BARCELONA
Histórico abogado laboralista y durante décadas defensor de decenas y decenas de militantes de izquierdas, August Gil Matamala (Barcelona, 1934) se muestra muy crítico con la actuación de los jueces de la sala penal del Tribunal Supremo que juzgan el proceso independentista. Según él, en los últimos años en Catalunya ha habido una "rebelión en términos sociales" contra el Estado, lo que no tiene "nada que ver» con el "concepto penal de rebelión".
Durante más de una hora atiende a Público en su casa y más allá del juicio del 'Procés' hablamos a fondo de una larga trayectoria forjada en el antifranquismo, marcada por la clandestinidad y por estar al lado de los, casi siempre, derrotados de la historia.
Militante de juventud del PSUC, desde la Transición es una persona cercana al independentismo de izquierdas. Poco conocido por las nuevas generaciones, la biografía August Gil Matamala. Al principi de tot hi ha la guerra (Sembra Llibres, 2017), escrita por los ex diputados de la CUP David Fernández y Anna Gabriel y que suma tres ediciones y unos 4.000 ejemplares vendidos, ha permitido que muchas personas lo hayan conocido.
Le acaban de dar la Medalla de Oro al Mérito Cívico de Barcelona, entre otras cosas en reconocimiento por ser una "voz resistente, crítica y sólida, discreta y perseverante bajo cualquier circunstancia". Su trayectoria lo define como una persona comprometida y coherente, que casi siempre ha estado con los derrotados. ¿Que le lleguen homenajes como este le hace pensar que, a pesar de todo, algunas cosas han cambiado?
En el discurso que hice cuando me dieron la medalla acabé diciendo que toda mi peripecia vital no parecía en absoluto destinada a recibir premios y reconocimientos públicos.
Es una historia marcada por una vida bastante clandestina y una cierta voluntad de ocultación, de no situarse en primera fila. Todo esto me ha venido como un regalo a estas alturas de la vida. ¿Si esto significa algún cambio? No me había pasado que en el Ayuntamiento de Barcelona hubiera unas personas con las que he tenido relación desde hace muchos años, como son Ada Colau y Jaume Asens. Es un cambio, pero no sé si bastante coyuntural, porque si no hubiera este equipo de gobierno no tendría esta medalla.
La vida a veces tiene momentos que no te esperas y éste es uno de ellos. Los socialistas, durante la presidencia de Montilla, me dieron la Creu de Sant Jordi, y hace unos meses la consellera de Justicia [Ester Capella, ERC] me dio la medalla de honor por "servicios excepcionales a la justicia". Los reconocimientos me han ido viniendo del mundo de izquierdas.
'August Gil Matamala. Al principi de tot hi ha la guerra', el libro que escribieron sobre usted Anna Gabriel y David Fernández, ¿Ha servido para que una parte de la población catalana lo descubra?
Creo que sobre todo ha servido para descubrir un momento histórico, una época, que ha sido muy poco tratado, como es la resistencia antifranquista de sectores que no son los que se han estudiado clásicamente.
Hay todo un mundo que no estaba en el PSUC, sino que se situaba en posiciones más radicales, más de izquierdas, que no se había tratado. Me toca a mí explicarlo porque soy una persona que me ha tocado estar presente, nunca protagonista. La Transición también está explicada de una cierta manera también innovadora.
La resistencia antifranquista también tiene una historia oficial y una parte que ha quedado fuera.
Sí. Incluso si coges la historia oficial del PSUC que se hizo al inicio de la democracia yo no salgo. Se habla de determinadas caídas, juicios y de una represión y es imposible que no salga. Resulta que a Antoni Gutiérrez Díaz lo defendió el señor [Josep] Solé Barberà, cuando lo defendí yo.
Como a [Jordi] Solé Tura. Hay una historia oficial del antifranquismo en la que quedan ocultadas determinadas cosas y David Fernàndez y Anna Gabriel son los que tuvieron la idea de que había algo que no se había explicado demasiado y se dedicaron a pincharme hasta que al final lograron que les explicara esta experiencia durante horas y horas de conversación. En este sentido creo que el libro sí que ha sido útil y ha tenido una buena acogida.
