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La 'generación de cristal' que bajó al barro para auxiliar a las víctimas de la DANA

Frente a los discursos que pintan a los jóvenes de pasivos hiperprotegidos, la generación Z y 'millenial' ha auxiliado a los afectados por la DANA.

Dos personas en una de las zonas afectadas por la DANA, a 8 de noviembre de 2024, en Paiporta, València.
Dos personas en una de las zonas afectadas por la DANA, a 8 de noviembre de 2024, en Paiporta, València. Alejandro Martínez Vélez / Europa Press

"Estamos criando generaciones de jóvenes en este momento que no están preparados para cuando venga el iceberg del Titanic. Los hemos criado hiperprotegidos", pontificaba el novelista y experiodista Arturo Pérez-Reverte en El Hormiguero en octubre de 2022. Unas palabras que nacieron ya muertas para unas generaciones que han crecido con la crisis económica de 2008, vivieron el terremoto de Lorca en 2011, afrontaron la mayor pandemia en un siglo, la erupción de un volcán en La Palma, una crisis inflacionaria que parecía imposible desde la llegada del euro, la invasión rusa de Ucrania y con ella la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. Con los alquileres por las nubes, la riada con más muertos del siglo en Europa muestra cómo los jóvenes también son los que más están sufriendo y sufrirán la crisis climática.

La supuesta hiperprotección de la que hablaba el del Alatriste frente a Trancas y Barrancas no ha impedido a esta supuesta generación de cristal convertirse en la generación del barro. Las cañas, o los palos, ya se las dio la Policía Nacional el pasado sábado cuando pedían responsabilidades políticas por la tragedia de la DANA. Igual que sus mayores acudieron a las costas gallegas en 2002 a limpiarlas de chapapote, los millenials y generación Z ha acudido en masa a socorrer a las víctimas de una riada magnificada por la quema de combustibles fósiles, la falta de alertas tempranas a la población, un sistema productivo que no paró pese a los avisos rojos de la Aemet y una mala planificación urbanística.

Bicicletas para ayudar donde los coches no llegaban

Donde el Estado se ha mostrado incapaz de asumir inicialmente una catástrofe tan inmensa, los jóvenes cruzaron en masa el puente de la solidaridad que unía la ciudad con las zonas afectadas al otro lado del cauce nuevo del río Turia. Lo hacían cargados de suministros y herramientas de limpieza, pero también de rabia, espanto y ganas de ayudar. Uno de los que lo hicieron la tarde siguiente a la DANA fue Miguel Fanlo, ingeniero industrial de 27 años. Este riojano residente en el norte de la ciudad de València decidió ir en bicicleta con un amigo a la pedanía de La Torre al salir de trabajar. Ese día laborable todavía no había casi voluntarios salvo un grupo de una residencia de estudiantes universitarios. En común lograron vaciar algunos pequeños comercios.

Tras volver, Miguel informó a sus amigos de la situación "catastrófica" que vio y animó a grupo de diez conocidos a organizarse para ayudar. Al día siguiente se desplegaron por una Horta Sud anegada. Para entonces los vecinos ya empezaban a volver a sus hogares y las tareas principales de Miguel y sus amigos fueron vaciarlas de agua, fango y muebles dañados. Además se encargaron de destaponar los imbornales para lograr que el agua acumulada se fuese por el alcantarillado.

Para el puente de Todos los Santos los voluntarios a pedales como Miguel acudían al espacio cultural Rambleta para organizarse en grupos y distribuir víveres y productos de primera necesidad a personas mayores en pisos sin ascensor. De esta forma lograban llevar ayuda puerta a puerta allí donde vehículos motorizados no eran capaces de llegar por los destrozos en las infraestructuras y las limitaciones al tráfico rodado. Lo hacían de forma autoorganizada, en grupos de afinidad, sin pasar por instituciones, al considerar más efectivo preguntar a cada persona por sus necesidades.

Garaje de Albal vaciado por un grupo de voluntarios.
Garaje de Albal vaciado por un grupo de voluntarios. Fermín Grodira

Víctimas, vecinos y voluntarios

"Los jóvenes hemos demostrado que la generación de cristal no existe", opina Omar, vigilante de seguridad de 32 años. Él sobrevivió "de milagro" a la riada. Le sorprendió en su bajo de Catarroja, situado cerca del barranco del Poyo que se desbordó. La alerta al móvil de la Generalitat le llegó con el agua por los muslos. Una vez a salvo vio cadáveres flotando y rescató a vecinos con cuerdas desde la terraza en la que se refugió. Cuando bajó el nivel del agua, ya de madrugada, logró socorrer a varios vecinos atrapados en locales inundados: "En un bar pudimos sacar a los dueños, que se salvaron al desmontar una plancha del techo y poder meter la cabeza allí".

Omar, con su triple condición de víctima, superviviente y voluntario de la DANA, ha abandonado su hogar para volver con sus padres por su salud frágil. En el proceso ha pasado una infección pulmonar. Pese a un parte médico de reposo de 72 horas y la situación catastrófica de Catarroja, su empresa le ha preguntado cuándo volverá a trabajar.

