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Trabajadoras del hogar: "Yo ya no tengo vida"

Psiquiatras de Rumania y Ucrania hablan del “síndrome Italia”, el malestar psicológico de las mujeres que han emigrado a países de la UE (Italia, España, Austria) y se han dedicado a trabajar como cuidadoras o en tareas de limpieza. No se trata de una patología, pero avisan que podría llegar a serlo en el futuro.

Imagen de archivo de dos mujeres trabajando en un domicilio. EFE

Corina Tulbure

“Siempre he podido con todo, o tal vez es lo que me repetía a mi misma. Me corté el pelo, engordé y vestí el mismo chándal durante años. El único espejo en que quería entonces mirarme era mi hija. Ella me veía guapa incluso en aquellos momentos de anquilosamiento”. Desde hace 14 años Laura (39 años) cuida personas mayores o limpia casas en Catalunya. En Rumania era psicóloga y había trabajado en centros de menores. Nunca se imaginó que iba a emigrar, pero cuando llegó su hija, un sueldo tan bajo que no les auguraba ningún futuro la empujó fuera del país. Sabía que una vez llegada a España iba a trabajar de “lo que fuera”, pero no sabía como iba a sentirse en su nuevo papel.

Su primera experiencia fue en 2002 en la agricultura, limpiando olivos : “Siempre he sido muy resistente, tanto entonces, como en los años siguientes. Durante diez años trabajé de lunes a domingo, sin vacaciones.” Levantar a una persona mayor de la cama, acompañarla al médico, bañarla, pasar horas hablando con ella, limpiar una casa, cuidar a los niños ha sido su día a día durante estos años. “Hay unos vínculos afectivos que se tejen y una responsabilidad inmensa. Y eso pocas veces se reconoce ”, comenta Laura. “Muchas mujeres que se dedican a prestar cuidados se implican afectivamente en ello. También es un intento de suplir sus propias carencias afectivas, porque estas mujeres tienen en su país a una madre, a unos abuelos o a unos hijos”.

A pesar de los vínculos afectivos que pueden establecerse, en el sector imperan la falta de contratación y la explotación. Según datos de Comisiones obreras, más de un 30% de las trabajadoras del hogar no tienen contrato, cuando se trata de un trabajo fijo con una sola familia y aumenta el porcentaje en el caso de las mujeres que trabajan por horas. A eso se añade una falta de vida propia que a la larga deja huellas. “Me costaba explicar a una familia que yo necesitaba mi tiempo para mi, que no quería conversar con ellos. Es lo que pasa con las chicas que viven en una casa como internas: tú dejas de tener una vida” explica Laura. Su motor de reflote ha sido su hija Amira, que ahora estudia música y va al conservatorio; por ella se queda en España: “ella me ha proporcionado la motivación y, cuando regresaba a casa, ella me daba la tranquilidad”.

De su trabajo en distintas casas dice que se ha sentido como un “payaso”, como la que echa una mano y escucha a los demás, pero nunca tiene problemas. “Tus penas molestarían, tu eres una empleada, no puedes tener penas, debes estar contenta porque tienes un trabajo. Si ha muerto alguien de tu familia, da igual, lo importante es que tú tengas un trabajo. Me adapto fácilmente, pero me faltaban mi ambiente, mis libros, mi gente. Mis primeros tres años fueron muy tristes, mi vida se resumía a ir al trabajo y regresar, sin quitarme nunca el chándal de limpiadora.

Trabajaba al máximo, de día en varias casas y por la noche en la cocina de un restaurante. Regresaba a casa para dormir, sin pensar en nada antes de dormir y si conseguía no recordar lo que había soñado, era mucho mejor.” Cuenta que ha mantenido contacto con muchas mujeres que se dedican a los trabajos del hogar y lo que más ha visto en ellas es el sufrimiento por la falta de conexión con la nueva vida y con el nuevo papel que estas mujeres desempeñan. “Dejas de expresar lo que sientes, dejas de hablar y al final dejas de sentir nada. Era como si mi vida de antes de llegar a España no hubiera existido.” Compañeras suyas han vivido experiencias de violencia verbal o acoso sexual, pero de eso tampoco hablan, ni en la comunidad, o dentro de su familia, ni en la casa en la que trabajan, por temor a perder el trabajo. “Hay un desgaste físico y psíquico constante, porque es un trabajo de mucha responsabilidad, pero también es muy precario. Yo he trabajado durante años sin contrato y el peligro de quedarme sin un duro de un día para otro me atosigaba siempre”.

Laura consiguió volver a encarrillar su vida a través de Internet, después de retomar el contacto con sus amigos de Rumanía y recuperar su costumbre de escribir. “Ahora acabo de publicar un volumen de poesía en Rumanía, he ido a presentar mi libro, mis primeras vacaciones en diez años, antes había sacado libros de literatura infantil”.

