Juan Mayorga reflexiona en La gran cacería sobre el ser humano que somete al prójimo y, por extensión, sobre la civilización que se cimienta a costa de otra. La obra, escrita y dirigida por el dramaturgo madrileño, está protagonizada por el británico Will Keen, en la piel del pasajero de un barco incapaz de conciliar el sueño, atormentado por el pasado de la humanidad. Del mismo modo, Mayorga también se siente responsable de los actos de sus ascendientes, como ha reflejado en una obra, producida por el Teatro del Barrio, que se estrena en el Festival de Otoño.
El acento extranjero de Will Keen, cuya interpretación es muy física, encaja en un espacio transfronterizo como el mar, donde el único confín es el horizonte.
Tendría que haber pagado por dirigirlo, porque es un actor superdotado y muy exigente. Hicimos un esfuerzo especial por dar cuerpo a sus palabras. De hecho, se percibe la impronta de la coreógrafa Sol Picó, pues en el trabajo de Will hay una suerte de danza.
El teatro es el arte del conflicto y, precisamente, ese conflicto del actor con una lengua que le es propia —porque domina el castellano— y al mismo tiempo ajena resulta productivo y poderoso. Se produce un efecto de extrañamiento con las palabras y con el propio personaje. Además, es un profesional que ha participado en producciones con importantes directores, y esa experiencia la ha traído aquí.
Conflictos de diversa índole que surgen a medida que va quitando capas. Para no destripar la obra, usted denuncia cómo la civilización occidental se ha cimentado avasallando a otras.
Esta obra parte de mi encuentro inesperado, como turista, con el mosaico de La gran cacería, una realización extraordinaria de aquello que decía Walter Benjamin: "No hay documento de cultura que no lo sea, al tiempo, de barbarie". En este caso, lo es de forma explícita: una obra de arte bellísima, pero que ilustra el colonialismo, entendido como el dominio de unos seres humanos sobre otros seres humanos.
Me parece significativo que este personaje insomne, que encarna Will, se fije en un pequeño detalle del mosaico, que no representa a un ser humano cazando a un animal, sino a otro ser humano. Creo que la obra habla de cómo unos seres humanos animalizan a otros, es decir, de cómo el poder, la riqueza y el bienestar de unos se sostienen sobre la expropiación, el empobrecimiento y la explotación de otros.
Del cautivero o el espectáculo, donde los animales son maltratados, a la esclavitud en sus diversas formas.
En un momento de la obra, se habla de cómo los cazadores del Imperio romano traían a las mejores fieras, dejando intacta su fuerza y su belleza.
Hoy, en vez de ir a por los esclavos, los migrantes llegan por su cuenta, una nueva forma de explotación.
Efectivamente, ahora se produce la paradoja de que se atrae a los más audaces y fuertes, exponiéndolos a un viaje peligroso, al final del cual acaso esté una vida más cercana a la seguridad y a la dignidad. Porque hubo una expropiación y un empobrecimiento de tierras cuyos seres humanos hoy se ven forzados a venir y a entregar su fuerza, su inteligencia y su belleza.
Una suerte de neocolonialismo, a su juicio, heredero del clásico.
Hablamos de una nueva fase: la captación de fuerza de trabajo, muchas veces maltratada y de la que se beneficia nuestro sistema económico. Así, los migrantes son quienes se ocupan de trabajos duros o del cuidado de niños y ancianos. Si esto está ocurriendo es, en buena medida, consecuencia de aquel otro colonialismo.
Por eso se pregunta cómo es posible que alguien sea capaz de dormir.
Cuando escribía La gran cacería, tenía en mente una frase que Walter Benjamin le escribió por carta a un amigo durante la crisis del oscurecimiento de Europa, es decir, el Tercer Reich: ¿pero de verdad alguien puede dormir tranquilo?
