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La primavera se instala en Madrid y, con los primeros calores, comenzarán a llegar más y más turistas. Quizás no todo esté perdido: el freno a la turistificación pasa por el celo de las administraciones y la resistencia de los afectados. Así lo cree Michael Janoschka (Soest, 1975), quien se muestra optimista pese a que el panorama esbozado es desolador: una ciudad vacía tras el éxodo de los vecinos y su sustitución por turbas de viajeros.
Graduado en Geografía por la Universidad Humboldt de Berlín y doctorado en Filosofía por la Goethe de Frankfurt, Janoschka ha investigado los procesos de gentrificación en Atenas, Buenos Aires o Madrid, donde coordina la red Contested Cities. Actualmente, el profesor alemán trabaja en la Universidad de Leeds (Reino Unido), sin perder de vista a los fondos de inversión que han puesto el foco en el mercado del alquiler de la capital española.
¿El centro de Madrid corre el riesgo de convertirse en un inmenso piso turístico?
Corre un enorme riesgo de perder las funciones tradicionales del centro de una ciudad, donde todas las personas —pertenecientes a distintas clases sociales— deberían poder vivir y desarrollarse. Sin embargo, la turistificación implica una escalada de precios que expulsa a los vecinos tradicionales que viven en régimen de alquiler.
Los barrios se vacían, denuncian sus habitantes. Primero, unos vecinos fueron sustituidos por otros con mayor poder adquisitivo, un proceso conocido como gentrificación. Ahora, antiguos y nuevos residentes —víctimas de ese aburguesamiento, pero también algunos de los gentrificadores— están siendo expulsados por los turistas.
El problema de los pisos turísticos reside en su gran concentración. ¿Cuántos hay en el centro de Madrid? ¿El 15% de todas las viviendas, más de 10.000? Casi dos tercios de toda la oferta de Airbnb se concentran en el distrito centro. Con eso, asistimos a un cambio de uso de los barrios, porque los turistas no necesitan escuelas, centros sociales, oficinas y sedes administrativas, etcétera. Ellos utilizan el espacio público y la propia vivienda de forma diferente. No olvidemos que están de vacaciones y tienen otros ritmos diarios, lo que complica la vida de las familias que residen en los edificios mixtos, con niños que necesitan conciliar el sueño y padres que deben madrugar para ir al trabajo.
Esa divergencia de intereses dificulta la convivencia, tanto en el interior como en el exterior. Además, la mayor capacidad económica de los turistas supone un incentivo para el recambio de la estructura urbana, con la aparición de nuevos establecimientos dirigidos a ellos. En definitiva, abren bares y comercios más caros, lo que dificulta el día a día de los vecinos, quienes ya no disponen de los negocios necesarios para su vida cotidiana.
Las asociaciones exigen el pago de una tasa turística, el aumento de las inspecciones y la persecución del fraude fiscal. ¿Llegan tarde las administraciones? ¿Se puede revertir la situación?
Prefiero aportar la visión optimista: no es demasiado tarde porque en el centro siguen viviendo unas 130.000 personas. Muchas de las protestas se dirigen contra el sujeto turista, pero él no es el problema. Yo diría que hay dos: la concentración de actividades en determinados puntos y la inacción de las administraciones frente al desafío que implica el turismo en las ciudades, pues deberían proteger los intereses de los vecinos.
A nivel de barrio, se está clamando contra los actores equivocados. Tras las elecciones municipales de 2015, desde las asociaciones de vecinos y desde la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) se reclama a las nuevas alcaldesas de Madrid y Barcelona que actúen. Sin embargo, los Ayuntamientos no tienen mucha capacidad para modificar la legislación al respecto. Falla la articulación de la protesta, porque el cambio depende de los gobiernos regionales o central. “Carmena no hace nada contra la turistificación”, titula la prensa o se quejan algunos. Sin embargo, Rajoy y Cifuentes allanaron el terreno, véase la Ley de Arrendamientos Urbanos.
Precisamente, entidades como el Sindicato de Inquilinas evitan poner el foco en el viajero y denuncian que los alquileres turísticos son el síntoma de una nueva burbuja inmobiliaria, provocada por fondos de inversión internacionales que compran edificios para luego alquilar sus pisos.
