córdoba
Actualizado:El padre de Karen Gerson Sarhon aprendió turco cuando fue a las milicias. Nada de extrañar si no fuera porque nació y creció en Estambul. Exactamente igual que su padre, su abuelo, su bisabuelo y no se sabe cuántas generaciones más de judíos sefardíes que fueron deportados de España en 1492. La lengua que hablaban todos ellos en casa era el ladino. Es decir, el judeoespañol que aún conservaban, cinco siglos después, como oro en paño.
La de la familia de Karen es una historia paradigmática de los sefardíes instalados en Turquía. Entre 100.000 y 200.000 judíos españoles acabaron en tierras turcas, gracias a la política de acogimiento y tolerancia con las minorías practicada por la administración otomana. La mayor parte vivía en barrios específicamente sefardíes y sin apenas contacto con la población mayoritaria. De ahí que no sintieran la necesidad de aprender turco y se aferraran, tantos siglos después, a su lengua originaria. Hoy día quedan en Turquía no más de 15.000 sefardíes.
"Mi familia ha conservado el ladino hasta mi generación. Ha sobrevivido 530 años", afirma Karen Gerson al otro lado del teléfono desde Estambul. "En Turquía, el 97% de los judíos son sefardíes y no hablaban turco. Especialmente las mujeres. Hablaban el ladino, al que llamaban el "español nuestro". Una joya lingüística que ahora se ha convertido en una de las llaves esenciales para acreditar su origen sefardí y conseguir la nacionalidad española, otorgada por el Gobierno en el decreto de 2015.
Karen Gerson logró la nacionalidad un año después. Su solicitud venía de mucho antes. De 2008. Y su marido la obtuvo en 2009. Pero ella tuvo que esperar ocho años hasta la medida extraordinaria que abrió la puerta de España a los sefardíes sin necesidad de residir en el país y como gesto de restitución histórica de la expulsión. Hasta noviembre pasado, se habían concedido 15.300 resoluciones de nacionalidad, según datos del Ministerio de Justicia, de un total de 153.000 solicitudes.
El proceso de acreditación es un camino arduo y complejo. El Gobierno estableció un conjunto de requisitos, entre los que figura el conocimiento del ladino como prueba de ascendencia sefardí. Pero existen muchos otros. Estudios genealógicos, certificados matrimoniales y defunción o credenciales expedidas por el rabinato. "En nuestro caso, el rabinato de Turquía acreditó que nacimos en una familia sefardí y que crecimos con los ritos sefardíes, que son distintos de los asquenazis", explica Karen, cuyos apellidos, Gerson y Sarhon, son de origen judío español y constituyen también una prueba sólida de verificación.
El ladino no es la única huella sefardí que ha sobrevivido al tiempo en la familia Gerson Sarhon. Aún mantienen vivas romanzas del siglo XV, objeto de estudio de investigadores españoles, y tradiciones culinarias. "Cuando voy a España, veo que tienen en los supermercados dulce de membrillo, típico sefardí, altramuces y queso manchego, que aquí llamamos kasher. Es un queso que amamos. Y también comemos mucho la berenjena. Karen Gerson es directora del Centro Sefardí de Estambul y edita el único periódico en ladino del mundo, que se llama El Amaneser.
La Federación de Comunidades Judías de España (FCJE) es una entidad acreditadora reconocida por el Ministerio de Justicia. Hasta ahora, ha emitido 69.730 certificados y ha recibido miles de solicitudes. "Lo que dice la ley es que el solicitante debe probar que desciende de familias expulsadas o de judíos conversos", detalla Carolina Aisen, directora de la FCJE. "Los apellidos sefardíes son una prueba pero no es determinante cien por cien", puntualiza.
Según indica, existe abundante bibliografía y estudios genealógicos que permiten documentar la ascendencia sefardí de los peticionarios. La propia Federación dispone de un equipo de especialistas y consultores para las verificaciones. Los sefardíes que se han mantenido vinculados con la sinagoga o comunidades religiosas cuentan con una línea de acreditación reforzada. "Pero no es más difícil para los laicos", aduce la directora de la FCJE. De hecho, el decreto no habla de confesión sino de origen. "Nosotros no preguntamos nunca por la religión", precisa.
