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MÁLAGA.- “Los gritos de un niño que había tenido una pesadilla con la guerra. Eso es lo que más recuerdo”, explica Marisol, de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). En el centro de esta asociación en Málaga residen durante unos días los refugiados sirios que llegan desde Melilla. “No quieren quedarse más tiempo, no quieren quedarse en España, somos sólo zona de paso”, matiza, mientras muestra alguna de las instalaciones. Un edificio pequeño donde ahora conviven unos veinticinco sirios, de seis familias. Se escuchan las risas de unos niños en el patio. “Son sirios, llegaron ayer”, revela Marisol. Sus madres los miran aliviadas, con esa sonrisa que proporciona la sensación de estar seguros. Iván, otro trabajador del centro, se acerca y les ofrece unos globos para que jueguen. “Aquí no pueden faltar globos ni chucherías”, comenta. Marisol asienta y añade: “Ahora son sirios, pero aquí llegan muchos de niños de África, que los mandaron en pateras, pero a esos casi nadie les hace caso. No salen en la foto”.
Belal Bnayan llega con su hijo, de tres años, a quien constantemente toca la frente para saber si la fiebre de la noche le ha bajado. Que el pequeño salga corriendo para jugar es la mejor muestra de su recuperación. Llega acompañado por su mujer,y la oscuridad de sus ojos se llena de esperanza cuando comparte una feliz noticia: “Ella está embarazada. Vamos a tener otro hijo”. Su pequeño y el que está en camino son el principal impulso para seguir hasta Alemania, su objetivo. Atrás ha dejado miles de kilómetros, a su madre, un hermano muerto en la guerra y a sus tres sobrinas, a las que espera recuperar. “Yo quiero trabajar. Y cuando tenga la residencia haré todo lo posible para que vengan a Europa”, asegura.
“Ahora son sirios, pero aquí llegan muchos de niños de África, que los mandaron en pateras, pero a esos casi nadie les hace caso. No salen en la foto”.
Belal abandonó Siria en cuanto comenzó la guerra, y dejó allí a su mujer porque aún no había un gran peligro. Era técnico de ascensores y en la construcción. Estuvo tres años en Argelia, para trabajar y enviar dinero a su familia. Pero el conflicto se enraizó y “empezaron a matar y robar niños, así que dejé Argelia, regresé para buscar a mi mujer e hijo y volvimos todos a Argelia de nuevo. “Ahora roban a niños y personas”, relata, “y llaman a los familiares para que paguen un rescate y así pagar las armas u otras cosas, porque no hay trabajo y tienen que comer. No se puede vivir allí.”
Explica que en Siria quedan quienes no han podido huir todavía, la gente que vive de las armas y otros que han llegado de fuera. ¿De Occidente? “Sí”, afirma. Recuerda que Siria era un país donde todos se respetaban como hermanos pero ahora le resulta imposible explicar la situación. “No lo entenderías, hay que verlo con los propios ojos", apunta.
Cuando decidieron poner rumbo a España, Belal localizó una página en Facebook sobre sirios en Melilla. Leyó en los comentarios que pasar la frontera era muy fácil, pero la realidad fue bien diferente. Tenía que pagar en Argelia para entrar en Marruecos, y en Marruecos, en Nador, para entrar en Melilla. “Son todos unos mentirosos. He tenido que pagar 5000 euros hasta entrar en Melilla. Y aunque les des 1000 o 2000 euros, hasta que no pagues todo, no te dejan pasar”.
En la frontera que les separaba de Melilla tuvo lugar el momento de mayor tensión. “Lo pasamos en coche. Nos tumbamos en los sillones de los coches y otras personas con nacionalidad española o europea se sentaron encima nuestra para que la policía no nos viese. Mi hijo y yo pasamos así. Por mi mujer, que estaba embarazada, sí tuve que pagar a las mafias”. Respiró aliviado al pasar la frontera, feliz por sentirse protegido porque “antes de entrar en Europa estaba muy enfermo psicológicamente”. No podía sacar de su mente el caso de un padre cuyo hijo secuestraron y que, por no poder pagar el rescate, “se volvió loco”. Ahora se siente más seguro, pero en su viaje le seguirá acompañando el miedo. “Temo que en la frontera alemana me echen atrás, con mi mujer e hijo. Y no tengo más dinero para las mafias. No sé cómo reaccionar”. Entonces, su hijo se acerca a él y le tira del pantalón para que vayan a comer. Sonríe: “Mi esperanza es que mi hijo no ya está en la guerra, que ahora come y que tiene futuro”. “El sol sale para todo el mundo”, recuerda Marisol con una sonrisa, consciente de que por su centro seguirán pasando refugiados de muchos puntos del mundo.
Ousama Al Badawi: "“Los sirios necesitan visado a todos los países y no los dan. No hay futuro”
Entre ellos, seguramente, Ousama Al Badawi, que desde Siria prepara su viaje a España. Al Badawi elige conversar a través de la red social Facebook, y avisa de que es probable que la conversación sea complicada porque los cortes de electricidad son "continuos” en su zona. Vive en Al Nabk, a unos 80 kilómetros de Damasco. Una lugar donde, matiza, ahora mismo hay tranquilidad pero hace dos años era un territorio intenso en la guerra. No pudo huir porque todos los caminos se cortaron esos días. “Por eso sufrí uno de los ataques. Una bala me dio en el hombro. Yo estaba el lado de la puerta de mi negocio cuando, de repente, hubo un enfrentamiento entre el ejército libre y un helicóptero del gobierno”. Junto al temor de la guerra, cita todas las dificultades a las que se enfrenta cada día: el encarecimiento de los productos, la subida del dólar, la electricidad insuficiente, el cierre de embajadas… Cuando empezó la guerra, durante seis meses vivió en Argentina pero tuvo que regresar a Siria. Ahora todo el dinero ahorrado lo empleará para salir del país en unos meses. Antes de llegar a España quiere pasar por Francia, donde está su hermano, y desde allí tomar un autobús hasta Madrid.
Preguntado por las mafias a las que había hecho referencia Belal Bnayan apenas unos minutos antes, Ousama dice que son una parte más de la tragedia. “Los sirios necesitan visado a todos los países y no los dan. No hay futuro”, confirma. Mientras, confiesa que los días pasan lentos. Apenas puede moverse de Al Nabk. “A veces tengo que ir a Damasco y no puedo por los bombardeos, son continuos. El diésel está muy caro. Y trenes, depende del camino, pero entre Damasco y Alepo está cerrado, aunque a veces se abre, pero depende de si hay batallas”, justifica. Comenta que, afortunadamente, no tiene amigos en campos de refugiados porque allí van “los más pobres, los que vivían en las peores zonas y lo han perdido todo. La gente de las zonas más dañadas no tienen ni luz, ni comida ni casa. Y en ciudades como Alepo sólo hay muertos”.
Minutos después, antes de cerrar la conversación, asegura que los españoles son muy generosos. Muestra una imagen de su ciudad, hace dos años, donde se ven los efectos de las bombas en la ventana de la mezquita; y una fotografía de mujeres en la escuela de Al Taghiz, en Damasco. No esconde que tiene miedo. “Todo el mundo tiene miedo. Todos tenemos nuestros miedos”, afirma. Instantes después, cuando parece que no tiene más que añadir, manda un último mensaje que sirve de punto y final, escrito en árabe y en mayúsculas. : “SCHUCRAN” [Gracias].
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