Ahora mismo, uno debería volver a planteárselo, basta pensar en lo que está sucediendo en Palestina, en Ucrania o en el Mediterráneo. Si uno siente que cada ser humano es responsable de todos los demás, incluso de los más distantes, ¿puede ser capaz de dormir? Creo que hay muchas razones para perder el sueño.
En la obra, se relata cómo un tiburón observa el cuerno de un rinoceronte en el fondo del mar, una imagen del Mediterráneo como cementerio o fosa común de migrantes.
La evité deliberadamente porque hubiera sido obsceno utilizarla. Sin embargo, al protagonista, un insomne, se le cruzan las imágenes. Así, establece una vinculación entre ese hombre con látigo que golpea a un esclavo y la lógica sacrificial que conduce a Auschwitz, donde el látigo era conocido como el traductor en la jerga concentracionaria. Porque, en aquella cacofonía de los campos, todos entendían el lenguaje del látigo.
El poder, la riqueza y el bienestar de unos se sostienen sobre la expropiación, el empobrecimiento y la explotación de otros
Juan Mayorga
Sin embargo, en esta obra, como en otras mías, intento evitar los discursos asertivos. Me parece más importante la experiencia del espectador, que puede establecer asociaciones como la que planteas.
Aunque no sea obvio, termina componiendo un mosaico o patchwork sobre la civilización y la barbarie. O, si lo prefiere, sobre un Mediterráneo que es cuna y tumba.
El Mediterráneo es un espacio de una densidad narrativa extraordinaria. Todas las historias y las experiencias están ahí: la civilización y, al mismo tiempo, la barbarie. Un lugar donde ha sucedido y está sucediendo lo peor. Al componer la pieza, que es deliberadamente discontinua, tenía en la cabeza la forma del mosaico. Ahora bien, lo propio del mosaico no es tanto el agregado de piezas, sino cómo cada pieza resignifica las otras.
El protagonista parece atormentado por el pasado de la humanidad, como si se sintiese responsable de los sucesos acaecidos antes de que él naciese.
Efectivamente, él se siente en alguna medida responsable de acciones que tuvieron lugar antes de su nacimiento. Yo comparto esa experiencia, porque creo que el pasado fallido me concierne. Por ejemplo, la guerra civil me concierne, pero también el exterminio de los judíos o el colonialismo europeo. No me siento culpable, aunque sí responsable.
El pasado fallido me concierne, desde la guerra civil hasta el exterminio de los judíos. No me siento culpable, pero sí responsable
Juan Mayorga
Si alguien observa a quiénes se dedican al cuidado de nuestros hijos y ancianos, se da cuenta de que muchos son latinoamericanos y no se pregunta hasta qué punto sus propios privilegios han sido cimentados por algo que sucedió al otro lado del Atlántico cientos de años atrás, es un irresponsable. Yo soy consciente de eso.
Un pasado, digamos, colectivo o unitario. Sin embargo, ¿cree que uno puede sentirse responsable incluso de las acciones del contrario o, como decía usted, de los más distantes?
Yo me siento interpelado. Todos los seres humanos somos contemporáneos, sea cual sea el tiempo en que hemos vivido. Percibo que tengo una responsabilidad respecto de aquel pasado. Pese a que yo no haya intervenido, de algún modo me está pidiendo que sea recordado para actuar en consecuencia en nuestro presente.
Pero, insisto, ¿usted se siente responsable de los crímenes del franquismo o de la Alemania nazi?
Sí. Tenemos una inclinación natural a deslizarnos hacia la posición de las víctimas y a identificarnos con ellas, porque percibimos su lugar como el lugar de la inocencia, y no hay nada más atractivo para una conciencia que sentirse inocente. Sin embargo, debemos esforzarnos en preguntarnos qué hay de fascista en mí, qué hay de brutal en mí, qué hay de dominador en mí, qué hay de colonialista en mí…
La gran cacería. Sala Cuarta Pared (Madrid). 17 y 18 de noviembre, a las 20.30 horas.
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