Efectivamente, hay una acumulación inmobiliaria y una especulación tremendas. Edificios enteros están transformándose en viviendas turísticas, lo que responde a una estrategia de inversión. Como señalan algunas asociaciones, habría que imponer tasas turísticas. Con el dinero recaudado se podría crear un fondo para acometer inversiones en el barrio. Debería contar con la suficiente capacidad financiera para paliar las externalidades negativas del turismo, así como para apoyar las estructuras comunitarias y fomentar los espacios inclusivos para los vecinos. Una tasa en beneficio del barrio que compensaría los costes que tienen que asumir los ciudadanos por vivir en el centro, incluido el incremento del alquiler. Es decir, las ganancias deberían socializarse.
Pocos propietarios poseen muchos apartamentos y acaparan buena parte de los ingresos, según la Asociación de Vecinos del Barrio de las Letras. ¿Cómo han logrado vender las plataformas de alquiler este negocio como economía colaborativa?
Simplemente, con muy buen marketing, el mismo que envuelve casi todos los productos de Silicon Valley. Esa idea de economía colaborativa es similar al discurso de Facebook, que según ellos ha nacido para conectarnos a todos, cuando en realidad vende publicidad o influye en elecciones. Todo responde a las políticas llevadas a cabo en las últimas décadas por el neoliberalismo, muy hábil inventando supuestas identidades y discursos que enmascaran las externalidades negativas. Lo mismo sucedía cuando, tiempo atrás, te decían que era mejor comprar un piso que alquilarlo. Son discursos que van más allá del individuo: hablamos de la transformación de la sociedad desde una visión hegemónica; es decir, de la construcción ideológica de unos pocos que supuestamente beneficia a todos, aunque en realidad sólo beneficia a esos pocos.
La turistificación, además, genera trabajos precarios o, directamente, en negro
Esto apunta a un problema fundamental del turismo, que no es nuevo: crea trabajos temporales de baja cualificación y remuneración. En muchos casos, con un alto ingrediente de informalidad y pagos en negro. Llegados a este punto, hay que plantearse: ¿cómo queremos desarrollar nuestro país y nuestra economía a largo plazo? Porque no tiene sentido tener buenas universidades y una juventud formada si las salidas laborales van a ser tan precarias. Por otra parte, hay que desmitificar que el turismo reclame eso y centrarse en las reformas laborales que permiten los contratos basura.
Las asociaciones denuncian que la turistificación se ha producido porque previamente las administraciones permitieron la saturación de locales de hostelería y vendieron Madrid como un destino de fiesta y noche
Hasta las elecciones de 2015, los gobiernos municipales abrazaron el turismo como una forma fácil de generar ingresos y orientaron la ciudad hacia él mediante las intervenciones en el espacio urbano. Esto vino acompañado de la construcción de grandes infraestructuras, como la ampliación del aeropuerto de Barajas. Hoy es imposible pensar en una ciudad sin turismo, porque es omnipresente. Pero no todos los usuarios del ocio nocturno son turistas, también proceden de otros distritos de Madrid.
Creo que el problema radica en que los barrios no se piensan desde la lógica del residente, sino desde la lógica del que utiliza el espacio de forma menos habitual. Eso plantea una dicotomía: ¿para quién se construye la ciudad? Y una pregunta: ¿qué intenciones hay detrás de la creación de ciertas infraestructuras y políticas que usan el espacio como un factor de dominación? Por ejemplo, el Teatro Valle-Inclán, del Centro Dramático Nacional, no está dirigido a los vecinos de Lavapiés. No es una política sin intenciones, sino que precisamente tiene la intención de transformar el centro de las ciudades en parques temáticos de ocio, sobre todo nocturno, un atractivo para el turismo.
Los vecinos de los barrios de Sol y Letras calculan que el 90% de los edificios albergan al menos una vivienda turística. Unos treinta bloques están tomados, según ellos, lo que quizás fuerce a algunos propietarios no sólo a abandonar su vivienda, sino a venderla para ese uso o incluso a alquilarla con el mismo fin
Cuando uno, dos o tres pisos se transforman en turísticos, la comunidad de vecinos cambia radicalmente. Los gastos comunitarios aumentan y el precio de la vivienda cae. Si el nuevo propietario de los apartamentos alcanza la mayoría en la junta de vecinos, domina las reglas del juego, lo que a largo plazo provoca la expulsión de quienes no habían vendido, incluso perdiendo dinero. Si eres el último, nadie te quiere comprar tu casa y aceptarás lo que quiera pagar el inversor. Hay un punto crítico en el que se rompe el equilibrio, por lo que sería necesario una ordenación que incluya, por poner un caso, prohibir el uso turístico en algunos edificios. Aunque, en un sistema neoliberal, es muy difícil que eso ocurra.
