MADRID
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Jo-Anne McArthur (Ottawa, 1976) fotografía a los animales de frente. La perspectiva es deliberada: acostumbrada a las fotos que había visto de otros activistas, tomadas de arriba abajo, entendió que para defenderlos había que ponerse a su altura. Consciente de que el amateurismo campaba en el movimiento, decidió perfeccionar su técnica para reflejar con toda su crudeza el sufrimiento de los seres que no son humanos, hasta convertirse en una de las fotógrafas más reputadas del género, subapartado de denuncia.
La fotógrafa canadiense estudió Inglés y Geografía en la universidad de su ciudad, pero su padre le inoculó desde cría la afición por inmortalizar momentos. También le gustaban los periquitos y los perros, hasta el punto de que se hizo voluntaria de la Humane Society para poder pasearlos. Sin embargo, detestaba ver animales en cautividad o amaestrados para el regocijo de sus dueños y del público. Pasados los años, fijó su mirada en los zoos y acuarios, tomó prestada la Minolta de su progenitor y empezó a disparar a discreción.
Aunque el título de su libro, We Animals (Nosotros animales), no pretende ser peyorativo, a nadie se le escapa que apunta hacia quienes los maltratan. No importa el fin ni el uso: el flash de McArthur también ilumina las zonas de sombra de granjas y laboratorios, al tiempo que se proyecta en el espejo de circos y plazas de toros para tratar de cegar a los espectadores que contemplan a los animales sometidos. Hay belleza —no todas las fotos son sórdidas, todavía queda esperanza—, pero también información.
Miles de osos malayos quizás no digan nada, pero sí un ejemplar llamado Arkte, al que han encerrado en una jaula para extraerle la bilis. Por si no fuese suficiente que hablen por sí mismas, cada imagen está acompañada de un breve texto que la contextualiza, y así sabemos que los congéneres de Arkte —por ejemplo, la osa Miracle, que murió hace cinco años— sufren infecciones, pierden dientes después de morder los barrotes durante años y carecen de zarpas —que emplean para comer a modo de plato— porque se las han arrancado…
“Con las pezuñas preparan sopas y con la bilis elaboran medicinas tradicionales chinas. Tuve la suerte de conocerlo después de que fuese rescatado de una granja de bilis, que se usa para elaborar algunas medicinas chinas tradicionales. Pese a todo, sobrevivió y pudo ser trasladado al santuario de osos de Tam Dao, en Vietnam”, explica a Público McArthur, sorprendida por su actitud y por la del chimpancé Ron. “A pesar de todo lo que lo habíamos hecho sufrir, prefería vivir entre humanos que en la jungla. ¡Estar en la jaula que en libertad!”.
Jo-Anne, como había hecho antes tantas veces, se acercó para sacar la mejor foto posible, inconsciente del peligro. Demasiado, porque el mamífero la zarandeó y la atrajo hacia sí. El susto fue mayúsculo. “Aunque me agarró, en el fondo estaba jugando y sólo quería abrazarme. Me llamó la atención que no fuese rencoroso conmigo pese a haber padecido tantas torturas. En cambio, lo único que me estaba devolviendo era cariño y amor”. Es uno de los muchos pasajes reflejados en el libro, editado por Plaza y Valdés, aunque ni mucho menos el más descarnado.
“La industria alimentaria es una de las más opacas del mundo”. La frase del cofundador de Igualdad Animal Javier Moreno acompaña las fotos que ilustran la presentación de la obra en Madrid, que en realidad no necesitan explicación alguna. Pero él y su asociación han creído conveniente darlas —sea con palabras, fotografías o vídeos— por una razón evidente: “A diferencia de otros movimientos sociales, los animales no tienen voz. Y tampoco pueden organizarse, manifestarse en la calle o reivindicar sus derechos”. Lo hacen ellos, gracias a la ayuda de socios, donantes y, en este caso, lectores, pues los beneficios del libro irán destinados a su entidad.
“No creo que haya que humanizar a los animales, sino que debemos contemplarlos como son. O sea, individuos, porque ahora los vemos como objetos. Es necesario cambiar nuestra forma de relacionarnos con ellos, y eso pasa por la educación. Cuanto más entendamos la complejidad que encierran —desde su capacidad de sentir hasta la de perdonar al propio maltratador—, más nos daremos cuenta de lo impresionantes que son. Y entonces dejaremos de maltratarlos y de torturarlos sin ninguna razón”, afirma McArthur durante una entrevista tras la presentación de We Animals en la librería La Central de Madrid.
¿Es la imagen el arma más poderosa para luchar contra el maltrato animal?
Es el recurso más inmediato para sensibilizar a las personas, aunque los cambios legislativos son cruciales. Mi objetivo es ir caso por caso y convencer una a una, porque si pensase a gran escala, me desesperaría y terminaría perdiendo las fuerzas en el intento. Tenemos que ser conscientes de lo rápido que están cambiando las cosas en apenas una generación, porque los jóvenes de hoy en día están más concienciados y, por ejemplo, comen menos carne. Hay que seguir adelante y existen muchas formas de abordar la lucha, que ya no consiste sólo en salir a la calle y sujetar un cartel. Es posible llegar a la gente a través de la política, así como de los cambios dietéticos y, en general, sociales. En realidad, mi trabajo es sólo una pieza del puzle, que debe ser completado. Pero desde luego que una foto vale más que mil palabras, y además se tarda menos en hacer que un cuadro [risas].
Durante diez años, hizo fotos en cuarenta países y el resultado es este libro. También pudo comprobar de primera mano que en el movimiento animalista hay más mujeres que hombres. ¿Cuál cree que es el motivo?
Entre un 60 y un 70% de los animalistas son mujeres. Todavía se está debatiendo el porqué y no quiero dar una respuesta simplista de género, tipo “nosotras somos más cuidadosas” o “nos importan más los animales”. Sin embargo, he observado que la sociedad les ha concedido a las mujeres un mayor permiso para ejercer los cuidados. Se nos educa desde pequeñas para ser una suerte de cuidadoras o enfermeras, lo que hace que nos sintamos interpeladas ante cualquier sufrimiento, sea de un animal o de una persona. Por otra parte, cuando un hombre se implica mucho, hay consecuencias… Digamos que, socialmente, le han impuesto que debe ser precavido y proteger su masculinidad, pues podría verse amenazada si se muestra demasiado dedicado o devoto hacia la causa.
Aunque McArthur adora las mascotas, aquí no están presentes. Tampoco la fauna que frecuenta los documentales. La artista canadiense sólo fotografía animales invisibles, por mucho que nos alimenten, nos curen, y nos vistan y nos calcen. Podríamos añadir que también nos hacen sonreír, aunque a este lado del cristal o de los barrotes, a Jo-Anne le provocaban el llanto. Ella cree que, aun teniéndolos delante, hay quien no los ve. Por eso estas fotografías, el legado de una “testigo de lo que nadie quiere mirar”, las pruebas incriminatorias de alguien que le ha puesto cara a los animales, pero también nombre.
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