La Federación trabajó codo con codo con el Gobierno español para sacar adelante el decreto de nacionalidad sefardí y fijar los criterios de verificación. Los certificados expedidos por la FCJE no son obligatorios, según marca la ley. "Hay múltiples opciones", remarca Carolina Aisen. Muchos de los solicitantes provienen de Israel, Colombia, México, Venezuela y Estados Unidos Pero también los hay de Turquía, Argentina y Canadá.
Las razones que empujan a los judíos sefardíes a solicitar la nacionalidad española son diversas. Existen motivos prácticos, al objeto de poseer un pasaporte de la UE, y otros netamente emocionales. Es el caso de dos supervivientes del holocausto, Isaac Revah y Anette Cavelli, que fueron salvados por el diplomático español Sebastián Romero. "Quiero morirme español", confesó el primero de ellos en reconocimiento a la gesta humanitaria del alto funcionario. Cavelli, por su parte, hablaba un "ladino precioso" y contaba que su madre siempre le decía: "Algún día volveremos a Sefarad".
Para Laura Benadiba, historiadora argentina de origen sefardí, la solicitud de nacionalidad le ha permitido bucear en sus raíces y descubrir hilos familiares que no conocía. Sus ascendientes maternos provienen de Siria y los paternos de Tetuán (Marruecos), donde sus antepasados sefardíes se refugiaron tras el decreto de deportación de los Reyes Católicos. Sus abuelos abandonaron Marruecos en 1937 y se establecieron en Argentina, como muchas otras familias de origen sefardí. Hablaban ladino y francés, pero no árabe, en un caso de endogamia idiomática similar a la de los judíos turcos.
"Mi abuela siempre me decía: 'Tú eres mora'. Y eso se me quedó grabado", recuerda Benadiba. La tradición gastronómica de origen judío español se ha perpetuado en la familia a través de los siglos. Su madre cocinaba "cosas turcas", que con el tiempo Laura Benadiba comprendió que tenían procedencia marroquí, como el cuscús. También cantaban romanceros sefardíes.
Más crítica se muestra con el engorroso proceso de acreditación. "Me pidieron de todo. Demasiados trámites. Esto es un negocio", protesta la historiadora argentina, que temporalmente se encuentra en Barcelona. "Tuve que presentar el certificado de matrimonio ritual judío de mis padres, el de nacimiento de mi abuela, la defunción y no sé cuántas cosas más", detalla Benadiba. Y a cada paso debe abonar sus correspondientes tasas. Hasta la certificación de un notario, que ella escogió de Tarragona. También es obligatorio un examen de lengua y cultura españolas, que, en muchos casos, se convierte en una barrera difícilmente franqueable para sefardíes que no hablan castellano.
Laura Benadiba es un caso representativo de sefardí laica. Y, aunque para ella no supuso cortapisa alguna, sus hermanos no pudieron acceder a la nacionalidad porque estaban casados con personas no judías. "Creo que es una situación discriminatoria", lamenta. "No soy practicante ni me preguntaron nada al respecto", agrega. La historiadora ya tenía una larga relación personal y profesional con España y la concesión de la nacionalidad le ha hecho "mucha ilusión".
La Casa de Sefarad de Córdoba ha recibido decenas de consultas de judíos en los últimos tres años. Aunque no es una entidad acreditadora, ha asesorado a los solicitantes y los ha derivado al Ministerio de Justicia o la FCJE para la tramitación pertinente. "El reconocimiento jurídico e histórico de los sefardíes, una comunidad que ha mantenido la identidad hispana a lo largo de los siglos, es lo mejor de la ley", sostiene su director, Sebastián de la Obra. "Han mantenido la memoria inalterable y la mayoría tienen papeles y documentación que lo acredita", argumenta.
Pero hay aspectos con los que está en desacuerdo. El primero de ellos es que el procedimiento está lleno de “obstáculos de carácter probatorio y económico”. Muchos sefardíes de origen modesto tienen que hacer frente a tasas elevadas para pagar despachos de abogados o notarios. También es crítico con los "filtros excesivamente comunitarios", que otorgan a los rabinatos y a los grupos religiosos un desmedido control del proceso de certificación. "Es un problema para muchos sefardíes del ámbito laico", asegura. Y acaba lanzando un dardo al ex ministro Gallardón, artífice del decreto de 2015. "Fue presentado en Nueva York como un instrumento propagandístico para ganarse el favor de los judíos estadounidenses", concluye.
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