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'Las buenas compañías',  la historia del grupo clandestino de mujeres que luchó por el aborto digno

Silvia Munt recupera la historia real de un grupo de vecinas de Errentería que ayudó a muchas mujeres a abortar en Francia durante los años 70 y 80. "Los jóvenes tienen que saber que las cosas se han conseguido con mucho esfuerzo", dice la cineasta.

Una secuencia de la película 'Las buenas compañías'.
Una secuencia de la película 'Las buenas compañías'. Filmax

En 1976 comenzó un proceso judicial de casi una década contra diez mujeres y un hombre –Las 11 de Basauri– acusadas de abortar, practicar abortos o inducir a ellos. Hoy se conoce bien el caso porque gracias a ellas el feminismo se movilizó y en 1985 consiguió una primera despenalización del aborto.

En el silencio ha permanecido, sin embargo, todo este tiempo la historia de un grupo clandestino de mujeres de Errentería que se dedicó en los años 70 y 80 a llevar a muchas otras a Francia para darles un aborto digno. Ahora, la cineasta Silvia Munt recupera esta historia en Las buenas compañías, película que ha ganado el Premio del Público en el Festival de Cine y Derechos Humanos de San Sebastián.

Munt cuenta esta historia desde el relato de una joven, Bea, de dieciséis años y de un verano, el de 1977. La chica forma parte de un grupo de mujeres feministas que ayudan a abortar a otras mujeres y será en esos días cuando forje su conciencia política y social, de adulta responsable, miembro de un colectivo. También será el momento en el que comience a mirar a su madre y a las mujeres de su generación de otra manera y se active en ella un profundo sentimiento de sororidad.

Ha decidido contar la historia de estas mujeres desde un relato de crecimiento que, por generación, podría ser el suyo propio.

Exacto. Yo tenía 18 en el 77 y de alguna manera también hay parte de mi historia, de nuestra historia, de la de muchas mujeres en ese momento en que explotó la vida. Salíamos de ese silencio siniestro, de ese mundo en el que veías que tu madre era una víctima y tú no querías ser otra. Toda esa educación que nos habían metido dentro querías reventarla, querías liberarte de todo eso. Y todos hemos tenido un verano como el del personaje, Bea, donde te enterabas de las cosas por las ranuras de las puertas, porque no te contaban casi nada.

No éramos conscientes de que teníamos detrás a una serie de gente que nos estaba ayudando socialmente a colocarnos en nuestro sitio. Te enamorabas de quien no creías que ibas a enamorarte, ese es el paso hacia la vida adulta. Vivías intensamente casi todo, el viaje geográfico y emocional que hace Bea lo hicimos muchas mujeres buscando la libertad, que no la regalan.

El viaje es liberador para ella, pero también para su madre, lo fue así para las madres de aquellos años. De alguna forma, ¿había que reivindicarlas?

Sí, porque también vimos que nuestras madres no eran aquellas que habíamos visto, que podían ser también otras. A mí me pasó. Mis padres se separaron y cuando lo hicieron, mi madre renació. Por eso, la película también está dedicada a esas madres, mujeres que abortaban de forma silenciosa, culpabilizadas y llevándolo en silencio. Y por eso quería contar algo del lugar en el que las habíamos colocado y que casi se había asumido por muchas mujeres después de esos 40 años. Ha sido un camino largo, costoso y lento, y se va consiguiendo, pero hay que mirar siempre por el retrovisor.

¿Siente que ahora hay jóvenes convencidos de que están descubriendo e inventando el feminismo sin tener en cuenta ese pasado?

Exacto, claro, creen que lo han inventado ellos. Hay que recuperar la memoria de luchadoras en momentos durísimos, en medio de una dictadura. Y curiosamente esta película le gusta a la gente joven, a los hombres y a las mujeres, porque creo que sienten como que recogen el relevo de algo que quizá no habíamos explicado. Toda mi generación hizo unas cosas de las que no se dio cuenta hasta 20 años después. Pero esto lleva siglos, porque nuestras abuelas fueron las que consiguieron un enorme adelanto en los años 20 y 30, cuando la mujer empezó a votar, a formar movimientos feministas. En los terroríficos años 40 se nos quitó todo.