Nace en 1934 y sus primeros años de vida están marcados por la ausencia de su padre, Augusto Gil Cánovas, que se fue al exilio y cuando vuelve vivió un tiempo en la clandestinidad. Una vez entra en el PSUC, en la universidad, usted también conoce directamente la clandestinidad. ¿Una experiencia como ésta marca de por vida?
Sí que marca, por ejemplo en una cierta voluntad de pasar desapercibido, de hacer cosas y que no se note, que es lo contrario de lo que mucha gente hace, que explica mucho y hace poco.
Mi formación era de hacer las cosas y que no se enterara nadie y va unida a una falta de ambición personal, porque no me ha interesado nunca el protagonismo ni he procurado llegar a ninguna meta política. Muchas personas han hecho cosas importantes, mucho más importantes que yo, pero quizás el punto diferencial es que las han hecho a partir de crisis espirituales, grandes elucubraciones intelectuales, la lectura de un libro, una rebeldía contra un sistema del que formas parte y te das cuenta que es injusto... Esto era muy habitual en la lucha antifranquista, pero yo nunca he pasado ninguna crisis ni he llegado a nada ni a través del estudio ni de la reflexión ni del descubrimiento personal, sino que he llegado con naturalidad, desde siempre me he encontrado en el activismo
Si quieres también me han quedado algunos tics, como preocuparme de donde estoy sentado en una reunión, para tener la puerta delante, la pared detrás y saber por donde se sale...
Tampoco he tenido una agenda y he preservado en la memoria todas las cosas que me interesan. Y también he tenido una cierta actitud de reserva, he sido una persona poco comunicativa. Empecé a contar mi vida a David y Anna quizás en 2010, ya tenía 76 años y me había jubilado. En cierto modo, en ese momento sentía la necesidad de despedirme y dejar algo explicado. Pero a lo largo de toda la vida yo no había contado nada, mucha gente con la que me había relacionado no sabía gran cosa.
Imagino que la clandestinidad también condiciona las relaciones familiares. Tenía tres hijos y, al mismo tiempo, una intensa actividad antifranquista.
He tenido la suerte de tener una mujer que lo ha aceptado desde el primer momento y me ha dado todo el apoyo posible, por lo tanto no he tenido nunca un problema.
Ahora, con respecto a la vida familiar, durante muchos años, tanto por la actividad política como por la actividad profesional, he sido un padre ausente. Y esta es una de las cosas que impulsa a explicarme, también para hacer las paces con mis hijos.
En un momento sentí que me distanciaba mucho de ellos. Pero el hecho de escribir un libro y poder hablar también era una manera de resolver estos conflictos, si bien ellos no me han reprochado nunca nada.
Hay mucho mito alrededor del PSUC. Usted entra a militar en 1956 y lo deja en 1968, según dice porque el partido había renunciado a la transformación del sistema y del orden social. En cierto modo se anticipa a lo que pasará después, durante la Transición.
No fui el único, hubo bastante gente que vio claro hacia dónde iba la evolución del PSUC, que al fin y al cabo iba a remolque del PCE. Que no tuviera una política propia también fue uno de los motivos para que me apartara.
Formaba parte de la III Internacional como partido propio, pero en la práctica estaba completamente supeditado al PCE y yo consideraba que debía ser un partido catalán, autónomo e independiente. Aquellos años ya se notaba que se estaba preparando una aceptación del sistema, que el Partido Comunista se estaba convirtiendo en un partido socialdemócrata clásico, que no ponía en cuestión las bases sociales de la explotación, pero defendía los intereses sectoriales de los trabajadores, de la clase obrera. En ese momento, sin embargo, todavía nadie esperaba que aceptaría la monarquía.