La historia de Ina (35 años) no es muy diferente. Es de Ucrania y trabajaba como profesora de ingles en la pequeña ciudad de Kamianets-Podilsky. Ante la falta de perspectivas provocada por la guerra en Ucrania, vino a España con su hija y su marido.

"Trabajo algunas horas con una señora mayor, más bien la acompaño y le ayudo en casa. La señora no tiene hijos y me dice que se siente sola, que soy como su hija”. Ella no se siente aislada, compagina este trabajo con otros y no está interna en ninguna casa, pero sí que comparte con otras mujeres la tristeza. “Cuando hablo con la señora a la que cuido pienso en mi madre que se encuentra sola en Ucrania. Yo estoy aquí con mi familia, pero mi madre está allí y muchas veces pienso que la he dejado sola. Me gustaría que ella se encontrara con nosotros. Cuando vamos de vacaciones a Ucrania estamos en casa, la misma lengua, la misma gente, una se siente muy cómoda. Aquí cada día hay que hacer un esfuerzo, aunque estemos bien. Pero si me quedo es por mi hija, porque ahora sé que ella puede tener un futuro mejor aquí que en Ucrania"

“No es tanto por lo que estás haciendo, sino por lo que dejas de hacer”

Varias causas aumentan el malestar de las mujeres. Muchas de ellas se dedican al servicios domestico porque no pueden acceder a otro puesto de trabajo por la falta de los permisos de trabajos. Además de los casos de precariedad y explotación laboral, los psicólogos coinciden en que hay una fuente de malestar. Son mujeres que se entregan durante años a cuidar a otros, a la vez que sacan adelante a su propia familia en el país de origen. Pero muchas sienten que a ellas nadie las cuida. El aislamiento y los duros trabajos físicos se traducen en dolores crónicos y depresión.

Francisco Collazos, psiquiatra del hospital de Vall d´Hebron que ha hablado con varias mujeres en su consulta explica que existe un malestar indiferente del país de origen de la persona y que está condicionado por las experiencias que hayan tenido y por las dificultades para volver a ver su familia: “Este malestar, que no es una enfermedad como tal, no es tanto la consecuencia de pasar muchas horas en un trabajo, sino de los años que las mujeres han dedicado a esa actividad y eso se acompaña de muchas renuncias. Y el sueño de reagrupar en España a su familia, muchas veces no se consigue. No es tanto por lo que estás haciendo, sino por lo que dejas de hacer. Hay una sensación de fracaso vital.”

En Rumanía saltaron las alarmas en la prensa tras la publicación de varios artículos sobre los síntomas de depresión que padecen las mujeres que regresan al país tras haber trabajado durante años en los países de la UE como empleadas de hogar. Pero el síndrome Italia ha sido por primera vez nombrado por dos psiquiatras de Ucrania en 2005, en referencia a las mujeres ucranianas que habían trabajado como cuidadoras en Italia.

Petronela Nechita, psiquiatra del hospital Universitario de Psiquiatría de Iasi, (Rumanía) advierte que, aunque el síndrome Italia no sea a fecha de hoy una patología, sino una realidad medico-social, el fenómeno va en aumento. 'El estrés, provocado también por el desconocimiento del idioma, la inseguridad del trabajo, de la vivienda, la soledad, el aislamiento y echar de menos a tu familia pueden provocar trastornos que necesiten tratamiento”, declaró a la prensa rumana.

“Yo ya no tengo vida” es lo que le cuentan las mujeres a Gabriela Poblet, antropóloga e investigadora sobre las condiciones laborales de las trabajadoras del hogar. Gabriela explica que existe una falta de reconocimiento del trabajo doméstico y una negación de los malestares y de las enfermedades de las mujeres, especialmente si son migrantes pobres. “Negar las enfermedades de las mujeres trabajadoras es algo que siempre ha ocurrido, les recetan pastillas para el malestar físico, pero no se preocupan por la causa del dolor, que es efecto del cansancio acumulado, del horario laboral, pero también de la carga emocional y la responsabilidad. Las limpiadoras viven con dolor de espalda, manos y rodillas, pero más les duele la falta de reconocimiento. Otra cosa que sucede es con las internas, que están tristes, pero no se asume que el encierro y el aislamiento causan su tristeza.”

Laura siempre se ha dicho a si misma que lo que ha vivido en España es un periodo de transición, un pacto para dar una alternativa mejor a su hija : “Espero dejar de hablar como si fuera una mujer que sólo limpia. Si he hecho muchísimas cosas aquí.”

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