madrid
"Volver a la vida normal cuesta. No es solo dejar de vivir en la calle. Es que tienes que aprender todo de nuevo, tienes que reeducarte", dice Elena. A sus 53 años, ese es ahora su principal reto. Una tarea nada sencilla después de haber pasado ocho años viviendo en una chabola en un cementerio cercano a Torrejón de Ardoz.
Allí se instaló con su pareja y el hermano de este. Fue después de que su exmarido, con quien se casó muy joven y la abandonó con cinco hijos a cargo, regresara cuatro años después. La casa en la que se quedó Elena era de él. Al poco tiempo la vendió y ella se separó. Ya no tenía relación con su madre ni con su hermana, aunque hace tanto tiempo y han pasado tantas cosas que Elena no es capaz de hacer un relato continuo.
Tras algunos tumbos, pensó que el cementerio era un buen lugar. "Las vallas y las tapias me daban tranquilidad, estaba apartada del mundo, y eso me gustaba. También me sentía más segura", recuerda. Pero el peligro estaba también dentro. Fue víctima de violencia de género, y los malos tratos eran tan brutales que varias veces acabó hospitalizada. "La calle es muy dura, sobre todo para las mujeres. Somos más débiles físicamente", afirma en el salón de su humilde piso en Coslada.
Lleva allí casi dos años gracias al programa Housing First, un modelo revolucionario para atajar el sinhogarismo que lleva probándose en España desde 2014. Primero de la mano de Hogar Sí y ahora con la colaboración de Provivienda, ambas organizaciones lo reivindican en el Día Mundial del Sinhogarismo.
El concepto es sencillo: para sacar a la gente de la calle, lo primero que hace falta es una casa. Y los resultados de la última evaluación externa son bastante esperanzadores, apuntan ambas organizaciones. Tienen ya 350 viviendas en diferentes ciudades del país, y una de ellas es la de Elena, que afirma que le ha cambiado la vida. "Si no hubiera tenido esta casa, seguiría en el cementerio, vete a saber cómo", reconoce.
33.000 personas sin hogar
Ella fue una de entre las más de 33.000 personas sin hogar que se calcula que hay en España, aunque las cifras pueden ser superiores, según recoge la memoria de la Estrategia Nacional Integral para Personas Sin Hogar 2015-2020 del Gobierno. Las encuestas del Instituto Nacional de Estadística (INE) se realizan a quienes pasan por los recursos asistenciales existentes, bien para dormir o para recoger algo de comida, y no todo el mundo que está en la calle quiere acudir a estos centros. Según el INE, hay algo más de 20.000 plazas, con desigual reparto en los territorios, lo que quiere decir que más de 12.000 personas duermen a diario sin un techo que les cobije.
Más de 12.000 personas duermen a diario en la calle
La crisis económica de 2008 hizo repuntar los índices de sinhogarismo en prácticamente toda Europa un 5%, también en España, y las organizaciones temen que la pandemia tenga el mismo efecto. Por eso piden al Gobierno un presupuesto para la nueva Estrategia 2022-2025 en los Presupuestos Generales del Estado, y a las Administraciones Públicas, más compromiso con este modelo que en Finlandia ya ha logrado acabar con este drama casi por completo.
"Han invertido para ello lo mismo que el presupuesto de la ciudad de Madrid en plazas de sinhogarismo", resume gráficamente José Manuel Caballol, director general de Hogar Sí, aunque Finlandia tiene poco más de 5,5 millones de habitantes.
"En cualquier caso, las personas sin hogar en España no superan las 50.000 en un país con 47 millones de habitantes. Es residual, claramente un problema con solución asumible. Solo hace falta voluntad política y apostar más por un modelo distinto al tradicional, que no ayuda a sacar a la gente de la calle", apunta Caballol.
Para Hogar Sí y Provivienda, el modelo tradicional ya ha quedado más que obsoleto y no ha contribuido a erradicar este fenómeno. A pesar de ello, según los últimos datos del INE, el 25% de estos recursos son públicos, mientras que el 83% de toda la red nacional recibe financiación pública.
