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Actualizado:Un cisne, un jabalí, un ciervo, dos faisanes, perdices y pajarillos varios, otras tantas gallinas, un conejo… La escena representa lo que podría ser el botín de una provechosa jornada de caza, una sangría en toda regla a cargo de Frans Snyders, maestro flamenco del siglo XVII que se inició en las artes plásticas pintando florecitas silvestres y albaricoques pero que más tarde le cogió el gusto a los fiambres hasta convertirse en un reconocido animalier, empeñándose a fondo en naturalezas muertas con presas de caza como principal reclamo.
Su obra, y concretamente el cuadro que encabeza esta información –El mercado de las aves–, saltó a la palestra hace apenas unos días y no precisamente por el deleite de la contemplación. Más bien al contrario, su mera presencia en uno de los comedores de la Universidad de Cambridge fue tildada de “repulsiva” por un grupo de estudiantes cuyas digestiones se veían enturbiadas por semejante espectáculo sanguinolento. “Las personas que no comen carne consideran el óleo bastante repulsivo y pidieron que fuera retirado”, aclaró un portavoz del Fitzwilliam Museum, institución que cedió en su día el cuadro a la universidad y que ahora ha sido devuelto.
"Las personas que no comen carne consideran el óleo bastante repulsivo"
Más allá de la anécdota del comedor –a fin de cuentas la idoneidad del arte siempre ha estado en disputa pero pocas veces lo ha sido por una cuestión puramente digestiva– subyacen aquí otras consideraciones como la capacidad que tienen ciertas imágenes a la hora de perpetuar la crueldad contra los animales, cierta hipersensibilidad para con determinadas representaciones que podría, llevado a un extremo, coartar el carácter perturbador e incómodo del arte, y por último, la pertinencia de diferenciar entre un juicio político, ético o puramente artístico.
Toño García, activista por los derechos de los animales, lo tiene claro: “Entiendo que este cuadro lo que hace es blanquear una práctica que ya mucha gente considera inmoral, que es obsoleta y que la sociedad no acepta”. Según Toño, el problema es más una cuestión de localización, del lugar desde el que se mira y se expone el cruento escaparate que propone Snyders: “En un museo podemos encontrar cuadros de cómo se torturaba en la Edad Media o escenas de fusilamientos, y no es algo que nos escandalice porque es un espacio pensado para aprender y revisitar la historia”.
"La escena, mirada desde otra época, parece una exaltación de la violencia"
Junto a la conveniencia o no de un determinado emplazamiento, Óscar Horta, profesor de filosofía moral y política, y miembro de la Fundación Ética Animal, pone el foco en el cambio de paradigma que de un tiempo a esta parte se ha producido en nuestro modo de mirar a los animales. “Cada vez hay más personas concienciadas de una realidad que a otras muchas les pasa desapercibida, me refiero al sufrimiento y a la explotación de los animales, a cómo desde que somos niños y niñas nos enseñan que los animales son como cosas que podemos utilizar a nuestro antojo y que, aun siendo conscientes de su sufrimiento, esto es algo que no nos supone un problema”. En ese sentido, el profesor Horta entiende que la noticia de la retirada del cuadro es óptima porque refleja que “la sensibilidad de muchos está cambiando”.
Exaltación de la violencia
Acercarse a una obra implica hacerlo con la mochila que nos toca. Un macuto hecho desde la contemporaneidad que en ocasiones impugna o resignifica un arte remoto, creado bajo el pensamiento y las convenciones de un tiempo que ya no es. Entender lo que nos perturba en la actualidad es, en cierto modo, entender que lo que en su día pudo parecer una demostración de abundancia, la de ese tendero de camisa roja que pintó Snyders rodeado de animales asesinados, pasados cuatro siglos puede causar repugnancia.
“Es una escena que, mirada desde otra época, da la impresión de ser una exaltación de la violencia, es muy cruenta, de eso no hay duda”, apunta Marta Tafalla, profesora de Estética en la Universitat Autònoma de Barcelona. Para la académica, subyace de este caso algo muy positivo, a saber; la capacidad de mantener una discusión seria y profunda con una obra de arte: “Es importante asumir como normal estos diálogos complejos con las obras. En realidad, esos estudiantes que no quieren la pintura en su comedor, no la quieren porque se la toman en serio. Para ellos es una obra que dice cosas importantes y con la que están en desacuerdo”.
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