómo, después de diez años de trabajo, nadie ha entendido nada", se lamenta.
"También decido ratificarme en lo que escribí el 18 del 4 del 78: abandonar toda actividad de tipo público. Prefiero alejarme silenciosamente de la canción que trágicamente. Ayer se produjo la unión del PSA con el PSOE. Casi nada nos queda por hacer. Nuestro oficio: escribir poemas líricos en días de sol". Una despedida en la que insiste en las mismas páginas cuando aventura: "Es posible que no vuelva a cantar [...]. Nunca más". La bandera está rota y no volvería a ondear hasta años después, con el revival de la canción de autor. Pero antes volvería a tropezar en su regreso a los escenarios, que pretendía compaginar con la literatura.
Así, a mediados de los ochenta graba un disco en directo en el Teatro Salamanca de Madrid y Paco Lucena, el mánager de Joaquín Sabina, se cruza en su camino. "Yo fui cantautor de fin de semana toda la vida, porque no dejaba nunca la cátedra de instituto, me daba pena aquello", recuerda Labordeta en una entrevista. "En 1985 pedí la excedencia y me dediqué a cantar. Entonces me dijo Joaquín: Tú eres un loco porque te has dedicado a ser cantautor justo cuando estamos en la crisis más absoluta de la canción de autor".
Su regreso a la música no cuaja. Cada día tiene menos bolos y su caché es más alto, lo que provoca que pierda al público fiel de los pueblos, que no pueden asumir su cotización. Entonces, como no hay dinero para pagar a los músicos, empieza a cantar en solitario con su guitarra. Educado en la chanson francesa, se ha visto superado por una nueva generación más dylaniana y roquera, de Sabina a Miguel Ríos. La canción de autor tradicional entra en declive y él lo acusa. Entristecido, el diario El Día anuncia: Me retiro y me retiran, ésta música no funciona.
"No tengo cáncer de garganta ni nada de eso", le dice con sorna al periodista Matías Uribe. "Me sentí más frustrado cuando saqué el último disco y vi que apenas vendía. Entonces fui consciente de que esto se acababa y que lamentablemente la cultura no interesa en este país". Volverá a ser un cantautor "de fin de semana". Y elige como escenario de su despedida la plaza del Pilar.
Caminante, sí hay camino
Lo recuperó Un país en la mochila, reconoce su mujer: "Fue una manera diferente de hacer un programa de viajes". Cinco años antes, en 1990, ya había interpretado a un vendedor de molinillos en Del Miño al Bidasoa, la adaptación de la obra de Camilo José Cela. Sin embargo, el espacio de TVE, donde recorre España como un caminante, le parece "una maravilla". Se muestra humano, afable, campechano. El título era suyo, inspirado en su libro de viajes Aragón en la mochila.
Detractor del trasvase del Ebro y defensor del no a la guerra, se presenta a las elecciones generales como cabeza de lista de la Chunta Aragonesista, a la que considera la herencia del PSA, con la "obsesión de que Aragón estuviese en el mapa de la política española". Resulta elegido diputado en 2000, aunque sufre el rodillo de la mayoría absoluta de José María Aznar, quien no se digna a saludarlo en el Congreso y lo ignora durante sus intervenciones. Como no se cree el bulo de que Irak tenga armas de destrucción masiva, en vez de recurrir a un discurso convencional, recita el poema Severa conminación de un ciudadano del mundo, de su hermano Miguel Labordeta: "Mataos, pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna". Es su argumento contra la guerra, dirigido al "amante de la poesía" Aznar.
Un mes después, el 5 de marzo de 2003, los "hooligans" conservadores le gritan "¡vete con la mochila!" y "¡cantautor de mierda!" mientras él se dirige al titular de Fomento, Francisco Álvarez-Cascos, para denunciar la carencia de infraestructuras en Aragón y el retraso en la puesta en marcha de AVE a Zaragoza. Harto y cansado de las faltas de respeto, pasada la medianoche, Labordeta estalla: "¿No puede uno hablar aquí o qué? Coño, a ver si no puede uno hablar aquí. ¡A la mierda, joder! Estoy hablando con el ministro y no con ustedes. Están habituados a hablar siempre porque han controlado el poder toda la vida y ahora les fastidia que vengamos aquí las gentes que hemos estado torturados y roturados por la dictadura a poder hablar. Eso es lo que les jode a ustedes, coño, y es verdad, joder. ¡A la mierda!".
