zaragoza
Donato ha pasado media vida en la calle: trece de sus 35 años, la mayoría de los 18 que lleva viviendo en España, a donde llegó con su padrastro desde Lituania. Desde hace algo más de dos reside en un pequeño ático en el barrio zaragozano de El Gancho al que accedió gracias al programa Housing First (primero la casa), con el que la Fundación RAIS y el ayuntamiento de la capital aragonesa ayudan a personas ‘sin techo’ a rehacer su vida. “No creía que pudiera vivir en una casa”, repite una y otra vez mientras muestra su mochila, preparada para volver a la calle en cualquier momento. “Ahora mismo ni sé lo que quiero –explica-. Aun no puedo creerme que tengo lo que tengo”.
Donato es una de las diez personas que, desde hace algo más de dos años, participan en el programa, activado en noviembre de 2016 y cuyos resultados han presentado este lunes Rais y el Consistorio.
Los resultados dejan poco lugar para las dudas: los diez ‘sin techo’ incluidos en el programa (ocho hombres y dos mujeres, siete de ellos españoles, todos con adicciones y dos con problemas mentales) mantienen la vivienda, ha mejorado su satisfacción global con la vida, la mayoría han dejado de sentirse víctimas, ninguno se considera discriminado, se ven más seguros y han comenzado a utilizar los servicios sociales y otros recursos públicos cuya existencia antes prácticamente desconocían, según los indicadores de seguimiento del programa, que también señalan que esos progresos no se han dado en el grupo de control, integrado por las veinte personas que finalmente no pudieron entrar en él. “El cambio en la sensación de seguridad, tanto objetiva como subjetiva, ha sido notable”, explica Vanesa Cenjor, técnico de Evaluación de RAIS.
Housing First, nacido en EEUU, Canada y Finlandia en los años 80, tiene como objetivo el acompañamiento a personas sin hogar para que rehagan su vida con la facilitación de una casa como punto de partida; en el caso de la capital aragonesa, con diez alojamientos sociales de la empresa municipal Zaragoza Vivienda. RAIS lo aplica ya en quince ciudades.
“Los excluidos de los excluidos”
“Nuestro objetivo fundamental es la plena integración, que puedan acceder a un recurso que les permita reconstruir su existencia”, señala la vicealcaldesa de Zaragoza, Luisa Broto, que se refiere a las personas acogidas en el programa como “los excluidos de los excluidos, ya que Housing First recoge a gente que, por distintos motivos, había sido repelida por los servicios sociales tradicionales”.
8.000 personas duermen en la calle cada día en España
De hecho, uno de los requisitos consiste en llevar más de un año en la calle. Otros que deben aceptar son las visitas de acompañamiento de los técnicos y una entrevista de seguimiento cada seis meses, hacer vida con los vecinos y aportar el 30% de sus ingresos, cuando los tienen, para pagar la casa, como medio para implicarlos en el programa.
Las diez seleccionadas forman parte de las 120 que cada noche duermen en la calle en Zaragoza, a las que se suman otras 2.100 que padecen problemas de infravivienda y/o utilizan recursos como los albergues. Aunque no se trata, ni mucho menos, de un problema local: la última Encuesta a las Personas sin Hogar del INE (Instituto Nacional de Estadística) contabiliza a 22.938 ciudadanos en esa situación en todo el país en 2012, en un fenómeno que tiende a la cronificación ya que casi la mitad, 10.208 de ellos, llevaban cinco años ( ) sin techo. Uno de cada tres, 7.048, padece alguna enfermedad.
“Unas 8.000 personas han dormido en la calle esta noche en España”, denuncia Roberto Bernad, director del programa en RAIS, para quien “el sinhogarismo es un problema estructural que, sin embargo, ni siquiera aparece en el Plan de Vivienda del Gobierno”.
Mejor gestión de los recursos públicos
“La evaluación del programa es positiva –señala Broto-, el 100% de estas personas continúa en las viviendas, lo que nos hace pensar que este tipo de metodologías son una salida a un fenómeno -el sinhogarismo- que, aunque esté disminuyendo en Zaragoza sigue necesitando de la intervención de las administraciones y entidades para lograr que ninguna persona duerma en la calle”.
Todos los que no tienen hogar tienen preocupación por cuidarse, por su salud.
Paralelamente, el seguimiento de los usuarios ha revelado un menor uso de los servicios de asistencia, una reducción de las hospitalizaciones y un mayor acceso a los servicios normalizados, lo que “nos permite hablar de acceso a derechos y de mayor eficiencia en la gestión de los recursos públicos”, anota Bernad.
“Lo importante de este programa es que ellos son los protagonistas y pueden elegir”, explica Bea Hernández, técnico de RAIS que trabaja a diario con los diez ‘sin techo’. “Son autónomos en sus viviendas y se preocupan de cosas que antes no tenían en cuenta. Todos tienen preocupación por cuidarse, por su salud. Se ven muchos cambios gracias a que, con la casa, se sienten seguros, adquieren seguridad en la vida. Empieza un proceso de empoderamiento personal y se abre la vida”, anota.