También me vi afectado por la crisis del 1965 del PCE, el tema [Fernando] Claudín y [Jorge] Semprún, y esto me hizo cambiar mi visión del papel del partido. Nosotros entendimos que era una crisis más bien en relación con el funcionamiento interno del partido, con la existencia de un centralismo democrático, que quería decir que había dos o tres personas que pensaban y que este pensamiento era la verdad revelada y no era necesario que nadie más pensara.
Nos llegaban los planteamientos que hacían Claudín y Semprún y teníamos la sensación de que querían romper con esta situación. Hablaban de funcionamiento democrático interno del partido, de la posibilidad de discutir y debatir y eso me llevó a entrar en contacto con ellos, lo que me hizo perder mi posición relativamente importante en el PSUC, porque se me asimiló a sus posicionamientos.
Tuve muchos contactos con ellos, y me quedó la sensación de que veía muy claro lo que decían, pero a la vez hablaban mucho de realismo y de huir de los esquemas de hablar de España como un país de latifundistas y jornaleros andaluces, porque aquí ya había habido un cambio social y el Partido Comunista debía adaptarse a la situación. Vi que en parte tenían razón, pero que esto llevaba a la aceptación de un modelo social, en la que el PCE tendría un papel progresista. Y al final resultó que [Santiago] Carrillo se hizo suyo lo que planteaban. Y entonces sí que vi que no había nada que hacer. Después vino el mayo francés. Vimos que había una situación revolucionaria y el Partido Comunista francés fue quien llamó a la orden y la paró, y el PCE estaba exactamente en la misma situación. Así que en 1968 me pareció que no pintaba nada y me fui.
Después se acerca a los movimientos de autonomía obrera y a partir de la Transición al independentismo de izquierdas.
En 1978 formé parte de un comité catalán contra la Constitución, pero se vio que los partidos de izquierdas -el Partido Socialista, el PSUC y otros más radicales- aceptaban la Constitución y aprobaban la ley de amnistía y aparentemente el único que quedaba como punto de contradicción al sistema era el independentismo. Era el único que no había quedado absorbido por la Transición. Entonces eran cuatro gatos.
Ya no vuelve a militar en ningún partido, ¿verdad?
No, desde que dejé el PSUC no he militado más. Estuve muy cerca de Bandera Roja [una escisión del PSUC] y llevé las defensas de todos sus casos que acabaron en el Tribunal de Orden Público (TOP), pero no entré en el partido. De mi experiencia en el PSUC me quedó una auténtica alergia a las disciplinas políticas y a la militancia. Estuve en un colectivo que se llamaba Cuadernos Rojos, porque era un grupo que debatía, escribía, pensaba, intentaba intervenir en el mundo laboral, pero sin ninguna pretensión de organizarlo. Como abogado que en un momento dado tenía un papel bastante central en las defensas ante la represión, defendía de forma absolutamente indiscriminada todas las variantes de los movimientos radicales, desde las comisiones obreras revolucionarias a las ligas comunistas revolucionarias trotskistas. Era un poco el abogado de la extrema izquierda, pero no milité nunca más en ningún sitio, tampoco en el independentismo. He estado siempre con todos ellos, pero manteniendo una cierta distancia profesional. He estado integrado en su lucha, pero reservándome el papel de intentar sacarlos de la cárcel. No podía arriesgar a ser yo el que fuera a la cárcel.
Dando un salto en el tiempo, si los años 70 los independentistas eran cuatro gatos, ahora es evidente que esto no es así y al menos la mitad de la sociedad catalana lo es. ¿En aquella época se imaginaba este escenario?
Yo lo veía como una posibilidad lejana, no contaba con verlo. Pensaba que era un proceso que tendía a crecer, porque no era la misma la situación del independentismo en 1978, cuando seguramente está en el punto más bajo, que en los años siguientes, en que fue creciendo. Pero que llegara a tener el carácter de movimiento de masas que ha tenido los últimos años no creía que lo vería, pensaba que sería un proceso mucho más largo. Y tampoco tenía la esperanza de ver, aunque fuera de broma, una declaración de independencia de Catalunya.