"Parece que lo único que hice en la legislatura fue eso, e hice muchas más cosas", confesaría años después. De hecho, en 2004, cuando el cacareo en la bancada popular boicoteaba su intervención durante el debate sobre el trasvase del Ebro, él se quejó: "Déjenme hablar. Yo tengo la palabra, señorías". Entonces, Carlos Aragonés, hasta hace poco director del Gabinete de la Presidencia de Aznar, le hace un gesto de burla, Labordeta reacciona: "¡¿Qué haces tú con el puño cerrado?! Si el puño cerrado lo tengo yo, tío. Yo voy con el puño cerrado y con dignidad. ¡No me lo cierres tú, gilipollas!".
A la mañana siguiente, coge el metro en la calle Colombia y todo el mundo empieza a señalarlo, recuerda en el documental su hija Paula, que vivió con él en Madrid durante cuatro años. Aznar, explica, había polarizado a la sociedad. Así, un tipejo se le acerca y le escupe a los pies. Él no se dio cuenta, pero cuando los insultos o las amenazas en plena calle eran evidentes, Labordeta solía decirle: "Tú no hagas caso". Sin embargo, el acoso llega hasta su propia casa, en cuyo ascensor estampan una cruz gamada. "Al final de la dictadura nadie me insultó tanto", le comentaba a los suyos.
Labordeta, que ha recorrido el país con su mochila, lleva un año en Madrid cuando le preguntan cómo se encuentra en la capital: "Chico, más despistado que un beduino", de ahí el título de la biografía Memorias de un beduino en el Congreso de los Diputados. Otra de sus frases, Con el puño cerrado con dignidad, titularía un disco recopilatorio. El "¡a la mierda!", sin embargo, no bautizó ninguna obra porque, en realidad, ya lo había patentado Fernando Fernán Gómez en 1998. Figura en el documental, porque era inevitable, pese a que Paula Labordeta le resta importancia, pues sería injusto tomar la parte por el todo.
Ha dirigido un documental íntimo que va mucho más allá del exabrupto.
Porque Labordeta no era eso. Aquel día actuó como un hombre sin más. Lo habían cabreado y los mandó a la mierda, aunque la frase se quedó en la memoria colectiva porque Aznar estaba crispando a los españoles, que hicieron suyo su grito. Él solía comentar: "Espero que no se queden solo con eso". Con razón, porque era el diputado que más trabajaba. Él simplemente soltó lo que todo el mundo quería decir. En cambio, la lectura del poema de su hermano Miguel contra la guerra de Irak refleja su nivel cultural.
El diario ha sido una revelación, pues muestra sus tristezas y frustraciones. Nunca se las transmitió a usted, ni a sus hermanas, ni a su madre, quien lo consideraba, más que un diario, "sentimientos escritos por la noche, en soledad".
Mi padre se lo tragaba todo. Dejaba ver cosas, aunque nadie termina de conocer a quien tiene al lado. "¿Por qué no hablaba conmigo si lo pasaba tan mal?", se preguntaba mi madre, pensando que si se hubiese abierto lo podría haber ayudado. Luego, en 1978, deja de escribir el diario porque ya se encuentra a sí mismo, pero durante los años anteriores sufre mucho en la intimidad de la noche. A mi madre le duele ahora pensar en ese dolor.
Pese a que era un trabajador incansable, pensaba que sus diversas ocupaciones no le cundían.
Él decía: "Soy un vago". Y los amigos le respondían: "Eres el vago más trabajador de Aragón". Porque no paraba de hacer cosas, bajaba al barro y se metía en todas las luchas. Mi padre siempre ha sido fiel a sí mismo y lo ha defendido hasta el final.
¿Qué se van a encontrar los espectadores que no conocían la figura de su padre y qué descubrirán los admiradores de Labordeta?
No queríamos hacer un documental al uso, hablando de sus grandes éxitos, sino meternos en el ojo del huracán. Ir al centro neurálgico de su cabeza y de su corazón. Quiero que entiendan por qué escribía canciones o por qué se fue al Congreso. Todos los miembros de la familia nos hemos vaciado para mostrar a un Labordeta frágil, dubitativo y absolutamente tierno.
Qué buena es la anécdota del PSA. Con sentido del humor hasta el final…
Nunca se quejaba ni confesaba que sentía dolor. Cuando estaba enfermo en casa, las conversaciones con sus amigos le daban la vida, porque todavía quería saber los cotilleos de Zaragoza. Hasta había una tertulia, que llamábamos Los chicos del domingo, integrada por los amigos arquitectos, pintores y artistas que venían a verlo. Por mucho que digamos que era frágil y pesimista, nunca se dejó llevar por la tristeza.
