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Carlos Boyero (Salamanca, 1953) escribe con las tripas. También con el culo, que no como el culo. Si se revuelve en la butaca, algo falla. Lo del intestino no precisa explicación: celebra lo que le conmueve y abomina la modernez; defiende lo clásico y no transige con las modas ni los experimentos; sus crónicas no son forenses, sino anatómicas, o sea, no tanto disecciones técnicas como autopsias del alma; es ácido como el reflujo, dispara a diestra y siniestra, y no hace prisioneros, pero sí enemigos.
Quien mejor lo conoce es Borja Hermoso, amigo y compañero en El Mundo y luego en El País, periodista cultural que trata de bocetarlo en el prólogo de No sé si me explico (Espasa), la autobiografía del controvertido crítico cinematográfico y —a la fuerza— televisivo. Él tampoco sabe si se trata de "un lobo con piel de cordero o de un cordero con piel de lobo" y, entre la "infinidad de boyeros", cree que por encima de todos es "vestigio", un "resto arqueológico en vida de una era que ya se está yendo, si es que no se fue hace tiempo, molde roto a fuerza no de ser distinto, sino de ser él".
El propio retratado se mira al espejo para reconocer que "a Carlos no le gusta Boyero", que la persona está un pelín harta del personaje y que "no se llevan bien", aunque en el fondo "un poco sí que le gusta", no sé si se explica. "Soy feroz con la idiotez y la impostura" quizá sea una de las mejores autodefiniciones de un opinador siempre adherido al prefijo ego o auto, aunque paradójicamente no tenga carné ni coche, alérgico también a las nuevas tecnologías, pese a haber sido el autor —porque el mecanógrafo era otro u otra— de un chat antológico, cuyas respuestas a los lectores dieron para un libro, Alerta roja: Boyero.es.
No extraña que alguien así despierte admiración o desprecio —ya alude Borja Hermoso en el prólogo, en una frase ahora sacada de contexto, a "los blancos y los negros condenando las gamas de grises"—, ni que sus críticas de películas sean adictivas o repugnantes, según el gusto o el disgusto del lector o la lectora, o del director o la directora. Sin embargo, más allá del estilo —ganado a pulso desde sus tiempos en la Guía del Ocio y Diario 16—, no cabe duda de que Carlos Boyero es un género en sí mismo.
No sé si me explico, un confesionario laico y ácrata donde el lector escucha las confidencias de un perro viejo del periodismo sobre el sexo, el egocentrismo, las drogas, el alcohol —valga la redundancia—, la depresión, la soledad consciente o interior, el temor a la enfermedad y a una mala muerte, las movidas con Almodóvar y el amor en general, aunque sobre todo al cine, su estupefaciente preferido y, con certeza, menos nocivo. "Haber llegado hasta aquí ya es una proeza con la vida que me he dado", reconoce en el epílogo de su autobiografía, donde da testimonio de una existencia saturada de placeres, baches y excesos.
Matar al padre
"Claro que tengo buenos recuerdos de Salamanca… pero también nefastos [...]. La relación con mi padre. Nunca me llevé bien con él. Trataba fatal a mi madre. Por eso me llamo Carlos Boyero. Porque me quité el Sánchez".
"El olor a rancio de aquellas sotanas"
"Todo tipo de toqueteos sí vi, y digamos que allí, en aquel colegio de Salamanca, había niños especialmente acariciados. Era un régimen de terror. Conmigo no se metían en cuestión de tocamientos, no sé, supongo que no haber sido el más agraciado del mundo físicamente hablando ayudaba a inmunizarme de aquellos ataques".
Solo o con hielo
"El alcohol me ha producido alegría, amistades perdurables, ha disparado el deseo y la práctica del sexo, me ha regalado momentos milagrosos. Siempre recuerdo algo que leí en un cuento de Scott Fitzgerald. Le preguntaba un personaje a otro: ¿Por qué bebes? Y el otro le contestaba: Porque cuando bebo pasan cosas. Y es verdad, ocurren cosas".
Ratzinger y Pedro J.
"La mayor bronca que he tenido en mi vida con un director de medios de comunicación la tuve con Pedro J. en su despacho de El Mundo en la calle Pradillo [...]. Me preguntó nada más entrar: Carlos, ¿sabes quién es el ser más gilipollas que ha existido? Y yo le contesté: Anda que no hay candidatos, cada uno tenemos los nuestros. Entonces él lanzó contra la pared la lata de Coca-Cola que tenía en la mano y empezó a gritarme: ¡Eres tú, tú eres el más gilipollas de este mundo! [...] ¡Me cago en Dios, has ofendido al papa, y eso no puede consentirse!". No me negarán que la frase es brillante. Y contradictoria. Al parecer, en el chat alguien me había preguntado mi opinión sobre Ratzinger, al que acababan de hacer papa con el nombre de Benedicto XVI, y yo había contestado [...] que así, a bote pronto, su imagen la identificaba con un Hannibal Lecter con pinta de pederasta. La que se montó".
Doble sesión
"El cine es la mejor droga que yo me he metido [...]. Una experiencia irreemplazable. Y ya si vas acompañado por la persona que amas y a los dos os emociona lo que veis y oís, es la hostia. Eso es una droga impagable, la mejor que he conocido. Y además no deja resaca nunca".
Chupito de whisky y raya de coca
"Cuando estaba en Diario 16, escribía en mi casa con papel y bolígrafo artículos larguísimos sobre televisión que ocupaban dos páginas. Y acompañaba cada folio con un chupito de whisky y una raya. El método de envío era bastante pintoresco. Venía a recogerme los textos el chófer de Pedro J., una persona encantadora. Como nunca había terminado el artículo en la hora convenida, le invitaba a que subiera a casa. Y entonces le ofrecía una copa y le sacaba revistas porno para que hiciera tiempo mientras yo acababa. Y no dejaba de meterme sustancias. Años después, me confesó que aquello le parecía muy raro, y que en realidad él siempre creyó que eran aspirinas machacadas. Todo mi cariño hacia su paciencia".
El sexo y el amor
"El amor, concebido como éxtasis, tiene principio y final, pero es maravilloso mientras dura y muy triste contemplar sus cenizas. Lo del sexo con alguien a quien quieres es lo máximo, no solo antes y durante, también después".
"Yo lo he practicado ampliamente a lo largo de mi vida, eso del sexo sin amor, y en todas sus variantes, excepto la de las relaciones homosexuales".
Mis problemas con Almodóvar
"Me cansa. Me aburre. Me irrita [...]. Su actitud me enerva, siempre tan moderno y siempre hablando de lo que conviene en cada momento. Lo que he tenido que tragar y lo que voy a tener que seguir tragando con este fulano. Creo que nuestra grima es mutua. Asegura demasiada gente que es un genio. Nada que ver con mi idea de la genialidad. No aguanto su cine. Él a mí tampoco".
"Tiene mucho más de fenómeno sociocultural que de cine. Es una marca y la explota hasta el delirio. Es el emperador del marketing. Junto a Andy Warhol —otro tipo que me ponía enfermo—, no conozco a nadie con la capacidad de autopromoción de Almodóvar. Y me pregunto continuamente: ¿qué será, dónde estará eso que a tanta gente le apasiona o dice que le apasiona?".
Enfermedad y depresión
"Estoy bastante enfermo físicamente y con el alma averiada. Vivo con una depresión que, en momentos concretos, con los amigos sobre todo, se diluye y queda aparcada. Pero vuelve. Supongo que algunos de esos dolores pueden venir del disloque de vida que he llevado, de los excesos en los que he vivido a menudo".
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