Creo que la gente joven, y lo digo por mis hijas también, al ver la película sienten que había algo que intuían, pero que necesitaban oír. Hay que recuperar esa memoria porque les da fuerza a ellos también. Y además tienen que saberlo porque las cosas no nacen por generación espontánea, lo que se consiguió se hizo con mucho, mucho, mucho esfuerzo y mucho jugarse la vida. ¿Qué mayor imbecilidad que condenar a catorce años a unas mujeres que habían abortado? Hay que recordar de dónde venimos. Y hay que seguir peleando y aprendiendo, aprender también a ser mujer, como decía Simone de Beauvior, cuidado con lo que llevas en el ADN. Los hombres también deben tener cuidado porque están muy mal educados y hasta que ellos no reaccionen la victoria no será posible.

En las conversaciones con las mujeres de Errentería, ¿hubo algo que le sorprendiera o emocionara especialmente?

Todas me decían "nosotras éramos invisibles". La verdad es que se la jugaban, pero con todo el asunto político de entonces, la Policía estaba más en otras cosas y a ellas no las veían peligrosas. Me transmitieron que había mucha fuerza en el grupo, que eran muy gamberras, porque entonces no éramos políticamente correctas como ahora. Tirar tres botes de pintura encima de un violador, ahora no lo harían.

Éramos diferentes. Esas mujeres eran excesivamente invisibles. Había peligro, pero ellas no eran la diana. Me decían que no eran suficientemente importantes, o sea, eran "esas tías que gritan". Los movimientos feministas en la transición ni siquiera salen en los libros, se ignoran. Eso es algo tremendo. La derecha, vale, ¿pero la izquierda?

La actriz Itziar Ituño da vida a la madre de la protagonista.
La actriz Itziar Ituño da vida a la madre de la protagonista. Filmax

El silencio impuesto, pero no hay mal que por bien no venga, al menos en este caso ¿no?

Sí, ese silencio absoluto es dolorosísimo, pero es verdad no hubo una persecución excesiva sobre ellas, simplemente porque eran invisibles. Esto ha sido así siempre.

La película muestra a una generación que creció en la responsabilidad, como miembros de un colectivo, sin pensar tanto en el individuo.

Sí, porque para nosotros la tribu, la comunidad y lo social fue absolutamente prioritario. También porque salíamos de la generación de las catacumbas y entonces desde los movimientos sindicales, vecinales y políticos, todo fue una explosión. También una explosión sexual, porque ahora cuando me hablan del poliamor... ¡Pero si en los setenta estaba ya más que inventado! Todo era explosión social, llevábamos dentro una rabia muy grande.

¿Y ahora?

Ahora hay una sensación de miedo. Creo que a estas generaciones nuevas les hemos imbuido miedo. Miedo al trabajo, por el planeta, miedo a lo que comen, a la salud, a no ganar lo suficiente, al alquiler… Evidentemente, hay muchos movimientos y mucha gente joven maravillosa, pero es verdad que ese miedo se ha apoderado de esta generación. Tienen miedo al futuro y eso les crea una sensación de supervivencia como muy inmediata. Nosotros no teníamos ese miedo al futuro para nada, probablemente, porque éramos mucho más inconscientes, para bien y para mal.

Esa explosión social que usted vivió en años clave forjó, seguramente, su carácter. ¿Ahora tiene que ver con el cine que hace?

Totalmente. Dejar la interpretación y meterme a dirigir fue simplemente curativo, porque yo necesitaba escucharme y saber por qué tenía que luchar. Eso llegó con 38 años y me fui al Sáhara a rodar un corto y me sentí la mujer más libre y feliz del mundo. Defendí aquello que tenía ganas de defender. Claro que no te regalan nada, cuesta mucho hacerlo, pero fue la sensación de encontrar mi libertad y me dio salud emocional.

¿Cuesta mucho levantar un proyecto en el cine que habla del derecho al aborto?

El proyecto que más me ha costado levantar fue el documental que hice en 2013, cuando vino el crack y el mundo se hundió financieramente. Yo quería hacer una película de ficción sobre el abogado de Badalona que había conseguido lo de las cláusulas suelo, que se fue a Europa solo pagando el viaje. Pero no me lo permitieron, no entraron TV3 ni RTVE y me decían: "En esto no vamos a entrar". Los bancos no se podían tocar. Censura absoluta. Al final, con la película casi terminada, entró el departamento de documentales de TV3 y nos dieron el primer premio en Valladolid.

En cambio, con esta película, en el momento en el que la acabamos de escribir, que fue en 2020, con la pandemia, entraron a saco. Eso quiere decir que algo ha cambiado. Estamos en un momento donde empieza a haber mujeres en los equipos de las comisiones y empiezan a cambiar un poco las cosas y la mirada. Si esas comisiones estuvieran formadas únicamente por tíos, esta película no hubiera pasado.

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