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Actualizado:"No hace falta estar borracha para querer acostarse con la Deneuve", contestó Susan Sarandon cuando le propusieron tomarse un poco de alcohol antes de hacer una escena lésbica en el rodaje de El ansia (Tony Scott, 1983). De fondo, el Dúo de las flores de la ópera Lakme, de Leo Delibes. Memorable el beso de ambas actrices, probablemente, uno de los más celebrados de la historia del cine.
Hoy, cuarenta años después, otro beso lésbico, muchísimo más inocente que el de aquella película de vampiros, el de Lightyear, ha irritado a las mentes retrógradas y censoras del mundo. Que China y otros cuantos países hayan prohibido la película por esta razón es, sin duda, malo, pero que la todopoderosa Disney haya querido comulgar con ellos para no perder ni un solo centavo de dólar es alarmante y desolador. Pixar ha salvado la honra del cine negándose a cortar la escena, secuencia de un beso que tiene precedentes centenarios en la gran pantalla.
Antiguos, carcas y codiciosos
"La censura es publicidad pagada por el Gobierno", decía el gran Federico Fellini. Basta con que se censure o prohíba algo, para que se avive la curiosidad sobre ello. En el arte y la cultura, como decía el cineasta italiano, no hay mejor promoción para una obra que una campaña censora. Los versos satánicos de Rushdie, o Lolita, de Nabókov, son dos ejemplos muy ilustrativos de esto. Y en el cine, lo mismo. Y si no, que les pregunten a los exhibidores del Sur de Francia que acogieron con los brazos abiertos a todos los españoles que cruzaban la frontera para ver allí Último tango en París.
Esto había ocurrido desde el comienzo del cine como arte y también desde entonces, los creadores supieron que la gran pantalla era una puerta que se abría a un mundo de tolerancia y diversidad. Ya en 1914, Sidney Drew dirigió A Florida Enchantmen, con guion de Marguerite Bertsch, donde se producía el que está documentado como el primer beso lésbico del cine. El primero de muchos, muchísimos, de los que aquí seleccionamos solo unos pocos con la esperanza de que Disney y los países censores comprendan lo antiguos, carcas, intolerantes –y codiciosos- que son.
Marlene Dietrich y Greta Garbo
Marlene Dietrich, de esmoquin y cantando entre el público, se acercaba a una mujer y la besaba en la boca. Era en 1930, en la película Marruecos, de Josef Von Sternberg. Ella quedó marcada para siempre como una de las actrices lesbianas del cine – "en Berlín importa poco si se es hombre o mujer. Hacemos el amor con cualquiera que nos parezca atractivo", contestaba cuando alguien lo mencionaba- y también se ganó su primera y única nominación a un Oscar. A Hollywood, por entonces, no le importaba un pimiento la tendencia o los hábitos sexuales de nadie, o de casi nadie.
En esos años treinta hubo más besos lésbicos en el cine, hoy célebres. El famoso beso de Greta Garbo a Elizabeth Young, en La reina Cristina de Suecia (Rouben Mamoulian, 1933) o el de Dorothea Wieck y Hertha Thiele en Muchachas de uniforme (Leontine Sagan, 1931). Este beso –entre profesora y alumna- se repitió en 1958, en el remake del filme, Corrupción en el internado (Géza von Radványi), con Romy Schneider y Lilli Palmer, y en 2006 en el remake americano, Loving Annabelle, dirigido por Katherine Brooks, con las actrices Diane Gaidry y Erin Kelly.
'Solo para dultos'
Todavía en el siglo pasado las pantallas se adornaron con muchos otros besos entre mujeres, suaves, cariñosos, tórridos, excitantes… Steven Spielberg rodó a Margaret Avery dando un hermoso beso a Whoopi Goldberg en El color púrpura (1985), pero entonces empezaban a dibujarse más nítidamente algunos límites preocupantes y el mismo cineasta reconoció que se autocensuró y quitó momentos lésbicos de la película para evitar la clasificación de solo para adultos.
Títulos como Crueles intenciones (Roger Kumble, 1999), Juegos salvajes (John McNaughton, 1998) Media hora más contigo (Donna Deitch, 1985), Persiguiendo a Amy (Kevin Smith, 1997),Criaturas celestiales (Peter Jackson, 1994)… siguieron mostrando tranquilamente a dos mujeres besándose en la pantalla. Algunas veces con amor, otras, es verdad, que con intenciones un tanto malévolas, intentando demostrar lo indemostrable, dar veracidad a lo falso, que las mujeres lesbianas no son buenas.
Julianne Moore y Penélope Cruz
Naomi Watts y Laura Harrington se besaban, paraban para mirarse, volvían a besarse, se detenían para tocarse, regresaban al beso… Es otro insigne beso del cine, el de Mulholland Drive (2001), de David Lynch. Con él, el de Natalie Portman y Mila Kunis en Cisne negro (Darren Aronofsky, 2010), el de Salman Hayek y Ashley Judd en Frida (Julie Taymor, 2002), el de Denise Faye y Lisa Arturo, en American Pie 2 (2001)… o el de Necar Zadegan y Traci Dinwiddie en Elena Undone (2010), identificado como el beso más largo de la historia del cine, con sus más de tres minutos de duración.
Por supuesto, están los besos que Julianne Moore ha dado a otras actrices en la ficción, a Amanda Seyfried en Chloe (Atom Egoyan, 2009) o a Toni Collette enLas horas (Stephen Daldry, 2002). O el de Scarlett Johansson y Penélope Cruz, arropadas por las tinieblas de un cuarto oscuro de fotografía, en Vicky Cristina Barcelona (Woody Allen, 2008). Por cierto que la actriz española también le planta un prolongado beso a Irene Escolar en la reciente Competencia oficial (Gastón Duprat y Mariano Cohn, 2021).
Contra la discriminación
Los besos, y más, que se dedicaban Léa Seydoux y Adèle Exarchopoulos en La vida de Adèle le valieron hace diez años al tunecino Abdellatif Kechiche nada menos que la Palma de Oro en el Festival de Cannes y una monumental polémica.
La crítica, con cierta razón, señaló al cineasta por mostrar sexo explícito lésbico como media para alimentar el morbo, especialmente de los espectadores veranos heterosexuales, y las actrices le acusaron de sádico y tirano en el rodaje. Manchado por tanto reproche, el filme, sin embargo, era una hermosa historia de amor que contribuía a luchar contra la discriminación y por la igualdad.
Tan hermosa como el primer beso de Lola, una de las dos protagonistas de la ópera prima de Arantxa Echevarría, Carmen y Lola (2018), que también se llevó lo suyo, críticas entonces de cariz muy diferente y completamente injustificadas. La película, afortunadamente, recibió el reconocimiento que merecía con su presencia en Cannes y con los premios recibidos y rompió, al menos en el cine, el tabú de la homosexualidad en el mundo gitano.
"Si tú nunca te has besado con una chica, ¿cómo sabes que te gusta?" / "¿Y tú? ¿si nunca te has besado con una chica, cómo sabes que no te gusta?".
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