La enfermedad ha derivado en una bronquitis aguda. Necesita desplazarse a un hospital para que no derive en una neumonía pero no sabe cómo. Para este voluntario-superviviente de l'Horta Sud, la respuesta política e institucional ha sido de abandono para que "el pueblo se salve solo".

Manos y fe para reconstruir

Samuel es un onubense de 36 años que vive en València capital desde hace diez años. Él no pudo ayudar a limpiar hasta el primer fin de semana por su trabajo de cara al público. "Al día siguiente de la DANA, cuando vi que se estaban acercando a ayudar a las zonas afectadas, sentí que tenía que estar allí y ayudar de alguna manera porque estábamos ante una catástrofe muy seria".

Ayudó a transportar muebles hasta los camiones que los retiraban. Además, Samuel ha limpiado casas y calles en Castellar y Paiporta. En este municipio, uno de los más afectados, asistió a una de las primeras misas tras la DANA "para rezar por todos los que sufrían y los que habían fallecido". Pudo volver el siguiente fin de semana, esta vez a Catarroja a través de una parroquia de València que gestiona la ayuda humanitaria y voluntarios: "Pude hablar con los vecinos y animarlos". Su labor fue preguntar qué necesidades tenían y acercar comida a zonas donde era más difícil que llegase.

Pese a los "momentos de bajón", al ver en primera persona el desastre y conocer las historias de los supervivientes, Samuel recuperaba el entusiasmo para no transmitirles odio. Tras escuchar sus sufrimientos, considera que ha podido ser apoyo y alivio para las víctimas. El onubense reconoce haber llorado con las imágenes de miles de personas solidarias caminando hacia el área metropolitana de València afectada: "Hemos conocido a voluntarios de todas partes de España y del extranjero. La mayoría eran jóvenes. Lo que más me ha impresionado es su solidaridad y entrega".

En cambio, la poca ayuda institucional que han tenido las víctimas los primeros días y las muertes y pérdidas evitables lo ha enfadado y llenado de tristeza. "Los voluntarios han y hemos estado todos a una sin importar la raza, la ideología o la forma de ser. Espero que con la ayuda de todos, y sobre todo de los gobiernos, todas las zonas afectadas puedan recuperarse". Samuel evita acusar a nadie como responsable para lograr lo que ha visto en la zona cero, "una nación unida por una causa".

Andaluces venidos a rescatar la 'terreta'

Victoria es una trabajadora social de 29 años que vive en Córdoba. La DANA le pilló de de viaje y no fue consciente de lo que ocurrió hasta que volvió a España días después. "Esa misma noche, una amiga me propuso que fuéramos a ayudar el fin de semana siguiente. No podíamos estar de brazos cruzados con tanta gente sufriendo".

Durante la semana recolectaron dinero y compraron material acorde a las necesidades que pedían directamente los afectados en apps como AyudaTerreta, AjuDana y en grupos de Telegram. En total se movilizaron siete voluntarios de Granada, Jaén y Córdoba con destino Massanassa y Catarroja. Precisamente esta zona de València fue tierra de acogida para muchos emigrantes andaluces en los años del desarrollismo.

Fueron sin saber dónde iban a dormir pero enseguida les acogieron en una casa. Estos voluntarios andaluces también repartieron directamente calle a calle y casa por casa. "No queríamos sobrecargar los puntos de donaciones por el caos de logística que hay", aclara Victoria.

Lo que vio la cordobesa al llegar lo describe como desolador: el olor, la gente desamparada, las calles llenas de basura, las familias rotas, casas llenas de barro y agua, mayores sin nada, niños que han visto cosas que no tenían que ver, colas para pedir detergente y botas, lágrimas de tristeza y agradecimiento: "Por mucho contenido gráfico que se vea en las noticias o redes sociales, no tiene comparación con lo que sientes y ves estando allí", indica.

Victoria destaca que hay personas que no pueden ducharse por fobia al sonido del agua: "Escuchar historias muy duras en primera persona te acerca un poco al horror y miedo que sufrieron ese día". De lo que más le ha impactado a esta trabajadora social es el total agradecimiento a los jóvenes: "Allí solo escuchas la palabra gracias". También hay personas que solo quieren sentir que no están solas y que prefieren un abrazo y que alguien les escuches a que le limpien los restos de lodo o le lleven un tupper de comida caliente.

En las zonas afectadas las pérdidas no son solo de vidas y materiales sino hasta de la concepción del tiempo. "En varias ocasiones nos han preguntando por la calle '¿Qué día es hoy?' o '¿Cuántos días han pasado?'", recuerda Victoria.

Las víctimas con las que ha tratado esta andaluza se sienten "desprotegidas, traicionadas y desamparadas en su propio país" por la respuesta política. "Aunque el pueblo se haya volcado en ayudar, la lección no la estamos dando los jóvenes sino las familias afectadas con su valentía, humildad y agradecimiento", concluye esta joven.

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