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Actualizado:Entrevistamos al divulgador científico valenciano Andreu Escrivà que publica Contra la sostenibilidad, una obra que desmonta algunos de los dogmas verdes que se han generalizado y que es un llamamiento a la acción inmediata para realmente reducir las emisiones y evitar los peores efectos de la crisis climática.
A partir de capítulos breves y con la claridad que le caracteriza, el divulgador científico Andreu Escrivà (Valencia, 1983) desmonta en Contra la sostenibilidad (Arpa en castellano y Sembra Llibres en catalán) algunos de los dogmas verdes que se han generalizado los últimos años. Y lo hace para mostrar que seguirlos no nos hace "transitar hacia un futuro deseable", es decir, hacia una reducción de las emisiones que nos permita evitar los peores efectos de la crisis climática, sino que fundamentalmente sostienen al actual modelo económico, basado en el crecimiento y en una constante demanda al alza de recursos y energía.
La propia sostenibilidad, la economía circular, el reciclaje, la neutralidad climática o el coche eléctrico son algunos de los conceptos que analiza con mirada crítica Escrivà. La obra también es un llamamiento a la acción, a actuar ya y a dejar de plantear soluciones para dentro de unas décadas y, como tal, huye de la narrativa del colapso. Licenciado en Ciencias Ambientales, máster en Conservación de Ecosistemas y doctor en Biodiversidad, previamente ha publicado Aún no es tarde: claves para entender y frenar la crisis climática (Universitat de València, 2017) y Y ahora yo qué hago. Cómo evitar la culpa climática y pasar a la acción (Capitán Swing, 2020).
Escribe que la "sostenibilidad es un engaño dialéctico tremendamente efectivo". ¿Por qué?
Es un engaño porque nos hace pensar que vamos por el buen camino, cuando en realidad no lo estamos haciendo. Nos da la sensación de estar moviéndonos y transitar hacia un futuro deseable, cuando lo que hace la sostenibilidad es tratar de mantener el sistema actual y, por tanto, es estática, no nos movemos. Tal y como está planteada, su única función ahora es mantener el sistema actual, que es inherentemente insostenible, desigual y perjudicial para la mayor parte de la gente. Pero a la vez es muy efectiva, la palabra suena bien, puedes ponerla en una etiqueta de casi cualquier producto. En cierto modo, te hace pensar que colaboras en salvar el planeta y que si compras un coche sostenible, vives en una casa sostenible, desayunas leche de un brik sostenible o compras ropa sostenible, ¿qué problema hay? Por eso es tan efectiva.
¿Es un concepto que se ha vaciado de contenido?
Completamente. También es cierto que después está lo que la gente entiende por sostenibilidad y quizás allí hay intenciones muy buenas. La gente no hace daño a propósito, tiene vidas precarias, con poco tiempo, poco dinero y las decisiones estructurales ya están tomadas. Si lo que te están diciendo es que lo sostenible es comprarse un coche eléctrico y no te están facilitando el transporte público o una ciudad ciclabe, pues al final te lo acabarás comprando, porque estructuralmente te han conducido a eso.
Creo que sostenibilidad es un concepto que ya no sirve y es muy duro decirlo. La cuestión es ahora no buscar otra palabra, sino hablar de conceptos, como bienestar, buen vivir, la prosperidad, las conexiones humanas, que no están manchados y que no se limitan a apelar a una elección como consumidores. Hay que ir hacia aquí. En muchas decisiones de compra, cuando se nos dice sostenible lo que realmente se nos quiere decir es "fabricado con un menor impacto ambiental que un producto análogo fabricado con el método habitual", y, claro, esto no puedes ponerlo en una etiqueta. El capitalismo no renunciará al término sostenible y, por tanto, la decisión colectiva debe ser utilizar otra terminología y, sobre todo, enfocarnos a otras cuestiones para no sostener este sistema de desarrollo, sino cambiarlo.
Seguramente el extremo máximo de este paroxismo sería el concepto "crecimiento sostenible", lo que es inviable en un planeta con recursos finitos.
Exacto. El desarrollo sostenible suena muy bien, porque en principio implica conjugar desarrollo económico, mejora de condiciones sociales y no afectación al medio ambiente. Pero, a su vez, esto es crecimiento y creo que no es el marco adecuado. A ver, no debe rechazarse el crecimiento porque durante el último siglo ha habido una parte de crecimiento que ha tenido un impacto positivo en la vida de la gente, pero el problema es que parece que la única vía que conocemos para producir mejoras en la vida de la gente es crecer y no es así.