En este terreno ahora se vive un impasse, con dirigentes en prisión y juzgados y otros en el exilio. Y con la sensación de que no existe mucho una estrategia de hacia dónde ir. En alguna entrevista le he leído que entiende que haya momentos de repliegue siempre que no se renuncie al objetivo final. ¿El independentismo se está replegando?
Repliegue en el sentido numérico, de gente que lo haya aburrido y haya abandonado el objetivo no lo veo. Quizás veo a gente frustrada, cabreada, cansada o desilusionada, pero no un cambio en el sentido de decir nos dejamos llevar por una ilusión que parecía posible, hemos visto que no lo era y nos apuntamos a otra vía. No lo veo. La base social que dio el paso de romper con el concepto de España como marco político sigue existiendo. El potencial está intacto.
¿Pero cree que ahora esta parte de la sociedad catalana es más consciente de lo que hay en el otro lado y que España no es un estado en fallida?
Yo creo que sí es un estado en fallida, en muchos sentidos. Pero un estado en fallida puede durar siglos, como los imperios romano o otomano. El problema es la alternativa. Algo se aguanta, por carcomido que esté, si no hay un empuje, una fuerza que actúe sobre él. El franquismo también estaba en fallida y aguantó años. ¿La campaña electoral que estamos viendo pertenece al mundo de la política? Es un absurdo las cosas que se están diciendo. La monarquía es una institución absolutamente fallida, es toda una construcción que no tiene ninguna razón de ser. El sistema político consiste en tirarse mierda unos a otros. Hoy me acaba de llegar la propaganda electoral de Ciudadanos y la primera cosa que dicen es “limpiar el espacio público de lazos amarillos”. Saben que así convencerán a alguien, y esto me hace pensar que la situación es la que es, como ocurre también en los países que nos rodean. En cierto modo, los catalanes siempre vamos en contra de la oportunidad. No creo en las repeticiones históricas ni que haya fatalidad, pero es cierto que cuando Catalunya intenta dar un paso adelante siempre es en el peor momento en el contexto internacional.
Hace un par de meses que arrancó en el Tribunal Supremo el juicio al 'Procés', que ha calificado como "político". Con lo que ha visto hasta ahora, ¿cree que la acusación por rebelión puede sostenerse de alguna manera?
Que una Fiscalía del Tribunal Supremo, el máximo órgano institucional jurídico, esté manteniendo una acusación con la base fáctica que hay es aberrante. Se está intentando crear una rebelión a base de la suma de juicios de faltas: que si te he insultado, que si me han escupido, que si le han dado una patada... Temas que no llegarían ni a delito. ¡Si esto no es un mundo en fallida! El señor Marchena sabe mucho de derecho, es muy inteligente y domina perfectamente lo que está haciendo y el fiscal Zaragoza, por ejemplo, lleva toda la vida en la Audiencia Nacional. ¿Como pueden estar haciendo este número, este papel de intentar justificar una rebelión? Con un cuerpo armado, que representa que son los Mossos, que ha quedado perfectamente demostrado que no estaban por la labor, pero les da igual.
Entonces, ¿como lo interpreta?
Lo grave es que juristas, personas que conocen el derecho, estén dispuestos a poner por encima de la propia legalidad, de su propia jurisprudencia, un principio superior al derecho, que es la unidad de España. Están defendiendo la unidad de España ante una amenaza, un reto real, que fue la rebelión catalana. Una rebelión en términos sociales, no jurídicos. Es cierto que media sociedad catalana se ha rebelado en términos políticos, identitarios y morales contra el Estado, pero esto no tiene nada que ver con el concepto penal de rebelión, que es una sublevación armada, aquí y en todo el mundo. La legalidad vigente no les permite condenar por rebelión y esto en el tribunal lo saben perfectamente. No lo creerá nadie desde un punto de vista jurídico, pero han supeditado su propia legalidad constitucional a un principio que para ellos es inatacable y deben defenderlo. No pueden consentir que haya un proceso independentista y se debe cortar de la única manera que pueden hacerlo, que es con la represión, porque saben que no convencerán.
¿Cree que habrá condenas?
