MADRID
Saul Leiter iba para rabino hasta que una cámara se cruzó en su camino. Apenas dos cuadras de un Nueva York destartalado y mohíno le sirvieron de inspiración; un puñado de calles con epicentro en su pequeño apartamento del East Village protagonizaron un legado inadvertido durante décadas. "Una ventana cubierta por gotas de lluvia me interesa más que la fotografía de una persona famosa", confesaba el fotógrafo, poco antes de morir, en el documental In No Great Hurry: 13 Lessons in Life with Saul Leiter.
Se ganó la vida como fotógrafo de moda, sus caminatas indiscretas —Leica en ristre— quedaron en un cajón y nunca más se supo. Corrían los años 40 y, sin saberlo, fueron aquellas instantáneas aparentemente despreocupadas las que le elevarían a la categoría de precursor y maestro de la fotografía en color. Una monografía en 2006 —Earley Colour— recuperó todos aquellos instantes perdidos que Leiter tuvo a bien captar con la sensibilidad del pintor que ansió ser.
Se podría decir que hizo con su cámara lo que persiguió con los pinceles. A cambio estiró las posibilidades expresivas de la fotografía hasta diluirla en el lenguaje pictórico. Lo insólito de su punto de vista —rendijas, cristaleras empañadas, ventanillas...— le permitía retratar el ritmo de lo cotidiano a través de imágenes que coqueteaban con la abstracción, comprimiendo la dinámica espacial y renunciando a una perspectiva centrada y canónica.
Una muestra en Foto Colectania —Saul Leiter: In Search of Beauty— y una meticulosa publicación a cargo de la editorial RM —All about Saul Leiter— nos trae de nuevo a este viejo conocido que cayó en un olvido inducido, seguramente, por su alergia al autobombo. Varias frases mencionadas por el propio artista y reproducidas en la exposición evocan su personalidad: "En alguna parte secreta de mí había un deseo de evitar el éxito" y "Hay una enorme ventaja en no ser importante". Sin duda la hay; esa mirada escurridiza del peatón anónimo, ese estar sin saber que estás.
"A Leiter le gustaba fotografiar por detrás de los bordes de las cosas, sus paisajes urbanos se ven a menudo a través de lluvia, de la nieve o de ventanas empañadas", explicaba Margit Erb, directora de la Fundación Saul Leiter, durante la presentación de Saul Leiter: In Search of Beauty.
De Hokusai a Bonnard
No es aventurado conjeturar que su pasión por los impresionistas y postimpresionistas franceses le convirtieran en un fiel admirador del arte japonés. El gusto por lo más corriente —el zapato, el paraguas— o por los elementos —lluvia, nieve, vapor—, la omnipresencia de las mujeres y las composiciones revolucionarias reminiscentes de los grabados en madera, lo emparentan con maestros como Hokusai, capaz de renunciar a la profundidad expresiva en pro de un trazo esquemático.
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