De grandes albergues a casas autónomas
"Los grandes dispositivos de emergencia, albergues o centros colectivos tienen una alta rotación, normas muy rígidas y muchas restricciones", apunta Caballol. Suelen ser lugares donde a las 8 de la mañana hay que salir para volver por la noche, y las personas pueden perder la plaza por diversos motivos. La ayuda a la reinserción también suele ir ligada a la estancia en estos centros, por lo que se interrumpe con frecuencia.
Elena pasó por algún albergue, pero siempre los rehuyó. Prefería cuartos de contadores, portales o cualquier otro alojamiento de fortuna. "Los albergues son lugares donde duermes con desconocidos. Tanta gente junta siempre trae problemas. Robos, peleas... Dan miedo, muchas noches no me atrevía ni a dormir", dice paradójicamente la mujer que vivió ocho años rodeada de tumbas y junto a su maltratador.
"Los centros dan miedo, muchas noches no me atrevía ni a dormir"
Cuando los servicios sociales de Coslada le hablaron del proyecto Housing First y de Hogar Sí, Elena desconfió. "Pensé que era lo mismo de siempre, cualquier centro para mendigos", reconoce. "Cuando me fueron contando sus maneras de trabajar me empezó a interesar más. No hay represalias, no hay castigos, no pierdes nada si no haces esto o lo otro. No hay obligaciones, y eso es muy importante", considera la mujer.
"Este modelo da la vuelta al sistema de forma radical. En lugar de poner la vivienda autónoma al final de una escalera de éxitos, nosotros empezamos con la casa de forma indefinida e incondicional", resume Caballol. Primero, para quienes lo tiene más difícil, los que llevan más tiempo en la calle, tienen patologías añadidas, problemas de adicciones y de salud mental o discapacidades. Es exactamente el caso de Elena.
"Se puede decir que trabajando con el prototipo de personas que vemos en la calle durmiendo en cartones. Gente que tiene muy difícil llegar a los centros tradicionales", resume Caballol. El itinerario de reinserción hacia una vida autónoma va en paralelo, independiente.
Un modelo exitoso y eficiente
Según la evaluación del proyecto realizada por la Universidad Complutense de Madrid y la consultoría Fresno, los resultados son "altamente superiores a sus alternativas". Más del 95% de las personas que se quedan en las casas 18 meses después, mejoran significativamente en cuanto a higiene, alimentación y salud y hacen menos uso de los servicios sociales. Al mismo tiempo, el coste que supone este modelo es "ligeramente superior" al de los grandes centros. Aunque si la vivienda que se utiliza es de titularidad pública, el gasto se reduce.
Elena confirma esos resultados. Lo que más satisfacción le produce es poder asearse y cocinar. "Una vez que tienes una casa, ya puedes pensar en otras cosas. En hacer cursos, yoga, pasear al perro... Y también ir al médico, al dentista o a los juzgados. El acompañamiento también es de gran ayuda", explica. "Sobre todo, da más seguridad", dice. Porque ella todavía da un respingo cada vez que suena el timbre. Aunque sea el cartero, mira de reojo el dispositivo de localización que indica si su maltratador ha incumplido la orden de alejamiento, porque sigue viviendo en Coslada y le molesta de vez en cuando. "Hay cosas que mejorar, claro. Pero la experiencia es positiva totalmente", asegura.
"En dos legislaturas, con una inversión pública similar a la destinada al sistema tradicional, habría una reducción significativa de personas sin hogar en el país. Está claro que hace falta una transición hacia este modelo como ya se está haciendo en otros países europeos", sostiene Caballol.
El principal coste es la vivienda, "porque en su mayoría tenemos que recurrir al alquiler a precio de mercado", apunta. En Asturias, por ejemplo, todas las casas del programa son vivienda pública. En Madrid hay unas 40, ilustra. "Creemos que la Ley de Vivienda sería una buena oportunidad para movilizar pisos asequibles para estos proyectos", reclama.
Para Elena, el piso también significa soledad, y no en el mal sentido. La violencia que ha sufrido en tantos ámbitos de su vida se queda ahora de puertas afuera. "Metas siempre tienes, aunque estés en la calle. Pero aquí las ves algo más cerca", dice. Echa en falta un ordenador, quizás para escribir su vida, aunque es demasiado larga, bromea.
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