Medio año en coma
La de Donato ha sido dura. Muy dura. Llegó a España hace 18 años con su padrastro y comenzó a trabajar como temporero en el campo. “Nos fue mal. Yo trabajaba gratis, porque lo cobraba todo él. Me fui en cuanto aprendí español”, narra.
Donato lleva dos años rehaciendo su vida tras haber pasado trece viviendo en la calle. | Eduardo Bayona
Un año después llegó su padre, y poco después un hermano, su madrastra y varios amigos de la familia con los que se establecieron en un pueblo de la ribera del Ebro donde se ganaban la vida trabajando sin ‘papeles’ en la cebolla, recolectándola en otoño y en una nave el resto del año a cambio de 200 euros semanales por cabeza, la casa y todo lo que necesitaran del huerto. Sin embargo, discutieron y se fue a vivir con tras paisanos a otro pueblo. Aunque las cosas tampoco fueron muy bien allí.
“Solo trabajaba yo. Les busqué hasta diez empleos, pero ninguno les iba bien”, explica. Cuando les dijo que tenían una semana para colocarse o irse de la casa se desató una pelea que terminó con él en el hospital Clínico, donde pasó seis meses en coma. “Los médicos me decían que no iba a volver a andar, estaba en una silla de ruedas”, recuerda. Pero se levantó medio año después, poco antes de una nueva discusión con su padre, a cuya casa había regresado, por su afición al tabaco. Y, a partir de ahí, la calle. La supervivencia.
“He vivido en la calle trece años”
“Empecé a beber, bebía mucho. La vida en la calle es muy dura”, explica. Poco a poco fue aprendiendo cosas, como pedir. Pura supervivencia. Durante tres años “viví entre la estación de autobuses de la avenida de Valencia [de Zaragoza], un [supermercado] Simply y la plaza en la que dormía. No salía de allí. No conocía las calles. Me duchaba una vez al mes, o cada dos”, narra.
“Llegaron a quitarme cinco veces la mochila el último año que viví en la calle”
Cambió de grupo, pero la vida siguió prácticamente igual, alternando las plazas y parques con breves estancias en el albergue municipal y en el de la Hermandad del Refugio. Luego llegarían los dos años junto al río. “He vivido en la calle trece años”, recuerda, en los que sufrió borracheras, peleas e insultos. A veces con sus compañeros, en ocasiones en la disputa por una botella. Otras, las palabras hirientes procedían de los autóctonos. Y los robos: “llegaron a quitarme cinco veces la mochila el último año que viví en la calle”. Eso se llama aporofobia: “fobia a las personas pobres o desfavorecidas”.
“Mucha gente me insultaba cuando vivía en la calle, pero yo pasaba. Me decían que me fuera a dormir con las ratas, pero a mí me daba lo mismo: no tenía una casa donde ir”, recuerda.
Ahora lleva más de dos en una vivienda proporcionada por el programa Housing First. Ha ganado seguridad, hace vida con los vecinos, mantiene varios vínculos de amistad, alguno de ellos de hace más de diez años, ha rehecho los lazos con su familia y ha tenido algunos trabajos. El último, cinco meses de jardinero gracias a un vecino. “Volví a beber y lo dejé. Me doy cuenta. Quiero volver a trabajar”, explica. “Mi vecino me ha dicho que el jefe le pregunta por mí y quiere que vuelva”, anota.
“Ya no me gusta ir a los parques donde dormía”
Se levanta pronto, en cuanto canta Gogui, el pájaro que hace un par de semanas le regaló un amigo. “Es un buen despertador, nada más salir el sol canta”, dice. Lo primero es un café. O limpiar a Gogui y ponerle agua y comida. Después, un cigarro. Y luego, preparar las citas del día: la trabajadora social, la oficina de Extranjería, la visita de Bea, llevar los papeles para una prestación.
“Ya no me gusta ir a los parques en los que dormía”
“Después, si no tengo nada que hacer, me siento a escuchar la radio”, explica. Si lo tiene, llega a levantarse con cuatro horas de margen. Luego vendrá la comida, que el mismo se prepara; la visita a algún amigo, un rato de tele con un vecino y la cena previa al descanso. “¿Siesta? No, se puede dormir de noche”, sonríe.
Donato compagina sus progresos en la integración, la mejora de su sensación de seguridad y su adquisición de habilidades y herramientas con un temor: la posibilidad de perder la casa, algo que se intensifica cuando no trabaja. Cree que si no aporta dinero todos los meses va a tener problemas, y duda por más que el personal de RAIS se esfuerza en explicarlo que no va a ser así.
Sigue teniendo preparada su mochila, sí, pero “ya no me gusta ir a los parques en los que dormía”, explica. Mientras lo dice, en la radio suena de fondo “Insurrección”, esa canción de El último de la Fila que habla de cómo hiere la incertidumbre y de gente que busca su alma y quiere intentar no volver a caer.
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