madrid
Nadie quiere ser el amigo que observa en silencio mientras todo el mundo comenta quién mató a quién en el último episodio de la serie de moda. Poca poco han dejado de ser una ayuda para la socialización, convertidas en una cuestión de imagen y estatus social. Las series han pasado a ser casi de consumo obligado para muchos. Al calor de estos nuevos patrones en el consumo audiovisual, han cogido fuerza en nuestro país tendencias propiamente anglosajonas como el binge watching, consistente en devorar una nueva temporada de una sentada.
Las nuevas plataformas como Netflix han otorgado la batuta al consumidor, que ahora es quien decide cómo, cuándo y dónde quiere ver sus productos. Ante este nuevo paradigma, han saltado algunas voces de alarma. Muchos se preguntan si el espectador, encargado ahora de racionar sus dosis, ha perdido el control sobre su consumo. El alarmismo convirtiendo al seriéfilo en una suerte de yonki y a las series en el nuevo opio del pueblo.
No obstante, antes de que corra el pánico… ¿Acaso está tan generalizado el uso de estas plataformas en España? Lo cierto es que no existen demasiadas certezas sobre el número de usuarios de servicios como Netflix, HBO o similares en España. La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia renegó de sus propias cifras –que daban dos millones de suscriptores a Netflix a finales de 2018– y ha cesado de publicarlas hasta nueva orden, según informa El Español. Sin embargo, José María Álvarez, profesor de la Universidad Rey Juan Carlos, asegura que sus investigaciones sugieren que aproximadamente solo el 20% de la población utiliza estas plataformas. El 30% en las estimaciones más optimistas, y siempre compatibilizando este visionado con el de los canales generalistas de toda la vida.
Álvarez, poco afín al generalizado clima de alarma ante los nuevos consumos, defiende que el consumidor actual responde a un perfil similar al de televisión de pago tradicional. También asegura que los cambios no han resultado tan drásticos y, en todo caso, son solo tendencias que ya se atisbaban antiguamente y ahora se consolidan.
"La televisión llegó al 97% de los hogares, eso ha sucedido mucho más lento con internet”, José María Álvarez
“La gente cree que las cosas van más deprisa de lo que realmente van. En diez años la televisión llegó al 97% de los hogares, eso ha sucedido mucho más lento con internet”, afirma. El investigador argumenta además que la televisión generalista, a la que muchos dan por muerta desde hace tiempo, todavía tiene una larga vida gracias a los eventos en directo que posee en exclusiva: deportes, debates políticos, reality shows…
Por su parte, los creadores reconocen que la producción de series para las nuevas plataformas requiere la adaptación a un nuevo lenguaje y a un público diferente. "Cuando llegó Netflix tuvimos que aprender a escribir capítulos de 45 o 50 minutos", asegura Gema R. Neira (Bambú Producciones), recordando las épocas en las que los guionistas tenían que devanarse los sesos para rellenar los episodios de 70 minutos que demandaba la televisión generalista.
No obstante, también reconoce dificultades con respecto a los nuevos formatos. Antes debían adaptar los 'ganchos' del guión a los cortes de publicidad y ahora "cada escena tiene que generar ese 'gancho' que antes solo colocábamos al final". Así, Neira reconoce que ese estímulo constante sirve para alimentar "consumo permanente" que desean compañías como Netflix y el menor espectro de atención de un espectador que suele jugar a dos pantallas.
Las series, de la socialización a una cuestión de estatus
Por lo tanto, siguiendo estas estimaciones no se puede hablar del nuevo consumo de series como una cuestión de estado. Sin embargo, ello no exime que se estén dando tendencias preocupantes entre el todavía reducido segmento de población que sí frecuenta Netflix y similares con asiduidad.
"Ahora cada joven ve una serie diferente, ya no hay un agente socializador tan fuerte", Sergio García, psicólogo
El consumo audiovisual ha cambiado de manera inevitable con la llegada de las nuevas plataformas. “Antes lo que la televisión hacía era de agente socializador. Unía a varias generaciones y había un tema de conversación en común. Ahora cada joven ve una serie diferente, ya no hay un agente socializador tan fuerte”, asegura el psicólogo Sergio García.
Esta visión es corroborada por Álvarez, quien defiende que la tendencia que se está dando con mayor presencia en el audiovisual es la individualización y segmentación de contenidos. “En una familia convencional el encontrarse en una misma pantalla viendo algo es bastante difícil hoy en día”, asegura.
Ante este cambio, García asegura que las series han pasado de ser un tema de conversación a una cuestión de estatus, de prestigio de cara al exterior. “Nombrar una serie de moda y argumentarla te pone en valor frente al público que tengas delante”. Por ello, el consumo se ha convertido casi en una ingesta obligada, deberes para adultos. “Vivimos en una sociedad de consumo, de consumo fácil. Ya no lo veo para disfrutarlo, sino que casi lo veo como una especie de cuestión a resolver”, asegura el psicólogo.
La adicción a las series como evasión
Además de haber perdido su componente socializador, en los casos más extremos de consumo las series han llegado incluso a poder suponer todo lo contrario. Un aislante social, un evasor, cuando el visionado se convierte en adicción. “Es una realidad”, asegura García, defendiendo que “uno puede ser adicto a cualquier cosa”.
No obstante, puntualiza que lo importante a la hora de detectar la adicción no es el tipo de consumo o la cantidad, sino ante todo la actitud con la que el espectador se acerca a una serie. “Podemos hablar de adicción cuando ya supone una interrupción de su calidad de vida. Si yo no me relaciono y cambio todo mi fin de semana por ver una serie. Porque mi vida no me gusta, es un conflicto interno lo estoy volcando hacia una serie”.
“Los que trabajan doce horas al día no pueden devorar la temporada uno, dos y tres en una semana”
En estos casos, el contexto socioeconómico de los usuarios resulta un factor determinante a la hora de poder desarrollar este tipo de consumos compulsivos como el binge watching. “Los que trabajan doce horas al día no pueden devorar la temporada uno, dos y tres en una semana”, comenta Álvarez.
Por su parte, García reconoce que los pacientes que presentan en sus consultas ese tipo de consumo insano son jóvenes de entre 16 y 30 años, muchos de ellos precarizados y con tiempo libre. “Lo veo mucho en los jóvenes. Es un síntoma del resto de su vida, son personas muy apresuradas y el consumo que hacen tiene que ver con otros aspectos de su vida”, asegura el psicólogo recordando la conexión existente en el caso de un paciente que sufre una tartamudez nerviosa y realiza precisamente este tipo de consumo en lo que a series respecta.
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