Podemos tener más prosperidad con menor crecimiento o podemos crecer en unos ámbitos y no en otros y no basarnos en el PIB, que es una herramienta absolutamente reduccionista que nada tiene que ver con el bienestar de la ciudadanía. Nos estamos guiando por ello, cuando quizás podríamos incorporar otro índice que midiera la salud, el bienestar físico y ambiental, las interacciones humanas, la biodiversidad de los ecosistemas. Necesitamos romper ya la sinonimia que tenemos entre crecimiento y bienestar, porque no es así. Debemos abandonar el marco del crecimiento y trabajar en el marco del buen vivir o el bienestar, sobre todo porque el crecimiento va asociado a un mayor uso de la energía y materiales.
Al final, ¿la conclusión es que el actual sistema económico es insostenible y la única manera de reducir las emisiones y evitar los peores impactos de la crisis climática es cambiar de modelo?
Sí. Al final existen unas constricciones biofísicas y hay una necesidad de dejar de consumir tantos materiales y tanta energía. Y, cuidado, que la energía fósil también se acaba. Pero lo que me gusta remarcar es que aunque llegamos a la conclusión de que es necesaria una reformulación profunda del capitalismo o una sustitución directa del sistema, no pensemos que esto es una solución básica en la que pulsamos un botón y ya se ha arreglado todo. No convirtamos el hecho evidente de que debemos cambiar el sistema económico en una trivialidad, porque no por derribar el capitalismo todo ya funcionaría bien automáticamente, podría funcionar mal. Aquí la cuestión es cómo lo hacemos.
Es necesario buscar un marco de superación del capitalismo, desde fuera y desde dentro, necesitamos un ataque conjunto y compartido de una parte de la sociedad que vea que el consumo no es deseable y esto no se producirá repentinamente, de la noche a la mañana, costará, habrá renuncias y no será una revolución clásica. Pero la cuestión fundamental es cómo utilizamos los recursos y qué marco mental tenemos, el del crecimiento que es inherente al capitalismo es erróneo, pero lo sería también de cualquier otro sistema que lo incorporara como base. Pero creo que llegamos a la misma conclusión, una conclusión a la que ya se llegaba hace 50 años.
¿El problema es justamente este, que se han perdido décadas de tiempo para adoptar medidas?
En el libro pongo el artículo en el que [el economista] Joan Martínez Alier recupera una carta de Sicco Masnholt, que acabaría siendo presidente de la Comisión Europea, en la que éste aboga por el decrecimiento e, incluso, habla de alternativas que podemos dar a la gente, cuanto más ocio, más cultura, mayor crecimiento espiritual. Los límites del crecimiento, el informe Meadows, es de 1972, estamos hablando de que ya son 50 años cuestionando el dogma del crecimiento con fundamentos teóricos serios, con datos, desde las esferas académicas, activistas y políticas.
Lo que me parece es que durante los años 80 y 90 perdimos por goleada ante el neoliberalismo, ante Thatcher y Reagan, y se cerró un poco esa sensación de redefinición, en la que había políticas de redistribución fuertes en Europa y Estados Unidos. En ese momento de crisis que hacía repensar habrían podido abrirse otros caminos, no fue así. Y como no podemos volver atrás lo que debemos hacer es asumir que estamos en el 2023 y que, 50 años más tarde, hemos abierto de nuevo el debate y se trata de asumir el tiempo que hemos perdido e intentar ponerle remedio.
Numerosos teóricos y científicos plantean que el actual modelo colapsará y, por tanto, de lo que se trata es de "colapsar mejor" para intentar conseguir un reparto más justo de los recursos. ¿Esta es la gran batalla de los próximos años?
Es una batalla importante e incluso en el propio ecologismo se ha dado un movimiento tectónico con la cuestión del colapso. Pero creo que el colapso es un mal marco comunicativo y un marco demasiado determinista en lo social, porque podemos llegar a desprender la idea de que está todo escrito. Pero no todo está escrito y el colapso no llegará en dos o tres años, no veremos esto, no veremos cómo se derrumba nuestra civilización ni siquiera en una o dos décadas. Estamos hablando de procesos muy lentos y, por tanto, debemos luchar para darle significado al cambio y huir del marco del colapso.
Me he encontrado que es desmotivador a más no poder. Cuando vas a dar una charla y te viene alguien muy leído sobre este marco, viene completamente desanimado. Yo lo entiendo, porque cuando uno mira los datos fríos la situación es muy mala, pero si incidimos en esos datos, rechazamos cualquier posibilidad de cambio y pensamos que todo está escrito, ¿por qué vas a hacer algo? Yo comunico para la acción, sea mínima o estructural, y cuando me vienen y me dicen que no hay nada que hacer, pues nada, dejamos que el capitalismo nos coma vivos.