Por ello, algunos vecinos al final deciden entrar en el sistema
Todos tenemos un incentivo para participar en el juego. Por ejemplo, los dueños disponen de una nueva forma de capitalizar rentas, porque es entre dos y tres veces más rentable que el alquiler convencional. Mi caso personal: yo pagaba 750 euros por un piso en la calle Jerte, en el barrio de La Latina, y el casero me lo quiso subir hace un año a 1.000 euros. Me tuve que ir.
Otra anécdota que refleja la mayor rentabilidad, pero también los perjuicios que acarrea. El apartamento de abajo empezó a ser alquilado a través de Airbnb. Una noche, a las cinco de la madrugada, unos turistas borrachos se equivocaron y empezaron a aporrear mi puerta. Ni siquiera sabían qué piso habían alquilado, hasta que la policía les pidió la reserva. Los agentes se echaron a reír cuando comprobaron que les cobraban 1.200 euros por siete días. Esto significa que en una semana el propietario gana más dinero que en un mes de alquiler convencional, una discrepancia que explica el éxito de la plataforma.
Otro de los efectos es el desplazamiento de la población que vivía en el centro, que ha provocado que se encarezcan otros barrios, como Vallecas, Carabanchel o Usera
Claro, los precios del alquiler han aumentado más allá del Manzanares. Un efecto de segunda escala en el espacio de la ciudad.
A pesar de la evidente subida de precios en los distritos del sur, ¿cree que la gentrificación tiene un límite geográfico o incluso temporal?
Miremos a Londres, que es el ejemplo más dramático. O a París… Ahí ves hasta dónde puede llegar, pero está claro que Madrid tiene espacio para que se sigan revalorizando las zonas centrales, de ahí que los fondos internacionales hayan puesto el foco en la ciudad. Son estrategias a medio plazo: comprar ahora para vender dentro de unos años. Es el caso de Blackstone.
¿Llegará un momento en el que se frene la demanda y se estabilicen los precios?
Bueno, en 2005 la gente decía que el boom inmobiliario era infinitivo y luego llegó el desastre. El sistema capitalista basado en el ladrillo como método de acumulación y de generación de riqueza, en una fase como la actual, crea distintas crisis de sobreacumulación, como ocurrió hace una década. Al parecer, ahora se está repitiendo con los pisos turísticos y la vivienda de alquiler. Y, de nuevo, el Estado tiene un rol central. Debería modificar el régimen de las socimi, prácticamente exentas de tributación si se vuelcan en el negocio del alquiler, lo que ha provocado que la inversión inmobiliaria apunte hacia este tipo de productos, con la consecuente subida de los alquileres. No podemos ver la turistificación como algo separado del sector inmobiliario.
¿Cuáles son los efectos a largo plazo? ¿Una ciudad de cartón piedra?
Por un lado, vaciar todo contenido de autenticidad de un barrio y transformar el mito de la autenticidad en un producto económico que se puede vender al visitante. En Venecia casi no hay vecinos y ningún nativo frecuenta las zonas turísticas porque sabe que la autenticidad es algo artificial que se escenifica para el visitante. Por no hablar de la calidad de la oferta, que es muy mala. Por otro lado, asistimos a una profunda reestructuración económica de la ciudad, enfocada únicamente al uso más rentable, lo que provoca que se transforme en un parque temático para turistas.
¿Cómo debería actuar un vecino del centro de Madrid que se va de vacaciones a una ciudad europea?
No debemos dar lecciones. Cada uno es responsable de sus propios actos. Si a alguien le parece que lo que está viviendo en su barrio es negativo, podría replantearse qué hacer cuando va de viaje. O no hacerlo, ojo. El problema comienza a solucionarse en casa, no echando balones fuera.
Quiere decir que, dado que los fondos de inversión seguirán especulando, la culpa en cierto modo es de las administraciones y de los propietarios
No podemos echar la culpa sólo a los fondos de inversión o al Estado, sino también a los ciudadanos, porque de alguna manera se lo hemos permitido. E incluso algunos de nosotros, en un determinado momento, nos beneficiamos de esas políticas. O sea, participamos en el juego, porque es la ley del más fuerte. Eso hace que las complicidades y las culpabilidades sean muy dispersas. No hay un agente gentrificador al que poder echar la culpa de todos los males, sino un proceso extremadamente complejo en el cual todos participamos de alguna manera. Quizás la posible receta para frenar o, al menos, para discutir estos procesos deba partir de la base: de las comunidades, de las calles y de las asambleas de las asociaciones de vecinos, que deben posicionarse frontalmente contra el problema.
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