Barcelona
Un gesto tan sencillo como pulsar un botón o activar un interruptor tiene un enorme peso. Cada vez que lo hacemos, un montón de engranajes encajan entre sí y se activan corrientes para encender, tal vez, una bombilla. O activar el tambor de una lavadora. O abrir las puertas de un ascensor. Pero, más allá de la parte mecánica, para que aquella bombilla de luz o para que las puertas se abran, hay todo un proceso complejo para generar aquello de lo que siempre hablamos, pero que no acabamos de entender: energía eléctrica.
Necesitamos la electricidad para mucho más de lo que podría parecer. Y esta necesidad cada vez crece en mayor medida. A los electrodomésticos de toda la vida, se suman las cocinas de inducción o las baterías de los coches o de los patinetes. Es por ello que, según datos del último informe del Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC) de la ONU, el consumo de energía mundial crece de media un 1,4% anualmente.
Es bien sabido que es mucho menos nocivo para el medio ambiente un coche eléctrico que uno diésel, pero no hay que perder de vista que, aunque la energía eléctrica se puede generar con fuentes renovables, una parte muy significativa se consigue a través de la quema de combustibles fósiles o mediante el uso de energía nuclear. Según datos del mismo informe, la demanda de combustibles fósiles (como el gas o el petróleo) ha aumentado de forma sostenida durante las últimas tres décadas. Y esta dinámica no tiene pinta de revertirse, ya que la población mundial no deja de crecer. Es por ello que la ONU planteó una advertencia que no había puesto nunca sobre la mesa: hay que empezar el decrecimiento, rebajar la producción y limitar la dependencia económica, energética y alimentaria que tenemos a nivel global. En esta línea, toma fuerza una de las demandas históricas de los colectivos ecologistas: la soberanía energética.
Este concepto supone que una comunidad tenga el derecho y la capacidad de tomar sus propias decisiones sobre la producción y el consumo de energía según sus necesidades y circunstancias, sin que ello afecte negativamente a terceros. Es decir, supondría la capacidad de generar la energía necesaria para abastecer una comunidad mediante fuentes energéticas sostenibles y de proximidad. Supondría generar la energía justa y necesaria para vivir, sin convertirla en un bien de mercado. Supondría erradicar, pues, la pobreza energética y el expolio de territorios. Si pensamos en un pueblo de pocos habitantes, sin fábricas ni grandes aparatos que consuman demasiado, esta imagen podría ser imaginable. Pero ¿es realista plantear la soberanía energética en una ciudad como Barcelona?
Generar energía con el skyline
El doctor en física e investigador del CSIC Antonio Turiel lo tiene clarísimo. No. Una ciudad como Barcelona no puede ser soberana energéticamente. "La mayor parte del consumo de una ciudad viene del petróleo en varias formas. Así que si queremos mantener las ciudades con el actual modelo y nivel de consumo, no sólo no es posible la soberanía energética, sino que tampoco lo es la transición sostenible", sentencia el físico. Según recuerda Turiel, las energías renovables son finitas y es imposible alimentar toda nuestra demanda a través de estas fuentes, pero sí apunta a que hay mucho margen de mejora y optimización.
Por ejemplo, uno de los problemas que hay actualmente a la hora de suministrar energía se basa en que ésta se produce de manera muy localizada para luego distribuirla a través de grandes y complejas redes. "La electricidad no es un líquido: es una onda y, cuanto más viaja, más potencia pierde", explica Turiel. Es por ello que una de las opciones que plantea el físico es la de producir energía de manera local, en pequeñas cantidades y para abastecer necesidades básicas. "Las empresas no se lo plantean porque la producción local no es suficiente para ser comercialmente rentable, pero si lo planteamos como un servicio local, tiene mucho sentido", dice.
Conscientes de la necesidad de frenar el cambio climático, ya hace algunos años que varios colectivos ciudadanos y ecologistas han ido planteando proyectos de producción local de energía sostenible, cada vez más avanzados y ambiciosos. Uno de los últimos que ha aterrizado en la capital catalana pretende cambiar Barcelona, empezando por su skyline. El colectivo ‘Vivir del aire’ quiere añadir otra seña de identidad al perfil de la ciudad: entre la Sagrada Familia y el Castell de Montjuïc quieren añadir la silueta de dos aerogeneradores que, plantados en la sierra de Collserola, producirían suficiente energía como para abastecer 9.000 familias, según datos del colectivo.
Esta cooperativa de consumidores comenzó a plantear hace un año esta instalación, después de una prueba piloto que se realizó en el municipio de Pujalt (Barcelona), donde se colocó un aerogenerador en 2018. El proyecto tuvo un coste de 3 millones de euros y fue financiado por 600 familias. "Fue todo un éxito", asegura Jordi Ferrer, promotor del proyecto ‘Vivir del Aire BCN’. Ahora, sin embargo, la iniciativa es mucho más ambiciosa y para instalar los dos molinos serán necesarios entre 10 y 12 millones de euros; es por ello que se han inscrito en el germinador social de la cooperativa de producción y distribución energética Som Energia, que les podría dar un impulso económico.
La inversión de este proyecto será totalmente privada. Y es que, "queremos un liderazgo ciudadano. De las administraciones sólo queremos que no nos pongan palos en las ruedas", dice Ferrer, en referencia a la "complicada" legislación que regula las energías sostenibles. Según la ley española de impulso a las energías renovables, los parques eólicos deben estar a una distancia de 500 metros de los núcleos urbanos, lo que sólo deja como posible emplazamiento a Collserola. Pero, a la vez, la legislación dice que no se pueden poner estos aparatos en parques naturales, como está declarada la pequeña montaña barcelonesa. "Sin embargo, la Unión Europea dice que hay que estudiar caso por caso y en Collserola ya hay una torre de comunicaciones. "Pensamos que no haremos ningún daño al parque", aseguran desde la cooperativa.
