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Actualizado:Calpurnio decía que el suyo era uno de los oficios más bellos. Dibujar cómics y hacerlo con las prisas que imponía la rotativa, aunque su personaje más popular se lo tomaba con filosofía. Eduardo Pelegrín Martínez de Pisón nació en Zaragoza en 1959 y El bueno de Cuttlas, en 1983, a la par que el seudónimo del dibujante, Calpurnio Pisón, mote fanzineroso de ascendencia romana que adoptó para que su familia no se enterase de que aquel arquitecto frustrado se dedicaba a perpetrar un cómic, como reconocía él mismo, bastante bestia.
Cuttlas fue concebido de forma casual. Eduardo, Calpurnio o Calpur necesitaba rellenar una página de El Japo y se inventó a un personaje que parodiaba al héroe del Lejano Oeste, un territorio cuya elección tampoco fue premeditada. Sin embargo, era el escenario ideal, pues aunaba la dureza, lo desconocido, el peligro, la exploración, el descubrimiento, la épica y la tragedia.
Le bastaron un par de trazos para crear a un monigote que se erigió en la encarnación de un vaquero de leyenda que encarnaba la lucha del bien contra el mal, aunque en ese choque predominaba el blanco, había poco humor negro y, sobre todo, abundaban los grises. Cuttlas no era un hombre de una sola pieza: podía ser valiente, medroso o pusilánime, pero sus salidas suponían un giro de guion que desconcertaba —y maravillaba— a sus lectores.
Cuttlas, acorralado por tantos indios que se salían de la viñeta, les soltaba de repente un "¡Rendíos!", ajeno a la amenaza de arcos, flechas y lanzas; o sacaba su teléfono móvil en plena emboscada para llamar a su novia Mabel: "Cariño, tengo que colgar... Te llamo en diez minutos". Calpurnio había despojado de todo ropaje a su personaje, reducido a un garabato con sombrero y revólver, pero lo elevó a la categoría de filósofo de salón, cuyo pensamiento aparentemente ingenuo y surrealista aturdía a sus fans.
Muchos crecieron con él. Tras su paso por las revistas Makoki y El Víbora, recaló primero en El Pequeño País y después en el Tentaciones, suplementos del diario madrileño, donde murió dos veces. La primera defunción, en el Desfiladero de la Muerte, reveló que Cuttlas no era un cowboy nacido en Ghost City, un poblado a caballo de Texas y México, sino un actor de Hollywood que estaba forrado y residía en una mansión de Beverly Hills, aunque luego daría con sus huesos en el banco de un parque, la nueva vida de un sintecho sabio e irónico.
En la página de Cuttlas podía no pasar nada, podía pasar de todo o, como el vaquero que se muerde la cola, podía pasar de todo para que al final no pasase nada, porque la vida es precisamente así, porque no dejamos de tropezar con la misma piedra y porque estamos abocados a volver eternamente a la casilla de salida.
El propio Calpurnio lo consideraba un personaje "bastante simple", sin una personalidad definida y con varias caras. "En ocasiones se comporta de forma heroica; en otras, si no cobarde, sí es precavido; a veces es lanzado con las mujeres y otras es comedido", explicaba en una entrevista a El País con motivo de su regreso al Tentaciones en 1998. Dos años antes, había muerto por segunda vez tras estamparse la sonda espacial Galileo contra Júpiter, pero lo salvó el ADN de un pelo, pese a que el monigote lucía calva.
Sin embargo, bajo el tono cotidiano de la historieta había un poso introspectivo, existencialista y transcendental. Aunque no era un alter ego del autor, Calpurnio se valió de Cuttlas para expresar su estado de ánimo y para explicarse a sí mismo. Ahí está el vaquero bajo un chaparrón, optimista, diciéndose a sí mismo: "Pronto acabará el mal tiempo". Y, cuando el aguacero cesa, pero la lluvia comienza a brotar de su propio paraguas, se pregunta resignado: "¿Seguirán las tormentas interiores?".
Con el paso del tiempo, Cuttlas fue rodeándose de personajes secundarios. A su novia Mabel, a su amigo Jim, al meditabundo Juan Bala y a Jak el Malvado se le sumaron los cameos de Kraftwerk o el extraterrestre 37, quien le dio vidilla al incombustible cowboy, pues ambos empezaron a darse un garbeo por el espacio. Los astros no le resultaban ajenos a Calpurnio, quien había comenzado dibujando los signos del Zodiaco en el horóscopo del Heraldo de Aragón, donde como infografista e ilustrador también se encargó de diseñar desde el mapa del tiempo hasta los gráficos de la bolsa.
Mientras el escenario del Far West se contraía y se expandía, en la tira se fue depositando un sedimento reflexivo, con un guion más afinado. "Vivo en una especie de agujero espacio-temporal que me permite disfrutar de la última tecnología informática mientras cuido de mis vacas", decía Cutlas por boca de su autor, quien al dejar de estar sujeto a un decorado concreto —el Lejano Oeste, pero también un barco pirata, por ejemplo— pudo abordar nuevos temas, como la revolución digital o las redes sociales.
El crítico Felipe Hernández Cava, a propósito de la publicación de Mundo plasma, lo definió en El Cultural como un "consumado maestro en la descodificación inteligente de una realidad caótica sobre la que viene proyectando otras realidades, de creación propia, no menos descabelladas, pero sí más preñadas de conocimiento". Porque detrás de su mundo sintético y minimalista, que podría pasar para algunos por inocente y naíf, había razón e irreverencia, camufladas, eso sí, por una composición más compleja de lo que aparentaba.
El secreto de Cuttlas, más que en el trazo, estaba en el relato. De hecho, el propio autor reconocía irónicamente que su hija, cuando era pequeña, recreaba al personaje con idéntica destreza. Sin embargo, en la página —que podía albergar una o tropecientas viñetas— palpitaban las relaciones humanas y los guiños metacomiqueros, pues Calpurnio no dudaba en experimentar con ella o en romper la cuarta pared, hasta el punto de convertirla en un juego.
Después de pasar por 20 minutos, recaló en la revista Plaza, donde el vaquero cumplió casi cuarenta años, hasta que Calpurnio decidió despedirse de él por última vez, aunque todavía alienta en varios álbumes recopilatorios publicados por Glenat, Reservoir Books y Panini. Enfrascado en El libro del Tao, de Lao-Tse, y con la Eneida en el horizonte, a Eduardo Pelegrín lo había vencido la pereza, pero no dejó que lo hiciese la inercia o la rutina. Por eso, y para no parecerse al mexicano Juan Bala, se alejó de la sombra de la tapia y guardó en el cajón a El bueno de Cuttlas, quien años atrás había dado el salto a los cortos de animación, a una serie emitida por Canal+ (Cuttlas Microfilms) y al teatro de títeres.
Ilustrador, videojockey —bajo el seudónimo de ERRORvideo—, viñetista y autor de portadas de discos —Siempre hay algo que celebrar, de La Frontera, o En la boca del volcán, de Seguridad Social—, el último trabajo de Calpurnio Pisón ha sido el cartel del Salón del Cómic de Zaragoza, ciudad que dejó por Valencia, de la que ya no se movería y en la que ha fallecido este jueves, a los 63 años, entre loas y lloros de sus colegas y lectores.
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