Me parece una estupidez, es como decir, nos vamos a morir, no hay nada que hacer, pues nada, nos ponemos a llorar y ya está. Pues no, importa y mucho lo que hacemos durante el camino, podemos darle un sentido, una dimensión y un cambio. Esto no es una historia que termina en 2100, es una historia de bienestar, de supervivencia y, sobre todo, de un cambio social que es posible. Y la narrativa del colapso tal y como se está efectuando es muy negativa a la hora de incentivar la acción transformadora.
En el libro desmonta algunos de los dogmas verdes aparecidos en las últimas décadas, aunque por razones diversas. Comenta que la "neutralidad climática hace aguas por todas partes". ¿Qué falla?
La primera trampa de la neutralidad climática es el marco temporal. Estamos hablando de alcanzar la neutralidad climática en 20, 30 o 40 años y eso es tan absurdo como si alguien te dice que dejará de fumar, pero que lo hará dentro de 20 años. Estamos diciendo que en 2050 lo que haremos es compensar lo que emitimos, es decir, que podemos haber bajado muy poquito si hemos podido subir la compensación y, además, tenemos esa sensación de "ya haremos alguna cosa". Es absurdo porque necesitamos bajar las emisiones ahora y bajarlas, no compensarlas.
Hay muchas empresas que se han comprometido a la neutralidad climática para 2050 y en estos años críticos están aumentando sus emisiones. Es un muy mal marco temporal, pero además la implementación de la neutralidad climática es defectuosa y hace aguas por todos lados. En primer lugar, porque se soporta en tecnologías que no existen y cualquier tecnología que no esté ahora mismo madura para poder ir desplegándola en los próximos años no nos servirá. Y ahora mismo no existe ninguna tecnología que tenga esta capacidad y están fracasando todos los proyectos de captura de carbono. Fracasan en el sentido de que capturan algo, pero gastan más energía de la que deberían gastar para ser viables.
Confiamos en energías que no sabemos ni cuáles serán o estamos con la voluntad de plantar árboles, que parecen arreglarlo todo. Y hace poco salió un informe sobre la mayor compañía del mundo que vende créditos de carbono, y decía que el 90% de lo que ha vendido no ha servido para nada, incluso ha empeorado la crisis climática, porque son plantaciones han hecho y se han olvidado, no se han cuidado, se han quemado, se han secado.
También se muestra crítico con la transición hacia el coche eléctrico, con el argumento de que es la solución de la industria, cuando lo necesario es hacer un cambio profundo en el modelo de movilidad.
Efectivamente. El coche eléctrico es un tapón para la movilidad sostenible. El problema es que hemos asimilado coche eléctrico y movilidad sostenible cuando el coche eléctrico es una parte pequeña de la movilidad sostenible. El coche del futuro será eléctrico, el problema es que si pensamos que ya lo tenemos resuelto solo con un cambio del motor de combustión a uno eléctrico pues dejaremos de reclamar transporte público o más espacio público.
A la gente le propongo el ejercicio que piense que todos los coches que ve en su calle son eléctricos, pues tendrá los mismos problemas para moverse en autobús, tranvía o metro, la acera será demasiado estrecha para pasar con la silla de ruedas o el cochecito del bebé, le faltarán parques infantiles o espacios con árboles para dar sombra en verano. El coche eléctrico está taponando un cambio en el modelo de movilidad, taponando un cambio urbano. Lo que hace falta es quitarle la primacía que el coche privado tiene en la ciudad y, sobre todo, hablar del peatón, que debe ser el rey de la ciudad y los pueblos, de recuperar espacio público que durante décadas han ocupado los coches, de la bicicleta, o del transporte público, que es mucho más inclusivo y mucho más social que el coche.
Y después, evidentemente, las redes de Rodalies en Valencia y en Catalunya son una vergüenza e incentivan a la gente a coger el coche. No puede ser que ir de Valencia a Castellón sea más caro y más lento en tren que en coche y no puede que se estén desmantelando los trenes de media distancia ni líneas de autobús, se debe conectar en transporte público. El vehículo privado siempre tendrá un papel, pero no debemos pensar que con el cambio del tipo de coche ya lo tendremos todo hecho, esto solo es lo que conviene a la industria automovilística.
