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Actualizado:Tres meses después del 23F, varios asaltantes irrumpieron en el Banco Central de la plaza de Catalunya, colocaron a algunos rehenes en las ventanas para evitar los disparos de la policía y llamaron al Diario de Barcelona para avisar de que habían dejado una nota en una cabina telefónica con sus peticiones. Entre ellas, "la libertad de cuatro militares héroes del 23 de febrero", incluido "nuestro valiente teniente coronel Tejero".
En el comunicado, dejan claro que pretenden "limpiar España de tanta inmundicia y acabar con el terrorismo rojo" y amenazan con que, si en 72 horas no disponen de dos aviones para que puedan huir los golpistas encarcelados y ellos mismos a Argentina, comenzarán a ejecutar a los rehenes. En el caso de que la policía intente acceder al banco, matarán a todos, volarán el edificio y "viva España".
El Gobierno baraja que puede tratarse de una acción ultra e informa de que en el interior hay casi trescientos clientes y empleados, retenidos por una veintena de hombres armados. Los medios se hacen eco de la hipótesis militar y agitan el fantasma del fallido golpe de Estado, cuya réplica tiene lugar a seiscientos kilómetros del Congreso. Un mando de la guardia civil cree reconocer la voz de un capitán golpista, pero es la del Rubio, quien alimenta el equívoco.
En realidad, al otro lado del teléfono responde José Juan Martínez Gómez, el Número Uno de los asaltantes. Niño rebelde criado en el seno de una familia humilde de Almería, acata la disciplina marcial en un campamento falangista de la OJE que no aplaca su furia, pues comete su primer atraco bancario a los doce años. Luego frecuenta los círculos anarquistas de Barcelona, que comienzan a sospechar del Rubio y lo acusan de confidente. Cárceles y palos a caballo entre Francia y España, acompañado por su mujer y sus tres cuñados, alegres bandoleros. En el horizonte, el sueño de un gran golpe.
Esa mañana del 23 de mayo de 1981 todavía no se sabía si la banda sonora del atraco era el Cara al sol o corría a cargo de Los Chichos.
El presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo, vincula el asalto con la extrema derecha.
Un rehén escucha: "Esto no es un atraco. Es un movimiento político. No venimos a por dinero".
El vicepresidente, Rodolfo Martín Villa, propone disolver la Guardia Civil.
"Aquí hay un auténtico asalto al Estado y el Estado no sabe lo que está pasando", escribe José Oneto en Cambio 16, donde analiza que el objetivo es "reforzar la posición de los militares golpistas" y "revestirlos de una aureola de héroes que se niegan a huir".
Porque cuando telefonean a Tejero, rechaza de plano su vinculación, pide que los secuestrados sean liberados y echa pestes del Gobierno: "Si son más tontos, hay que hacerlos de encargo".
"¿Terrorismo político o uno de los intentos de robo más insólitos de la historia?", se pregunta la periodista Mar Padilla, autora de Asalto al Banco Central (Libros del KO), un gran reportaje adictivo, que se lee de un tirón, con fuentes de primera mano, profuso en documentación y, por si fuera poco, ameno y bien escrito. Una maravilla.
Sin ánimo de destripar los pormenores del atraco ni de avanzar en el relato cronológico, aunque es historia, la escritora reflexiona sobre algunos interrogantes del golpe, cuyo móvil militar fue alimentado por la propia Guardia Civil pese a que algunas voces autorizadas comenzaron a descartarlo con el paso de las horas.
¿Cuál es la tesis más verosímil del 23-M?
No tengo una tesis cerrada ni resuelvo el misterio, pero me acerco lo máximo a las personas que realmente estuvieron relacionadas con el asalto. Hay que patear la calle, no solo hablar con altos cargos, de ahí mi elección de la cita inicial del periodista Joseph Mitchell: "La gente corriente es tan importante como usted, quienquiera que usted sea".
¿Es creíble la nota de los asaltantes con la petición de liberar a Tejero?
Lo es para quienes están más alejados de la realidad o en las alturas del Ministerio, afectados por la psicosis golpista, pero no para el fiscal y los policías, que lo consideran un atraco estrafalario. Sin embargo, hasta lo sospecha el director general de la Guardia Civil, José Luis Aramburu Topete, enviado por la Moncloa a Barcelona.
Los asaltantes fueron unos pícaros de la transición, porque supieron leer la vulnerabilidad del Estado y colarse por esa grieta de desconfianza entre algunos miembros de las fuerzas de seguridad y del Gobierno.
La comisión de investigación del Parlament de Catalunya razonó que la situación en España era tan irrespirable que no resultaba descabellado que el robo se hubiera reforzado con un amago de desestabilización política del país.
No cabe duda de que el asalto al Banco Central no hubiese sido así sin el 23F.
El Rubio varía sus versiones: primero afirma que fue un encargo de la ultraderecha y luego asegura que el CESID planteó el atraco como una cortina de humo para robar unos supuestos documentos relacionados con el 23F, que contenían los nombres de los implicados en el golpe. ¿Una tesis descabellada?
Yo no tengo pruebas y el Rubio tampoco aporta ninguna, pero el mundo es muy raro [risas], aunque me resulta muy extraño que hablase en persona con el teniente general Manglano. Lo que son descabelladas son las conversaciones telefónicas de los asaltantes…
¿Cuál es entonces su conclusión del 23M?
Está claro que eran ladrones y que iban a robar dinero. ¿Hasta qué punto hubo por el camino algún tipo de encargo con el objetivo de una desestabilización política?
¿Quedaron malparadas las autoridades y el Gobierno?
Visto ahora, sería muy fácil responder que sí, pero hay que situarse en un momento en el que reinaba la crispación y la democracia era muy frágil. Así, el periodista José Luis Morales dijo: "El 23F fue un fogonazo que nos deslumbró a todos y nos impidió ver la auténtica trama golpista y el reguero de golpes antes y después".
Cuando llegaron los geos, pidieron que hubiese una sola línea de comunicación con los secuestradores. Sin embargo, los teléfonos del banco no dejaban de sonar, mientras que afuera los políticos daban su opinión. La democracia y el Gobierno pecaron de jóvenes e inmaduros.
Se vivieron unas escenas berlanguianas que hoy pueden provocar risa, aunque entonces fueron muy complicadas. Como le comentó Bartolo, un asaltante que logró huir, al periodista Xavier Vinader: "La idea era hacer una especie de tocomocho al país. Como el timo de la estampita, pero con pistolas".
No solo me resulta muy interesante la mascarada, sino también el borrón y cuenta nueva, la desmemoria y ese empezar desde cero, con todas las consecuencias negativas que acarreó. Se pasó del franquismo a la transición sin mover las piezas fundamentales, que se mantuvieron casi sin tocar en la judicatura y en las fuerzas de seguridad.
La biografía del Rubio es increíble, pero parece alimentada por la leyenda y, sobre todo, por él mismo.
Una parte de lo que cuenta es verdad y otra no se ha podido probar. El Rubio es un antihéroe pícaro de la transición, producto del momento y de una democracia novata en la que cualquiera se arroga la capacidad de hacer cualquier cosa. Una época eléctrica, extraordinaria y sin límites. Él vive ese instante y se aprovecha, aunque luego adorna algunos aspectos o mantiene el misterio.
Como el del señor X, o sea, el supuesto cerebro en la sombra del 23M.
No sé si llegaremos a saberlo. Quien tiene la llave del enigma es el Rubio y el autor del encargo, en el caso de que existiese y siguiese vivo.
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