Labordeta le dedicó el libro Regular, gracias a Dios al personal facultativo del Hospital Miguel Servet de Zaragoza. Pese a que recibía muchas visitas, no quiso una habitación para él solo. Y cuando sus colegas le recomendaban que fuese a un hospital de referencia en Catalunya, le decía a la oncóloga Verónica Calderero: "No entienden nada. Esta es mi tierra, esta es mi ciudad, este es mi hospital y tú eres mi médico".
Tiempo atrás, tras anunciar su retirada de la política, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero le dedicó unas palabras en el Congreso en junio del 2007: "Señor Labordeta, siento de corazón que no esté aquí en el próximo debate del estado de la nación [...] porque usted es una magnífica representación". Prolífico en iniciativas e intervenciones parlamentarias, respondió: "Supongo que después de esa ovación, en mi vida próxima me tendré que hacer del PSOE". Y, durante un acto de la Asociación de Periodistas Parlamentarios, en el que recibió el premio Luis Carandell a la Mejor relación con la prensa, dijo adiós a su manera, cantando: "Allá va la despedida de los que se van del corro. Aquí se quedan los guapos y nos marchamos los buenos".
En dos legislaturas, el diputado de Chunta Aragonesista había sido nominado en cinco ocasiones en las categorías al Diputado revelación y al Azote del Gobierno, lo que demuestra el aprecio que le profesaban los cronistas. "Es curioso, dejé de escribir poemas en el momento en que me hice diputado y el día que decidí que iba a dejar de ser diputado volví a escribir poemas", recordaba Labordeta en el documental, quien dignificó el territorio en toda su obra y profundizó en las pérdidas que acarreó la guerra civil en algunos de sus libros.
Deja el Congreso, pero sigue activo hasta el final de sus días. En 2008 recibe la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes y es homenajeado por el Rolde de Estudios Aragoneses y la Sgae en el Teatro Principal de Zaragoza. En 2009 da el pregón de fiestas del Pilar. Y ese mismo año, trece días antes de su muerte, recibe en su casa al presidente de Aragón, Marcelino Iglesias, y a los ministros Ángel Gabilondo y Carme Chacón, quienes le entregan la Medalla al Mérito en el Trabajo y la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio por "su sabiduría, su pasión, sus convicciones y su defensa de la libertad y del pueblo".
Su mujer recuerda que en su día esperaba que aparcase alguna de sus múltiples actividades. Sin embargo, "cuando dejó la política, le vino la muerte", reflexiona. "Eso me sublevó. No hay derecho". Gaizka Urresti ya sabía que Labordeta era una figura deslumbrante, pero quien lo sorprendió durante la grabación fue Juana de Grandes. "Su figura es una revelación", asegura el director. "Detrás de un gran hombre había una mujer sorprendida, porque ella le dio la libertad para crear y la seguridad para estar en este mundo".
Urresti subraya que Aute, Serrat y Victor Manuel perduraron en el imaginario colectivo durante los ochenta, mientras que Labordeta corrió el riesgo de ser olvidado. "Entonces había la sensación de que convenía olvidarse de la España gris, cuando él le cantó a la libertad, aunque también compuso canciones de carácter folclórico y antropológico". Pese a que existía otro Labordeta más allá del puño y la canción protesta, se vio arrollado por las modas y tardaría en ser reivindicado de nuevo como cantautor. Él, que pudo ser el Woody Guthrie maño, como diría Gonzalo García-Pelayo. "Y sus nietas podrían haber sido californianas, pues le ofrecieron un lectorado en Estados Unidos. Sin embargo, prefirió irse a dar clase a Teruel".
Labordeta tiene un cáncer de próstata, pero decide vivir la vida. Su enfermedad como lección terminal: "Es una enseñanza maravillosa. Cuando se cae, en vez de quejarse o estar cabreado, lo que hace es levantarse y reinventarse", comenta en el documental su hija Ana. "Queriendo ser un hombre sin más, consiguió ser un hombre excepcional", apunta el periodista Miguel Mena. El documental llega a su fin cuando Gaizka Urresti repara en que durante el viaje de novios Labordeta llevaba un tomavistas. ¿Habrá alguna película en super-8?, se preguntó.
Efectivamente, cuando estaba a punto de mezclar la cinta, se encontraron con la joya de la grabación de la luna de miel. "Una anécdota maravillosa, aunque tuvimos que restaurar el material histórico para que no se apreciase una merma de calidad respecto al rodaje actual". José Antonio y Juana son felices en Mallorca. Les espera toda una vida por delante, en la que década tras década se irá modelando el mito. El documental muestra al ser inmensamente humano. Lo perfila con precisión el historiador Eloy Fernández Clemente: "Era el hombre más querido en Aragón y el aragonés más conocido, respetado y querido fuera de Aragón, y recordado como un hombre sencillo, como un hombre sin más".
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