Y no es solo que las malvadas empresas nos estén colando el coche eléctrico, que también, sino que existe un problema institucional, el Gobierno español cuando habla de movilidad sostenible está hablando del coche eléctrico y lo fomenta cuando le da dinero del Perte y del fondo de recuperación verde. La gente entiende que para ser sostenible y hacer un cambio en movilidad se debe comprar un coche eléctrico. ¿Y si te compras un coche eléctrico y piensas que ya está todo hecho y no contaminas, porque reclamarás un cambio de movilidad? Hay que ir a un cambio de movilidad integral, a mover a personas y no coches y, sobre todo, a hacer ciudades más limpias y más humanas.
También entre la ciudadanía estamos muy arraigados al coche.
Por eso es necesario contrarrestar el relato cochista ofreciendo mejoras, más transporte público, meter árboles, parques. Hay que comunicar y transmitir que con menos coches en las ciudades viviremos mejor. Todas las experiencias en este sentido que existen en Europa, con la excepción única de Madrid, han funcionado muy bien y, sobre todo, no ha habido una reversión. No está determinado que los coches tengan que ser los reyes de las ciudades, lo que debemos hacer es una transición con alternativas, sobre todo metiendo el foco en el bienestar y en la salud. Si lo hacemos así, estoy seguro de que tendremos éxito.
El libro es una llamada a la acción, a actuar ya. Contrasta con lo que ocurre en las cumbres del clima, las COP, que normalmente plantean medidas a medio y largo plazo.
Hay una percepción ciudadana muy extendida de que en las COP hablan, se adoptan estrategias y acuerdos, pero que cada vez estamos peor. Por ejemplo, a nivel de temperaturas el 2022 ha sido un como un grito en la cabeza de mucha gente, que ha entendido que la crisis climática es ya. Se ha visto y percibido. Las cumbres del clima han tenido un papel, se han llegado a acuerdos importantes, como el Acuerdo de París, e incluso diría que han servido para cambiar la trayectoria del calentamiento. En las cumbres de principios de siglo las previsiones era llegar a un calentamiento de 3,5 o 4 grados y ahora estamos en 2,7.
En las cumbres se han logrado compromisos que mejoran lo que teníamos hace diez, 15 o 20 años, pero siguen siendo insuficientes y, sobre todo, no son compatibles con lo que nos dice la ciencia, que es que un calentamiento de 1,5 grados ya es muy peligroso y, a partir de dos grados, perdemos la capacidad de control del sistema climático. Y, por tanto, es vital quedarnos por debajo. Hemos llegado a celebrar que en la última COP se incorpore la mención de los combustibles fósiles, algo muy evidente que debería estar en el consenso global desde hace mucho tiempo.
La tragedia es que en cierta medida es la mejor herramienta que tenemos y de esto solo podemos salir con multilateralismo y poniéndonos de acuerdo entre países, pero asumiendo la responsabilidad histórica. Por mucho que emita mucho ahora, la responsabilidad histórica de China es del 11% y la de Estados Unidos del 25. La UE, Australia, Canadá o Japón tienen mucha más responsabilidad que muchos países emergentes o toda África, que emite del orden del 4/5% mundial, lo mismo que el sector de la aviación. ¿Cómo es posible que le estemos exigiendo lo mismo?
¿Falta una cierta presión social en este ámbito, una mayor movilización?
Diría que la presión social siempre es buena y cualquier gobierno la necesita para orientarse bien. Y creo que en la cuestión climática en 2018 y 2019 tuvimos una presencia del activismo climático mucho mayor de la que había antes, gracias a Greta Thunberg, Fridays for Future o Extinction Rebelion. Pero esta presión debe ser transversal, no puedes percibir que son un grupo de cuatro ecologistas radicales quienes se preocupan de ello, sino que le preocupa a la mayor parte de la gente que vive en un pueblo o en una ciudad. Debemos ver que nos preocupa a todos, porque nos afecta a todos.
Es importante decir que el activismo climático no es únicamente ir a una manifestación o manchar un cuadro de sopa de tomate, sino que es todo lo que podemos hacer y pensar en el día a día para ser capaces de manifestar que esto nos importa y que es prioritario para nosotros. En estos momentos los gobiernos están viendo cómo hay interés, cómo es algo que importa a la gente, pero creo que todavía falta más acción, más reacción y más formas de transmitirlo. Pero mientras puedan ir haciendo con un poco de maquillaje verde político, que también lo hay, seguirán igual. El libro al final es una herramienta para que no te la cuelen, ya sea una empresa o una institución diciendo que hacen cosas sostenibles cuando en realidad no lo son.
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