Sí, creo que las habrá, pero algunas se me hacen difícil de aceptar incluso en estas condiciones. Un tribunal puede hacer una sentencia en el sentido que le dé la gana. Fouché, ministro del Interior de Napoleón, decía "dadme un párrafo de una carta cualquiera de quien sea y con estas líneas lo condenaré a muerte". Estos señores están leyendo una frase y la interpretan como quieren. Lo pueden hacer. Pero que condenen a Jordi Sánchez y a Jordi Cuixart por rebelión o sedición me parecería absolutamente aberrante, ni yo me lo creo.
Como lo sería que condenen a Carme Forcadell por rebelión cuando toda su actuación la hizo desde la presidencia del Parlament, con actuaciones parlamentarias que además están cubiertas por la inviolabilidad del ejercicio parlamentario. Pienso que habrá diferencias. En la época de Franco cuando había una caída de 25 activistas de cualquier partido, a algunos les condenaban y siempre absolvían a unos cuantos, para que hubiera una cierta sensación de justicia. Pienso que pasará esto, que tienen unos cuantos a los que les será más fácil absolver, como los que no están en la cárcel.
Usted ha vivido muchos juicios políticos en el Tribunal de Orden Público (TOP) franquista y después en la Audiencia Nacional, que le sucedió. ¿Hay alguna experiencia o lección que sea válida para el juicio actual?
Una lección fundamental es que no se puede ir por el mundo desconociendo al enemigo, hay que saber quién es y respetarlo si quieres vencerlo o, como mínimo, defenderte ante él. No se puede ir con una sonrisa en la boca y el lirio en la mano. Los que venimos del franquismo no podemos dejar de pensar que se ha actuado con una inocencia que nos ha llevado a la situación actual. Pero el problema de la experiencia es que sólo existe la propiamente vivida, veo muy difícil que se transmita.
La experiencia de la lucha antifranquista no se ha transmitido y es muy difícil que las generaciones jóvenes hayan aprendido nada, porque no la han vivido y nadie se lo ha explicado. En cambio, el error es pensar que tras la Transición todo aquel mundo del franquismo y la dictadura ya era algo pasado y es desconocer que el Estado ha continuado. El Estado real, que son los cuerpos de funcionarios, los cuerpos represivos o las fuerzas económicas reales, es el mismo, y aquí sí que ha habido una transmisión y una continuidad. Es evidente que dentro de los cuerpos de seguridad, los viejos torturadores han enseñado a los nuevos. Y la judicatura viene de donde viene y también hay una continuidad.
Se ha pasado décadas y décadas luchando en defensa de los derechos fundamentales. No sé qué piensa de la actual situación global, con muchos ejemplos de amenazas hacia derechos que parecían consolidados.
Hay una regresión y también se ha visto aquí si nos fijamos en el proceso interno que ha vivido la democracia española en los últimos 40 años. Yo no niego el cambio profundo que se produjo a partir de la Transición, en cuanto a libertades, derechos fundamentales o garantías.
Es evidente que existió, y en un primer momento se iba avanzando. En los primeros años, el Tribunal Constitucional tuvo un papel muy progresista a nivel de interpretación de la Constitución, mientras que el Supremo se mantenía muy aferrado a conceptos reaccionarios y muy conservadores vinculados al franquismo. Pero hay un momento en que esto se estanca y en la última fase, durante el Gobierno de Rajoy, hay un recorte constante en muchos aspectos y limitaciones de derechos con las leyes mordazas y todas estas cosas. Estamos en un momento en que las derechas actúan de una manera descarada.
Después de años en los que tenían mucho que callar, ahora se han destapado y lo que proponen es una barbaridad. Que haya personas que digan animaladas no me preocupa, me preocupa que esto tenga el apoyo social suficiente para que haya una base social suficientemente amplia que le permita gobernar. Y no sólo tiene que ver con el tema catalán, sino también en el ámbito de derechos y libertades, porque ponen en duda cosas que parecían intocables. Mejor que no ganen, es absolutamente aquello de virgencita que me quede como estoy.
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