MADRID
Una semana y más de doscientos incendios forestales en la región de Cantabria. Otro año más, durante los meses centrales del invierno aparecen fuegos descontrolados que terminan arrasando miles de hectáreas de monte. Otro año más, los líderes políticos comparecen consternados ante los medios para tratar de dar explicaciones. Sin embargo, éstas se enfocan desde la simpleza, tal y como se vio en las declaraciones del presidente cántabro Miguel Ángel Revilla.
"Pirómanos", "terroristas" y "perversos", son algunos de los calificativos que el político utilizó, sin adentrarse demasiado en las causas que hay tras esta extensa red de fuegos.
Una práctica reduccionista habitual que también fue empleada por el presidente Feijóo durante los trágicos incendios de Galicia de 2017: "Los responsables del terrorismo incendiario deben saber que la máxima prioridad es buscarlos y detenerlos".
Sin embargo, hablar de pirómanos significa atribuir a los autores del fuego una enfermedad mental que podrían negar intereses y prácticas económicas que terminan carbonizando prados y bosques. Tampoco se puede hablar de terrorismo, al menos sin hallar una motivación ideológica que motive las ascuas.
"El problema viene cuando se simplifican los mensajes"
"Cuando en un mismo día hay 200 incendios la solución fácil es hablar de piromanía y terrorismo medioambiental, pero es un tema muy complejo que tiene muchas cosas que abarcar. El problema viene cuando se simplifican los mensajes", expone a Público la ingeniera forestal Mónica Parrilla.
En ese sentido, según los datos del Ministerio de Agricultura, sólo el 9% de este tipo de catástrofes medioambientales fueron causadas por personas con un trastorno pirómano. Un dato ínfimo si se comparan con los porcentajes de fuegos provocados intencionadamente, que, según Greenpeace, sobrepasan el 54%.
El caso de Cantabria y la zona del noroeste de España, el número de incendios en esta etapa del año es superior al resto. Las causas tienen que ver con prácticas tradicionales de la cultura ganadera española. "Hay una cultura muy arraigada al uso del fuego como herramienta de gestión de los ecosistemas", explica Parrillo.
Lo cierto es que en estas regiones se tiende a practicar la quema de arbustos con la intención de regenerar el pasto de cara a las actividades ganaderas de primavera. Según los datos de la Fundación CIVIO, en Cantabria los incendios forestales causados por la quema de arbustos suponen el 88% del total. Una cifra muy alta si se compara con los datos generales de España, donde los fuegos relacionados con esta práctica son el 13%.
En Cantabria los incendios forestales causados por la quema de arbustos suponen un 88% del total
Sin embargo, no se puede señalar al sector ganadero como causa principal. En el fondo de la cuestión hay un problema de gestión, relacionado con las Políticas Agrarias Comunes de la UE (PAC), que en ocasiones fomentan la quema de arbustos de manera indirecta. Se trata de subvenciones que están pensadas desde Europa "sin tener en cuenta las condiciones específicas de los pastos de la Península Ibérica, que están compuestos por una mezcla de especies", explica a este diario Blanca Ruibal, de la organización Amigos de la Tierra.
Dicho de otra forma, se penalizan las ayudas a los pastos compuestos por arbolada y setos que, en cierta medida, impida el tránsito del ganado. En virtud de ello, se queman ciertas zonas con la intención de que el terreno se ajuste a las condiciones óptimas para recibir las subvenciones de Europa.
El cambio climático, propagador de incendios
"El cambio climático no explica el origen de los incendios, no es una causa. Sin embargo, sí explica la evolución de los incendios hacía incendios peligrosos, rápidos e incontrolables", advierte el informe Protege el bosque, protege tu casa. Si atendemos a los datos de la Organización Meteorológica Mundial, los últimos cuatro años vividos han sido los más calurosos de la etapa moderna. Una calidez creciente que deriva en la sequedad de los pastos, más propensos a arder.
A la situación de sequedad creciente y la disminución de las precipitaciones hay que añadir el reparto desigual de las lluvias. El caso del centenar de incendios de Cantabria de la última semana es llamativo, pues en los últimos días las autoridades han señalado a la falta de humedad como elemento importante para entender la propagación de las brasas.
A la situación de riesgo climático que vive el país se suma la "desprotección y abandono que sufre el medio rural español", opinan desde Greenpeace. Si la vegetación verde puede ser la mejor forma natural de prevenir los incendios, la escasa población rural ayuda a que desaparezcan los caminos naturales creados por el ganado y el ser humano.
Desde Amigos de la Tierra explican la importancia de este detalle, en tanto que los senderos –absorbidos por arbustos y matorrales secos– sirven de cortafuegos naturales en situaciones de riesgo. La premisa es sencilla: cuanto menos tránsito hay en el campo, más descuidado estará y, con ello, aumentarán los riesgos de propagación.
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