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BARCELONA.- “¿Por qué quiero ser español? Para irme a Inglaterra” (Muhammad Sharim, de Pakistán. Barcelonés desde hace quince años). “Quiero trabajar en invierno en otro país de la UE” (Francis Guzmán, Colombia. Vive en Reus desde hace unos catorce años). “Quiero poder moverme por Europa o pasar temporadas más largas en Colombia cuando aquí no tenga trabajo” (Roberto Castañeda, Colombia. Barcelonés de residencia y de corazón desde hace siete años. Se declara enamorado de la ciudad).
Para Muhammad, Francis o Roberto, obtener la nacionalidad no es un problema de identidad, sino más bien una necesidad práctica. Muhammad vive en su barrio de Artigues desde hace tres lustros. Aún así, por la crisis, su vida barcelonesa ha hecho aguas y teme quedarse en paro: “Trabajo en la hostelería y el trabajo en sí es muy duro. Entro a las cinco de la tarde y echo el cierre a las dos de la madrugada. A veces más tarde, cuando se van los del último trago. Solo libro el domingo. Mi semana consiste en dormir y trabajar, pero es algo normal en el sector”.
Acude a la entrevista en su día de fiesta, con una carpeta de papeles en la mano. Quiere explicarnos sus cuatro años de peregrinación por despachos de abogados, en busca de una nacionalidad española aún no resuelta. Para él, la nacionalidad española es un billete de ida hacia “otra vida”, en Inglaterra. “Con un trabajo de delineante industrial en una oficina, como hacía en Pakistán. Con un horario diurno, dos días de descanso a la semana y el doble de lo que cobro aquí. Con la situación económica que se vive en España, no es extraño que me plantee irme, ¿no? Pero para eso necesito la nacionalidad española”.
Según la normativa actual, en España solo pueden solicitar la nacionalidad aquellas personas que llevan más de diez años con permiso de residencia y trabajo en nuestro país, es decir, que han cotizado todos esos años a la Seguridad Social. Este período se reduce a dos años en el caso de los ciudadanos procedentes de antiguas colonias españolas.
Para Muhammad Sharim, la nacionalidad no constituye un lazo sentimental con España, sino la posibilidad de moverse y trabajar en otros países de la UE donde la crisis aprieta menos. “Yo aquí estoy contento. Hablo la lengua, trabajo, tengo una familia y mis amigos, muchos de fuera. Eso es estar integrado, ¿no?”.
Pero sueña con Londres, una ciudad capaz tal vez de liberarle de la hostelería, donde Muhammad quedó enredado hace quince años: “Quiero vivir sin miedo, ¿me entiendes? ¿Qué hago aquí si pierdo el trabajo, solo y con una familia a cargo?”.
Si Muhammad se quedara en paro, podría perder los permisos de residencia y trabajo, lo que daría al traste con todo el tiempo que lleva cotizado en nuestro país. Volvería a estar como el primer día que aterrizó en Barcelona: sin papeles y sin derechos. Regresar a su país no entra en su plan de futuro. “Mi país duele. La corrupción, los sueldos que no alcanzan para vivir... No quiero que mis hijos vivan en Pakistán.” Después de haber residido tantos años en Europa, allí sería un inmigrante. Con papeles, pero se sentiría algo extraño entre los suyos.
Pasados los diez años en España que requería la ley, Muhammad solicitó la nacionalidad. Los trámites duraron tres años. En julio de 2014 recibió una carta donde se explicaba que su solicitud había sido denegada porque la fotocopia del pasaporte que había adjuntado no estaba legalizada. “Eso es mentira. Una copia no legalizada no hubiera sido admitida por el mismo registro donde entregué los papeles. He presentado un recurso a través de mi abogado. Llevo seis meses esperando”. Él insiste y ellos le dicen que hay que esperar. “No saben cuánto. Un año, un año y medio..., es lo que me responden”. “Pero yo he superado el test de integración”, aclara Muhammad, sin esconder que está contento.
El test al que se refiere es una especie de integracionómetro, que pretende medir el grado de integración mediante una batería de preguntas que se eligen de forma arbitraria y cogen desprevenidas a las personas. Roberto Castañeda cree que este examen es gratuito. “Mi hermana y mi madre obtuvieron la nacionalidad antes que yo, en Blanes, y no les preguntaron nada. Depende de donde la pidas y del funcionario que te toque”, declara.
Él suspendió el test y le denegaron la nacionalidad por “falta de integración”. Según algunas preguntas del test, estar integrado equivale a conocer desde el nombre del actual director general de la Policía hasta la receta del cocido madrileño, las diferencias entre el sufragio activo y pasivo, las razones por las que se quiere ser español o quién compuso El amor brujo. Cualquier pregunta puede echar por tierra diez años de residencia en España. Uno se encuentra indefenso en las manos del funcionario examinador.
“A mí me encanta Barcelona. Ahora me costaría lidiar con la mentalidad de Colombia. Claro que echo de menos cosas de mi tierra, pero el día a día de aquí ya forma parte de mí. Quiero la nacionalidad para poder moverme por Europa. Incluso para pasar temporadas más largas en Colombia, sin miedo a perder la residencia y poder volver a Barcelona”, continúa Roberto, que sin tirar la toalla afronta de momento con calma los recursos y años de espera que le quedan para obtener la nacionalidad.
En los siete años que lleva viviendo en Barcelona ha trabajado en una agencia de diseño, luego como telefonista y ahora en una tienda de bicicletas. “Vives una especie de acoso. Siempre preocupado por no perder el trabajo, los papeles. La nacionalidad te da la posibilidad de moverte sin esta angustia”, lamenta.
Como Roberto, Francis Guzmán tampoco mostraba “suficiente integración”, según la carta. Eso a pesar de que lleva catorce años viviendo en Reus, donde trabaja en el sector hostelero y coordina una asociación dedicada precisamente a la ayuda e integración de inmigrantes colombianos. Su hijo tampoco tiene la nacionalidad por este motivo. Quería conseguirla para poder estudiar o trabajar en otro país de la UE, pero unas cuantas preguntas se toparon en su camino. “Te preguntan, por ejemplo, cuántos mundiales ha ganado Fernando Alonso. ¿Te imaginas? ¿Qué tiene que ver eso con la integración? Es todo muy arbitrario”.
Para David Moya, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona, la existencia de estos test de “integración” no representan una política a nivel de Unión Europea, sino una “tendencia de los Estados miembros receptores de inmigración a generalizar este tipo de exámenes. La introducción o no de pruebas de integración es una decisión de cada Estado. España lo tiene previsto desde hace mucho tiempo, antes de que se empezara a hablar de integración de la inmigración, y correspondía al juez del registro civil valorarla”. El jurista critica que “las denegaciones se concentren en determinados colectivos y perfiles de personas: paquistaníes, marroquíes, etcétera”.
Desde la sectorial de Migració i Ciutadania de ICV, que lleva a cabo una campaña de recogida de casos, Gabriela Poblet insiste en que la “nacionalidad se debe ver como un derecho, no como un premio. Desde ICV se proponen enmiendas orientadas a combatir la discriminacion de los colectivos en el proceso de nacionalidad y flexibilizar el procedimiento. Con el actual Gobierno del Partido Popular, las denegaciones se han multiplicado por cinco”.
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