Consumir lo que generas
Estos aerogeneradores, que si todo va bien estarán instalados en tres años, estarían conectados directamente a la red eléctrica. Es por este motivo que la energía generada no irá directamente a los hogares de las familias inversoras, sino que se venderá a las empresas distribuidoras. "El proyecto no beneficiará sólo a los inversores, sino que contribuirá a que Barcelona entera consuma energía más limpia", apunta Ferrer.
Pero, así como ‘Vivir del Aire’ plantea un proyecto de ciudad, hay otras iniciativas que centran aún más el foco y miran directamente a las comunidades de vecinos. Un ejemplo lo encontramos en la empresa Habitat Futura que puso en marcha hace siete años el proyecto Illa Eficient (Manzana eficiente).
Esta iniciativa, que debería estar lista el próximo año, pretende hacer energéticamente eficiente una manzana del céntrico distrito barcelonés del Eixample. De momento trabajan con ocho (de las 27) fincas de la manzana, en las que hay 160 hogares que, por un lado, verán reducido su consumo y, por otra, serán capaces de generar buena parte de la energía que requieran. Para alcanzar este objetivo se trabaja en una rehabilitación de los edificios a través de elementos activos (por ejemplo, un motor de ascensor que consuma menos) y pasivos (ventanas aisladas o mejora de las fachadas) y también en la instalación de placas fotovoltaicas en las azoteas.
"La energía generada cubrirá los consumos comunitarios y el excedente podrá ser usado para otros fines dentro de la misma comunidad, o bien puede ser vendido a la red eléctrica y los propietarios se repartirían las ganancias", explica Cèlia Galera, CEO de Habitat Futura.
Este proyecto ha requerido una inversión de 250.000 euros por vivienda de media, contando con una subvención conjunta del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona, que han sufragado la mitad de los costes. Se trata de un modelo en el que, al contrario que el de ‘Vivir del Aire’, la iniciativa ciudadana pasa a un segundo plano, pero esto no debe ser necesariamente malo.
"Detrás de una placa fotovoltaica o un edificio eficiente hay un buen número de gestiones y trabas fiscales y legales. Nuestro papel es simplificar la vida a unos vecinos que, por otro lado, seguro que no se hubieran animado a dar el paso", asegura Galera.
Uno de estos vecinos es Joan Anton Cano, propietario de varios pisos en las fincas de la Illa Eficient y miembro de la cooperativa de consumidores. "Antes de este proyecto no nos habíamos planteado que hubiera cambio climático ni que tuviéramos que hacer nada. De la energía solar sólo sabíamos que era muy cara de generar y que costaba mucho recuperar la inversión. Teníamos otras prioridades", explica. Ahora, sin embargo, reconoce que a través del proyecto, han tomado conciencia de que hay que ir aplicando cambios para proteger el medio ambiente. "Además, ahora que la luz está tan cara, te preguntas por qué y ves como mejora la situación si te puedes manejar con aquello que es tuyo", explica.
La modernidad es volver a lo que ya funcionaba
Una de las partes más importantes del proyecto Illa Eficient fue convencer a los vecinos de los beneficios y la necesidad de hacer la inversión. "Hablamos de ciudadanos que no necesariamente tienen que estar concienciados, y a los que hay mensajes que no les llegan. Hacemos una tarea de pedagogía ambiental importante, para combatir miedos irracionales. Vivimos en una época en que todo debe ser ‘eco’, pero nadie nos explica cómo lo tenemos que hacer", apunta Cèlia Galera.
La necesidad de hacer pedagogía también es uno de los objetivos del proyecto ‘Vivir del Aire’. Aunque está impulsado por una ciudadanía muy concienciada, la idea es que el mensaje llegue a todos. Por ello, no es un capricho que los aerogeneradores modifiquen el skyline de Barcelona. "No queremos una turbina escondida. Sabemos que las ciudades no son, ni de largo, el mejor lugar para colocarla, pero la queremos allí porque queremos que esté muy presente en el horizonte y la gente sea consciente de que la energía que consume no se genera por arte de magia", explica Jordi Ferrer, quien coincide con Cèlia Galera en que los cambios energéticos provocan "miedo por el gran desconocimiento que les rodea".
La pedagogía será, pues, muy importante en los años venideros porque si queremos evitar el colapso ambiental, serán necesarios cambios mucho más grandes y significativos, según alerta el físico e investigador del CSIC Antonio Turiel: "Planteamos mal la transición energética. Generar electricidad con energías limpias está muy bien, pero no debemos electrificarlo todo", apunta Turiel, quien añade que "estamos intentando salvar un modelo energético obsoleto: no tenemos que adaptar la energía al modelo, sino el modelo al energía que podemos obtener".
Así, el físico determina que hay que cambiar el modelo de consumo y asegurar que las energías renovables no sean sólo eléctricas. Por ello, recupera una escena del cajón de los libros de historia y nos habla de las colonias textiles, que se situaban en un lugar en función del entorno y producían en función de las fuentes disponibles. "No se trata de volver al siglo XIX, sino de dialogar con el territorio. Siguiendo estos modelos, descentralizaríamos la riqueza, generaríamos producciones más resilientes y, sobre todo, no haríamos tóxicas a las energías renovables", explica Turiel, que piensa en un futuro que, en caso de llegar, aún tardará. Ahora sólo se han puesto las primeras piedras de este camino hacia la eficiencia energética, pero, al menos, ya hay quien ha empezado a andar.
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